70 EPIFANÍAS, Klaus Rifbjerg

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KLAUS RIFBJERG, 70 epifanías, Bassarai, Vitoria, 2009, 94 páginas.

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En el camino de estos poemas en prosa de Rifbjerg encontará el lectos las ilustraciones de Arne Haugen Sørensen.
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LA HABITACIÓN VACÍA

   Cuando ella sale de la habitación, ésta no se queda vacía. Queda algo. Puede ser p. ej. su olor, ahí hay algo concreto a lo que atenerse. ¡Todo el mundo sabe que tanto las habitaciones como las casas adquieren el olor de quienes las habitan! Es algo que puede comprobarse: cuando ella sale de la habitación ¡queda algo de su olor! Pero hay algo más que es mucho más difícil de definir. Tal vez se deba a que no la conoces tan bien ni sabes lo que hace cuando está en la habitación. Porque no hay la menor posibilidad de comprobarlo, sería algo absurdo y una intromisión. De vez en cuando sí que llegan sonidos de la estancia, algunos de ellos son reconocibles, p. ej, pasos. El resto es mucho más difícil de descifrar y naturalmente también debería ser algo accesorio cuando se trata de comprobar qué es lo que queda cuando ella no está ya en la habitación, si es que es tan importante. Tal vez sea un sonido, un eco. Tal vez los movimientos que ella ha hecho generen una especie de vibraciones que emiten sonidos, además parece científicamente probable. Pero, ¿tienen la suficiente intensidad para sobrevivir al hecho de que ella ya no está en la habitación, que sencillameme se ha marchado, ha cogido su bici y se ha alejado pedaleando para llegar al trabajo con el resto de los que pedalean en sus bicis para ir al trabajo? Eso que se dice tan poéticamente de que «el silencio suena» ¿podría aguantar el ruido y el zumbido y el gruñido y el refunfuño y el tintineo y el silbido demencial que producen los autos y las bicis y los tranvías y las voces de todos los de ahí fuera que se abren camino pedaleando con ella? No parece verosímil. Pero entonces qué coño es ese ruido que sale de su habitación cuando ella se ha ido, debe de haber algo, algo que haya dejado, algo debe de ocurrir. Pero ella tiene la llave, y pensándolo bien, no hay más que su olor. Un olor indescriptible, pero inconfundiblemente suyo. Es un hecho, un hecho ruidoso, si se me permite decirlo así, un sonido.


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