CUENTOS DE INVIERNO, Grégoire Solotareff

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GRÉGOIRE SOLOTAREFF, Cuentos de invierno, Anaya, 2004, 211 páginas.
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3 de enero
        
RASPUTITSA

   Era un día de Rasputitsa. La nieve y el barro se habían mezclado y todo el pueblo de los duendes tenía el suelo castaño y los techos blancos. Nadie salía de su casa por miedo a ensuciarse la barba o las trenzas. Una pequeña lluvia, fina y helada, caía desde la víspera.
   En el silencio, todos oyeron un tintineo regular que les resultaba muy familiar: el de las campanillas del trineo de Sergio. Sergio, el duende perezoso. Sergio, que únicamente se paseaba en su pequeño trineo tirado por ratas blancas. Sergio, que vivía en su dacha al margen del pueblo y que, de cuando en cuando, se dignaba a visitarlos, a ellos, los paletos, como el gran señor pretencioso que era.
   Ese día, las pobres ratas del tiro de Sergio estaban cubiertas de barro; ya no tenían blanco más que el lomo y la punta de la cabeza, mientras que Sergió dormía, arrellanado entre los cojines de su trineo y protegido bajo su toldo de cuero rojo.
   Todo el mundo lo vio pasar atravesando el pueblo y todo el mundo pensó con pena en esas ratas esclavizadas por ese duende gordo y comodón (que todos aborrecían), incapaz de desplazarse caminando, no fueran a ensuciársele los zapatos de seda bordada que calzaba.
   —Después de todo, esas ratas no tienen más que rebelarse! —exclamó Iván al ver pasar desde su ventana la triste comitiva que padecía entre el barro.
   —¿Cómo quieres que se rebelen? —dijo Pelagia, su mujer, que remendaba un gorro sentada al amor de la lumbre—. ¡Solo son ratas!
   —Y qué? —dijo Iván—. ¡Si yo fuese rata, no aceptaría nunca una cosa así! ¡Es indigno!
   Pelagia no dijo nada. Observó a Iván detenidamenmente. Era un soñador, un idealista. Por eso lo quería.

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