LOS CUADERNOS DE REMBRANDT, José Jiménez Lozano
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JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, Los Cuadernos de Rembrandt, Pre-Textos, Valencia, 2010, 240 páginas.
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Esta sexta entrega recoge los cuadernos desde finales del 2005 hasta el 2008.
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En
una revista femenina supermoderna, este espontáneo comentario de una diva o
mujer mundana y famosa: “Siempre que veo por la tele a todos esos niños
hambrientos, no puedo evitar echarme a llorar. Es decir, que me encantaría ser
así de flaquita, pero sin la muerte y todo eso”.
Es
toda una confidencia, ciertamente, y nos deja un tanto perplejos su frivolidad;
aunque también puede ser ésta solamente una de las maneras de exorcizarse o
liberarse de las acusaciones de aquellas terribles imágenes ciertamente acusadoras
para todos. Pero quizás un comentario moralizante sobre la injusticia de
nuestro mundo, envuelto en mucho humanitarismo y en el buenismo de nuestros
sentimientos, o todavía peor en razones políticas, muestra una más retorcida
frivolidad que la de la diva. Y ésta sí que es una verdadera maldad, aunque no
lo parezca.
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Un
personaje público gallego ha pedido la galleguización de las lápidas
sepulcrales, para ofrecer a los siglos venideros, en el caso de una catástrofe
planetaria, unos vestigios lingüísticos por lo menos. Y el asunto tiene su lado
más bien cómico, pero no del todo.
Como
ya nos previno Ernst Bloch, la gran esperanza para el individuo de este tiempo
estaría en la gran corona de flores que enviaría la empresa en la que había
trabajado en vida, y, visto lo visto, la gran esperanza de los pueblos sería la
de convertirse en material arqueológico, en espera de un Champollion. Es decir,
de la filología como Juicio Último.
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San
Roberto Belarmino, que fue el presidente del tribunal que juzgó a Galileo, y
que por cierto era copernicano como el propio Galileo en cuestiones de
astronomía, decía: “Si los españoles supiesen que tengo las obras de Calvino, y
que las leo frecuentemente podrían hacerme mucho daño”. ¡Si nos conocería! Y
continuamos lo mismo.
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Una
noticia más acerca de la vida del hampa que ya cohabita con nuestra vida civil:
una paliza dada a un adolescente por otros chicos de su misma edad es grabada,
en un teléfono móvil —se supone que como souvenir—, y sus autores castigados
luego con cien euros. ¿En atención al uso de nuevas tecnologías, esta
comprensiva benevolencia del castigo? ¿O en atención a la joven edad y la
deportividad de los implicados en el hecho? ¡Quién sabe!
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ANOCHECER
DE JUNIO
Hoy,
al ponerse,
incendió
el sol la corteza de los pinos
de
un rojo cobrizo;
pero
enseguida
impuso
la noche su orden,
cubrió
de ceniza aquellos resplandores,
y
encendió sus candiles.
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Evelyn
Waugh hablaba, sin embargo, de un exilio más terrible cuando escribía: “Haber
nacido en un mundo preñado de belleza y morir en medio de la mayor fealdad es
el destino común de todos nosotros, los exiliados”, Pero Waugh se refiere al
mundo que vivió en su infancia y al exilio o la extrañeza del mundo que tuvo
que vivir después; y tiene sus razones. Aunque todavía no era el nuestro, que
tiene todas las posibilidades para ser vividero para sus habitantes, pero no lo
es, sino que es el triunfo de los abstractos, y un mundo “de una horrible
fealdad”, como ya decía Walter Gropius de la arquitectura.
Pero
me parece que, de todos modos, es el exilio de la infancia lo que nos acongoja
de veras.
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