EL FUTURO ES FEMENINO, Sara Cano
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SARA CANO, El futuro es femenino, Nube de tinta, Barcelona, 2018, 48 páginas.
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Agustina Guerrero, María Hesse, Ana Santos, Naranjalidad, Lady Desidia, Laura Agustí, Elena Pancorbo y Amaia Arrazola ilustran estos Cuentos para que juntas cambiemos el mundo.
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PENDIENTES
No sé si voy a poder.
Ana siempre me dice que soy una cobardica, pero no es por eso. Es que el imperdible está afiladísimo. Ni siquiera me atrevo a sujetarlo muy cerca de la punta, no sea que me pinche el dedo. Me dan muchísimo miedo las agujas. Las agujas duelen, y yo no quiero hacerme daño, pero...
Pero me tengo que atrever.
Me tengo que atrever porque se lo he prometido a Julia y a Ana. Una promesa de mejores amigas. Dicen que solo duele durante un momento, y luego...
No puedo.
Seguro que pincha tanto como el aguijón de la avispa que me picó en la piscina el verano pasado. Estaba jugando en el bordillo y apoyé la mano encima del bicho sin darme cuenta. Nunca antes me había picado una avispa y, más que un pinchazo, fue como si se me hubieran clavado un par de cuchillos diminutos. La palma empezó a escocerme muchísimo, y la picadura se me puso como una pelota, y se me empezó a hinchar el brazo, y me tuvieron que llevar al ambulatorio, y la doctora me puso una inyección enorme que acabó doliéndome más que la propia picadura. Al principio me la quería poner en el brazo pero, en cuanto la vi venir con la jeringuilla en la mano, me puse a llorar y a moverme sin parar porque no quería que me pinchara. Las agujas duelen. Al final, tuvo que pincharme en el cachete mientras papá me sujetaba y mamá me tranquilizaba.
Ahora ni mamá ni papá están conmigo. Estoy yo sola, delante del espejo del baño, y no puedo llamarlos porque se van a enfadar muchísimo conmigo si se enteran de lo que estoy haciendo. Seguro que me castigan sin ir al cumpleaños esta tarde. Y yo tengo que ir al cumpleaños, se lo he prometido a Julia y a Ana. Una promesa de mejores amigas. Les he prometido que iré con pendientes, como ellas, porque así las tres estaremos muy guapas.
Hoy Julia cumple diez años. Le han dado permiso para hacerse los agujeros en las orejas y va a ir con su hermano mayor a la farmacia para poder estrenar sus pendientes nuevos en la fiesta. A Ana le hicieron los agujeros en el hospital cuando nació, así que ella lleva pendientes desde que era un bebé. Pero yo no tengo. Mamá y papá dicen que les daba pena hacerme daño y que no querían decidir por mí, que a lo mejor cuando fuera mayor ni siquiera me gustaba tener las orejas agujereadas. Pero ahora ya soy mayor y he decidido que sí quiero agujeros en las orejas porque así también podré ponerme pendientes. Bueno, hasta hace unos días no quería, porque las agujas me dan muchísimo miedo. Las agujas duelen. Pero ahora sí quiero. Casi todas las chicas de clase los llevan, yo soy de las pocas que todavía no se han hecho los agujeros. Y esta tarde quiero estar igual de guapa que ellas. Además, se lo he prometido a Ana y a Julia. Una promesa de mejores amigas.
Lo que pasa es que no se si me voy a atrever.
Pero me tengo que atrever.
Respiro hondo y me miro al espejo. Ensayo cómo voy a colocarme el pelo para que me tape las orejas, y que mamá y papá no se den cuenta de lo que he hecho ni me castiguen sin ir al cumpleaños. Después de un rato, me atrevo a tocar la punta del imperdible con la yema del dedo, y vuelvo a limpiarla con el alcohol que he cogido del botiquín. Ana me ha dicho lo que tengo que hacer para que no se me infecten las heridas y que me dolerá menos si me pongo un poco de hielo antes del pinchazo. También me ha explicado que es muy importante ponerse algo en el agujero justo después para que la herida no se me cierre. Miro los pendientes que me ha prestado Julia. Son muy bonitos, iguales que los que ella va a estrenar esta tarde, solo que plateados.
Cuento hasta tres, contengo la respiración y cierro los ojos. Sé que no debería cerrarlos, que si no miro puedo pincharme en el moflete o en otro sitio, y que eso sería peor... No quiero n¡ pensarlo, pero es que si los abro sé que no voy a atreverme a hacerlo.
Pero me tengo que atrever, porque se lo he prometido a Julia y a Ana. Una promesa de mejores amigas. No quiero que piensen que soy una cobarde ni que se rían de mí. Quiero ponerme pendientes, porque los pendientes son bonitos y te hacen estar guapa. Y yo también quiero estar guapa, como todas las demás niñas de mi clase.
Tomo impulso con el brazo, me acerco la aguja. Noto que la punta se me clava y que algo caliente me resbala por la piel. Un escozor intenso y desagradable me palpita en el lóbulo de la oreja. Como el picotazo de la avispa, como el pinchazo de la aguja en el ambulatorio.
Cuando abro los ojos y vuelvo a mirar, la niña que hay delante de mí no me parece guapa. Está pálida y asustada, tiene la oreja manchada de sangre reseca y las mejillas surcadas de lágrimas. Lágrimas que brotan de unos ojos rojos, hinchados y avergonzados.
Las agujas duelen.
No puedo. No me atrevo.
Y la verdad es que no me quiero atrever.
Y no me tengo que atrever, si no quiero.
Ahora ni mamá ni papá están conmigo. Estoy yo sola, delante del espejo del baño, y no puedo llamarlos porque se van a enfadar muchísimo conmigo si se enteran de lo que estoy haciendo. Seguro que me castigan sin ir al cumpleaños esta tarde. Y yo tengo que ir al cumpleaños, se lo he prometido a Julia y a Ana. Una promesa de mejores amigas. Les he prometido que iré con pendientes, como ellas, porque así las tres estaremos muy guapas.
Hoy Julia cumple diez años. Le han dado permiso para hacerse los agujeros en las orejas y va a ir con su hermano mayor a la farmacia para poder estrenar sus pendientes nuevos en la fiesta. A Ana le hicieron los agujeros en el hospital cuando nació, así que ella lleva pendientes desde que era un bebé. Pero yo no tengo. Mamá y papá dicen que les daba pena hacerme daño y que no querían decidir por mí, que a lo mejor cuando fuera mayor ni siquiera me gustaba tener las orejas agujereadas. Pero ahora ya soy mayor y he decidido que sí quiero agujeros en las orejas porque así también podré ponerme pendientes. Bueno, hasta hace unos días no quería, porque las agujas me dan muchísimo miedo. Las agujas duelen. Pero ahora sí quiero. Casi todas las chicas de clase los llevan, yo soy de las pocas que todavía no se han hecho los agujeros. Y esta tarde quiero estar igual de guapa que ellas. Además, se lo he prometido a Ana y a Julia. Una promesa de mejores amigas.
Lo que pasa es que no se si me voy a atrever.
Pero me tengo que atrever.
Respiro hondo y me miro al espejo. Ensayo cómo voy a colocarme el pelo para que me tape las orejas, y que mamá y papá no se den cuenta de lo que he hecho ni me castiguen sin ir al cumpleaños. Después de un rato, me atrevo a tocar la punta del imperdible con la yema del dedo, y vuelvo a limpiarla con el alcohol que he cogido del botiquín. Ana me ha dicho lo que tengo que hacer para que no se me infecten las heridas y que me dolerá menos si me pongo un poco de hielo antes del pinchazo. También me ha explicado que es muy importante ponerse algo en el agujero justo después para que la herida no se me cierre. Miro los pendientes que me ha prestado Julia. Son muy bonitos, iguales que los que ella va a estrenar esta tarde, solo que plateados.
Cuento hasta tres, contengo la respiración y cierro los ojos. Sé que no debería cerrarlos, que si no miro puedo pincharme en el moflete o en otro sitio, y que eso sería peor... No quiero n¡ pensarlo, pero es que si los abro sé que no voy a atreverme a hacerlo.
Pero me tengo que atrever, porque se lo he prometido a Julia y a Ana. Una promesa de mejores amigas. No quiero que piensen que soy una cobarde ni que se rían de mí. Quiero ponerme pendientes, porque los pendientes son bonitos y te hacen estar guapa. Y yo también quiero estar guapa, como todas las demás niñas de mi clase.
Tomo impulso con el brazo, me acerco la aguja. Noto que la punta se me clava y que algo caliente me resbala por la piel. Un escozor intenso y desagradable me palpita en el lóbulo de la oreja. Como el picotazo de la avispa, como el pinchazo de la aguja en el ambulatorio.
Cuando abro los ojos y vuelvo a mirar, la niña que hay delante de mí no me parece guapa. Está pálida y asustada, tiene la oreja manchada de sangre reseca y las mejillas surcadas de lágrimas. Lágrimas que brotan de unos ojos rojos, hinchados y avergonzados.
Las agujas duelen.
No puedo. No me atrevo.
Y la verdad es que no me quiero atrever.
Y no me tengo que atrever, si no quiero.
Ana Santos
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