EL TENEDOR DE LIBROS, José Luis Melero

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JOSÉ LUIS MELERO, El tenedor de libros, Xórdica, Zaragoza,  2015, 182 páginas.

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Aporta Melero en el Liminar (pp. 7-8) una clave para entender esta recopilación de artículos publicados en Heraldo de Aragón: «prefiero incensar la memoria de los olvidados que cacarear los logros de quienes ganaron las mayúsculas y las negritas de los manuales que se estudian en las universidades».
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PENSAR EN LAS MUSARAÑAS


   Hay gente que se pasa la vida pensando en las musarañas. Pero a veces basta con que lo hagas una sola vez, en el momento más inoportuno, para que tenga trágicas consecuencias. Es lo que le paso a Gaudí el 7 de junio de 1926 cuando iba a cumplir con su visita diaria a la iglesia de San Felipe de Neri. Iría pensando en las musarañas cuando fue atropellado por un tranvía en la Gran Vía de las Cortes Catalanas, entre las calles de Girona y Bailén. Su aspecto descuidado hizo que lo tomaran por un pordiosero y no fuera atendido de inmediato. Murió tres días más tarde. Si hubiera vestido como un buen burgués (mi amigo José Manuel Pérez Latorre dice con humor británico que los arquitectos deben vestir siempre de forma impecable, pues en cualquier momento pueden ser objeto de homenaje) tal vez las cosas hubieran sido de otro modo. Se cumplían entonces veinte años desde que Pierre Curie había muerto atropellado por un coche de caballos en una calle de París. También andaría despistado Víctor Seix, el gran editor catalán, cuando fue atropellado durante la Feria del Libro de Frankfurt de 1967 junto a la puerta del Hotel Frankfurter Hof donde se alojaba. Llegaba tarde a la ópera, se desorientó un instante y otro tranvía acabó con su vida. Lo más increíble es que ese tranvía iba conducido por un sujeto que se llamaba Adolf Hitler. Carlos Barral, su socio en la editorial, que tuvo que encargarse del papeleo tras la muerte de Seix, así lo contó en sus memorias. Cuatro años antes, otro célebre editor también había muerto atropellado por culpa de las musarañas: Kurt Wolff, el primer editor de Kafka y el editor de Robert Walser o Joseph Roth. Wolff editó en 1927 mi libro preferido de Roth: Fuga sin fin. Por aquí tampoco han faltado despistados que murieron por ir pensando en las avutardas: Ricardo del Arco, que tantos libros escribió sobre Aragón, murió el 7 de julio de 1955 en la plaza de Navarra de Huesca, arrollado por un camión del ejército cuando salía de los porches de la Diputación, y la gran pianista Pilar Bayona acabó sus días atropellada por un automóvil en Zaragoza en diciembre de 1979.

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