CUENTOS PULGA, Riki Blanco
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AUGUSTO REPENTINO [EL ESCAPISTA] No había necesidad de apretar tan fuerte las cadenas, las esposas o la camisa de fuerza, pero Bambino, el niño que maniataba a don Repentino, lo hacía siempre con tanto ímpetu que, a veces, éste se había puesto lila por la falta de circulación sanguínea. Después, en un santiamén, Augusto Repentino se deshacía con mucha destreza de todo lo que le oprimía. En ese momento el público estallaba en una gran ovación y todo acababa. Hasta la siguiente función.
Pero el escapista hundía su cabeza en la almohada y deseaba con todas sus fuerzas que no hubiera una siguiente función.
Y cada mañana Augusto se decía a sí mismo que de esa noche no pasaba. Le diría, con mucho tacto, delicadeza y sin que se lo tomara a mal que si sería tan amable, por favor, de no apretar tanto.
Y cada tarde se acercaba a él dispuesto a decírselo, pero en el último momento bajaba la mirada al suelo y pasaba de largo.
"Mañana si lo vuelve a hacer, dejo la compañía", pensaba.
Sin embargo, aquella noche tuvo un sueño tan revelador que ya nada fue lo mismo para Augusto. Aquella noche soñó como de costumbre con huir. Lejos del circo, lejos de Bambino, lejos de las cadenas. Y por huir soñó que huía de sus huidas. Y por soñar soñó que escapaba de aquello que habitaba en su interior y que le impedía afrontar las cosas.
A la mañana siguiente se lo dijo:
—Bambino, serías tan amable, por favor, de no apretar tanto.
Y a Bambino se le pusieron las orejas calientes de la vergüenza:
—Perdone usted, don Repentino, no volverá a ocurrir, esta noche intentaré medir mis fuerzas.
—No, Bambino —replicó Augusto—, esta noche no hay número, ni ésta ni ninguna otra noche. Se acabaron los escapismos.
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