ANIMALES CÉLEBRES, Luis de Oteyza
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LUIS DE OTEYZA, Animales célebres, Clan, Madrid, 2011, 232 páginas.
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Recupera Clan este Bestiario publicado en 1919 en el que Luis de Oteyza (1883-1961) desmitifica con humor tanto a la serpiente del Edén o el cisne de Leda como a el caballo Babieca o el ratoncito Pérez. José María Parreño en el Prólogo (pp. 9-12) dice: «Oteyza es un pionero en zoología fantástica. De ella hay en la literatura española del siglo XX ejemplos memorables. El libro de los seres imaginarios (1957)de Jorge Luis Borges es el más logrado. [...] Frente a la gravedad borgiana [...] Oteyza es castizo y literal».
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LAS GOLONDRINAS DE BÉCQUER
Estoy seguro de que desde el comienzo de mi obra se esperaba la llegada de estos animalitos. ¡Claro que sí! Son célebres, tan célebres como aquel que de mayor celebridad goce.
En efecto. ¿Cuántas señoritas cursis puede calcularse que existirán en España y los países iberoamericanos?... Millones, muchos millones, ¿eh? Pues bien; todas ellas se saben de memoria la «rima» de Bécquer donde las «obscuras golondrinas» desempeñan el papel principal. Todas, todas, sin faltar ninguna.
Y es lógico, perfectamente lógico, que así sea. El proceder de las referidas aves resulta de una entera, absoluta y definitiva cursilería. Intervienen en un idilio, admirando la belleza de la amada y el entusiasmo del amante, y cuando ese idilio se rompe culpan a la desdeñosa, llenas de condolencia hacia el desdeñado... ¡Como para cogerlas con liga y guisarlas con arroz!
Fue que Bécquer se echó una novia, la cual, al enterarse tratándole de que era poeta de profesión y de que no se lavaba casi nunca, decidió darle calabazas, a fin de ponerse en relaciones con otro galán más limpio y de mejor porvenir. Y fue que la conducta de esta higiénica y previsora joven —higiénica, pues no hay profilaxis como la del aseo, y previsora, porque mientras Bécquer se murió de hambre el otro galán llegó a ministro—, disgustó a unas golondrinas que en su balcón colgaban los nidos.
Esas golondrinas, cuando el poeta visitaba a su novia, iban jugando y llamaban con el ala en los cristales. Entonces la tierna pareja abría y salía a tomar el aire un poquillo. Y las golondrinas refrenaban el vuelo para contemplar cuan hermosa era ella y cuan dichoso era él.
Además, aprendieron los nombres de ambos.
¿Cómo?... Oyéndoles cuando se llamaban el uno al otro. ¿Qué cómo se supo que los habían aprendido?... ¡Ah, ya! Lo ignoro. Pero el caso fue que aprendieron los nombres de los dos. Así llegaron a considerarles de la familia mismamente.
En esto sobrevino la ruptura de que queda hecha mención y entre las golondrinas se alzó un gran revuelo. sus protestas contra la ingrata fueron generales. «¿Habéis visto —decía una— cómo ha plantado al pobre?» Otra replicaba: «Es que quiere casarse con ese chico gallego, amigo de Moret» ¡Qué atrocidad —clamaban varias al unísono—, dejar a un poeta por un politicastro!» Sólo una se permitió advertir que el poeta pringaba de sucio y tenía menos dinero que pulcritud; pero las demás la redujeron al silencio, llamándola burguesa. Al fin, todas tomaron el acuerdo de no volver a tratarse con la novia de Bécquer.
Tal procedieron las aves en cuestión, y de ahí lo que indiqué al empezar. Semejante cursilada, puesta por el autor de las Rimas en unos versos muy pegajosos, a los que el maestro Casares agregó unas notas más pegajosas aún, tiene que adherirse forzosamente a la memoria de cuantas señoritas cursis hablan castellano. Y se adhiere, ¡vaya si se adhiere!
Mas, ahora que reparo... No deben molestarse mis distinguidas lectoras, aunque sepan la canción. Puede saberse, sin estar en el caso aludido también la sé yo, por ejemplo, que no soy cursi ni siquiera señorita.
Volverán las oscuras golondrinas
de tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala en tus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar;
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡Esas no volverán!
La sé con música y todo. Re fa la, si la fa re fa la, re la ta si, la sol fa sol sol la. Re fa la, si la fa re fa la, la re, re si, do la. Et sic de caeteris.
Valeriano Bécquer
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