NOCHES SIN DORMIR, Elvira Lindo
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ELVIRA LINDO, Noches sin dormir: último invierno en Nueva York, Seix Barral, Barcelona, 2015, 224 páginas.
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He aquí una mujer mentalmente anclada en los treinta y siete. Ni uno más ni uno menos. Como dijo Jaime de Armiñán las Navidades pasadas, cuando su mujer, Elena Santonja, me preguntó de pronto cuántos años tenía: «¡Eso no se pregunta: Elvira está en la edad perfecta para no decirlos!». De acuerdísimo con Jaime. No es que desee ser más joven, en todo caso me gustaría porque cumplir años es acercarse al final de una vida que se me está haciendo breve, pero no estoy dispuesta a sufrir por la inconveniencia que supone superar los cincuenta. La otra alternativa es la muerte y eso lo dejo para los escritores malditos. Que se suiciden. Aunque los contumaces coqueteadores de la muerte no suelen ser valientes a la hora de quitarse de en medio. Yo, al contrario: ¡A vivir, a vivir!, que es lo que venían a exclamar las tres hermanas de Chéjov cuando decían aquello de «¡A Moscú, a Moscú!». Recuerdo que el año pasado un periodista comenzó presentándome en una entrevista como la escritora «de más de medio siglo». ¡De más de medio siglo! Menos mal que no se refirió a mí como «la escritora del siglo pasado», que en parte también lo soy.
Antonio dice que debemos celebrar mi cumpleaños en el Four Seasons; sostiene que hay que ser fieles a la tradición inaugurada ahora hace cuatro años. Y vamos. Como inevitablemente suele ocurñr en las celebraciones, hacemos recuento de la vida, decimos que parece que fue ayer, que todo parece que fue ayer, y yo le digo que mi único deseo es que en nuestro entorno no muera nadie más joven que yo. Ya sabe él a quiénes me refiero: que nunca les ocurra nada a los chicos. En el apartado «chicos» entran hijos, hija, sobrinos, sobrinas. Y él está de acuerdo. Tras esta nube de pensamiento mórbido al que yo tengo tendencia en cuanto se hace de noche y que Antonio está acostumbrado a disipar, tratamos de imaginar cómo será nuestra vida cuando ya no pasemos los inviernos aquí, el año que viene, sin ir más lejos.
Por más que queramos tener tradiciones y sentar la cabeza, compartimos una ansiedad por el cambio que nos hace estar siempre de mudanza. Tal vez sea la necesidad de vivir más de una vida dentro de esta vida tan corta que tenemos.
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