EL QUE ESPERA, Andrés Neuman
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ANDRÉS NEUMAN, El que espera, Anagrama, Barcelona, 2000, 152 páginas.
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Frente a "Brevedades", integrado por cuentos más extensos, en el primer bloque del volumen, y bajo el nombre "Miniaturas", Neuman incluye 18 microrrelatos.
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LA ÚNICA VENTANA
Entre todas las ventanas del edificio, a Julio le interesaba sólo una. No se trataba de la ventana de cristales más brillantes, ni de la más próxima o la menos carcomida. Era como cualquier otra. Sin embargo Julio no dormía pensando en la ventana.
Sucedía que por aquel rectángulo se dejaba ver de tarde en tarde la morena Carlota, fatal depositaria de todas las bellezas.
Cada mañana Julio se sentaba en la cocina, único lugar desde donde podía verse bien la ventana, y aguardaba con la mirada fija. Cuando el blanco de la persiana empezaba a mudar en agresivo destello, Julio sabía que estaba sobrepasando el mediodía y comprendía que era necesario comer algo. Las más de las veces, no obstante, era su estómago el que acababa comprendiendo que Julio no podía interrumpir su tarea por motivos tan prosaicos. La persiana se volvía vagamente amarilla y ya debían ser más de las cinco; la atención no era la misma, pero sí la voluntad. Más tarde, por fin, era un tamiz grisáceo, y Julio empezaba a sentir desasosiego. Cuando no podía ya distinguirse la ventana, complacía sin entusiasmo a su estómago. Mientras tanto él se alimentaba del recuerdo de Carlota.
Las noches habían sido un lento calvario hasta que a Julio se le ocurriera fotografiar la ventana en su hora de más esplendor. Desde entonces trasnochaba sin angustias, e incluso a veces se le colaba algún breve descanso. A las ocho en punto, como cada mañana, desayunaba un poco de aire fresco y se sentaba en la cocina a esperar a Carlota.
Hubo un tiempo en que Julio cayó enfermo, y no fue la enfermedad lo que estuvo a punto de llevárselo, sino el despiadado ayuno de ventana. Pudo recuperarse, sin embargo, cuando dejó los medicamentos y volvió, cuidadosa y gradualmente, a su disciplina de antaño. Su estómago pareció terminar aceptando el desdeño y se encogió hasta dejar de sufrir. Este fenómeno coincidió con la definitiva desaparición de Carlota de su lejano marco.
Julio, de todos modos, permanece en la cocina, sentado. Se dedica a aguardar frente al cristal, todavía, al margen de pasiones tales como la esperanza.
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