NOTAS SOBRE LA LITERATURA Y EL SONIDO DE LAS COSAS, Marcelo Cohen
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MARCELO COHEN, Notas sobre literatura y el sonido de las cosas, Malpaso, Barcelona, 2017, 330 páginas.
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Jorge Carrión en Puente aéreo: Buenos Aires-Barcelona (pp. 5-9) dice: «El fraseo de Cohen, su música, va del aforismo y la frase feliz a la subordinación del pensamiento que aduce razones y las detalla; de la cita pertinente a la afirmación a la afirmación paradójica». El libro se divide en tres bloques, uno de ellos Miniaturas que ensayan y crónicas en miniatura (pp. 205-218).
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PRIMITIVOS DEL FUTURO
No sé si puede demostrase que que antes se leía más que ahora. Lo que sugiere mi experiencia y la de algunos viejos sabios es que los grupos sociales llamados ilustrados dedican cada vez menos tiempo a leer: profesionales diversos, estudiantes secundarios y universitarios y, notoriamente, artistas e intelectuales. El cambio de paradigma cultural es más agudo de lo que aceptamos sospechar. Pero ¿vale la pena volver a internarse en los motivos de la deserción? El abandono de los libros es un síntoma doloroso o alarmante solo para quienes creen que los libros importan. Por mi parte, creo que una buena novela, un verso «que conmueve como la proximidad del mar», importan tanto como, por ejemplo, la amistad. Los chicos pensarán que estamos en un mundo despiadado y fascinante, donde mil imágenes nos acercan el infinito múltiple en un minuto. Puede ser; y tal vez sea obvio que los libros no han neutralizado la brutalidad del mundo. Pero es raro pensar en el futuro de los imaginólatras. No hay secuencia de David Lynch que pueda contar y pensar la perversión mejor que una novela de Sade; no hay documental que explique la mentira mejor que Confesiones del estafador Félix Krull. La mayoría de las imágenes que proliferan no ofrece síntesis, sino reducciones. El mundo de los que no leen será un mundo no de «incultos», sino de ingenuos. Y de nada vale el argumento de que la vida enseña más que los libros. La vida es algo que hoy casi no existe fuera de la gran realidad virtual que suplanta a la realidad verdadera. En la acabada ficción de lo audiovisual no hay acumulación de experiencia ni cambio que no sea tecnológico: solo hay repetición, como entre los llamados pueblos primitivos. El mayor inconveniente, para estos incautos del futuro, no va a ser que los poderosos puedan engañarlos; porque, o los engañarán tanto como siempre, o el cine de denuncia les dará lecciones de historia. Lo grave va a ser que tomen las palabras ajenas y las propias al pie de la letra; que crean que e] lenguaje los representa; que desconozcan la inadecuación entre palabra y sentimiento, el poder del malentendido; que actúen como si los humanos nos comprendiéramos bien. Cuestiones como el doble o triple filo de las palabras, como la infinita necesidad de explicaciones que requieren ciertas frases, solo las ventila la literatura, Al revés que el «ignorante» de otros tiempos, el primitivo tecnológico está al tanto de montones de cosas; pero como no lee, cree que el lenguaje, como las imágenes, explica fehacientemente; y esta ingenuidad terminará por anularlo, si antes no lo vuelve peligroso.
No sé si puede demostrase que que antes se leía más que ahora. Lo que sugiere mi experiencia y la de algunos viejos sabios es que los grupos sociales llamados ilustrados dedican cada vez menos tiempo a leer: profesionales diversos, estudiantes secundarios y universitarios y, notoriamente, artistas e intelectuales. El cambio de paradigma cultural es más agudo de lo que aceptamos sospechar. Pero ¿vale la pena volver a internarse en los motivos de la deserción? El abandono de los libros es un síntoma doloroso o alarmante solo para quienes creen que los libros importan. Por mi parte, creo que una buena novela, un verso «que conmueve como la proximidad del mar», importan tanto como, por ejemplo, la amistad. Los chicos pensarán que estamos en un mundo despiadado y fascinante, donde mil imágenes nos acercan el infinito múltiple en un minuto. Puede ser; y tal vez sea obvio que los libros no han neutralizado la brutalidad del mundo. Pero es raro pensar en el futuro de los imaginólatras. No hay secuencia de David Lynch que pueda contar y pensar la perversión mejor que una novela de Sade; no hay documental que explique la mentira mejor que Confesiones del estafador Félix Krull. La mayoría de las imágenes que proliferan no ofrece síntesis, sino reducciones. El mundo de los que no leen será un mundo no de «incultos», sino de ingenuos. Y de nada vale el argumento de que la vida enseña más que los libros. La vida es algo que hoy casi no existe fuera de la gran realidad virtual que suplanta a la realidad verdadera. En la acabada ficción de lo audiovisual no hay acumulación de experiencia ni cambio que no sea tecnológico: solo hay repetición, como entre los llamados pueblos primitivos. El mayor inconveniente, para estos incautos del futuro, no va a ser que los poderosos puedan engañarlos; porque, o los engañarán tanto como siempre, o el cine de denuncia les dará lecciones de historia. Lo grave va a ser que tomen las palabras ajenas y las propias al pie de la letra; que crean que e] lenguaje los representa; que desconozcan la inadecuación entre palabra y sentimiento, el poder del malentendido; que actúen como si los humanos nos comprendiéramos bien. Cuestiones como el doble o triple filo de las palabras, como la infinita necesidad de explicaciones que requieren ciertas frases, solo las ventila la literatura, Al revés que el «ignorante» de otros tiempos, el primitivo tecnológico está al tanto de montones de cosas; pero como no lee, cree que el lenguaje, como las imágenes, explica fehacientemente; y esta ingenuidad terminará por anularlo, si antes no lo vuelve peligroso.
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