25 CUENTOS PARA LEER EN 5 MINUTOS, Martín Roca & Esther Burgueño

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MARTÍN ROCA, 25 cuentos para leer en 5 minutos, Beascoa, 2012, 142 páginas. Ilustraciones de Esther Burgueño.


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EL RATONCITO SÁNCHEZ

   ¿Quién de vosotros no conoce al ratoricjto Pérez, el ratón más famoso del mundo? Pero si le preguntáis a un ratón, os dirá que estamos muy equivocados, que el ratón más famoso de todos los tiempos se llamó Sánchez y no Pérez.
   Sánchez no solo fue un ratón famosísimo en su época, sino que además fue el ratón más ligero y diminuto de todos los tiempos. Era tan pequeño que dormía en un dedal y bastaba una sola gota de lluvia para que Sánchez quedase empapado de pies a cabeza. Por eso, siempre ponía atención al tiempo que hacía antes de salir a la calle. Bueno, siempre... salvo una vez que comió tanto queso que le entró sueño y se quedó dormido.
   —iQué desastre! Me he quedado dormido —exclamó nada más despertarse—. Justo hoy que hay reunión de ratones.
   Y a toda velocidad, se acicaló los bigotes, se enderezó las orejas y se puso la gabardina más elegante que encontró en la caja de cerillas que le servía de armario. Como no podía perder ni un minuto, salió por la grieta más cercana, y en un abrir y cerrar de ojos se encontró en la calle.
   —Por suerte, no llueve —se dijo aliviado—. Solo me habría faltado eso...
   Pero cuando se es un ratón diminuto como Sánchez, no conviene cantar victoria tan deprisa. El cielo apenas le dejó avanzar dos pasos antes de mandarle una ventolera que le infló la gabardina como un globo.
   —Oooooh... —exclamó el ratoncito mientras se elevaba por los aires—. ¡Esto sí que no me lo esperaba!
   En menos que canta un gallo, Sánchez se encontró volando por encima de los tejados y las azoteas de la ciudad.
   —Es todo un contratiempo pero no hay que negar que la vista es preciosa —pensó mientras contemplaba las calles y las casas. De repente, el viento se detuvo y el ratón Sánchez empezó a descender. ¡Menos mal que la gabardina le hacía de paracaídas!
   —A ver dónde caigo... —murmuró con curiosidad.
   Pero su curiosidad se convirtió en sobresalto cuando identificó su destino.
   —Es la esquina de los gatos —se dijo preocupado.
   —Vaya, vaya —maulló Felini, el gato más pícaro de aquella esquina, mirando hacia el cielo—. Mirad quién está aquí... ¡es el ratón Sánchez!
   —¡Bah! —contestó Bigotón, el gato más rollizo—. Con él no tengo ni para empezar...
   Petrificado de miedo, Sánchez veía como iba perdiendo altura, cayendo sin remedio en la zona más peligrosa de la ciudad. Sobre todo si eres un ratón.
   —¡Yo lo cazaré! —gritó entonces Zarpas, el gato más joven. Y ya se abalanzaba sobre el pequeño ratón cuando una nueva ráfaga de viento levantó a Sánchez del suelo.
   ¡Cómo molestó aquello a los gatos! ¡Y qué alto saltaban para atrapar al pobre ratón! Pero el viento no dejaba de soplar, y poco a poco, Sánchez se fue alejando de aquel lugar.
   —¡Adiós Felini! ¡Bigotón, Zarpas, hasta nunca! —se reía.
   Lo que no sabía Sánchez era que el viento se detendría en el momento menos oportuno, haciendo que se precipitara de nuevo hacia el suelo.
   —¿Dónde iré a parar ahora? ¿Habrá algún lugar peor que la esquina de los gatos? —pensaba Sánchez, mientras descendía a toda velocidad.
   La respuesta la descubrió en seguida. No lejos de allí había un circo y Sánchez iba sin remedio hacia la jaula de los elefantes. ¡Qué revuelo se organizó nada más caer! Y es que nada asusta más a un elefante, que un ratón. ¡Pues imagínate si encima cae del cielo!
   —~Brrrrriiiuuu! —gritaban los elefantes, mientras Sánchez trataba por todos los medios de que no lo pisaran. La jungla de patas se hacía cada vez más espesa hasta que...
   ¡Fiuuu!!! Otra ráfaga de viento se llevó al ratón cielo arriba.
   —¡Por los pelos! —exclamó.
   Sánchez ya empezaba a estar un poco harto de volar de aquí para allí. Y deseó con todas sus fuerzas que esa vez el viento lo hiciese aterrizar en su casa. Entonces el viento se detuvo de nuevo y Sánchez miró hacia abajo.
   —¡La fábrica de ratoneras! ¡Cómo puedo tener tan mala suerte! —exclamó mientras se deslizaba lentamente por la chimenea. Al llegar al suelo, Sánchez estaba tan negro como el carbón. Y si tuviera que contaros todos los saltos, brincos y carreras que Sánchez necesitó para huir de aquel lugar repleto de ratoneras, esta historia no tendría fin.
   Los que más tarde lo vieron llegar a la reunión, se sorprendieron de dos cosas: su aspecto, parecía como si le hubiese pasado una apisonadora por encima; y lo pesado que parecía.
   —¿Qué te ha pasado? ¿Y qué llevas ahí, escondido en los bolsillos de la gabardina? —le preguntaron.
   —¡Dos piedras, para no salir volando nunca más! —respondió Sánchez—. Hacedme caso, yo que vosotros haría lo mismo. Y, tras conocer las desventuras de Sánchez, a todos los ratones les gusta tener algo pesado a mano para estar más tranquilos. Quizá por eso al ratoncito Pérez le gusta coleccionar dientes.


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