Y USTED, ¿DE QUÉ SE RÍE?, Clara Obligado

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CLARA OBLIGADO, Y Usted, ¿de qué se ríe?, Delirios del Taller, Madrid, 2013, 122 páginas.

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Señala Ana María Shua en el prólogo a esta Antología de microrrelatos de humor editada por Clara Obligado (pp. 13-14): "el humor sirve para abrir una puerta donde había solamente un muro".
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DEVOCIÓN

  
    —Qué vergüenza, padre, pero yo no tenía este carcome antes de que usted llegara, cuando el cura del pueblo era el padre Florencio. Era tan viejito...Vino usted y todo cambió.
    El cura se revuelve en la silla del confesionario.
    —¿Por qué cambió, hija mía?
    —Por su voz, padre, por su voz tan espesa, tan grave, por sus manos, por sus brazos, que parecen abarcar todo ese orden divino del que habla usted.
    —No te entiendo, Rosita.
    —Cuando le veo en el púlpito, y a Cristo nuestro Señor detrás de usted clavado en la cruz, tan fibroso, con los ojos extasiados... entonces todo se confunde en mi cabeza.
    —Me confundes a mí, Rosita, me confundes. Continúa.
    —Después de misa mis padres se van a visitar parientes, y yo me encierro en la soledad de mi cuarto.
    Con las manos entre los muslos, ella guarda silencio.
    —¿Y?
    —Rezo al crucifijo sobre mi cama, pero ya no veo a Cristo, le veo a usted crucificado, y quiero quitarle la corona de espinas, desclavarlo de su cruz, arrancarle el taparrabos... Algo irrefrenable me obliga lamer el Cristo, como una posesa, cada gotita de sangre de su frente, la llaga en el costado, las heridas...y entonces es cuando mis manos se vuelven malas, padre.
    —Si tu mano derecha te ofende, córtatela —sentencia el cura.
    —No sea cruel.
    —Solo era una metáfora; si la mano derecha se rebela, sujétala con la izquierda y reza, hasta que el impulso se apacigüe.
    —Es que la izquierda es peor, padre.
    —¿Peor?
    —Mucho peor. La derecha se mete en mis enaguas sin que yo lo quiera, sobre ese capullito rosado que me tiene esclavizada. Pero la izquierda mete su dedo corazón, el corazón, padre, el corazón, en mi boca, y me obliga a ensalivarlo.
    Acercando la oreja a la cortina, el cura oye una especie de sorbido.
    —Sigue, alma mía, desahógate.
    —¡-Ay! —exclama Rosita—, el dedo es tan vil...
    —¡Por los clavos de...! —jadea el cura, incapaz ya de contener ese Gólgota bajo la sotana.
    —¡Cristo, Cristo doloroso! —gime Rosita.
    Con un estertor, el cura afloja la presa y su mano está a un tris de correr la cortina. Al otro lado se oye un escandaloso traqueteo del taburete, y luego un suspiro.
    —Rosita...
    —Padre, soy su esclava.
    —Rosita, por favor.
    —¿Sí, padre?
    —Vete a casa, descuelga el crucifijo... y reza tus oraciones a la Virgen.


Jesús Manuel Gómez Izquierdo

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