HISTORIAS VERDADERAS, Ana María Shua
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ANA MARÍA SHUA, Historias verdaderas, Sudamericana, Buenos Aires, 2004, 192 páginas.
EL DÍA EN QUE PERDIMOS A TÍO PAUL
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Hasta hace unos años, los domingos a la mañana, la abuela Pepa caminaba veinte cuadras alrededor de la plaza acompañada por tío Paul. A él le encantaba salir, era el primero en proponer el paseo y daba gusto verlos andar juntos. Pero en los últimos años tío Paul está viejito y ya no tiene tanta resistencia, ni puede acompañar el paso enérgico de la abuela. Anda decaído, renguea un poco, respira con dificultad, le cuesta subir escalones. Si nunca fue de mucho apetito, ahora come cada vez menos: su porción es realmente minúscula. Cuando sale con el abuelo Salo, apenas alcanza a dar una vuelta manzana. Todos lo queremos, especialmente mis hijas: se alegra tanto de verlas, es macanudo, es cariñoso, es su tío Paul.
Un domingo al mediodía suena el teléfono en casa. Es mi madre, y en su voz vibra una nota de angustia.
—Vení enseguida. Estamos muy preocupados. Se perdió Paul —dice, casi llorando.
—¡Tío Paul! —gritó afligida.
Un rato después estoy en su casa, compartiendo el malestar de la familia.
—Salimos juntos —dice el abuelo—. Me paré en un kiosco y cuando me di vuelta ya no estaba —hay un matiz de culpabilidad en su tono y la mirada de la abuela no contribuye a que se sienta mejor. Tío Paul está frágil, debió haberlo cuidado mejor.
—Escaneé una foto y ya hice los cartelitos en la computadora. Los puse por todo el barrio.
Ofrezco recompensa para el que lo encuentre. Puse el número de mi celular y no de casa por las dudas, si lo secuestraron no quiero que sepan mi dirección —dice mi mamá, que es una abuela bastante tecno.
—¿No vas a hacer la denuncia?
—Todavía no.
—La semana pasada —le digo— me dieron por la calle una tarjetita de un detective de perros.
—¿Un qué? —dice asombrada la abuela.
—Un detective de perros. Encuentra perros perdidos. Cobra un fee por día y te garantiza cierto número de avisos en los medios y en la web, además de la búsqueda personal.
Pero en ese momento escuchamos un alegre ladrido detrás de la puerta. Una vecina encontró a Paul acurrucado en el umbral de la casa de al lado: tío Paul, como lo llaman mis hijas, un poco celosas del trato preferencial que le da la abuela a su mimado Yorkshire Terrier.
Un domingo al mediodía suena el teléfono en casa. Es mi madre, y en su voz vibra una nota de angustia.
—Vení enseguida. Estamos muy preocupados. Se perdió Paul —dice, casi llorando.
—¡Tío Paul! —gritó afligida.
Un rato después estoy en su casa, compartiendo el malestar de la familia.
—Salimos juntos —dice el abuelo—. Me paré en un kiosco y cuando me di vuelta ya no estaba —hay un matiz de culpabilidad en su tono y la mirada de la abuela no contribuye a que se sienta mejor. Tío Paul está frágil, debió haberlo cuidado mejor.
—Escaneé una foto y ya hice los cartelitos en la computadora. Los puse por todo el barrio.
Ofrezco recompensa para el que lo encuentre. Puse el número de mi celular y no de casa por las dudas, si lo secuestraron no quiero que sepan mi dirección —dice mi mamá, que es una abuela bastante tecno.
—¿No vas a hacer la denuncia?
—Todavía no.
—La semana pasada —le digo— me dieron por la calle una tarjetita de un detective de perros.
—¿Un qué? —dice asombrada la abuela.
—Un detective de perros. Encuentra perros perdidos. Cobra un fee por día y te garantiza cierto número de avisos en los medios y en la web, además de la búsqueda personal.
Pero en ese momento escuchamos un alegre ladrido detrás de la puerta. Una vecina encontró a Paul acurrucado en el umbral de la casa de al lado: tío Paul, como lo llaman mis hijas, un poco celosas del trato preferencial que le da la abuela a su mimado Yorkshire Terrier.
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