A. R. ALMODÓVAR,
Cuentos al amor de la lumbre 1,
Alianza, Madrid, 2015, 416 páginas.
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José Manuel Caballero Bonald reitera en el prólogo su "gratitud emocionada a Antonio Rodríguez Almodóvar por estos Cuentos al amor de la lumbre (es decir, cerca del fuego de la verdad), por este definitivo rescate de un legado colectivo, intemporal y disponible, que también nos devuelve la riqueza de muchas arrinconadas sabidurías populares."
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EL DIABLO DE NOVIO
Un conde tenía una hija muy guapa, ya en edad de casarse. Pero la niña era muy caprichosa y a todos los novios les ponía faltas. Un día le dio por decir:
—No me caso hasta que encuentre un marqués con los labios de plata y los dientes de oro.
El diablo, que se enteró, se dijo: «Pues ahora voy yo, me disfrazo de marqués y me caso con ella». Y así lo hizo. Un buen día se presentó en palacio y al ver el rey que era como su hija había dicho, la llamó y le dijo:
—Aquí tienes lo que tú buscabas.
Y ella dijo:
—Nunca pensé encontrarlo, pero aquí está mi mano.
Y concertaron la boda para otro día.
Tenía la niña una golondrina, que le advertía:
—Si piensas que es un marqués,
no te cases, que el diablo es.
Pero ella no le hacía caso. La golondrina se lo decía otra vez y otra. Por fin la niña le contestó:
—Tú es que crees que no te voy a llevar al palacio de mi marido. Pues sí que te voy a llevar. Anda, déjame tranquila.
Llegó el día de la boda y se presentó el diablo en un trineo por los aires, vestido de etiqueta, con sus labios de plata y sus dientes de oro, y acompañado de unos cuantos diablos y diablesas disfrazados también de gente importante.
Se casaron la condesita y el diablo y, después de la ceremonia, se fueron en el trineo por los aires. Y aunque a la niña se le había olvidado la promesa que le hizo a la golondrina, ésta echó a volar también y se fue detrás de aquella comitiva.
—¿Por dónde me llevas? —le preguntaba la condesita a su marido—. Éstos me parecen unos caminos muy raros.
—No te apures, mujer, que ya verás mi palacio.
En cuanto llegaron al palacio, el diablo encerró a la niña en una habitación que estaba encima de una caldera de pez hirviendo. Y decía el diablo, con grandes risotadas:
—Hija del conde, que encima de la caldera estás, si no es a la una ni a las dos, a la de tres caerás —y daba grandes trompazos contra el techo, para que se hundiera y se cayera la niña en la caldera.
Entró entonces la golondrina por un balcón y la condesita le dijo:
—¡Ay, golondrina, bien decías tú que este marqués el diablo es! Anda, vete corriendo a avisar a mi padre.
Salió volando la golondrina para avisar de lo que estaba pasando, y, mientras, el diablo seguía diciendo:
—Hija del conde, que encima de la caldera estás, ¡si no es a la una ni a las dos, a la de tres caerás! —y volvía a dar grandes trompazos contra el techo para que se cayera.
La golondrina avisó al conde, y éste preparó un gran ejército para ir a rescatar a su hija. Cuando ya estaba a punto de caerse el techo, llegaron al palacio, rompieron la puerta y todavía tuvieron tiempo de desatar a la niña y poner en su lugar una muñeca. Cuando por fin se rompió el techo, con un gran golpe que dio el diablo, cayó la muñeca dentro de la caldera de pez.
El diablo, con un cucharón se puso a remover, venga a remover, y decía:
—Hija del conde, si con quien has venido creías que era marqués, ¡estás confundida, que el diablo es!
Lo repitió tres veces y, por ver si ya estaba la niña quemada, la sacó y, aunque ya estaba la muñeca muy negra, se dio cuenta del engaño. Se montó otra vez en su trineo con unos cuantos diablos y salió volando hacia el palacio del conde, pero allí, como ya estaba bien preparado el ejército, le presentaron batalla y lo vencieron, teniéndose que volver otra vez al infierno con el rabo entre las piernas.