ESTO, LO OTRO Y LO DE MÁS ALLÁ, Julio Camba

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JULIO CAMBA, Esto, lo otro y lo de más allá, Cátedra, Madrid, 1994, 220 páginas.

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Como era de esperar, Cátedra presenta la reedición de este libro de artículos de Julio Camba con el aparato crítico del editor Mario Parajón, quIeN tras glosar vida y obra del autor, celebra la publicación de esta obra poco conocida de Camba, publicada por primera vez en 1945 por la editorial Plus Ultra.
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LA CAVERNA LINGÜÍSTICA

   El ido, el novial, el interlingua, el esperanto, el volapuk, el interglossa y el inglés básico: todos estos idiomas, unos sintéticos y otros reconstruidos, estarán muy bien, yo no lo dudo; pero hay quien opina que, tanto en materia de sim­plificación como en materia de internacionalismo se po­dría ir todavía bastante más lejos. Por ejemplo:
   Tengo frío: —¡Brrr!
   Tengo hambre: —¡Guau!
   Tengo sueño: —¡Aaaaaaaaau!
   Te quiero: —¡Reee! ¡Rrrr! ¡Rrrr!
   Te odio: —¡Jjjj! ¡Jjjj! ¡Jjjj!
  Se me dirá que este vocabulario, llamémosle así, es insu­ficiente para expresar las necesidades del hombre; pero, ¿quién puede afirmar que los vocabularios de que el hom­bre se sirve actualmente son una consecuencia de sus nece­sidades y no sus necesidades una consecuencia de sus voca­bularios? Enséñenle ustedes a un salvaje a decir corbata e inmediatamente el salvaje les pedirá a ustedes una; pero manténgalo ustedes en una total ignorancia respecto a esa prenda del atuendo masculino y el salvaje no sentirá jamás el menor deseo de ataviarse con ella. En realidad, nuestras verdaderas necesidades no son nunca más que dos. Así lo proclamaba ya la filosofía antigua, y así lo reconoció también nuestro delicioso Arcipreste:
   
   Según dise Aristóteles, cosa es verdadera, el hombre por dos cosas se mueve: la primera por haber mantenencia. La otra cosa era por haber yuntamiento con fembra placentera.
  
   Dejémonos, por lo tanto, no ya sólo de adjetivos, con­junciones, preposiciones, etc., sino también de sustantivos y de verbos, y hagamos un lenguaje cuyos principales ele­mentos sean el ladrido, que, por cierto, los perros apren­dieron de los hombres —está ya archidemostrado que los perros primitivos no ladraban, limitándose a aullar como los lobos—, el arrullo («rrr, rrr»), el bostezo («aaaaaaau»), el escalofrío («brrr») y algunos otros sonidos que nuestro alfa­beto no se presta a reproducir, pero que podrían ser repre­sentados por medio de unos símbolos especiales. Haga­mos este lenguaje, instalémonos en las primeras cavernas que encontremos a mano, vistámonos de pieles sin curtir y entonces será cuando, al fin, podremos alardear de haber simplificado realmente nuestra vida y de haber borrado todas las diferencias que hoy separan a unos hombres de los otros...

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