BREVE ENCICLOPEDIA DE LA INFANCIA, Emilio Gavilanes
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EMILIO GAVILANES, Breve enciclopedia de la infancia, Castalia, Barcelona, 2014, 252 páginas.
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Esta novela ganadora del XVI Premio Tiflos, organizada como un diccionario, permite una gozosa lectura independiente de las breves narraciones que constituyen cada entrada.
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Un día Pit, que a veces acompañaba a su padre a cazar, me invitó a ir con ellos. Tuve que levantarme tan pronto que me sentía desdoblado: aunque me veía en la calle, me parecía que mi yo profundo, real, seguía en la cama. soñando que me había levantado.
Cuando llegamos al punto en el que habían quedado con los otros cazadores, el padre de Pit dijo que no iba a ir porque no se encontraba bien. Realmente tenía mala cara. Estaba muy pálido.
Todos los conejos, las perdices, las codornices, todos los animales con cuya muerte mi imaginación ya se había conmovido, echaron a correr y a volar, libres.
De vuelta al barrio, el padre de Pit no paró de sudar. Yo iba sentado detrás en el coche y le veía pasarse todo el rato un pañuelo por el cuello. Cuando llegamos, dijo que se subía a casa. Pit le pidió que nos dejase quedarnos en el campo con la escopeta. Para mi sorpresa, el padre dijo que si.
Debíamos de hacer una estampa ridícula, avanzando despacio los dos juntos, atentos a nuestro alrededor, como si estuviésemos rodeados de animales, como si aquel terreno chato y desnudo, sin un solo árbol, fuese la sabana africana. Un terreno en el que nada más veías lagartijas y hormiga; y únicamente oías grillos, cigarras, insectos.
Hacía un día precioso. El cielo era de un azul intenso, limpio. El sol brillaba alegre. Atravesábamos un aire quieto, refrescante. Parecía que estrenábamos el mundo.
Estábamos al principio del otoño y apenas había hierbas.
De repente, vimos, como a diez metros de distancia, en lo alto de un cardo seco, un jilguero, un pájaro que visto al aire libre, no dentro de una jaula, pintado con colores vivos, sobre un fondo apagado, parecía un roto por el que asomaba otro mundo.
Todo el campo se quedó en silencio. El pájaro miraba a su alrededor, quizá tratando de resolver el camino que debía seguir. Hacía movimientos con la cola, como para equilibrarse. Era un momento perfecto.
Pit se puso de rodillas y le apuntó durante tanto tiempo que parecía que al final el pájaro se iba a acabar escapando.
De pronto sonó una explosión que nos hizo cerrar los ojos. Se oyó también el retroceso de la escopeta golpeando en el hombro de Pit.
Cuando abrimos los ojos el cardo ya no estaba. Durante un instante aún fueron visibles los miles de partículas en que se había pulverizado, flotando en el aire, como una nube pequeña. Nos acercamos y no encontramos restos del jilguero. No se veía el menor pedacito de carne, no había sangre. No había muerte. Tan solo una plumita limpia. Del cardo sólo quedaba el tocón, recto, impávido, como si por encima siguiese estando la planta, entera pero invisible. Parecía que habíamos asistido a un truco de magia.
De vuelta al barrio vimos una escena alarmante. Un amigo del padre de Pit iba corriendo (ver correr a un adulto era alarmante) y entraba en el portal de Pit.
Unos segundos después supimos que el padre de Pit había muerto en la escalera de la casa.
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