TODOS LOS ENSAYOS BONSÁI, Fabián Casas
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FABIÁN CASAS, Todos los ensayos bonsái, Mondadori, Barcelona, 2013, 272 páginas.
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Recoge Mondadori en este tomo Ensayos Bonsái (Emecé, 2007) y Breves apuntes de autoayuda (Santiago Arcos, 2011).
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TARDE
EN LA NOCHE, VIENDO A CORTÁZAR
Antes
que nada, tengo que avisar que soy un sentimental. En el cine, cualquier escena
medio lacrimógena —aunque sea malísima— me hace llorar. Por eso, resulta
extraño que a veces en los velatorios de seres queridos no llore. Tal vez
porque son precisamente para llorar. Soy —con el llanto— como esos tipos que se
excitan para tener sexo en los lugares donde es más difícil tener sexo (debajo
de la mesa de un bar concurrido, en el pasillo de la oficina, etc.). La otra
noche estaba tirado en mi cama viendo tele y de golpe apareció Cortázar,
entrevistado por un gallego letal. Era una entrevista de fines de los setenta,
imagino. Lo primero que me vino a la mente fue el recuerdo de estar volviendo
del centro a mi casa, en el subte línea E, con el ladrillo negro de Rayuela recién
comprado. Tenía once años y pasaba las manos por el lomo del libro con la
excitación en el pecho propia de los enamorados. Leía en la contratapa cosas
como: «Rayuela, exasperante contranovela, libro total, denuncia de la
inautenticidad de la vida humana». Lo abría, lo hojeaba. Tenía un tablero de
dirección con ordenación de los capítulos para leerlos de diferentes maneras.
La
primera línea de la novela decía: «¿Encontraría a la Maga?», la puta madre.
Todo era críptico, prometedor, maravilloso. Me acuerdo que pensé: si me leo
este libro, silo diseco y lo metabolizo en mi porvenir, voy a ser un genio
inalcanzable. Después, pasaron las lecturas múltiples de Rayuela, después
pasaron los años y el libro me empezó a parecer ingenuo, esnob e insoportable,
aunque jamás me pude desprender de él y ahora mora
en mi biblioteca medio hecho mierda por el paso del tiempo. Hasta que
finalmente llegó el día en que negué a Cortázar tres veces mientras cantaba el
Gallo Airano. Listo. Pasemos a otra cosa: primero publicar, después escribir.
Sin embargo, esta noche Cortázar habla con su inconfundible acento gangoso,
francés, como el zorrinito enamoradizo de la Warner. Cortázar habla de sus
primeros pasos, desprecia a los escritores que no piensan hacer la revolución,
defiende a los escritores de la garcha del boom, critica su 62 modelo para
armar y destroza su Libro de Manuel. Yo asiento. Habla de la urgencia
de escribir mientras el mundo tiene que cambiar drásticamente. No hay pasión
por la indiferencia: hay ingenuidad y nobleza. Me doy cuenta de que le creo
todo lo que dice. Entonces, tapado por la frazada escocesa, solo con mi perra
Rita a los pies, me doy cuenta de que estoy llorando. Sí, sí, digo, mientras
empino el quinto whisky, Cortázar tiene razón. Quiero que vuelva. Que volvamos
a tener escritores como él: certeros, comprometidos, hermosos, siempre jóvenes,
cultos, generosos, bocones. No esta vulgar indiferencia, esta pasión por la
banalidad, esta ficcionaljzación con todos los tics de la peor TV de la tarde,
los talk shows de Mona, y toda esa mierda. Al octavo whisky lo llamo a mi amigo
Santiago y le digo, medio llorando, medio exaltado: «Che, Aira nos cagó, la
literatura argentina cayó en la trampa de Aira, ¡es un agente de la CIA!». Los
escritores serios, los grandes gigantes, son mirados de soslayo: ¡reina el
viva la pepa! Aira le hizo mucho mal a la literatura, la partió en dos, antes
y después de él. De Operación Masacre a Operación Jajá.
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