HISTORIA DEL ARTE. RELATOS PARA NIÑOS, Michael Bird

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MICHAEL BIRD, Historia del arte. Relatos para niños, Blume, Barcelona, 2016, 336 páginas.

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«Esta historia empieza en una cueva, situada en Alemania, hace 40.000 años, y termina junto a una farola en Beijing, en 2014». En Parte de la magia (pp. 8-9) Bird reivindica la necesidad de la extrañeza que suscita el arte en el espectador como un acicate para desear seguir dialogando con el arte con la finalidad de hallarse a sí mismo.
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LA NOCHE ESTRELLADA DE VINCENT

   La enfermera golpea suavemente la puerta y dice: 
  —Hora de ira dormir, señor Van Gogh.
  —Un momento —contesta él—. Estoy terminando una carta para mi hermano. —Y se escuchan las pisadas de la enfermera, que se aleja.
  En otra habitación, uno de los pacientes grita y golpea la puerta. El sanatorio mental puede llegar a ser un lugar con mucho ruido, y Vincent van Gogh necesita paz. ¡Paz! Al menos tiene sus pinturas para ocuparse. Y tanto los médicos como las enfermeras son amables. Le animan a que pinte. Van Gogh tiene la sensación de que la pintura es una de las cosas que le ayudarán a mantener la cordura.
  Suelta su pluma. ¡Tiene tanto sueño! Hoy se ha despertado antes del amanecer. Salió de la cama y se dirigió hacia la ventana. Allí estaba el ciprés con su enorme sombra, la luna bien alta y el cielo repleto de estrellas. El viento soplaba de las montañas. El ciprés se doblaba a causa del viento, se volvía a enderezar, y volvía a doblarse, como si estuviera vivo. En el cielo flotaban pequeñas nubecillas. ¿Qué le impedía llegar hasta las estrellas? Mientras miraba hacia arriba, Van Gogh se sentía más cerca de las estrellas que de los tablones de madera de su dormitorio. Se sentía más cerca del pasado que del presente. Y abajo... ¿estaba ahí la pequeña iglesia de su vieja casa de los Países Bajos? No, imposible. Estaba en Francia. Esto es hoy y ahora. Las estrellas daban vueltas en su cabeza, como si fueran pensamientos.
  —¡Vaya caos he hecho de mi vida! —afirma Van Gogh—. Tengo 36 años, vivo en un sanatorio mental y pinto obras que no quiere nadie. Un lío detrás de otro.
  Su primer empleo consistió en trabajar para un marchante de arte, hasta que lo despidieron. A continuación se convirtió en predicador y donó todas sus pertenencias a los pobres. Volvió a ser despedido. Finalmente, hace solo unos cuantos años, se le ocurrió que estaba destinado a ser ¡un artista!
  Le preocupaba saber si algún día llegaría a ser un buen pintor. Tenía que aprender tantas cosas. Sin embargo, el mejor lugar para aprender era, sin lugar a dudas, París. ¡Debía ir allí! Para empezar, Van Gogh había pintado en tonos marrones, grises y verde oscuro, como si nunca brillara el sol y nadie se sintiera feliz. En París se dio cuenta de que no podía continuar por ese camino. Los vivos colores impresionistas alegraron su espíritu. Y Seurat: a Van Gogh le encantaban sus pinturas. Los colores provocan sentimientos, de modo que, si ordenaba los colores de un modo determinado, podría causar ciertos sentimientos en las personas: alegría, tranquilidad, esperanza... Estudió con cuidado el método de Seurat.
  La emoción de París le resultaba apabullante: conocer artistas, descubrir nuevos tipos de arte, trabajar duro, pasar el rato en las cafeterías. Van Gogh soñaba con el éxito, pero cuando se miraba al espejo, se encontraba con el reflejo de un artista desaliñado y pobre. París no estaba funcionando. Debía continuar su camino.
  Van Gogh se sentía fascinado con los grabados japoneses que había visto en las tiendas y las galerías. Los artistas japoneses como Hokusai mostraban escenas cotidianas en tonos vivos y profundos. Si pudiera viajar a Japón! Pero no tenía dinero para hacerlo. El siguiente mejor lugar para ir, decidió Van Gogh, era el sur de Francia. Así pues, en febrero de 1888 tomó el tren hacia Arlés.
  Primavera. Verano. En la vieja población de Arlés florecían los huertos de cerezos. Van Gogh dibujaba y pintaba todo el día, en el campo.
  Trabajaba con rapidez, no con pequeños toques de color como Seurat, sino de un modo mucho más impulsivo. Era así como se sentía ante los campos de girasoles, con sus largos y fuertes tallos y sus cabezas florales de un ardiente tono amarillo. Sin paciencia, pero ¡increíblemente emocionado! Cuando uno se hallaba frente a frente con un girasol, la intensidad de su amarillo era... ¡Ah! No había palabras para ello, pero él intentaría pintarlo.
  En ocasiones Van Gogh echaba de menos la compañía de otros pintores. Invitó a Paul Gauguin, otro artista pobre que había conocido en París, para que se reuniera con él en Arlés. Así pues, arregló su sencilla habitación colgando de las paredes sus pinturas de girasoles para recibir a Gauguin con una fanfarria de amarillos. ¿Y entonces? Ambos artistas trabajarían codo con codo, motivándose mutuamente.
  Las cosas funcionaron bien durante un tiempo. Pero Gauguin era un hombre difícil y orgulloso, no el amigo ideal para Van Gogh. Empezaron a entrar en amargas discusiones. Una noche de invierno, tras una pelea especialmente violenta, Van Gogh estaba tan enfadado que se cortó parte de una oreja. «¡Voy a salir de aquí!», pensó Gauguin. Y recogió sus cosas.
  Solo de nuevo, Van Gogh tuvo miedo de lo que podría ocurrir. Para estar seguro, solicitó la admisión en un sanatorio mental. Sí, sería lo mejor. Los médicos le echarían un ojo...
  Van Gogh se siente demasiado cansado como para acabar de escribir la carta. Intentaba describir el modo en que se sentía esta mañana, bajo las estrellas. Pero las palabras no son capaces de describirlo. No. Mañana lo pintará. Pintará la noche estrellada.

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