22 CARTAS EXTRAORDINARIAS DE ESCITORES MUY REALES, María Negroni

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MARÍA NEGRONI, 22 cartas extraordinarias de escritores muy reales, Alfaguara, Buenos Aires, 2014, 192 páginas.

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En el Prólogo a esta edición ilustrada por Fidel Sclavo, Negroni dice de estas cartas que, «aunque inventan con descaro, no descartan la cita escondida ni intentan disimular un vínculo estrecho con las circunstancias biográficas, históricas y sociales que las rodearon.»
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Turín, 25 de abril de 1911

Queridos hijos,

   Esta carta no la escribí nunca, pero sé que vosotros la leeréis, infinitas veces, cada vez que intenten entender quién fui o quise ser. A ese enigma me he enfrentado yo mismo muchas veces, sin encontrar más respuesta que el dibujo que agregan las rayas de un tigre a una jungla negra. A esas horas de enfrentamiento con el misterio las he llamado escribir. También: confiar en el diseño inexplicable (pero no incomprensible) de la nada.
   Tres ideas me han sostenido siempre: l'altrove, l'acqua, il dissenso. Combinadas, son todo lo que tuve. Si no fuera por ellas, habría sucumbido al miedo, ese fuego que se encendió, para no apagarse más, con el suicidio de mi padre. El agua, en cambio, fue cuna de muchos viajes, apertura a un lejos que se alejaba con mi acercamiento, distancia que se interponía entre mi corazón y mis ojos para que yo pudiera inventar lo inexistente. La insubordinación no es otra cosa. Hay que romper el contrato con lo cotidiano para poder ser quien se es, vale decir, un desconocido para los demás y sobre todo, para uno mismo.
   Estas reflexiones me tomaban tiempo. Las hacía a orillas del Po, saliendo de la ciudad y adentrándome como hoy por los vecinos bosques para pensar algún nuevo episodio de mi corazón. ¡Cuántas aventuras me dieron esos paseos! Turín, engalanada para la Exposición Universal, se me antojaba una nave espléndida y yo la montaba dispuesto a cruzar los siete mares y dirigirme a Borneo, donde peleaba el gran príncipe Sandokán, con sus tigres de Mompracén.
   Allí me esperaba una pasión malsana, esencial. Rebelarme contra las fuerzas inglesas de ocupación, lo descubrí muy pronto, era otra forma de reclamar mi propia independencia. A la sangría del colonialismo, le oponía mi ensoñación, la decisión altiva y un poco tímida de un muchacho dispuesto a no dejarse interpretar, traducir, reducir a una versión legible de su propio caos. Entre corsarios rojos, fieras salvajes, digamos, me volvía invisible de un modo retorcido, así podía mover mis piezas como si fueran miniaturas, soñar mundos y nomenclaturas, escandir mi vida como si ella misma fuera un folletín, tapizándola de páginas cuyos secretos sólo a mí concernían. He sido infeliz. ¿Pero qué hombre no lo es? Los odiosos monstruos de la realidad son duros de enfrentar. En mi caso, no fue suficiente que mis editores se enriquecieran a mi costa, forzándome a escribir sin descanso, en condiciones humillantes, para poder alimentar a mi familia; tuve que ver cómo se llevaban a Aída, oír sus alaridos, aceptar que la encerrasen en un manicomio, dejándome a mí sin mujer y a ustedes, sin madre. Me siento agotado, quebrantado, sin palabras, sin fuerzas. He llegado al final y ahora camino, atormentado por la ceguera que me persigue hace tiempo, en dirección a las verdaderas tinieblas, ese destino fatal que conoció mi padre y que, sin duda, ustedes también heredarán.
   Este año la primavera es lluviosa y ahora, mientras escribo, todo es gris en torno a mí, lo cual está bien. Quizá la humedad del bosque me penetre cuando realice el seppuku, y la novela renazca una vez más en mi fantasía, lúcida y precisa, para alumbrar un mundo menos despiadado.
   Os dejo, además de esta carta, mi modesta y popular literatura, la locura generosa de mis héroes, mi orgullo de italiano y mi irrevocable apuesta a los reinos de lo extraño.
   Mañana no existiré.

Os ama,

Vuestro padre,

Emilio Salgari

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