MICROCUENTOS Y MICRORRELATOS (II), Pedro M. González Cánovas

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PEDRO M. GONZÁLEZ CÁNOVAS, Microcuentos y microrrelatos (II): Antología (2018-2019), Edición de autor, 2019, 84 páginas.

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BENDITA LLUVIA

   Viendo el suelo mojado, era vicio imaginar dónde llegarían aquellos brotes. Cuando se agrietó la tierra y los vegetales pidieron socorro, asfixiados, los ojos subieron al cielo escudriñando el infinito. Entonces, aparecieron dioses con poder sobre la lluvia y, a pesar de las ofrendas, solo chubascaron letras. En la tierra, las letras formaron palabras: «la palabra de Dios», que los más cultos ordenaron para divulgar entre los que no sabían leer. Hoy, los mayores afirman: «Cada vez llueve menos».

BALAS DE PLATA, Murdoch Mallako

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MURDOCH MALLAKO, Balas de plataHuerga & Fierro, Madrid, 2019, 76 páginas.
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No se elige caer en la desesperación, pero nos podemos rebelar contra las humillaciones a las que conduce.
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Convivir: cogerse manía.
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Lo normal no es que un
a mentira sea desenmascarada desde la verdad, sino desde otra mentira.
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Los dos pilares de toda sociedad: “Haga esto” y “confórmese”.
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"¿Para qué sirve la filosofía?" Pocas preguntas dicen tanto de quien las formula.
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La belleza envejecida es aún más bella.
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Pobre infeliz, creía que no era posible naufragar dos veces en el mismo viaje.
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’El hombre es un lobo para el hombre’. Cuando esta frase sea verdad habremos mejorado mucho: ya no jugaremos con la comida.
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La mayoría huye de los lugares donde ha sido infeliz. Yo, en cambio, vuelvo a ellos a exigir la dicha que me deben.
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Fingir: no hay una manera más poética y fina de asesinar.

DOSCIENTAS SESENTA Y SIETE VODAS EN DOS O TRES GESTOS, Eugenio Baroncelli

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EUGENIO BARONCELLI, Doscientas sesenta y siete vidas en dos o tres gestos, Periférica,  Cáceres, 2016, 318 páginas.

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RAYMOND CHANDLER, EL HOMBRE DE LOS LARGOS ADIOSES

   Nació en Chicago en 1888. A la edad de treinta y seis años, después de la muerte de su madre, se casó con Pearl Cecily Bowen, llamada Cissy, quien contaba en su haber con cincuenta y cuatro años y dos divorcios. Podía parecer otra madre y lo fue. Durante treinta años, diez meses y dos días la amó con tanta devoción que, cuando murió en 1954, lo dejó sumido en un inmenso vacío, esta vez inconsolable. Philip Marlowe, el héroe de sus novelas, asegura que «el sistema para decir adiós a un policía aún no se ha inventado», pero aquel día en cambio recordó que el sistema para despedir a la vida sí estaba inventado, en cierto modo. Pudo ser breve pero, en cambio, fue un largo adiós. Primero intentó el suicidio más torpe que se recuerde. El hombre que había armado la mano de Marlowe con una esbelta Luger, un cronométrico Colt automádco y un infalible Smith & Wesson 38 special, preparó el arma con cuidado, la cargó, se apuntó a la sien, clic, y falló el tiro. Después, infeliz, se dejó aturdir por cócteles mortales: de whisky y láudano, e incluso de ron y licores dulces, que Marlowe hubiera rechazado desdeñosamente. En 1959 empezó lentamente su última novela: su detective, siempre soltero, estaba a punto de hacerse nada menos que con una esposa, cuando el 26 de marzo la vida, misericordiosa o sencillamente cansada de esperar, le dijo adiós a él.

ENVEJECE UN PERRO TRAS LOS CRISTALES, Horacio Castellanos Moya

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HORACIO CASTELLANOS MOYA, Envejece un perro tras los cristales: Cuaderno de Tokio seguido de Cuaderno de Iowa, Penguin Random House, Barcelona, 2019, 208 páginas.
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Pregunta matutina: ¿qué parte de tu felicidad ordinaria depende de ser alabado? Respuesta: toda.
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Te refocilas en tu flaqueza. Estás desorientado. Quisieras salir corriendo, pero sólo tienes energías para tirarte en la cama.
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Percibes la red que te tiene atrapado, la maraña que no te deja ver ni avanzar. La percibes, por un momento tan sólo. Pero nada puedes hacer para salir de ella.
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Has venido a esta ciudad a observar tu locura, a comprenderla, si la suerte está de tu lado. Si no lo está, sólo quedará la locura.
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La literatura como oficio de hombres desesperados es la que cuenta.

HAIKIÑOS DE LUCES Y SOMBRAS, María Míguez

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MARÍA MÍGUEZ, Haikiños de luces y sombras, Pie Ediciones, Salamanca, 2018,  92 páginas.

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 LECCIÓN DE VIDA

Así nos deja
alguna vez la vida,
a la deriva.


CUENTOS, Gianni Rodari

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GIANNI RODARI, Cuentos, Edebé, Barcelona, 2005, 190 páginas.

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NASREDDIN SALVA A LA LUNA

   Una vez, al anochecer, Nasreddin fue a buscar agua. Inclinándose sobre el pozo, vio que se reflejaba en el agua, bien al fondo, el rostro de la luna.
   —Pobres de nosotros —exclamó Nasreddin—, la luna se ha caído en el pozo. Deprisa, deprisa, saquémosla de allí.
   Y fue a su casa a coger cuerda y un gancho.
   El buen Nasreddin hizo varios esfuerzos, pero no lograba enganchar a la luna para sacarla del pozo. Por fin tuvo la impresión de que el gancho la había alcanzado y comenzó a tirar.
   —Caramba, cómo pesa... —suspiraba.
   Y seguía tirando con todas sus fuerzas, afirmando los pies contra el parapeto del pozo. De repente, el gancho se desprendió. Nasreddin se cayó de espaldas, miró hacia arriba y vio a la luna en medio del cielo.
   —Loado sea Dios —exclamó Nasreddin satisfecho—, me he hecho algún chichón, pero la luna ha vuelto a su sitio.

PENSAMIENTOS AL VUELO, Kenko Yoshida

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KENKO YOSHIDA, Pensamientos al vuelo, Errata Naturae, Madrid, 2019, 232 páginas.
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Justino Rodríguez traduce y edita los 243 fragmentos de Kenko Yoshida.
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   No hay nada tan triste como los días de duelo después de la muerte. Durante los cuarenta y nueve días de los funerales, los familiares se recogen en un templo de la montaña, o en un lugar semejante, con escasas comodidades, que suele ser estrecho para albergar a tanta gente, y pasan las jornadas ocupados en las preces y en la liturgia de los difuntos. Los días transcurren con rapidez. Al llegar el último día de los servicios, la gente, como si se hubiera olvidado de las consideraciones que había mostrado para con los demás, y con la seguridad del que obra sabiendo bien lo que tiene que hacer, recoge sus enseres y sale en desbandada. Será al llegar a sus casas cuando muchos de ellos sientan la tristeza y el desconsuelo. Hay quien dice: «No se debe decir esto o lo otro, porque es mal augurio. Para bien de la familia, mejor sería evitar esas palabras».
   Pero ¿cómo puede haber gente que se preocupe por semejantes chiquilladas en medio de tanto dolor? La insensatez del corazón es ciertamente desalentadora. No es que, con el transcurso del tiempo, nos olvidemos de los difuntos, pero, como suele decirse: «Con el paso del tiempo, la silueta de quienes caminan hacia la muerte se hace más borrosa y lejana».
   Y, sin embargo, quizás porque el dolor no sea tan agudo como en el momento de la muerte, nos reímos y soltamos comentarios socarrones. Los restos mortales se entierran en un lugar solitario de la montaña que se visita sólo en días determinados. Entre tanto la lápida se va cubriendo de musgo y de las hojas que caen de los árboles. Por fin, los únicos que se detienen a conversar con el son la tormenta del atardecer y la luna de la noche. Y mientras haya gente que se acuerde de uno, menos mal. Sólo que esas personas no tardarán en desaparecer también, y cuando sus hijos y nietos oigan su nombre, no sentirán el dolor de la separación.
   Las generaciones siguientes ni siquiera escucharán ese nombre, y nadie sabrá cómo se llamaba. La gente se fijará en la hierba que crece todos los años por primavera sobre la tumba, y el que tenga sentimientos se verá tocado por la lástima al contemplarla.
   Por último, crujirá el pino que la cubría con su sombra, dolorido bajo el viento de la tormenta y, sin tener la dicha de poder contar mil años, lo cortarán en trozos para hacer leña.
   Con la pala allanarán la tumba y el lugar se convertirá en un campo. ¡Qué angustioso es pensar que todo desaparecerá, hasta el túmulo!

EL VIAJERO IMPERTINENTE, Percy Hopewell

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PERCY HOPEWELL, El viajero impertinente, Reino de Cordelia, Madrid, 2010, 168 páginas.

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Tomás Gracía Yerba recuerda la envidia que suscitó el encargo de Juan Fernado Dorrego a Hopewell de recorrer España para compartir su mirada foránea en El Semanal. Ilustra Anthony Garner.
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EL CARNAVAL DE LAZA

   Me habían hablado tanto del carnaval de Laza —«esos días el pueblo es un caos de periodistas, antropólogos, fumadores y curiosos»— que decidí acercarme a esta localidad orensana para ver lo que allí ocurría.
   Y lo primero que vi, nada más llegar, es que la gente bebe mucho y duerme poco, pero quitando este impulso, muy común a todos los festejos, lo que ocurre en Laza es distinto.
   Normalmente, en los carnavales, uno se divierte si participa. En Laza, aunque te sientes en una silla, no hay momento ni ocasión para el bostezo.
   La figura central, sobre la que rotan todas las miradas, es el peliqueiro. La vestimenta de este fantoche, compuesta por una máscara de gesto sarcástico, una mitra napoleónica, una piel en la nuca, unos pantalones abullonados y unos cencerros en la cintura, cuesta alrededor de las doscientas mil pesetas. De peliqueiro se puede vestir cualquiera siempre que sea de Laza (no es obligatorio, pero sí aconsejable) y tenga el dinero suficiente para hacerse el traje o alquilarlo.
   Este personaje es intocable. En sus manos lleva una fusta con la que flagela a los transeúntes que se meten con él (la gracia está en meterse con él), pero la gente no le puede responder con un empujón o un mamporro. Tampoco participa en las batallas callejeras de barro y hormigas. Él es un ser sagrado que corre y trota y cuyo comportamiento está perfectamente ritualizado.
   ¿Qué simboliza el peliqueiro? Cada lugareño sostiene una teoría diferente. Hay una historia muy bonita que lo asocia con los antiguos recaudadores de impuestos. El recaudador, para no ser reconocido, se ponía una careta y al que no quería pagar le propinaba una paliza. Esta hipótesis, sin embargo, ha sido descartada, pues hay antecedentes del disfraz y actitudes del personaje que se remontan a la noche de los tiempos.
   Así, en las Lupercales romanas ya había actores ataviados con pieles de animales que golpeaban con un látigo a la multitud. Y bastantes años más atrás, en Mesopotamia, aparecen máscaras con bichos dibujados a los que se otorga una variada gama de atributos.
   Si en vez de rastrear el ovillo del jeroglífico con eruditas divagaciones, uno observa con atención el comportamiento del peliqueiro, se llega a una serie de conclusiones. En primer lugar, la vistosidad, la pulcritud y lo costoso del traje están marcando las diferencias entre el señorito y la plebe. A todo el mundo le gusta ser jefe, aunque sólo sea por unos días, y el peliqueiro ofrece esa posibilidad. Por otro lado, ese protagonismo, acompañado del anonimato y unos cuantos tragos de vino, ayuda a ligar, deporte del que nadie se cansa.
   En Laza hay una regla de oro: está prohibido enfadarse. Advertencia importante para todos aquellos botarates y mosqueones que siempre encuentran disculpa para la camorra.
   El domingo, con las carreras de los peliqueiros y el reparto de la bica (una torta de dimensiones gigantescas), la fiesta transcurre por cauces más o menos pacíficos. El lunes, día de los maragatos, las calles viven una auténtica batalla campal. Luz verde para arrojarse de todo: trapos mojados, harina, agua sucia, barro apestoso y, sobre todo, un arma que no falta en ningún carnaval de Laza: las hormigas carniceras. Son rojas, con la cabeza muy grande, y se las rocía de vinagre para que se enfurezcan y muerdan con más ganas.
   Un grupo de jóvenes me tomó por intruso y, en un abrir y cerrar de ojos, me pusieron perdida la chaqueta de tweed y el sombrero de fieltro. Luego me arrojaron hormigas. Me dejé hacer. Les dije: «Más, por favor». Al instante cambiaron de actitud. Me obligaron a que les acompañara a un bar. Les invité a una ronda, ellos me invitaron a diez y acabamos abrazados, en un corro, cantando La Virgen de Guadalupe.
   Me contaron que hace veinte años salía por las calles una máscara zarrapastrosa que representaba al maragato y a la que se podía vejar, golpear e insultar sin descanso. Solía representarlo el hombre más fuerte del pueblo, pero la posibilidad, admitida por todos, de encerrarle y abandonarle en una cuadra a su suerte, dejó la plaza vacante.
   Otra figura que no falta a la cita es La Morena, una vaca loca y lujuriosa que arremete contra las mozas y les levanta las faldas. La Morena se compone de un individuo tapado con un saco —que hace de armazón—, una máscara con cuernos y una rama por rabo. El personaje intenta ser simpático, pero sus evoluciones resultan sosas y reiterativas. A mí me parece que el señor-armazón debe de acabar un poco harto de tanto hacer el ganso. Harto y, seguramente, con tortícolis.
   El carnaval muere con la quema del muñeco de paja —símbolo de estas fiestas—, que se pasea en un carro. Antes tiene lugar el Testamento del burro, donde se recitan coplas burlescas y satíricas que aluden a los acontecimientos o cotillerías de la localidad.
   Cuando se acaba el carnaval, Laza no parece un pueblo, parece el último reducto de una campaña militar, como si allí se hubiera encontrado el general Custer con un contingente de indios. No importa. Las manchas se quitan y la porquería se barre. El pueblo ha sido feliz y la diversión permanece en el recuerdo.

CUENTOS, Gianni Rodari

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GIANNI RODARI, Cuentos, Edebé, Barcelona, 2006, 190 páginas.


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LA MUCHACHA DE LA LUNA

   Había una vez, en Yakutia, una pobre niña huérfana de padre y madre. La niña era demasiado pequeña para bastarse a sí misma, así que la adoptó un rico mercader ruso y la llevó a su casa. Allí debía fregar el suelo, lavar los platos, ir a buscar agua, hacer la colada, cocinar, cuidar a los niños y, a cambio de todo este trabajo, sólo recibía techo y comida. Nadie se preocupaba de que la pequeña tuviese que trabajar más que los adultos, sin un momento siquiera de descanso y sin poder jugar nunca con otros niños. El mercader era un malvado y su mujer, peor que él.
   Una noche en que la Luna resplandecía muy clara en el cielo y la helada hacía castañetear los dientes, la mujer del mercader mandó a la niña a buscar agua a una fuente lejana. Aunque la muchacha tenía frío, cogió el cubo de madera y una hachuela y se puso en marcha. Estaba aterida, cuando al fin llegó a la fuente. Con la hachuela hizo un hueco en el hielo, llenó de agua el cubo y se dio prisa en volver. Pero el camino era escabroso y resbaladizo. La niña, ya muy cerca de la casa del mercader, tropezó, cayó y derramó toda el agua.
   ¿Y ahora? No le pasaba por la cabeza desandar el camino hasta la fuente. Se sentía demasiado débil y hacía demasiado frío. ¿Volver a la casa sin agua? No se habría atrevido. Mientras estaba así, triste y tiritando, sin saber qué hacer, alzó los ojos, vio a la Luna que atravesaba el cielo y clamó:
   —Luna, hermosa Luna, eres testigo de mi desdicha y no me agudas. Sácame de aquí, donde es de noche y hace frío, donde viven el malvado mercader y su mujer peor aún, llévame contigo por el cielo azul.
   La Luna la escuchó, bajó a la Tierra y adoptó el aspecto de un bello joven vestido de plata.
   Pero el hermano mayor de la Luna, el Sol, se dio cuenta enseguida de lo que ocurría. Bajó también a la Tierra y adoptó el aspecto de un bello joven vestido de oro. Le dijo entonces a la Luna:
   —He venido a llevarme a la niña que no conoce la felicidad en la Tierra y que quiere subir al cielo. Como soy tu hermano mayor, naturalmente tendrás que dejarme actuar a mí primero.
   Pero la Luna respondió:
   —Es verdad, hermano, eres el mayor. Pero ahora es de noche y de noche mando yo. La niña me ha pedido aguda a mí, no a ti. Por tanto, seré yo la que la lleve al cielo conmigo.
   Dicho esto, cogió a la muchacha y se la llevó consigo. La niña yakutia vive ahora en la Luna. Mirad un momento hacia arriba, observad la Luna llena y quizá también vosotros podréis verla.

EL INTRUSO HONORÍFICO, Felipe Benítez Reyes

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FELIPE BENÍTEZ REYES, El intruso honoríficoFundación José Manuel Lara, Sevilla, 2019, 320 páginas.

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En El mundo como falta de voluntad y como exceso de representación  (pp. 9-11) declara FBR haber encontrado en la Nueva enciclopedia, de Alberto Savinio, «el diapasón para un proyecto más caleidoscópico y antojadizo, que no es otro que esta especie de saopa de piedra con ingredientes propios o tomados en préstamo».
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BERGAMÍN. JOSÉ. Cogía ocho o nueve palabras, las transformaba en una idea peregrina, se hartaba de darle vueltas con la complicidad de la metáfora, del sofisma y de la glosa metafórica y sofística y, al final, le ponía un par de banderillas al quiebro al miura de las conclusiones filosóficas.
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DOLOR. 1) Cuando no es físico, un simple malentendido entre el pensamiento, el instinto y la conciencia. 2) Un verso de Carlos Pardo: «Para el dolor es siempre el primer día».
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FIGURAS RETÓRICAS. A pesar de su nombre de cabaretera (Ana Diplosis, Epi Fora, Meta Bole), de viuda fatal (Ana Strofe, Hipoti Posis), de delito (expolitio, litóte, oxímoron) o de enfermedad venérea (silepsis, catacresis), las figuras retóricas llevan una vida apacible y respetable en el limbo industrial de los laboratoríos poéticos contemporáneos.
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HAIKU. El triple salto mortal de una ranita japonesa sobre el estanque inmóvil de un pequeño pensamiento.
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INTERTEXTUALIDAD. Fenómeno creativo similar al hecho de acostarte durante la vorágine de tu despedida de soltero con Kristeva, la ilustre abuela de tu novia, para demostrar a tus amigos universitarios que controlas intelectualmente a toda tu familia política.
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JUVENTUD. El jerarca nazi Albert Speer, arquitecto favorito de Hitler, era de la opinión de que ningún jefe debería tener más de cincuenta años. Lo razonaba de este modo: «Alguien que haya superado la mitad de la cincuentena y haya tenido éxito en su campo de actividad es incapaz de abandonar las recetas de probada eficacia. Todo se vuelve rutina y presunción».
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LITERATURA. 1) Según Adolfo Salazar, la patria natural de los pastores, cabe suponer que con la exclusión xenófoba de los gremios restantes. 2) Según Ricardo Piglia, «una forma privada de la utopía».
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PALÍNDROMO. La desdichada frase que cree avanzar y que, en calidad, no es más que una serpiente que está tragándose a sí misma.
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VANGUARDIA. 1) Tradición en precario. 2) Práctica de riesgo que cuando se limita a contradecir el presente, acaba siendo en el futuro.

CUENTOS DEL OLIVO, Catherine Gendrin

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CATHERINE GENDRIN, Cuentos del olivo, Vicens Vives, Barcelona, 2019, 126 páginas.

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Acompañan a estos Relatos de la tradición judía y musulmana las ilustraciones de Judith Gueyfier.
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SOPA DE CUCARACHAS


Cuento de Túnez

     El joven Jeha vivía en el barrio de La Goleta, a las afueras de Túnez. Un hermoso día de primavera se levantó con ganas de ver el mar, así que echó a andar por la carretera y, en cuanto pasó un carro, se subió a él de un salto.
   Gracias a esta treta, Jeha llegó en un periquete a Sidi Bou Said, el barrio en el que vivía la gente más rica de la región. Las puertas y ventanas de las casas estaban pintadas de un azul intenso, y las buganvillas trepaban por las paredes blancas de los edificios creando formas caprichosas.
   A Jeha aquel barrio se le antojó un lugar de ensueño. Mientras recorría sus pintorescas calles, soñaba con los frescos patios que sin duda escondían en su interior todas aquellas casas tan hermosas. La imaginación de Jeha echó a volar y el joven se vio a si mismo recostado en un mullido cojín de seda, paladeando el delicioso té con menta que le acababa de servir un criado.
   De repente, a Jeha le llegó un suculento olor a pimientos rellenos y carne a la brasa. El aroma procedía de un bonito restaurante cuya terraza con azulejos dominaba la inmensidad del mar. A Jeha se le había abierto el apetito, pero, por desgracia, no tenía ni un céntimo.
   Después de reflexionar durante unos instantes, el joven se metió en una oscura callejuela. De vez en cuando se agachaba para recoger algo de los adoquines polvorientos. Al cabo de un rato, salió del callejón, se dirigió al restaurante y se sentó en una mesa.
   Jeha pidió cuscús con verduras, cordero asado, zanahorias y calabacines, además de berenjenas y pimientos fritos, unos pasteles de miel y almendra, y un vaso de té con menta. Cuando terminó de comer, el amo del restaurante se le acercó con la cuenta, pero Jeha lo detuvo con un gesto.
   —Todavía no he terminado —dijo—. Tráigame un cuenco de sopa.
   Al amo le extrañó la exigencia, pero, como el cliente siempre tiene la razón, le sirvió sin rechistar un cuenco de sopa humeante. En cuanto el amo se dio la vuelta, Jeha se sacó un puñado de cucarachas del bolsillo y las echó en la sopa con disimulo. Entonces se puso a gritar:
   —¿Se puede saber qué significa esto? ¡Es intolerable!
   El jefe del restaurante acudió muy alarmado.
   —¿Qué ocurre, señor? —preguntó, presa del nerviosismo.
   —Mire: ¡hay cucarachas en la sopa! —exclamo' Jeha—. Yo Pensaba que este era un restaurante decente.
   El amo se dio cuenta de que el resto de clientes empezaba a prestar atención a las quejas y aspavientos del joven. Y como no quería escándalos, le dijo a Jeha:
   —Señor, lo siento mucho, no entiendo qué ha podido pasar. Para compensarle, invita la casa, pero hágame el favor de marcharse.
   Y Jeha se marchó del restaurante como un rey, sin pagar. Con la panza llena y el corazón alegre, fue a dar una vuelta por la playa. Allí se encontró con un amigo de su barrio que era tan pobre como él.
   —Jeha, pareces contento —le dijo el muchacho.
   Y él le explicó cómo se había dado un verdadero festín sin gastar ni un céntimo.
   El amigo escuchó con atención y se acercó al mismo callejón en el que había estado Jeha. Luego se dirigió al restaurante. Encargó cuscús con verduras, cordero asado, zanahorias y calabacines, además de berenjenas y pimientos fritos, unos pasteles de miel y almendra, y un vaso de té con menta.
   Cuando llegó el momento de pagar, pidió un cuenco de sopa. Pero, para su sorpresa, el patrón le dijo:
   —Lo siento muchísimo, señor, hoy no servimos sopa.
   El muchacho se levantó furioso, se sacó un puñado de cucarachas del bolsillo y gritó:
   —¿Y se puede saber qué hago ahora con todos estos bichos?
   En La Goleta, la gente todavía cuenta esta historia para reírse... ¡y para no pensar en las cucarachas que corretean por las calles! 


BAZAR DE ESQUIRLAS, Ricardo Virtanen

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RICARDO VIRTANEN, Bazar de esquirlas, Renacimiento, Sevilla, 2019, 116 páginas.
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A la vida no hay que darle demasiadas vueltas. Acaso tomárnosla como una autopista recta que avanza fugaz hacia la nada.
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Un aforismo tiene la virtud de convertir en movimiento la idea más peregrina.
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Asombrarse y seguir siendo el mismo. 
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La única certeza es que no sabemos y queremos conocer.
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El tiempo confirma una entelequia a la que nos aferramos para captar la sensación de ser reales.
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El humor desestabiliza a los intransigentes. La ironía los inmaterializa.
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Yo soy yo, pero podría ser otro sino mediara un abismo de por medio.
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Las ideas brotan en mí sin ton ni son, como sarmientos en un campo abandonado.
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La verdad siempre la imagino como un pomo en la puerta.

OCURRENCIAS DE UN OCIOSO, Kenko Yoshida

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KENKO YOSHIDA, Tsurezuregusa. Ocurrencias de un ocioso, Hiperión, Madrid, 2010, 206 páginas. Traducción de Justino Rodríguez.
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Una reforma que no acarree ningún bien es mejor no hacerla.
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El especialista en una materia, aunque no tenga conocimiento exhaustivo de ella, la conocerá mejor que el aficionado, por grandes que sean los talentos que éste posea. Esto es lo que distingue a una persona cauta y precavida, que no toma decisiones a la ligera, de aquella otra que hace todo lo que se le antoja. Y lo mismo se puede decir de todo, no sólo de las artes y del ingenio. La base del éxito en la vida está en la prudencia y en la perseverancia. Los talentos, cuando tienen por guía una voluntad débil, van al fracaso.
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La sucesión de las cuatro estaciones se efectúa en un tiempo fijo; sólo la muerte carece de momento determinado. La muerte no sólo nos viene de frente, sino que también nos sorprende por la espalda. Todos sabemos que algún día hemos de morir, pero no sentimos su urgencia y, cuando estamos más desprevenidos, llega. Somos semejantes a los bancos de arena que penetran en el mar: viene una ola y desaparecen.
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Nuestra vida es como la nieve. Creemos que todavía nos queda bastante, pero se nos va marchando por la base y, entre tanto, trabajamos por conseguir muchas cosas y soñamos con ellas.

DESPERTARES, Daniela & Olivier Föllmi

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DANIELA & OLIVIER FÖLLMI, Despertares. 365 pensamientos de maestros asiáticos, Lunwerg, Barcelona, 2007, 752 páginas.
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Aunque nuestras palabras sean justas,
aunque nuestros pensamientos sean exactos,
eso no se adecua a la verdad.
[Maestro Taisen Deshimaru]







Si todo el mundo le alaba, no se siente exaltado;
si todo el mundo le condena, no se siente abatido.
En una palabra, el elogio y la reprimenda no pueden modificar su conducta.
Este hombre tiene su virtud intacta.
En cuanto a mí, todavía soy uno de estos hombres
a los que la opinión de los demás influye de la misma manera que el viento agita las olas.
[Chuang Tsé]

GEOGRAFÍA DE LAS MEMORAIS, Homero Carvalho Oliva

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HOMERO CARVALHO OLIVA, Geografía de las memorias. Antología personal, Micrópolis, Lima, 2019.
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EL CUENTO DE NUNCA ACABAR

   Te quiero más que a mi vida.


LOS TRIGOS SON AZULES, Miguel Ángel Malo

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MIGUEL ÁNGEL MALO, Los trigos son azules, Nazarí, Granada, 2016, 120 páginas.
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Paz Montserrat Ravillo, en su prólogo, afirma: "No se sale indemne de las historias que nos cuenta Miguel Ángel Malo en Los trigos tan azules, pero quiero pensar que este es el único objetivo exigible a la literatura".
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EL ÁLBUM DE LAS MARIPOSAS
Sobre una metáfora de Joaquín Martínez Sabina

   De niña solía cazar mariposas de sangre marrón. Las coleccionaba en un álbum gordo, destartalado. Estaba comido por las esquinas. Había perdido el brillo y los dedos se pegaban en el lomo. 
   Me sentaba sola en el desván y pasaba las páginas, contemplando las alas disecadas junto a los cuerpos pintados con un rotulador negro. Fue mi hermano quien me enseñó a coleccionarlas así, sin cuerpo, para no tener que comprar cajones o cuadros, demasiado caros para nosotros. 
   Siempre me detenía en la cuarta página. Había cuatro mariposas de la misma familia. La más pequeña, la de la esquina de abajo, era yo. 

CONTAR OVEJAS, Axel Lindén

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AXEL LINDÉN, Contar ovejas. Meditaciones sobre 1021 días en el campo, Vergara, Barcelona, 2018, 160 páginas. Traducción de Pontus Sánchez.
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16 de enero
He palpado un par de ovejas más. Las de raza Helsinge están un poco más delgadas que las mestizas. Ahora ya hay buena iluminación en el granero redondo. Todo un hito, para mí y también para las ovejas. No he ido a mirarlas hasta las cinco de la tarde. Había anochecido y no todas estaban dentro; solo he visto diecinueve, cuando tiene que haber veintidós.
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21 de octubre
Ayer estuve montando valla desde el pasto hasta el matadero. Tiempo real, una hora y media. Aun así, la sensación es de haberme pasado todo el día.
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23 de julio
El tiempo es muy seco. Los pastos se agostan. Las ovejas balan. Se acercan a mí cuando entro en el cercado, como si me pidieran que haga llover.
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15 de septiembre
Estoy enfermo. Si hoy las ovejas se hubiesen escapado, habrían corrido cuanto hubiesen querido. He mirado el agua.

DE ALGUNOS ANIMALES, Rafael Sánchez Ferlosio

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RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO, De algunos animales. Bestiario ilustrado, Literatura Random House, Barcelona, 2019, 208 páginas.
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El último libro en el que trabajó Sánchez Ferlosio presenta una miscelánea de textos (artículos, pecios o fragmentos ensayísticos, entre otros géneros) protagonizados por animales, acompañados por las ilustraciones del escritor y zoólogo alemán Alfred Edmund Brehm.

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(Águilas y leones) Echan ahora en ciertos cines un anuncio en el que, mientras se proyecta una preciosa foto de un halcón, se dice en off: «La naturaleza es funcional». La estética funcional, la estética de la eficacia, dominante en Occidente desde antiguo, ha hecho que los animales de mayor prestigio, incluso estético, sean los de garra y los de zarpa, rapaces y felinos; es una estética predatoria que no remite, al fin, sino a la admiración y al culto de la fuerza y el poder. Aguilas y leones son, con mucho, los animales que más frecuentemente se han encaramado a los blasones de la más antigua y más moderna heráldica, emblemas de la fuerza y de su orgullo, hasta llegar -por lo que hace a las águilas- a abrazarlos y sujetarlos por entero. La tan ponderada belleza estratégica del ataque alemán a Francia en mayo de 1940 quedaba resaltada ya en el nombre que, a causa de su figura, le pusieron sus autores: Sichelschnitt, o sea golpe de hoz, y he aquí que la hoz es también, a semejanza de la garra y de la zarpa, curva y cortante.

FÁBULAS Y LEYENDAS DE CHINA, Norman Hinsdale Pitman

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NORMAN HINSDALE PITMAN, Fábulas y leyendas de China, Quaterni, San Fernando de Henares, 2016, 216 páginas. Traducción de Eva González Rosales.
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EL ARRIERO Y LA TEJEDORA

   El arriero era muy pobre. Cuando tenía doce años entró al servicio de un ganadero para ocuparse de su vaca. Después de un par de años, la vaca estaba grande y gorda, y su pelaje brillaba como el oro amarillo. Debía ser una vaca sagrada.
   Un día, cuando la sacó a pastar a las montañas, de repente habló al arriero con voz humana.
   —Este es el Séptimo Día. Hoy las nueve hijas del Rey de Jade Blanco se bañarán en el Mar del Cielo. La séptima hija es hermosa y muy lista; hila las nubes de seda para los regentes del cielo y vigila el hilado que hacen las doncellas en la tierra. Esa es la razón por la que la llaman «la Tejedora». Si vas y te llevas su ropa mientras se baña, te convertirás en su marido y obtendrás la inmortalidad.
   —Pero ella está arriba, en el cielo —replicó el arriero—. ¿Cómo voy a llegar hasta allí?
   —Yo te llevaré —le respondió la vaca rubia.
   Así que el arriero subió a la grupa de la vaca y, en un momento, empezaron a salir nubes de sus pezuñas y se elevó en el aire. Mientras volaban tan rápidamente como el rayo, se escuchaba un silbido parecido al sonido del viento. De repente, la vaca se detuvo.
   —Ya hemos llegado —dijo.
   El arriero estaba rodeado de bosques de crisoprasas y árboles de jade. La hierba era de jaspe y las flores de coral. En el centro de todo aquel esplendor había un enorme mar de unos quinientos acres. Sus olas verdes subían y bajaban, y peces con escamas doradas nadaban en él. Además, había un sinfín de aves mágicas que lo sobrevolaban. Incluso a lo lejos, el arriero podía ver a las nueve doncellas en el agua. Habían dejado sus ropas en la orilla.
   —Llévate el vestido rojo, rápido —le ordenó la vaca—, y escóndete en el bosque con él. Por muy dulce que sea al pedirte que se lo devuelvas, no lo hagas hasta que te haya prometido que será tu esposa.
   El arriero bajó rápidamente de la grupa de la vaca, agarró el vestido rojo y huyó con él. En ese mismo momento, las nueve doncellas lo vieron y se asustaron mucho.
   —Oh, joven, ¿de dónde vienes y cómo te atreves a llevarte nuestra ropa? —exclamaron—. ¡Suéltala de inmediato!
   Pero el arriero no dejó que sus palabras lo afectaran y se agachó tras uno de los árboles de jade. Ocho de las doncellas salieron a la orilla rápidamente para vestirse.
   —Ha querido el cielo que nuestra séptima hermana esté destinada a ser tuya —le dijeron—. Te dejaremos a solas con ella.
   La Tejedora estaba aún metida en el agua, pero el arriero se presentó ante ella, riéndose.
   —Si me prometes que serás mi esposa —le dijo—, te devolveré la ropa.
   Pero a la muchacha no le pareció bien.
   —Soy la hija del mayor de los dioses y no me casaré si él no lo ordena. ¡Devuélveme mi ropa, rápido, o mi padre te castigará!
   —El destino ha querido que os pertenezcáis el uno al otro y para mí será un honor arreglar tu matrimonio —se ofreció la vaca rubia—. Tu padre no pondrá objeción alguna, de eso estoy segura.
   —¡Tú eres un animal sin raciocinio! —exclamó la Tejedora—. ¿Cómo vas tú a arreglar nuestro matrimonio?
   —¿Ves aquel viejo sauce allí en la orilla? Pregúntale a él. Si el sauce habla, entonces es que el cielo desea vuestra unión.
   Y la Tejedora preguntó al sauce.
   —¡Este es el Séptimo Día, el día en el que el Arriero hace la corte a la Tejedora! —contestó el sauce con voz humana.
   La muchacha quedó satisfecha con el veredicto. El arriero le devolvió la ropa y se alejó. La joven se vistió y lo siguió. Y, de este modo, se convirtieron en marido y mujer.
   Pero, siete días después, ella lo abandonó.
   —Mi padre me ha ordenado que me ocupe del telar —dijo al arriero—. Si me retraso demasiado, temo que me castigue. Aunque ahora tengamos que separarnos, nos encontraremos de nuevo.
   Tras decir estas palabras, se marchó. El arriero corrió tras ella pero, cuando estaba a punto de alcanzarla, la Tejedora se sacó del cabello una larga aguja con la que dibujó una línea en el cielo que se convirtió en el Río de Plata. Y así continúan ahora, separados por el río, observándose el uno al otro.
   Desde entonces se encuentran cada año en la víspera del Séptimo Día. Cuando llega ese momento, todos los cuervos del mundo de los hombres alzan el vuelo para formar un puente por el que la Tejedora cruza el Río de Plata. Y ese día no se ve un solo cuervo en los árboles debido a la razón que he mencionado. Además, a menudo cae una fina lluvia el atardecer. Entonces, las mujeres y las abuelitas se dicen unas a otras:
   —¡Esas son las lágrimas que vierten el Arriero y la Tejedora al despedirse!
   Y, por esta razón, el Séptimo Día se celebra en China el Festival de la Lluvia.
   Al oeste del Río de Plata está la constelación de la Tejedora, que consiste en tres estrellas. Y justo delante hay otras tres estrellas con forma de triángulo. Se dice que el Arriero se enfadó una vez porque la Tejedora no quería cruzar el río y le lanzó su yugo, que cayó justo a sus pies. Al este del río está la constelación del Arriero, formada por seis estrellas. A un lado hay un sinfín de estrellitas que forman una constelación afilada en ambos extremos y más ancha en el centro. Se dice que la Tejedora, en respuesta, lanzó su huso al Arriero; pero no lo golpeó y el huso cayó a su lado.

HANAKOTOBA, Alex Pler

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ALEX PLER, Hanakotoba. El lenguaje de las flores, Satori, Gijón, 2019, 216 páginas.

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Este diccionario reúne 113 términos japoneses que no están acuñados en otros idiomas, pero que denominan conceptos y sentimientos universales. Así, tal vez muchos lectores hayan podido experimentarlos sin saber que, en otra lengua como la japonesa, sí que existe el nombre preciso para ellos.
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KOI-NO-YOKAN
恋の予感

El presentimiento de que acabaremos enamorándonos de una persona a la que acabamos de conocer.

   Literalmente significa «premonición (予感) de amor (恋)», pero es diferente de un flechazo o del amor a primera vista (palabra que también existe en japonés: hitomeboreひと目惚れ). El concepto koi-no-yokan no describe una atracción inmediata sino la sensación, casi certeza, de que en el futuro llegaremos a tener una relación amorosa o de que a la larga será alguien decisivo en nuestra vida. Es como la chispa que precede al amor.
   Aunque esta expresión describa un sentimiento espiritual, curiosamente la palabra koi () suele usarse para hablar de un tipo de amor físico y sexual, mientras que la palabra ai (), más popular, equivale al amor romántico tal como lo entendemos nosotros. Así, koi-no-yokan sería algo que podemos sentir físicamente, como un vértigo.

CUENTOS CADA VEZ MÁS CORTOS, Elena M.

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ELENA M., Cuentos cada vez más cortos,  Comanegra, Barcelona, 2011, 142 páginas.

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NADA

   Parecen de la misma edad, pero la mirada de ella que es una puerta, choca contra la mirada de él que es un pozo. Él está sentado y ella de pie en el pasillo del vagón. Él quizás vuelve del instituto porque va con la mochila. Ella también. Ella le ha mirado sin densidad, porque están el uno delante del otro y en algún momento iba a pasar. Él ya la estaba mirando, y en «la estaba mirando» está todo, porque después de ella ya no hay nada. Él parece uno más. Ella no es bonita, pero tiene una palabra escrita en la cara. Él deja de mirarla porque ya no quiere leer más rostros. Y en «deja de mirarla» está todo, porque él no quiere que haya nada, ya. Es tarde, y ésta es su parada.

ETÉREOS, Belén Lorenzo

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BELÉN LORENZO, Etéreos, Escritura entre las nubes, Santa Cruz de Tenerife, 2019, 96 páginas.

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SE RUEGA SILENCIO

   Cuando llega a casa después de un largo día de trabajo, solo espera encontrar silencio. Por eso su mujer apaga la televisión en cuanto lo ve entrar y sus hijos lo abrazan riendo en voz baja. A la hora de la cena, en la cocina del herrero solo se escucha el ruido sordo de las cucharas de palo. 

JARDÍN DE ESCARCHA, Masaoka Shiki

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MASAOKA SHIKI, Jardín de escarcha. 158 haikus, Miraguano, Madrid, 2019, 184 páginas. Edición de Guillermo Sánchez de Molina y Aya Kawakami.
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橋 













 hachi fumeba sakana shinshin migeru haru no mizu


Al pisar el puente
los peces se han sumergido...
Aguas de primavera

AFORISMOS + DIARIO DE HOSPITAL, Julio Barriga

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JULIO BARRIGA, Aforismos + Diario de hospital, El Cuervo, La Paz, 2019.
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Para cuando me llegaron los choclos, ya no tenía dientes.
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¿Qué es ese olor tan lovecraftiano? Soy solo yo que estoy muerto hace tres días.
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Es como si de pronto ya no tuviera tiempo para nadie más que para mí mismo.
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Hay que ayudar al que se pueda, si vale la pena. Igualmente cagar al que se lo merezca, si también lo vale.
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Falsa sabiduría administrada en forma de píldoras: aforismos.
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Así como todo existe para ir a parar a un libro (Mallarmé), el destino de toda obra humana es la basura.

FUERA DE CONTEXTO, Hebe Prado

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HEBE PRADO, Fuera de contexto, Cafecuento, Barcelona, 2017, 192 páginas.

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NOVELADOR

   Tenía fama, aprobación, dinero, su familia lo adoraba... pero en un rapto de sinceridad suicida, convocó a la prensa y declaró: «... no he escrito nada, todo era copiado».
   Hubo un minuto de silencio.
   Y a continuación...
   La ovación fue general.
   «La presentación más espectacular de una novela», rezaba el titular.


PELEA COMO UNA CHICA, Sandra Sabatés

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SANDRA SABATÉS, Pelea como una chica, Planeta, Barcelona, 2019, 176 páginas.

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Ana Juan ilustra este compendio de semblanzas de «mujeres de marcaron los puntos cruciales de la evolución del feminismo en nuestro país y que, por ello, soportaron burlas, críticas, ofensas y humillaciones».
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 “Una mujer que no fuese feminista sería un absurdo tan grande como un rey que no fuese monárquico». 

   María rompía con el estereotipo de mujer de finales del XIX. Era culta, ejercía como maestra, hablaba idiomas y tenía grandes dotes para la escritura. Muy joven publicó Cuentos breves, el primer y último libro que firmó con su nombre. Fueron varias las razones que la llevaron a tomar esta decisión. En primer lugar, la desgana y poco interés que mostró su familia con su primera obra, mientras que a su futuro marido, en cambio, sus allegados le hicieron una fiesta y todo fueron halagos tras su primera publicación. La diferencia es que ella era una mujer, y escribir suponía extralimitarse en su rol de esposa y madre y convertirse en una «literata», término que solía usarse de forma despectiva para referirse a las que consideraban simples aficionadas con aspiraciones literarias. Y eso podía mancillar su excelente trayectoria como profesora. Por esta razón, muchas escritoras del momento publicaron bajo seudónimo; otras, con el aval de algún escritor reconocido; y María, que tampoco estaba dispuesta a dejar de escribir, decidió utilizar el nombre de su esposo, convencida de que así juzgarían su obra como se merecía.
   Tenía veintitrés años cuando conoció a Gregorio Martínez Sierra, que contaba entonces diecisiete. María era una mujer independiente, trabajaba ya en el colegio, así que, al casarse, dependía de ella el sueldo que entraba en casa: cumplía de madrugada con sus labores domésticas, iba luego a la escuela y por las noches escribía los textos que después él se encargaría de firmar. En algunos, Gregorio colaboró. En otros, ni siquiera eso.
   Juntos, fundaron las revistas Helios y Renacimiento. María redactaba artículos. Gregorio estampaba su rúbrica y se colgaba las medallas del éxito y la fama. Llegó a alcanzar incluso notoriedad internacional gracias a los libretos de El amor brujo y El sombrero de tres picos, que ella escribió para su gran amigo Manuel de Falla.
   Crearon la editorial Renacimiento. El auténtico mérito de Gregorio era su labor como gestor, que destacó notablemente dentro del modernismo español. Montaron una compañía teatral. María redactaba disciplinada, sin tregua, mientras alzaba a su marido, entre aplausos y alabanzas, a lo más alto de la dramaturgia española del siglo XX. Se estableció entre ambos una perfecta relación de simbiosis: él necesitaba los textos de María para seguir siendo el extraordinario escritor que los demás creían que era; ella aceptaba y escribía sin parar, cumpliendo las exigencias de su marido con tal de complacer al hombre que amaba mientras daba rienda suelta a su pasión. Y los dos guardaban con celo su secreto. A María nunca se le ocurrió, aun demostrado ya su talento, reivindicar la autoría de sus obras. Ni siquiera cuando Gregorio se enamoró de una joven actriz, Catalina Bárcena. Un duro golpe para la riojana, que sin embargo acabó aceptando con resignación. Y así, mientras los amantes tonteaban entre bambalinas, ella seguía escribiendo, ahora para los dos: para que su marido se llevara la gloria y su amante se luciera en los escenarios. Es lo que sucedió con la exitosa Canción de cuna, que, con el tiempo, tendría su versión cinematográfica en Hollywood; también José Luis Garci hizo su propia adaptación.
   La relación se fue afianzando y Gregorio y Catalina tuvieron una hija. María quiso entonces alejarse de ellos y se marchó llevándose un documento firmado por Gregorio en el que acreditaba la colaboración de la riojana en todas sus obras, para que pudiera cobrar también los derechos. Pero ni siquiera la distancia cambió su relación. María siguió redactando conferencias para él, escribiendo novelas, Tú eres la paz, teatro, Primavera en otoño, e incluso ensayos feministas como Feminismo, feminidad y españolismo y artículos que se publicaron en la sección «La Mujer moderna» de la revista Blanco y Negro. Puso en boca de su marido verdaderos alegatos denunciando la situación de la mujer: «Las mujeres callan por miedo a la violencia del hombre; callan por costumbre de sumisión; callan, en una palabra, porque en fuerza de siglos de esclavitud han llegado a tener alma de esclavas». Y mientras escribía esto, María seguía sumida en el silencio.
   Se dice que fue uno de sus libros, Cartas a las mujeres de España, firmado por Gregorio, el que impulsó la fundación del Lyceum diez años después, del que María formó parte hasta 1931, cuando fundó y presidió La Cívica, sociedad dedicada a promover la cultura entre mujeres de clase obrera. Fue tras caer la monarquía cuando María escribió, entre otros libros, La mujer española ante la República y empezó a firmar con su nombre, aunque manteniendo los apellidos de su marido.
   Empezaba una nueva etapa política, muy esperanzadora para la mujer, y María se involucró de forma activa. Se incorporó al Patronato de Protección de la Mujer, y más tarde se afilió al PSOE. Se presentó a las elecciones de 1933, las primeras con participación femenina, y fue elegida diputada por Granada. Defendió el voto femenino y reivindicó la igualdad de derechos. Y como vicepresidenta de la Comisión de Instrucción Pública organizó conferencias destinadas a la formación de la mujer. Una feminista convencida que, sin embargo, permanecía escondida como escritora tras la figura de su marido. Su compromiso social la llevó a renunciar a su escaño para echar una mano a los mineros en la Revolución de Asturias y a evacuar a los niños a Bélgica en plena Guerra Civil.
   También ella se exilió. Se trasladó a Francia, donde permaneció durante la Segunda Guerra Mundial. Vivía en la miseria, escondida bajo el nombre de Madame Martínez y sobreviviendo a base de bordar zapatillas, a pesar de que la ceguera amenazaba seriamente su vista. Gregorio se había olvidado de ella. Aun así, continuó escribiendo para él hasta su muerte en 1947. Y en ese momento, vio cómo el 50 por ciento de los derechos de sus obras pasaron a manos de su hija.
   Lo que estaba claro es que, a partir de entonces, María sería la única dueña de sus nuevas creaciones. O eso creía, porque pronto experimentó un nuevo revés, esta vez por parte de la industria cinematográfica. Mandó a Hollywood, sin éxito, el guion de una comedia para niños, Merlín y Viviana o la gata egoísta y el perro atontado. Poco después, Walt Disney estrenaba La dama y el vagabundo, con un argumento bastante similar. De nuevo parecía que le arrebataban su obra, ahora sin su consentimiento.
   Su delicada salud la llevó a vivir los últimos años en Buenos Aires. Allí escribió Una mujer por los caminos de España, obra en la que ahora ella pedía a las mujeres que se rebelaran, que no se callasen. Algo que ella misma acabó haciendo en cierta manera poco después, con la publicación de su autobiografía, Gregorio y yo, en la que dejaba entrever esa renuncia intencionada a su autoría. Consideraba que su obra era como un hijo del matrimonio y por lo tanto era lógico que llevara los apellidos del padre. Nada que echar en cara al que fuera su marido. Ni una crítica, ni un solo reproche.
   Mantuvo siempre a salvo su secreto, pero guardó las cartas que le mandó Gregorio suplicándole, en multitud de ocasiones, que siguiera escribiendo para él. Quizás era el único recuerdo que la mantenía cerca del hombre al que amó. O simplemente, su manera de contarle al mundo la verdad: que tras esas exitosas obras de teatro, novelas, libretos, conferencias, artículos y ensayos feministas, se escondía ella, una mujer: María de la O Lejárraga.

CUENTOS, Gianni Rodari

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GIANNI RODARI, Cuentos, Edebé, Barcelona, 2006, 192 páginas.

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POR QUÉ LA GENTE SE MUERE Y NO VUELVE A NACER

   Hace mucho, mucho tiempo, la Luna, que muere y renace cada cuatro semanas, le dijo un día a la liebre:
   —Ve y anuncíales a los hombres que, así como yo muero y vuelvo a nacer, ellos también morirán y renacerán.
   La liebre, sin embargo, al comunicar a la gente el mensaje de la Luna, cayó en una gran confusión. Y esto fue lo que dijo:
   —Como yo muero y no vuelvo otra vez a la vida, también vosotros moriréis y no volveréis a nacer. 
   Cuando la liebre estuvo de vuelta, la Luna le preguntó qué le había dicho a la gente.
   —Que como yo muero y no vuelvo otra vez a la vida, también vosotros moriréis y no volveréis a nacer.
   —Pero ¿por qué has dicho semejante cosa? —gritó la Luna y, furiosa, le arrojó encima un palo que la golpeó en el hocico y le partió el labio.
   La liebre se escapó y, desde aquel entonces, siempre ha tenido el labio partido que, mira tú por dónde, se llama leporino.
   Y los seres humanos, desde aquella época, mueren y no vuelven a nacer.


RELÁMPAGOS, Rosario Troncoso

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ROSARIO TRONCOSO, Relámpagos, Editorial Norbanova, Cáceres, 2019, 64 páginas.
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Si las musas dictan desde lejos se nos quedan los dedos fríos.
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En los talleres de poesía no se enseña el pellizco, el calambre ni la sutileza.
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Los cimientos de papel son los más sólidos.
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Con lo negro del futuro me pinto las pestañas.
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La paz. El equilibrio. La serenidad. La virtud de estar completamente muerto.
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Borrar también el olvido es la muerte verdadera.
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Abuso de la primera persona: es una grosería desnudar el alma en otros cuerpos.
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La pasión abre agujeros por donde entra la nieve.

CHISPAS, Luis Goytisolo

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LUIS GOYTISOLO, Chispas, Anagrama, Barcelona, 2019, 136 páginas.

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EL JOYCE ESE

   —En una biografía de Joyce he leído que, cuando vivía en Zúrich, se dedicaba a espiar a una vecina de la galería de enfrente para pillarla cuando iba al retrete: ella acabó dándose cuenta y entonces empezó a demorarse tanto antes de entrar como al salir, gestos de lo más expresivo respecto a lo que iba a hacer o ya había hecho. Todo un flirteo.
   —¡Anda! ¿Y tú te lo crees?
   —Tratándose de Joyce, por supuesto. ¡Si era un voyeur! Fíjate cómo al comienzo de Ulises ya se cuenta que Leopold Bloom, el protagonista, se va a evacuar después del desayuno. Luego, en la playa, observando a unas adolescentes, acaba acariciándose el pito a través del bolsillo. Y ya de noche, un tanto colocado, la visita a la casa de putas. Y sobre el final, cuando acaba besando el culo de su mujer, ya dormida, y que ha estado follando con otro, como él bien sabe.
   —Lo leí hace ya mucho y un poco por encima, pero eso del beso lo recuerdo perfectamente. Supongo que abriéndole un poco las nalgas. ¡Menudo guarro!
   —Pero ¿por qué te escandalizas? Es un tipo de erotismo de lo más extendido: sexo anal.
   —¿Con una mujer? Yo creía que eso era entre hombres, cosa de gays, vamos. Al no poder hacerlo por delante...
   —Qué dices! Claro que es algo de lo que no se habla mucho, pero a las mujeres suele encantarles.
   —Y qué me dices de la coprofagia?
  —Son cosas que no tienen nada que ver una con otra. Ni siquiera con eso de que hay quien se excita viendo a una mujer haciendo caca y, a partir de ahí, se pone a hacer una serie de porquerías.
   —Pues, por lo que cuentas, Joyce podría haber sido uno de esos.
   —No te diré que no.
   —¡Pero bueno! ¿Se puede saber quién es ese Joyce del que estáis hablando? ¿Cómo y cuándo le habéis conocido?

CUENTOS OSCUROS, Varios Autores

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VARIOS AUTORES, Cuentos oscuros, Ojos Verdes, Alicante, 2015, 156 páginas.

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GLORIA

   El día amaneció sumido en un bostezo blanco, inmerso en esa niebla escayolada que a menudo hace naufragar bosques y pueblos enteros en estos valles de Somiedo. Pero esta mañana, una bruma como un mar de nata se ha asentado asfixiante sobre la aldea y apenas los truenos, como aldabas del infierno, traspasan la marmórea nube hasta sacudir la harina que Rosalía dispone sobre la encimera. Hoy se cumple un lustro, parece mentira, cinco años desde que su hijita Gloria se marchara de casa.
   Rosalía celebra esta fecha preparando la tarta de nueces que tanto gusta a la niña, a la que colocará una resplandeciente guinda y las mismas doce velas de los últimos cuatro años. Le llevará una porción y desde el tercer peldaño de la escalera de mano, cuidadosamente, con una cucharilla renovará la guinda de la marchita lengua de su hija.
   Más tarde, cuando cesen los mugidos y los cencerros, cuando Antonio haya recogido y puesto a buen recaudo la herrumbrosa vacada de casinas, también él la visitará.
   A Gloria nunca le gustaron los juegos de su padrastro, le horrorizaban sus manos grandes y sucias. Lo que si le divierte es que la columpie. El suave balanceo de soga le hace sentir más viva que las cecinas que la rodean y la acompañan estos días en que la tormenta hace crujir la madera de aquel hórreo a la deriva. 

Sergio Martín de la Torre

CUENTOS, Gianni Rodari

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GIANNI RODARI, Cuentos, Edebé, Barcelona, 2006, 192 páginas.

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POR QUÉ EL BÚHO SE ESCONDE DE DÍA

   Hace muchísimo tiempo, el búho trabajaba de tintorero. Todos los pájaros acudían a él para hacerse teñir las plumas. El búho se las teñía de los colores más hermosos, atendiendo a sus deseos. Todos estaban satisfechos de él, excepto el cuervo, que despreciaba el arte del búho tintorero y se jactaba siempre del candor inmaculado de sus plumas. Pero un buen día se cansó de tanta blancura y voló hacia el búho para decirle:
   —Tiñe también mis plumas. Pero las quiero de un color especial, ningún otro pájaro en el mundo debe tenerlas igual.
   El búho pensó un poco antes de decidir qué color daría a las plumas del cuervo. Y al final eligió el negro:
   —Ahora tus plumas son de un color único en el mundo.
   Cuando el cuervo se dio cuenta de que, en realidad, eran completamente negras, como si hubiese entrado por una chimenea, montó en cólera. Pero ¿qué podía hacer ahora? Desde aquel día, todos los cuervos salieron vestidos de negro.
   Pero no perdonaron nunca al búho. Cada vez que lo ven, se le echan encima y, si pudiesen, acabarían con él. Éste es el motivo de que el búho se oculte durante todo el día y vuele en busca de sus presas sólo de noche, cuando todos los cuervos duermen.