CUENTOS DIFRENTES PARA NIÑOS DIFERENTES, María Bautista & Raquel Blázquez

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MARÍA BAUTISTA & RAQUEL BLÁZQUEZ, Cuentos diferentes para niños diferentes, Cuento a la vista, Madrid, 2013, 104 páginas.

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 María Bautista escribe y Raquel Blázquez  ilustra estos cuentos para aquelllos niños diferentes «que son únicos».
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 LA FAROLA DORMILONA
   Las farolas, como buenas farolas, trabajaban por la noche y dormían por el día. Por eso, cuando llegaba el sol, cerraban sus ojos y no volvían a abrirlos hasta que oscurecía. Entonces sus ojos, llenos de luz, se encendían para iluminar las calles.
   Así era su vida y siempre había sido así: a las farolas les gustaba la noche, las calles vacías, la ciudad durmiendo y la luna en lo más alto presidiendo el cielo. Y así había sido siempre hasta que llegó al parque de la ciudad una farola nueva. No era como las demás: tenía curiosidad y quería descubrir qué pasaba en la ciudad durante el día.
   —¿Nunca os habéis quedado despiertas hasta el mediodía? —preguntaba sorprendida la nueva farola.
   — ¿Para qué? Nuestra función es iluminar la noche.
   — Claro, si nos encendiéramos de día, la gente pensaría que estamos estropeadas.
   —Y acabarían por dejarnos sin trabajo, ya que no seríamos para ellos más que un gasto de electricidad innecesario.
   Pero aquellos argumentos no convencieron a la nueva farola, que un amanecer, en vez de apagarse como el resto, decidió seguir encendida. Lo que vio la dejó maravillada. Durante el día, las vacías calles se llenaban de gente y de actividad. Los pájaros cantaban alegres, los niños correteaban por el parque. ¡Todo era mucho más entretenido que durante la noche! La farola lo tuvo claro: nunca más trabajaría de noche, ¡vaya aburrimiento!
   Así que sus compañeras del parque comenzaron a llamarla la farola dormilona porque se pasaba la noche durmiendo y por el día, cuando nadie necesitaba de su luz, se mantenía encendida y brillante. Y cada vez que una de sus compañeras trataba de convencerla para que volviera a trabajar de noche, la farola dormilona contestaba lo mismo:
   — Pero es que la noche es tan aburrida. ¡Nunca pasa nada!
   Hasta que un día llegó al parque un viejo búho. Se había escapado del bosque porque sus ojos cansados ya no podían ver en la oscuridad como antes.
   — Vete a la ciudad —le habían dicho sus amigos—. Allí siempre hay luz, incluso de noche.
   Así que el viejo búho había cogido todas sus pertenencias, pocas, la verdad, pues no era animal de acumular cosas, y había llegado hasta el parque donde vivía la farola dormilona. Tal y como era su costumbre, durmió todo el día y por la noche, al abrir los ojos, se encontró con aquella cálida luz de las farolas. Tan feliz estaba con aquel resplandor que permitía ver a sus ojos gastados que se puso a ulular.
   Cuando comenzó a amanecer y la farola dormilona se despertó, se sorprendió mucho al ver al resto de farolas tan excitadas. No paraban de hablar acerca de la belleza y singularidad de aquel canto del búho, tan diferente a lo que habían escuchado hasta entonces. La farola dormilona, siempre tan curiosa, no pudo evitar interesarse por aquello:
   — ¿De verdad es tan extraño ese canto?
   — Es increíble, estoy deseando que llegue la noche solo para oírlo.
   — Pero ¿ese tal búho no puede cantar por las mañanas?
   — No, si quieres escucharlo tendrás que quedarte despierta por la noche como todas las demás.
  Tanto le picó la curiosidad a la farola dormilona que la siguiente noche, en contra de su costumbre, permaneció con sus dos ojos luminosos abiertos. Hacía tanto que no trabajaba de noche que casi había olvidado la belleza de la luna y el sonido de los grillos entre los arbustos. Pero lo que más le sorprendió fue aquel canto profundo del viejo búho. ¡Era precioso!
   A la mañana siguiente estaba tan cansada, después de haberse mantenido despierta tantas horas, que no le quedó más remedio que dormir y dormir. Hasta que llegó la oscuridad y sus ojos se abrieron para iluminar la noche y escuchar el sonido del búho. Poco a poco la farola fue acostumbrándose a vivir así, disfrutando de los pequeños detalles, aprendiendo a observar las estrellas en el cielo, a diferenciar los sonidos misteriosos de la noche o a cantar con el búho. Con el tiempo abandonó para siempre el día y nunca más fue una farola dormilona.
   Sin embargo, es posible que algún día, si sois observadores, descubráis una farola iluminada durante el día. Si es así, no penséis que es una farola defectuosa, ¡qué va! Se trata de la farola dormilona que siente nostalgia del día y de vez en cuando abre los ojos para volver a disfrutar del ruido de la ciudad y de los niños en el parque.






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