ARAÑAS EN EL SILENCIO, Jeremías Ramírez Vasilla

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JEREMÍAS RAMÍREZ VASILLA, Arañas en el silencio: minificciones, Ediciones La Rana, Guanajuato, 2011, 160 páginas.

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CANASTITAS DE PAJA

   El semáforo marca el alto. Ella ve a un joven de rasgos suaves al volante de un auto rojo. Él ve a una anciana encorvada y sucia que se acerca con unas canastitas de paja. El joven tiene cara de buena gente, dice ella, ojalá me compre una. Que no venga, que no venga, dice él y finge que busca algo debajo del tablero. La anciana acerca sus canastitas a la ventana cerrada y se pregunta: ¿Qué está haciendo? ¿Por qué no abre su ventana? Ya, que se vaya, que se vaya, ruega él. El semáforo marca siga. Por qué se va, piensa la anciana. No me compró nada. Apoyándose en su bordón, regresa a la acera. Él la mira por el retrovisor luchando por subirse a la banqueta. Algo en el fondo le ensucia el ánimo.

¡VAYA FIGURA!, Cecilia Campironi

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CECILIA CAMPIRONI, ¡Vaya figura!, Thule, Barcelona, 2017, 64 páginas.

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De la mano del Señor Lítote y Tata paráfrasis para pasear con la Princesa Símil o el Profesor Palíndromo. Un modo muy divertido de aproximarse a las figuras retóricas. Otro acierto de Thule Ediciones.
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SEÑOR LÍTOTE

   A fuerza de negar con la cabeza, el señor Lítote hace años que sufre tortícolis. Le parezca bien o le parezca mal, siempre va con un amable «no» por delante. Es para suavizar su forma de expresarse, siempre negando lo contrario de lo que quiere decir. Cuando algo le emociona o alegra su corazón, exclama: «¡No está tan mal!». En cambio, si algo le resulta insoportable, tan solo barrunta: «No me vuelve loco». Y cuando le atacan fiebres altas, después de estornudar hasta sacar las entrañas y toser entre vómitos, susurra quedamente: «Creo que no me encuentro muy bien». 


LOS JINETES DE LA EPOCAELIPSIS, Héctor Olivera Campos

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HÉCTOR OLIVERA CAMPOS, Los Jinetes de la epocaelipsis: es época de elipsis, es tiempo de microrrelatos, Createspace, North Charleston, 2017, 144 páginas.

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EL NIÑO CHIVATO

   Nada le producía a aquel niño mayor satisfacción que el encontrar un motivo para chivarse. El niño la tenía especialmente tomada con la familia del carpintero, vecinos de su calle: "Los de la carpintería dejan la acera llena de serrín"; "a la mujer del carpintero la visitó un hombre muy extraño que vestía de blanco"; "el hijo del carpintero, ese sabelotodo insufrible, se escapó por pascuas y sus padres se volvieron locos buscándolo".
   El niño se hizo adulto. Su última delación fue recompensada con treinta monedas de plata.

TERRA INCÓGNITA, Ricardo Silva-Santisteban

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RICARDO SILVA-SANTISTEBAN, Terra incógnita, Alastor Editores, Lima, 2016, 272 páginas.

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Fresca fontana
Quietud del alto otoño
Aves en vuelo.

LÍNEAS DE FLOTACIÓN, Felix Trull

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FELIX TRULL, Líneas de flotación, Libros al Albur, Sevilla, 2018, 50 páginas.
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Prepararse para el placer ya es la mitad del placer. O, incluso, las tres cuartas partes.
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No hay amores imposibles, sino corazones apresurados.
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Contra el vicio de cerrar, la virtud de reabrir.
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Quizás para ver más haya que mirar menos.
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Tanto fluir, tanto fluir, acaba yéndose todo por el sumidero.
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La libertad se conquista siendo libre. Y de ninguna otra forma.
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La normalidad es del color del raro que la mira.
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Plebiscito lo es todo. Ya pisar la calle es jugársela a cara o cruz.
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Encontré mi punto de reposo y detuve el mundo.
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Estoy tan pasado de moda, que pronto seré vintage.

HORAS EN UNA BIBLIOTECA, Virginia Woolf

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VIRGINIA WOOLF, Horas en una biblioteca, El Aleph, Barcelona, 2005, 286 páginas.

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JANE AUSTEN Y LOS CISNES

   De todos los escritores que han sido, Jane Austen, convendría tenerlo presente, es la que menos motivos de queja tiene con la crítica. Sus principales admiradores siempre han sido los que escriben novelas además de ser críticos, y desde los tiempos de Walter Scott hasta los tiempos de George Moore ha recibido toda clase de elogios, siempre con una distinción poco corriente.
   Convendría tenerlo presente. Deberíamos haberlo supuesto. Sin embargo, el libro de la señorita Austen-Leigh nos demuestra que habríamos pecado de optimistas y habríamos sido confiados en exceso. Nunca habíamos tenido ante nosotros prueba incontestable de la incorregible estupidez de los críticos. Desde que Jane Austen se hizo famosa, los críticos no han hecho sino mascullar inanidades a coro. No le gustaban los perros, no tenía ningún aprecio por los niños; Inglaterra le daba lo mismo; era indiferente a cualquier asunto público; no tenía erudición, no había leído apenas; no era una mujer de religión; era alternativamente fría y áspera; no conocía a nadie fuera de su círculo familiar; extraía su pesimismo sobre la vida familiar por haber observado a fondo las diferencias existentes entre su padre y su madre. La señorita Austen-Leigh, cuya piedad es natural y comprensible, aun cuando sus desvelos a la fuerza han de parecernos excesivos, se halla persuadida de que existe algún «malentendido» en torno a Jane Austen, y se ha propuesto deshacer el entuerto tomando uno por uno a todos esos cisnes de engañoso plumaje para retorcerles el pescuezo. Alguien, debidamente resguardado en el anonimato y preciso es suponer que bastante fantasioso, ha manifestado su opinión de que Jane Austen no reunía las condiciones necesarias para escribir acerca de la nobleza rural inglesa. Lo cierto, dice la señorita Austen-Leigh, es que por parte de padre descendía de los Austen, que surgieron, «como tantas otras familias de rancio abolengo, del poderoso clan de los sastres»; por parte de su madre descendía de Leigh de Addlestrop, quienes recibieron en su casa solariega al rey Carlos. Por si fuera poco, ella misma asistía a los bailes de buen tono. Se movía a sus anchas en la buena sociedad. «Jane Austen estaba en todos los sentidos muy bien preparada para escribir sobre la vida y los sentimientos de la nobleza rural inglesa». Con esa conclusión estamos plenamente de acuerdo. Con todo, el hecho de que una esté bien preparada para escribir acerca de una determinada clase social, podría aducirse como prueba concluyente para demostrar que no está bien preparada para escribir acerca de otra. Tan profunda observación hay que acreditársela a otro cisne, o ganso, no menos anónimo que el primero. No: con toda sinceridad, la señorita Austen-Leigh también consigue acallarlo. Jane Austen, nos asegura, ha dispuesto de oportunidades de conocer la vida en toda su amplitud mucho mayores de lo que suele ser habitual en el caso de cualquier hija de clérigo. Un tío político suyo residió en la India y fue amigo de Warren Hastings. Sin duda tuvo que escribirles para hablarles tanto del juicio como del clima. Un primo carnal se casó con una noble francesa que fue guillotinada. Sin duda tuvo algo que decir sobre París y la Revolución. Uno de sus hermanos realizó el Grand Tour, y dos estuvieron en la Marina. Es, por lo tanto, innegable que Jane Austen pudo «complacerse en sus románticos caprichos poniendo la India o Francia por telón de fondo», pero no es menos innegable que Jane Austen jamás hizo tal cosa. En cambio, es difícil negar que, de haber sido no solo Jane Austen, sino también Lord Byron y el Capitán Marryat, sus obras habrían poseído méritos que, tal como son las cosas, en verdad no podemos decir que se encuentren en ellas.
   Dejando a un lado estas exaltadas regiones de la crítica literaria, los reseñistas vituperan ahora su carácter. Era fría, dicen, y «daba la espalda a todo lo que fuera triste, desagradable o doloroso». De esto es sencillo dar cuenta. Los archivos familiares contienen sobradas pruebas de que cuidó a una prima cuando tuvo el sarampión, y «cuidó a su hermano Henry, en Londres, de una enfermedad que por poco le cuesta la vida». Según las mismas fuentes, es igual de fácil dar cuenta y descartar de plano la malévola afirmación de que era la hija analfabeta de un padre analfabeto. Cuando el reverendo George Austen dejó su casa en Steventon, vendió quinientos libros. El número que sin duda conservó es más que suficiente para demostrar que Jane Austen era una mujer leída. En cuanto a la calumnia de que su vida familiar fue un cúmulo de desdichas, bastará con citar las palabras de un primo que tenía por costumbre pasar temporadas en casa de los Austen. «Cuando me hallo en esta sociedad liberal, siempre me vienen a la memoria la sencillez, la hospitalidad y el buen gusto que por lo común prevalecen en distintas familias residentes en los deliciosos valles de Suiza». El crítico maligno y machacón de turno aún insiste en que Jane Austen era una mujer carente de moralidad. Desde luego, es una acusación difícil de rebatir. No bastará con citar su propia declaración: «Me gustan muchísimo los sermones de Sherlock». El testimonio del arzobispo Whately no nos convence. Tampoco podemos suscribir personalmente la opinión de la señorita Austen-Leigh, según la cual en todas sus obras «salta a la vista una línea de pensamiento, un motivo de elegancia, una cualidad positiva, una necesidad. Se llama Arrepentimiento». La verdad se nos antoja bastantísimo más complicada.
   Si la señorita Austen-Leigh no arroja demasiada luz sobre ese problema, hace en cambio algo por lo que es preciso estarle agradecidos. Da a la imprenta algunas notas que tomó Jane a los doce o trece años de edad en los márgenes de la Historia de Inglaterra de Goldsmith. Son ligeras y son infantiles, no sirven de gran cosa, diríamos, para refutar a los críticos que sostienen que carecía de emociones, de sentimientos, de pasiones. «Mi querido señor G., llevo en este mundo tiempo suficiente para saber que siempre ha sido así». Enmienda la plana al autor con verdadera gracia. «¡Oh, oh! ¡Malvados!», exclama en contra de los puritanos. «Querido Balmerino, no sabría expresar cuánto lo siento por ti», anota cuando llega la ejecución de Balmerino. En esas notas no hay nada más que eso. Oír a Jane Austen decir cosas sin sustancia con su voz natural, cuando los críticos han debatido largo y tendido si era una dama, si decía la verdad, si sabía leer, si tenía alguna experiencia personal en la caza del zorro, es sumamente descorazonador. Recordamos que Jane Austen escribió novelas. Tal vez a sus críticos les sentara bien dedicar un rato a leerlas.

BREVERÍAS, Beatriz Aloé

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BEATRIZ ALOÉ, Breverías,  Piso 12, Buenos Aires, 2007, 72 páginas.
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LIMPIEZA

   Los vidrios del tercero quedaron impecables y ella, bien muerta, tendida sobre la vereda, las piernas blancas y regordetas entreabiertas y un trapo gris en una de sus manso. El limpia‐vidrios yacía algo más lejos. 
   Desde el balcón de enfrente me quedé pensando que los vidrios de casa estaban sucios y necesitaban una limpieza.

CANTO VILLANO, Blanca Varela

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BLANCA VARELA, Canto villano. Poesía reunida 1949-1994, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1996.

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JUEGO
entre mis dedos
ardió el ángel

HAIKUS OSCUROS, Luis Bermer

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LUIS BERMER, Haikus oscuros, Lektu, 2015, 152 páginas.
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La calavera.
Blanco cristal de hueso
donde vivimos.

LOS SILENCIOS DE HOMERO, Raúl Renán

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RAÚL RENÁN, Los silencios de Homero, Ciudad de México, Aldus-UAM, 1998, 112 páginas.

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CANTOS DE MUSAS

   Los cantos que entonaban las Musas con timbres de todas las gargantas, iban alados hacia los héroes que blandían las espadas en defensa de su tierra. La cítara de Apolo no auxiliaba en modo alguno a las voces, porque su música la inventaba para las mujeres que desde sus aposentos tejían los dedos con muslos apretados. En el campo de batalla los combatientes sentían concentradas sus fuerzas en el ángulo de las piernas, e inspirados arremetían contra el enemigo.

TEATRO DE SOMBRAS, Fermin López Costero

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FERMÍN LÓPEZ COSTERO, Teatro de sombras, Nazarí, Granada, 2016, 138 páginas.

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LOS APARECIDOS

   Con frecuencia, pero también cuando menos lo espero, se me aparecen mis padres. Tras el susto inicial, el miedo va dejando paso a un sentimiento de impotencia y de rabia, porque, por más empeño que pongo, nunca consigo comunicarme con ellos. Me gustaría decirles, sobre todo, que los echo mucho de menos, que me cuesta asumir que aquel desgraciado accidente me haya privado de su compañía.
   Luego, cuando desaparecen, me quedo durante horas muy triste, abrazado a las flores que amorosamente han depositado sobre mi lápida.

LA SANGRE DE MEDUSA, José Emilio Pacheco

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JOSÉ EMILIO PACHECO, La sangre de Medusa y otros cuentos marginales, Era, Ciudad de México, 2014 (1990), 166 páginas.

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MEMORIAS DE JUAN CHARRASQUEADO

   -Yo no lo maté: él solito se le atravesó a la bala.

DOBLE CAMARA FALSA DE GESELL, José Manuel Ortiz Soto

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JOSÉ MANUEL ORTIZ SOTO, Doble camara falsa de Gesell, Edición de autor, 2013, 76 páginas.

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MIMETISMO

   Un estremecimiento le recorre el cuerpo, y él se va haciendo chiquito hasta ser menos que un grano de arena en la inmensidad de aquel desierto. Corta de vista, la araña gigante pasa de largo. 

AFORISMOS DEL NO MUNDO, Juan Eduardo Cirlot

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JUAN EDUARDO CIRLOT, Aforismos del no mundo, Renacimiento, Sevilla, 2018, 96 páginas. 

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Antonio Rivero Taravillo recoge en este volumen toda la producción aforística de Cirlot: Ontología (1950) y Del no mundo (1969).
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Porque en la unidad ya hay multiplicidad, lo múltiple llega a existir. Porque en la nada ya está todo, la totalidad llega a aparecer.
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Los contrarios no son fuerzas paralelas: convergen en el ser.
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Hay un plano en el que la imagen reflejada y el espejo son dos realidades. Pero hay otro plano en que son una misma cosa.
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Muerte no es solamente la terminación personal. Muerte es todo cese. Siempre que lo más mínimo se separa, se experimenta la muerte.
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¿Ética? Dos virtudes cardinales: valor, para resistir la verdad del ciclo substancialmente estéril; generosidad, para recorrer con entusiasmo todos los grados de ese círculo.
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La vida: una música que crea esculturas que, por seguir siendo música, se desarrollan, culminan, cambian, decaen, cesan.
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Donde termina la necesidad del bien, empieza la necesidad del mal.
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La muerte es el reino de lo oculto; de lo que está pero no ha aparecido.
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La cosa en sí tiene forma radiante.
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El ser no es libre sino por la acción del caos.

EL OSARIO DE DIOS, Alfredo Armas Alfonzo

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ALFREDO ARMAS ALFONZO, El osario de Dios, Monte Ávila, Caracas, 1978, 192 páginas.

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   Engracia Magna Pastora Toribia Rafaela le pusieron a la hora de las aguas y no crecía, mamá lo atribuía a la carga de tanto nombre.

EL GRIMORIO, Enrique Anderson Imbert

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ENRIQUE ANDERSON IMBERT, El grimorio, Losada, Buenos Aires, 1961, 248 páginas.

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ALAS

   Yo ejercía entonces la medicina en Humahuaca. Un tarde me trajeron un niño descalabrado; se había caído por el precipicio de un cerro. Cuando para revisarlo le quité el poncho vi dos alas. Las examiné: estaban sanas. Apenas el niño pudo hablar le pregunté:
   -¿Por qué no volaste, m’hijo, al sentirte caer?
   -¿Volar? -me dijo- ¿Volar, para que la gente se ría de mí?

DUELOS Y QUEBRANTOS, Germán Coppini & Jorge San Román

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GERMÁN COPPINI & JORGE SAN ROMÁN, Duelos y quebrantos, Vision Net, Madrid, 2007, 104 páginas.

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Paul Naschy destaca en el Pórtico (p. 5) a este libro subtitulado Cuentos escabrosos del Gran Miracoloso el carácter innovador, personalísimo e irreverente de Germán Coppini, Jorge San Román y el ilustrador, Miracoloso.
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HUÉSPEDES Y VECINOS

   «Lo primero que hicieron nuestros soberanos al tornar Granada, fue expulsar de nuestra tierra a todos los enemigos de la cristiandad», relataba Carnicerito.
   «Los judíos siempre han acusado de fanáticos e intolerantes a nuestros señores por el decreto, pero ¿acaso no eran verdaderos conspiradores políticos, primas hermanos de los árabes, al servicio de los turcos?
   Era sumamente peligroso, tener tan cerca de unos vecinos tan inquietos y poderosos como los árabes, que venían desde muy lejos ganando tierras y este peligro aumentaba el odio hacia los judíos, que paraban en nuestras tierras.
   Estos hijos de Satanás, podían convertirse fácilmente en aliados suyos para ayudarles un día a cruzar el estrecho. ¿Qué habría pasado entonces? ¿Es que hay algún país en guerra, que consienta dentro de sus tierras a los aliados del enemigo?
   Los judiotes, estaban organizados en verdaderas sociedades secretas. En sus misas negras, se preparaban crímenes horribles, monstruosos y sacrílegos; como el asesinato de un santo Obispo de Zaragoza y el martirio en La Guardia de un querubín, en el que se había reproducido la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, azotándole y enculándole, coronándolo de espinas y crucificándolo ¡Raza tan vil, no se ha visto jamás, señores!
   Robaban hostias consagradas de las iglesias, para luego utilizarlas en sus rituales demoníacos. Por todo ello, nuestras Católicas Majestades, echaron a estos deicidas de nuestros reinos para asegurar la unidad.
   De no haber sido así, España habría sido un conjunto de razas y pueblos mezclados y desunidos.
   Los echamos, sí señores, y los volveríamos a echar: como se echa de nuestra casa a un huésped que supiéramos que era más amigo del vecino que de nosotros mismos, sabiendo además, que ese vecino tenía la intención de asaltar nuestra casa para robarnos las pertenencias, violar a nuestras mujeres y degollar nuestro ganado.
   Se imponía ser precavido, además, ustedes han sido testigos de dónde han ido a sentar el culo ¡Al norte de Marruecos, tierra de moriscos! Y los que se han quedado en la Península, han recibido el bautismo sin creer en él, ¡con razón los llamábamos marranos!
   Desde entonces, existía una verdadera organización de espionaje al servicio de los futuros invasores y la libertad peligrosísima que se les había concedido, mantenían vivas estas redes.
   Los judíos son ingratos, inquietos y ladrones; queriendo siempre dominar y vivir a costa de los demás, como zánganos en una colmena.
   Desgraciado el pueblo que cometa la imprudencia de darles asilo, pues no tardará en descubrir que en vez de humanos y respetuosos amigos, abrió las puertas a gente de la peor calaña.
   Ningún país del mundo, puede entregarse a la ilusión de suponerse libre de sus influencias, su perfidia, se infiltra a través de todas las necesidades de la vida».

Germán Coppini


AHÍ AFUERA, EN TUS OJOS, Juan Massana

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JUAN MASSANA, Ahí afuera, en tus ojos, Ollero & Ramos, Madrid, 2010, 88 páginas.

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Contiene este poemario algunas formas breves.
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AMANECER

Primera luz
desbrozando sombras.
Con cuidado alisa
las heridas del cielo.

CUENTOS COMPLETOS Y RELATOS RESCATADOS, Edgar Neville

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EDGAR NEVILLE, Cuentos completos y relatos rescatados, Reino de Cordelia, Madrid, 2018, 700 páginas.

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Esta edición de José María Goicoechea rescata dieciséis relatos, publicados en distintas revistas, que se añaden a los sesenta y seis que habían sido publicados en Eva y Adán (1926), Música de fondo (1936), Frente de Madrid (1941), Torito bravo (1955), El día más largo de Monsieur Marcel (1965) y Dos cuentos crueles (1966).
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CUENTO DE AMOR 

   La señorita Carmen Moncloa acababa de sufrir un pinchazo y por eso yacía en el borde de la calle de Leganitos, apoyada indolentemente sobre su rueda averiada, mientras que de su interior salía una colección de individuos que se desgranaban por la calle.
   Dos hombres se acercaron a ella y la observaron por debajo con la mayor desvergüenza; después el número de curiosos fue engrosando y la señorita Carmen Moncloa fue el objeto de la curiosidad pública.
   Los dos audaces del principio comenzaron a cosquillearla sin la menor consideración y sin importarles un bledo la gente que la observaba, lo cual hizo crecer el azoramiento de Carmen Moncloa.
   Toda colorada, del capot al piloto, veía pasar a sus compañeras que, al verla en esa situación, se limitaban a guiñarle un faro y seguían preparando sin duda chismes que contar por la noche en las reuniones de la cochera.
   —¡Hemos visto a Carmen Moncloa rodeada de gente en la calle de Leganitos, estaba dando el espectáculo!
   En realidad, solo le importaban estos líos de las envidiosas por el efecto que pudieran hacer en el espíritu del señor Especial, pues hora es ya que lo digamos todo: Carmen Moncloa estaba perdidamente enamorada del señor Especial.
   Había de qué. Por de pronto Especial era de último modelo, sus faros relucían más que los de cualquier otro roche, sus ballestas le daban una flexibilidad de movimientos que hacía que atravesase las calles peor empedradas con una gracia en el paso rodado, que partía corazones. Además, aunque joven, se había hecho una sólida reputación, pasaban de treinta los atropellos que había realizado, entre los que se podía contar como más hermoso el de un colegio entero de niños, sobre los cuales había pasado desde el primero hasta el sexto año de bachillerato.
   Esto le había valido venir retratado en todos los periódicos y revistas de la ciudad y que largos artículos se hubiesen escrito ocupándose de él. Se comprenderá, pues, cómo con estas circunstancias eran naturales las pasiones que había despertado en los tiernos cilindros de sus compañeras de cochera.
   Lista Rosales, Atocha Callao y Sol Guindalera bebían los vientos por él. Y se lo demostraban lo mejor que podían a la gran desesperación de Carmen, que como era una muchacha honesta se limitaba a lanzarle miradas de lejos y a enrojecer en su presencia. Mientras que las otras... las otras pasaban y repasaban a su lado y le rozaban con sus aletas y más cosas...
   Carmen Moncloa era lo que se llama una señorita, modosita, discreta, tratando siempre de pasar desapercibida y por eso su desesperación de verse rodeada de gente y expuesta a que pasase Especial y sorprendiese a esos hombres hurgándola en los bajos...
   Y de repente se oyó por la plaza de España la voz de Especial, una voz alegre, cascabelera, que denunciaba su juventud y buen humor. Y Carmen lo vio venir hacia ella haciendo eses, llegaba de la Bombilla y se conoce que había habido juerga.
   No empleemos paliativos. Especial venía armando un escandalosa bocina, la segunda puesta y el cárter colgando. Corría de un lado a otro de la calle persiguiendo a los transeúntes.
   Al pasar junto a Carmen le dio una palmada con una aleta y se alejó alegremente detrás de una vieja que coma calle arriba. 
   La muchacha se quedó helada, se le paralizó la magneto. Aquella presentación del amado y aquella palmada confianzada le habían producido muy mal efecto. ¿Por quién le había tomado? Pero poco a poco el malestar moral fue esfumándose y hasta llegó a sentir un cierto bienestar al recordar la palmada. Mujeres... Mujeres... que dicen los cronistas cuando no saben qué decir.
   El caso es que poco a poco fue disculpando a Especial de su estado de embriaguez. La Bombilla, el carburador, los amigos...,  qué sé yo... 
   Mientras tanto el neumático había sido reparado, pero los hombres, al intentar poner en marcha, no habían conseguido su objeto; la magneto se negaba a dar la chispa, para lo que es requerida, y Carmen se vio condenada a la inmovilidad.
   Y el caso es que la expectación no cesaba, los peatones iban relevándose y siempre había un grupo nutrido observando estúpidamente la inmovilidad de la señorita Moncloa. Claro que su curiosidad era la misma que hubieran sentido ante un árbol que hubiera echado a andar.
   Aquella situación duró varias horas, durante las cuales la desdichada fue imaginándose el resto de la jornada de su amado Especial.
   Se lo figuraba zigzagueante por las calles, expuesto a cualquier atropello, o a ser detenido por la autoridad. Y las suposiciones no terminaban ahí sino que lo veía rodando junto a Lista Rosales por los bulevares, o también conduciendo a una colección de niñas de las colonias escolares.
   Los celos le mordían las bujías, cuando de repente oyó una voz conocida a su espalda. No, no se equivocaba, era el señor Especial que llegaba; se detenía junto a ella y le echaba una cuerda con un elegante gesto de galantería. Carmen Moncloa no cabía en sí de gozo, era él, él, ya sano y bueno que venía a buscarla; la palmada había producido también su efecto en el juerguista, en el delicioso juerguista.
   Así entraron en la cochera ante la mirada atónita y desesperada de Lista Rosales, Sol Guindalera y Atocha Callao, y desde entonces comenzó el idilio que al cabo de unos meses había de dar como tierno fruto de amor un pequeño Citroën...

FÁBULA, Benito del Pliego

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BENITO DEL PLIEGO, Fábula, Aristas Martínez, Badajoz, 2012, 192 páginas.

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Contiene este libro mucho más que dos libros: Fábula y La voz del oído pueden ser leídos de modo reversible o en un ejercicio de permutaciones guiado, como señala Sobre las diversas formas de consulta, «por la manipulación que el lector hace en cada ocasión de la obra». Embellece el libro el fértil diálogo con las ilustraciones de Pedro Núñez. 
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LA GOTERA 

   —Los tejados no te cubren de lo que el matraz destila. El tiempo es fruta que espera sazón. Algo dice que pediste menos de lo que merecías.
   Sobre el mantel, un grano de sal es mar. Por una gota el fogonero sabe que allí fuera está lloviendo.


BIBLIOTECA INTERIOR, Fernando Menéndez

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FERNANDO MENÉNDEZ, Biblioteca interior, Difácil, Valladolid, 2002, 106 páginas.

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Álvaro Robledo señala en la nota introductoria: «En el aforismo se funden [...] razón e intuición y, más que convencer, aspira a seducir». Esta Biblioteca interior de Fernando Menéndez nace como un cuaderno personal de lecturas en el que sus anotaciones personales van de la mano de sentencias de sus aforistas favoritos.  
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En la noche escarbé mi verso en tu piel.
Fernando Menéndez
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La palabra es una llave, pero el silencio es una ganzúa.
Gesualdo Bufalino
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No tengo miedo a la muerte sino tengo miedo del amor.
Alda Merini
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La vida de sociedad tiene esto de cómico, que cada uno cree representar el papel principal.
Ennio Flaiano
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Comprender cuándo un hombre debe ser abandonado a su muerte, ésta es la verdadera medicina.
Guido Ceronetti
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Se puede tener éxito y no tener fortuna.
Anselmo Bucci
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Tener razón destierra.
Louis Scutenaire
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Mis alegrías son tristezas latentes.
Emile Cioran 
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El ojo atraviesa el silencio.
Edmond Jabés
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La poesía es un grano de belleza sobre la mejilla de la inteligencia.
Henry de Montherlant
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El dolor es siempre cuestión y el placer respuesta.
Paul Valéry

LA BREVEDAD ES UNA CATARINA ANARANJADA, Guillermo Samperio

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GUILLERMO SAMPERIO, La brevedad es una catarina anaranjada, Lectorum, Ciudad de México, 2004, 138 páginas.
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PLAGAS

   Hay tres tipos de plagas terribles que azotan los hogares de la moderna ciudad de México: las cucarachas, las ratas y los ganchos. El combate del hombre contra las dos primeras ha permitido el desarrollo insólito de la investigación en las industrias farmacobiólogas, bioenergéticas y termoinsectógenas, produciendo así venenos y sustancias atroces que, si bien han tendido a fracasar, por lo menos alejan y mantienen en la raya del mágico gis chino a tales plagas. Para la tercera, no hay veneno ni conjuro posible. 
   Sin que los de casa sepan cómo fue —no saben decirlo—, pronto las habitaciones están plagadas de ganchos; aparecen en los sitios menos esperados y se apiñan en sus espacios preferidos: roperos, clósetes y cuartos de servicio —o entremezclados con la ropa recién lavada—. Pero desde esos sitios, silenciosamente, se van desplazando con alámbrica estrategia y se ocultan debajo de la cama —junto a un viejo calcetín enmurruñado o la envoltura de un medicamento—, atrás de los muebles, en el bote o cesto de la ropa sucia, en la caja de juguetes de los niños. Se atoran en las cortinas, jalan suéteres, ensartan calcetines, rompen medias. 
   Además, los ganchos se aprovechan, pues la misma propiedad de convertirse en incómodos seres animados e hipócritas, hace que los de casa contraigan un infantil sentimiento de culpa cuando, durante los días de asueto, tratan de llevar a cabo una postergada batida contra ellos. A veces, después de haber sido en apariencia desterrados, se les echa de menos y entonces se acomodan, de forma culpígena, dos o tres camisas en un mismo gancho. La curva gracias a la cual pueden colgarse de un tubo, mecate o clavos, los convierte en graciosos y serviciales, como que estuvieran ahorcados pero vivos; siempre circunspectos en sus justos y determinantes hombros, más firmes y soberbios que los hombros de algunos hombres. Con su cabeza de gancho —aunque en ocasiones se retuerza un poco— semejan un ganso metálico, la abstracta escultura de un guajolote cabizbajo, o el gesto de un hombre delgado y abatido. Una raya melancólica de fierro o de palo los atraviesa de hombro a hombro, como si fuera su único sostén en la vida. 
   Sin embargo, los de casa no se dejan engañar finalmente; los persiguen, los rastrean, los detectan, de abajo a arriba, de norte a sur, los barren, los van apilando —arrumbamiento escultórico—, los atan sin consideraciones especiales a todos juntitos y los expulsan con determinación. Por lo menos, para ese día la casa ha quedado limpia de una plaga. La señora se sienta a descansar un poco y se engancha una nalga con uno de esos seres mustios y circunspectos, que azotarán el México actual mientras la tecnología no dicte otra cosa. Cuando la señora de la casa platique con la vecina, no faltará quizá una exclamación dilapidatoria: "No hay mayor estupidez humana que un fierro inútil", refiriéndose al pícaro artefacto que la pinchó. La vecina le responderá algo así como:"Pobres, sirven para abrir las puertas de los carros o para destapar el fregadero... "Y empezará una discusión de vecindario en contra y a favor de la peor plaga de los hogares mexicanos, que puede terminar con azotones de vasos y muecas faciales ofensivas. Tal vez, durante un par de días las mujeres no se dirijan la palabra. 

LUCIÉRNAGAS, Carmen Canet

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CARMEN CANET, Luciérnagas, Renacimiento, Sevilla, 2018, 120 páginas.
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En la Nota de la autora, Canet describe así el aforismo contemporáneo: "frases breves y ágiles que, como las luciérnagas, emiten una luz propia cuando el día se va oscureciendo, titilan, van de un lado a otro, se saben libres y vuelan". En este volumen, el lector no encontrará "juegos" sino "fuegos de palabras" que, entre la soledad y el silencio, aciertan con sílabas justas a ser luz.
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Se había cansado de perseguir sueños, ya con coger el sueño por la noche tenía suficiente.
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Tanto pesa lo vivido que deberíamos acostumbrarnos a no echar peso ya ni a las maletas.
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Cada desierto de la vida necesita su espejismo.
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Si te importa demasiado lo que piensen de ti, te conviertes en propiedad de otros.
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Cuando la piel está bien acariciada, tiene eco.
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Hasta los corazones con musgo tienen verde la esperanza.
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Estaba tan solo que sólo lo sabía él.
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La vida sin riesgo es arriesgada.
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Es preferible que la vida no tenga rima y sus versos sea libres.
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Las personas perfectas como los verbos perfectos siempre están en pasado.
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La fotografía es el insomnio de una imagen.

LAS DUALIDADES FUNESTAS, Edmundo Valadés

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EDMUNDO VALADÉS, Las dualidades funestas, Joaquín Mortiz, Ciudad de México, 1966, 126 páginas.

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ROCK

   Y ellos ¡qué saben, qué van a saber! Me voy por ahí, por la vida, por las calles, por cualquier parte, ya todo a destiempo, ya tarde, ya jodido, amargo bien cerrado, sin dejar que nadie pueda llegar a mí. Puros cabrones, pura gente remota a quien importa un carajo lo que me traigo dentro. Con un dolor muy mío, muy sobre mí; con todas mis cosas, buenas y malas, quizás más malas. ¿Quién tiene la culpa? ¡Ah!, ¿quién jijos la tiene? Me rompieron la madre. Bien me lo sé yo, cuando no hay manera de arreglar nada, ni aunque me ponga a llorar, con los labios cerrados y el grito que me hierve en la garganta, atorado allí, sin poder disolverlo. Ando lleno de esta caliente furia que me revienta la cabeza: pura rabia, puro rencor para golpearme y para tratar de golpear a los demás, así los necesite, así me hagan falta. No puedo hacerme el tonto: dizque buscando algo para olvidar, pendejo, haciéndome ilusiones. Me da lástima, no puedo quererla, no me sale, no hay modo. Buena gente, creyéndose de mis palabras sin saber que estoy hecho trizas, que tendría que recogerme de aquí y de allá, juntarme, unir trozo a trozo y aplastar la memoria. Veo a los demás muy contentos, muy satisfechos, muy con lo suyo, viviendo sus vidas como si nada pasara. Y me caen mal, me irritan, me molestan. Van por la calle, caminan como si fueran dueños de algo, como si tuvieran la paz de que carezco. Y ellas… Enseñando hasta lo que no tienen, hasta lo que Dios les dio para que ocultaran. Poniéndolos en brama, con las chichis casi de fuera y moviendo las nalgas. Sí, provocando a esos jijos, para que paguen justas por pecadoras. Ni hacia dónde ir, así la ciudad parezca tan grande. ¿Dónde me meto, si todo esto es puro vacío, si no hay más que mi desgraciado coraje y el darle vuelta y vuelta a las cosas, sin poder alejarme de ellas? Estas pinches ganas de llorar aquí, a la vista de todos, pues ellos qué saben, qué van a saber que me rompieron la madre.
   Me la rompieron. Entré por la callecita. La busqué solitaria y con menos luz, tras un sitio discreto donde poder darle el beso ansiado. Me detuve junto a un solar vacío, con unas cuantas casas enfrente, rodeadas de silencio. Acomodé el carro, librándolo de que le cayera la tenue luz del farol cercano, puse el freno, dejé encendido el radio, tocaban el tema de La dulce vida, y me volví hacia ella, con una emoción infinita, bienhechora. Supe diáfanamente cómo me gustaba con esa su sedante ternura, con esa su suave y tranquila actitud y cómo en sus ojos y en sus labios, en la expresión de su rostro tomaba forma lo más deseado para mí en el mundo. Ella estaba compartiendo lo que empezaba a suceder, lo que ya presentíamos a través de intensas miradas, lo que nos habían expresado implorantes estrechamientos de manos, con temblor de palabras alucinadas y nerviosas, en un despertar indolente, imprevisto y ya fiebre ardorosa, urgente llamado mutuo que se nos salía por los poros. La atraje hacia mí, la enlacé, ávido de su boca, de sus labios, y nos besamos en irresistible entrega, en cesión total al beso que derrumba la vergüenza y germina el deseo original y avasallador, embargando de felices calosfríos. Ella era en mi abrazo un rumor palpitante de carne, rendida, dócil, cálida, que yo extenuaba en amoroso y tenaz apretón de todo mi ser y capaz de anticiparme el prodigio de una posesión que abarcaba, con su sexo, a toda ella, a su invariable enigma de mujer, a sus más recónditos misterios y entrañas, a ese mundo sorprendente y tibio que era ya mi universo, a sus voces íntimas, a su vida entera, a su alma, a su pasado, a su niñez, a sus sueños de virgen, a su carne en flor, a sus pensamientos, en delicioso afán de apropiármela íntegra y fundirla a mi cuerpo y a mi vida para siempre.
   Y entonces surgieron ellos, caídos de quién sabe dónde y el ruido de las portezuelas que eran abiertas me desprendió del beso, indagando qué pasaba y empecé a ver sus súbitas cabezas multiplicadas y los rostros ansiosos, crueles, ambiguos, duros, estúpidos, impiadosos, increíblemente extraños, ganándome anhelante alarma, temor, desesperación por defenderme, por defenderla, pidiéndoles que se fueran, que nos dejaran, por favor, ¿qué es esto?, ¡qué pasa!, no sean infames, ¡canallas!, ¡malditos!...
   Ya me jalaban y la jalaban a ella, sin misericordia, con prisa, con rudeza, irrefrenables, aviesos, los primeros golpes, me arrastraban, ella gritaba revolviéndose, los muslos al descubierto, las ropas siendo arrancadas, manos innobles, más golpes, forcejeos impotentes, un ojo cerrado, luces intensas, voces sordas (¡qué buenas tetas tiene!), jadeos, las estrellas en mis ojos (¡espérate! yo primero, luego tú sigues), gemidos de pudor, patadas, sangre en mi boca, estaba en el suelo, ellos parecían gigantes inicuos, brazos, zumbidos (¡agárrala bien! ¡deténle esa pierna!), la oreja agrandada,  un grito atrozmente angustioso, yo sin fuerzas, yéndome de ellos, volando, cayendo, imprecisos dolores, una música lejana, encima chamarras negras y zapatos, zapatos, como seres informes, malignos, con vida, tan monstruosos como implacables, uno tras otro, una y otra vez sobre mí, sobre mí…

TURURÚ...Y OTRAS PORFÍAS, Andrés Trapiello

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ANDRÉS TRAPIELLO, Tururú... y otras porfías, Península, Barcelona, 2001, 172 páginas.

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En el Tiernas estampitas de color sepia (pp. 13-15) Trapiello sostiene que «lo único importante en literatura no es que ésta hable o no de la realidad, sino que salga verdadera». 
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LA ATLÁNTIDA

   Durante la guerra civil española, en la que todos les pedían a los escritores un compromiso con la causa popular, Juan Ramón Jiménez no se cansó de repetir que el único compromiso del escritor era hacia su obra, que tarde o temprano acabaría llegándole al pueblo para su mejor provecho. Y eso era así, porque en una guerra uno ha de dar lo más valioso de sí mismo, el soldado el valor, el político la responsabilidad y la honradez y el poeta, su poesía. No entendía que el político se pusiera a escribir discursos poéticos ni que el soldado quisiera hacer política ni tampoco que el poeta empezara a escribir versos políticos o bélicos.
   Juan Ramón Jiménez se exilió en las primeras semanas de guerra porque su vida corrió serio peligro entre las mismas gentes a las que defendía (abrió incluso con sus propios recursos pisos de acogida para niños sin amparo), siguió escribiendo de rosas, de atardeceres, pájaros, primaveras, estrellas de oro y de todas esas cosas que suelen poner nerviosos a los intelectuales comprometidos y a los políticos, pero lo cierto fue que «pese a todo», o sea, a su fe inquebrantable en la belleza (a la que muchos suponen, no se sabe por qué razón, sin seso, caprichosa, alocada, como una putilla de las que salen por la noche a hacer la ronda), «pese a todo», Juan Ramón nunca quiso volver a la España de aquellos que atacaron con las armas la ética y la estética al mismo tiempo, suprimiéndolas, o intentándolo al menos, de la vida española.
   Cada vez que estalla una nueva guerra deberíamos acordarnos del consejo juanramoniano: política, pero en las rosas.
   La poesía de Juan Ramón, sus rosas puras y renovadas, sus atardeceres únicos, dorados, irrepetibles, los más dulces pájaros, todas las primaveras y todas sus estrellas de oro fueron represaliadas de forma despiadada durante años, una vez más por nuevos intelectuales comprometidos que llegaron incluso a mofarse de aquella superioridad natural suya y a atacarle por donde menos se podía pensar: llamándole señorito de pueblo, a él, loco, pobre y errante durante los últimos veinte años de su vida, los peores, los de la vejez, la enfermedad, la soledad y la muerte.
   Las imágenes de kosovares, locos, pobres y errantes como el propio Juan Ramón se multiplican y acumulan. Vienen acompañadas ya de un sordo zumbido, de un siniestro aleo, quién sabe si de las brujas de Macbeth o de moscas obstinadas y sepulcrales, aquellas de las que decía precisamente Shakespeare que su mayor obscenidad hacía que llegasen a este mundo copulando. Los únicos que pueden decir, pues, si esta guerra es o no justa serían todos aquellos en los que más se ha ensañado. Lo preguntaban las lágrimas de aquel viejo que acababa de perder su casa, su país y a sus cinco hijos: «Nos echaron a la fuerza. Sólo volveremos a la fuerza. Si nos quitan la guerra, ¿qué nos queda?».
   A ellos, sí, les queda aún lo más amargo de una guerra, recuerdos y ausencias. Podrían repetir como el poeta Vallejo: Kosovo, aparta de mí este cáliz, pero saben que lo deberán apurar. A nosotros también nos ayudan algunas cosas de valor, junto a lo doloroso de las imágenes: del propio Juan Ramón nos ha llegado un libro hermosísimo, sus últimos poemas, Lírica de una Atlántida, editada hace unos días por el Círculo de Lectores tal y como a él le hubiera gustado, tanto como le gustaban los libros bien hechos. Con eso estuvo él comprometido, y así nos llega ahora, cincuenta años después, una Atlántida emergente, casi una Arcadia, patria también de esos pobres kosovares que tanto se parecen a nuestros padres en 1936 y en 1939, y que esperan de cada uno de nosotros lo mejor nuestro, las rosas o el valor, y no otra cosa, y hoy esta Atlántida en la que todos viviremos un día.

MÚSICA DE FONDO, Edgar Neville

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EDGAR NEVILLE, Música de fondo, Madrid, Biblioteca Nueva, 1936, 158 páginas.

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Predomina la brevedad en la sección subtitulada Cuentos para locos.
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LA BODA DE LA NIÑA TONTA

   Se levantó de un brinco y corrió a hacerse su equipo de novia. Tul había sobrado del pasado Carnaval. Y aquel traje blanco del verano tenía fácil arreglo... Y los cajones estaban llenos de crespones aprovechables para el trousseau.
   La niña tonta vivía sola; pero llenó de la alegría de los gritos el largo pasillo, repleto de armarios heredados de la familia muerta. Buscó y encontró flores de trapo y guantes laicos. Quería estar vestida para cuando llegase el administrador, que iba a ser el padrino.
   La niña se hablaba ante el espejo:
   —Ponte guapa, para que tu novio encuentre que no avanza el reloj; para que todo sean prisas; para que al entrar en la iglesia, la gente diga un «¡Ah!», como cuando sube un cohete. Ponte guapa, novia, que ya debe estar al llegar el hombre rubio de las cinco de la mañana.
   Y es que era a las cinco de la mañana cuando lo había conocido, en ese sueño imaginativo que viene después del sueño de cansancio. Todas las madrugadas, la niña soñaba con un hombre rubio que le decía todo lo que nadie le decía. La niña se iba con él por los jardines llenos de estatuas y de bancos, y el novio le daba unos besos que la dejaban temblando como con fiebre.
   La niña tonta se pasaba el día empujando las horas, deseando que llegase la noche, y, con luz de sol aún, cerraba las maderas y encendía las luces para traer a la noche más pronto y para que llegase deprisa la hora de la cita.
   La última noche, el hombre rubio le dijo que se iban a casar, y ella contestó que el padrino sería el administrador, y el hombre rubio se había marchado en una cuadriga como Ben Hur.
   La niña tonta estaba vestida y dispuesta; le sentó en una silla a esperar, y esperó todo el día.
   La niña lloraba, y no quería decirse por qué.
   La niña tonta lloraba, pero se acostó vestida de novia, porque sabía que a las cinco de la mañana se casaría.

AFORISMOS EXTRAÍDOS, Luis Rosales

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LUIS ROSALES, Aforismos extraídos, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2018, 122 páginas.
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Enrique García-Máiquez es el responsable de acercar al lector esta magnífica selección de aforismos encontrados en la obra poética de Luis Rosales.
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Hay que darse a la vida como el agua a la arena.
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El tiempo es un espejo en que te miras.
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Toda vida auténtica descansa en la tristeza. 
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Viendo lo que vemos lo que más aterra es que estemos cuerdos.
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Pon en orden tus llagas y disponte a escribir.
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Todo lo profundo es doloroso.
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La imprecisión es el infierno conocido.
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Tropiezo con el mundo y no lo veo.
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Un muerto nunca se acaba de enterrar.
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Lo humano es siempre superior al hombre.
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La soledad del corazón resuena.
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Nadie sabe hasta dónde puede llevarle la memoria cuando se entrega a ella.
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Cada dolor es un alumbramiento de la verdad.

RECOGIDO EN EL AGUA, Félix Arce Araiz

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FÉLIX ARCE ARAIZ, Recogido en el agua, La Isla de Siltolá, 2018, 400 páginas.

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frente al río
en la mirada de mi hermano
la de mi padre

TROPECIENTAS TROMPAS, Sergi Cambrils

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SERGI CAMBRILS, Tropecientas trompas. Microrrelatos, Onada, Benicarló, 2018, 176 páginas.
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PEDIGRÍ

   Un perro y una gata bien avenidos tenían una servicial y cariñosa camarera en su casa. Cada día la sacaban a pasear para que se acostumbrara a hacer sus necesidades fuera, y la soltaban en un parque cercano para que corriera y jugara. Allí se reunían más razas: abogados, electricistas, profesores, músicos, arquitectos, informáticos… Siempre con sus respectivos amos. Un día, sin esperarlo, apareció una cuadrilla de políticos callejeros, rabiosos, deseosos de abordar a su dulce camarera. La pareja trató de ahuyentarlos, pero uno de los políticos se colocó tras ella y la montó, sin reparar en las consecuencias del cruce.

CUADERNOS 1957-1972, E. M. Cioran

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E. M. CIORAN, Cuadernos (1957-1972)Tusquets, Barcelona, 2000, 272 páginas. Traducción de Carlos Manzano.
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Todas las imposibilidades se resumen en una: la de amar, la de salir de la tristeza propia.
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Cuando se quiere adoptar una decisión, lo más peligroso es consultar a otro. Aparte de dos o tres personas, no hay ninguna otra persona en el mundo que quiera nuestro bien.
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Sólo hay que escribir y sobre todo publicar cosas que hagan daño, es decir, que recordemos. Un libro debe hurgar en llagas, suscitarlas incluso. Debe ser la causa de un desasosiego fecundo, pero, por encima de todo, un libro debe constituir un peligro.
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Sólo Bach puede reconciliarme con la muerte.
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Escribir sobre el suicidio es haberlo superado.
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La libertad sólo tiene sentido para una persona sana; casi no la tiene para un enfermo.
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No encuentro nada más desolador que ver las mismas ilusiones surgir y resurgir, a veces con las mismas fórmulas.
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El tiempo que cada uno de nosotros habrá soportado es el único tiempo real. El otro, aquel en el que no hemos estado y aquel en el que no estaremos, corresponde a la lucubración y casi a la hipótesis.
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Sensualidad y desánimo combinan perfectamente. Cuando ya no se cree en nada, se puede aún creer en eso.
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La voluntad de destrucción es la expresión dinámica de la tristeza.
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Siempre que voy a un hospital para una consulta, tengo la impresión de que tomo una lección de entierro.

CUENTOS COMPLETOS, Marcel Schwob

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MARCEL SCHWOB, Cuentos completos, Páginas de Espuma, Madrid, 2015, 738 páginas.

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En esta edición, a cargo de Mauro Armiño, también traductor, el lector encontrará además de El libro de Monelle, La cruzada de los niños, Mimos o Vidas imaginarias, Cuentos no recogidos (pp. 661-729).
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LA JARRA CORONADA

   Alfarero, después de haber torneado el fondo de una jarra cuyo vientre de tierra dorada amasé y redondeé, la he llenado de frutas para el dios de los jardines. Pero él mira el tembloroso follaje, por miedo a que los ladrones atraviesen las tapias. Por la noche, lirones furtivos han hundido sus hocicos entre las manzanas y las han roído hasta las pepitas. Tímidos, en la hora cuarta, agitaron sus peludas colas, blancas y negras. Al alba, los pájaros de Afrodita se han encaramado en los bordes violetas de mi jarra de arcilla erizando las pequeñas plumas tornasoladas de su cuello. Bajo el mediodía que tiembla, una muchacha ha avanzado sola hacia el dios con coronas de jacintos. Y al verme mientras yo estaba agachado detrás de un haya, sin mirarme ha coronado la jarra vacía de frutos. ¡Que el dios así privado de flores se irrite, que los lirones muerdan mis manzanas, que los pájaros de Afrodita inclinen unos hacia otros sus tiernas cabezas! He entreverado mis cabellos con los frescos jacintos, y hasta el próximo mediodía esperaré a la coronadora de jarras.
[jacintos]