EN LA CALLE DEL ALQUIMISTA, Franz Kafka

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FRANZ KAFKA, En la calle del alquimista, Thule, Barcelona, 2006, 160 páginas.

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UN CRUZAMIENTO

   Tengo un animal singular, medio gatito, medio cordero. Es una herencia de las posesiones de mi padre. Pero no se ha desarrollado hasta estar en mi poder, antes tenía más de cordero que de gatito, ahora tiene de ambos más o menos lo mismo. De gato, cabeza y garras; de cordero, tamaño y configuración; de ambos, los ojos, que son relampagueantes, las manos, el pelaje, que es suave y espeso, los movimientos, tan inquietos y escurridizos. Echado al sol, en el alféizar de la ventana, se ovilla y ronronea, en el prado corre enloquecido y es difícil de agarrar, huye de los gatos, quiere topar con los corderos. En noches de luna su camino preferido es el borde del tejado, no sabe maullar y las ratas le producen horror. Junto al gallinero puede estarse horas al acecho, pero aún no ha aprovechado la menor oportunidad de crimen. Lo alimento con dulce leche que es lo que mejor le sienta, la ingiere a grandes sorbos entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente, es un gran espectáculo para los niños. El domingo por la mañana es el momento de las visitas, me pongo el animal en el regazo y todos los niños del vecindario se colocan alrededor. Entonces es cuando hacen las preguntas más sorprendentes, aquellas que nadie puede contestar. No me esfuerzo mucho en responder, y sin más explicaciones me basta con enseñar lo que tengo. A veces los niños traen gatos, en una ocasión trajeron incluso dos corderos; bien al contrario de lo que se esperaban no se dieron escenas de reconocimiento mutuo, los animales se miraron tranquilamente a sus ojos de animales y cada uno se tomó a sí mismo como un acontecimiento divino.
   En mi regazo el animal no conoce ni miedo ni delirio de persecución.
   Pegado a mí es como se siente mejor. Pertenece a la familia que lo ha criado. No se trata de ningún tipo extraordinario de fidelidad, más bien es el instinto de un animal que tiene en el mundo incontables parientes, pero ningún parentesco de sangre, y por eso la protección que ha encontrado en nuestra casa es para él sagrada. A veces tengo que reírme cuando me olisquea por todas partes, se me instala entre las piernas y no hay modo de que se separe de mí. No contento con ser a la vez cordero y gato, quiere ser también un perro. Y esto lo puedo asegurar. Tiene dos tipos de inquietudes en su interior, la de gato y la de cordero, por muy diferentes que puedan parecer. Por eso la piel se le queda estrecha. Quizá el cuchillo del carnicero sea para este animal una liberación que le tengo que negar por tratarse de una herencia.

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