LOS GRANDES PLACERES, Giuseppe Scaraffia
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GIUSEPPE SCARAFFIA, Los grandes placeres, Periférica, Cáceres, 2015, 248 páginas.
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INDULGENCIA
Dos veces y media. Así resumía Vita Sackville-West su penoso adulterio con Virginia Woolf. La escritora, después de haberla encontrado en un principio «recargada, bigotuda, variopinta como un papagayo», había terminado cediendo al cortejo de Vita. «El hecho de que esté enamorada de mí me divierte y me halaga.» Los maridos de ambas asistieron imperturbables al desganado idilio y a su progresiva transformación en amistad.
Baudelaire se dejaba engañar magnánimamente por su compañera, con tal de que lo hiciese cobrando. En el fondo, la justificaba, seguía siendo una exprostituta, pero explotaba cuando lo hacía con una persona detestable, como su peluquero. Albert Camus, por el contrario, no soportaba que su mujer se entregase a su médico a cambio de droga.
Pero existen cónyuges incluso más indulgentes. «Si has sido traicionado, no es la traición lo que importa, sino el perdón que nace en tu alma», afirmaba apacible Maurice Maeterlinck, habituado a las incontinencias bisexuales de su consorte. La mujer de Nabokov sostenía que lo toleraba todo estoicamente, pero a veces arrollaba al escritor montándole unas escenas memorables. Para luego negarlo todo.
Algunos adquieren con la edad una cierta tolerancia. Alexandre Dumas, después de haber sorprendido a su mujer con su mejor amigo, se había quedado consternado por la sordidez del espectáculo: ella gorda, con el maquillaje ajado, y él delgado y envejecido. En lugar de matarlos, como se temían, los había metido en la cama y para consolarse se había sumido en la redacción de un capítulo de El conde de Montecristo. Inútil decir que los adúlteros no consiguieron pegar ojo, aterrorizados por el gigantesco novelista que escribía a pocos metros de ellos.
Pero el verdadero drama de la traición consiste en el hecho de que, si no se quiere ser descubierto, hay que renunciar a la vanidosa satisfacción de alardear de la propia conquista. Se pierde así al menos la mitad del placer. Por otro lado, también Jean-Paul Sartre, teórico de la pareja abierta junto a Simone de Beauvoir, admitía que a menudo mentir es la mejor solución.
Elsa Triolet se veía obligada a tolerar las incontinencias homosexuales de Louis Aragon, con tal de no comprometer la imagen de pareja ejemplar del glorioso Partido Comunista Francés. Pero el don más bello es el de no ver. Muchos años después de la escandalosa muerte del presidente francés Félix Faure entre los brazos de la amante, la viuda continuaba diciendo entre lágrimas: «¡Yo que he tenido un marido tan guapo y tan fiel!».
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