DIARIO DE LECTURAS, Alberto Manguel

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ALBERTO MANGUEL, Diario de lecturas, Alianza Editorial, Madrid, 2007 (2004), 308 páginas.


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Manguel entre 2002 y 2003 leyó El Quijote, de Cervantes; La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares; Kim, de Rudyard Kipling; Memorias de ultratumba, de Chateaubriand; La isla del Dr.Moreau, de H. G. Wells; El signo de los cuatro, de Arthur Conan Doyle; Las afinidades electivas, de Goethe; El viento en los sauces, de Kenneth Grahame; El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati; El libro de la almohada, de Sei Shonagon; Resurgir, de Margaret Atwood, y Memorias póstumas de Blas Cubas, de Joaquim Maria Machado de Assis. En el Prólogo a la nueva edición de Diario de lecturas, dice de estos libros que en ese tiempo, «fueron mi cartografía y los eventos que los jalonaron se confundieron (como se confunden siempre) en lo que termino llamando mi vida cotidiana. Leer, como vivir, son actos privados que tienen lugar en público; admitir su notoriedad, compartirlos por escrito, quizás no sea de un impudor inadmisible».
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Miércoles

   Cuando menos me lo esperaba recibo una carta del profesor Isaías Lerner desde Nueva York. Fue uno de los profesores de literatura española que tuve en el bachillerato, sin duda el mejor y el más memora­ble. Había visto un artículo mío y decidió ponerse en contacto conmigo, después de tanto tiempo. Debía de tener unos quince años cuando asistí a sus clases. Durante nueve meses estudiamos El Lazarillo, La Ce­lestina, El libro de buen amor, pero nunca llegamos al Quijote porque Lerner nos llevaba por los libros dete­niéndose en cada detalle, más interesado en la profun­didad que en la cantidad de títulos. Pero me enteré de que enseñaba la novela de Cervantes a otra clase, y me colaba en el aula para escucharlo. El verano siguiente me llevé la edición en dos volúmenes del Quijote que él había editado y pasé en su compañía los tres meses de vacaciones.
   Seguir las clases y leer el libro por mi cuenta, bajo unos árboles, eran dos experiencias completamente dis­tintas. Recuerdo, por ejemplo, el detenido comentario de Lerner sobre la biblioteca de don Quijote, que el cura y el barbero deciden tapiar con el fin de evitar nuevas locuras. A solas, casi se me saltaron las lágrimas cuando leí la descripción de cómo el viejo caballero se levanta de la cama para ir en busca de sus libros y le re­sulta imposible encontrar la habitación donde los guardaba. Aquélla era para mí la pesadilla perfecta: desper­tarme y descubrir que mis libros habían desaparecido, lo que me haría sentir que yo ya no era la persona que creía ser. Gregor Samsa se somete a la metamorfosis, a la pérdida de su identidad; don Quijote, en cambio, para seguir siendo don Quijote, acepta valientemente la explicación de que un malvado encantador ha hecho desaparecer su biblioteca. Al aceptar la fantasía, perma­nece fiel a su identidad imaginaria.
   Cuando, en 1973, regresé por un año a Buenos Aires, los libros que había dejado en casa ya no esta­ban allí.

Viernes

   Don Quijote quiere ser un hombre justo por una necesidad íntima, no por obediencia a leyes humanas o divinas. «;Ah, Señor! ¡Dadme la fuerza y el valor / para contemplar sin asco mi corazón y mi cuerpo!» La ora­ción de Baudelaire resume la ética de don Quijote.
   El rabí David de Lelov, que murió en 1813: «La red de los actos justos mantiene unido al mundo, volviéndolo de oro». Don Quijote: «Sancho amigo, has de saber que yo nací, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la de oro, o la dorada, como suele llamarse». Para los Has­sidim (los adeptos al movimiento judío ortodoxo), la existencia del mundo se justifica por treinta y seis justos conocidos como los Lamed Wufniks (los pila­res ocultos del universo), gracias a los cuales Dios no aniquila a la raza humana. Don Quijote se pone en camino para actuar como lo haría un hombre justo en un mundo cuya principal característica es la in­justicia.
   En el periódico de hoy, nuevas indicaciones de que la guerra en Irak es inevitable. Un amigo iraquí comenta: «¿Qué línea de acción es posible entre las atrocidades de Sadam, el extremismo de los dirigentes religiosos y la voracidad económica de los Estados Unidos? Tenemos que elegir entre ser decapitados, la­pidados o que nos coman vivos».

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