BESTIARIO FANTÁSTICO, Juan Perucho
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JUAN PERUCHO, Bestiario fantástico, Cupsa, Madrid, 1977, 130 páginas.
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EL COLINTRO Y LA VENUS DE LAS PIELES
Es animal muy raro, procedente de las islas Chafarinas, cuya piel despide un perfume, sutil y evanescente, que provoca en las relaciones amorosas esta actitud absurda que ha venido en llamarse «masoquismo». Lo descubrió el escritor Leopoldo Sacher-Masoch1 —y, de ahí, su nombre— quien, basándose en ciertas costumbres nupciales de los peces, escribió un ensayo sobre el tema y, con la ayuda de las pieles de Colintro, demostró su tesis. Estas pieles las había comprado muy caras en la tiendecita de Samuel Baruch, comerciante judío de la rue de Seine, en París. Se las regaló con mil arrumacos a la bella Wanda, su mujer, una mañana de otoño y, por la tarde, al entrar en el salón, la halló con los brazos cruzados sobre el pecho, las cejas fruncidas, vestida con un traje de seda blanco deslumbrador y con una kazabaika de seda escarlata, guarnecida de rico y soberbio cuello de pieles del Colintro regalado. Sobre sus cabellos empolvados, como de nieve, descansaba una diadema de diamantes.
—¡Wanda!—. Avanzó hacia ella en ademán de abrazarla. Ella retrocedió un paso, midiéndole con la vista de arriba a abajo.
— ¡Esclavo!
—¡Mi dueña!— Se arrodilló y besó la orla de su vestido.
—Está bien.
—¡Cuán bella eres!
—¡Te gusto?— Se aproximó al espejo y se contempló con altanera satisfacción.
—¡Voy a volverme loco!
Hizo un gesto de desdén y le contempló burlona a través de sus párpados entornados.
—Dame el látigo.
Miró a su alrededor.
—¡No, continúa de rodillas!— Fue a la chimenea, tomó el látigo y, mirándole mientras reía, lo hizo silbar en el aire. Después se levantó muy despacio las mangas de la kazabaika.
Él murmuraba:
— ¡Admirable mujer!
— ¡Cállate, esclavo! — Su mirada adquirió un aire sombrío, hasta salvaje, y le descargó un latigazo.
—¿Te he hecho daño?
—No —contestó—, y si lo hicieras, los dolores serían un placer para mí. Castígame otra vez, si gustas.
Le embargaba una extraña embriaguez.
—¡Castígame —prosiguió—, castígame, sin piedad!
Wanda blandió el látigo y le flageló dos veces. Acto seguido le dio un puntapié.
—¿Es bastante?
—No.
—¿De veras, no?
—Flagélame, te lo ruego; es un placer para mí.
Esta dramática situación que, más tarde, Sacher-Masoch reflejó, palabra por palabra, en su novela La Venus de las pieles, fue ciertamente real y verídica como lo demuestra el libro de memorias Confession de ma vie (Mercure de France, 1907), escrita por Aurora Angélica Laura Rumelin, también conocida por la señora Wanda von Sacher-Masoch, o sea, la esposa del novelista. Si hemos de hacer caso a tales memorias, Wanda era la auténtica «Venus de las pieles» y, según el biógrafo Schlichtegroll en Sacher-Masoch und Masochismus (Dresde, 1901), una interesada aventurera que, conociendo las propiedades de las pieles de Colintro, arruinó, engañó y destrozó mortalmente a su esposo. Éste, que se hizo llamar Severino en la novela, le dedicó, sumido en la pura idiotez, este célebre poema:
Posa el pie sobre tu esclavo,
mitológica mujer, diabólicamente encantadora:
tiende tu cuerpo de mármol
entre los mirtos y agaves.
Sabemos estos apasionantes pormenores por C. Bernaldo de Quirós, autor del recientemente reeditado El bandolerismo, que en 1934 tradujo La Venus de las pieles y le puso un prólogo. Se preguntaba Quirós si Sacher-Masoch no fue en realidad un algolágnico pasivista. Lo que sí parece cierto es que fue un «homme á femmes» con bastante imaginación y con muchas pieles de Colintro. Éstas acabaron por ponerle al otro lado del espejo del marqués de Sade y le plantaron en el cerebro la flor obsesionante que tomó su nombre. Tenía una faz mística y funeraria, y mantuvo una copiosa correspondencia. Su papel de cartas ostentó como membrete una figura femenina, ataviada con traje de boyardo ruso, cubiertos los hombros con larga capa de pieles y blandiendo un látigo. Las pieles eran, naturalmente, las perfumadas y extrañas del Colintro.
1 Hay un precedente en Guillermo Bowies: «La hembra del Colintro, desembarazada de las violentas caricias del macho, pasa lo restante de su vida, ocupada en construir una casa o nido en la tierra para poner en él unos cuarenta huevos, que es lo que regularmente pone, y defenderlos de las injurias del tiempo y, aun si fuera posible, de la azada y del arado.» (Introducción a la Historia natural y a la Geografía física de España, por Guillermo Bowies. Madrid, 1775.) ↩
Es animal muy raro, procedente de las islas Chafarinas, cuya piel despide un perfume, sutil y evanescente, que provoca en las relaciones amorosas esta actitud absurda que ha venido en llamarse «masoquismo». Lo descubrió el escritor Leopoldo Sacher-Masoch1 —y, de ahí, su nombre— quien, basándose en ciertas costumbres nupciales de los peces, escribió un ensayo sobre el tema y, con la ayuda de las pieles de Colintro, demostró su tesis. Estas pieles las había comprado muy caras en la tiendecita de Samuel Baruch, comerciante judío de la rue de Seine, en París. Se las regaló con mil arrumacos a la bella Wanda, su mujer, una mañana de otoño y, por la tarde, al entrar en el salón, la halló con los brazos cruzados sobre el pecho, las cejas fruncidas, vestida con un traje de seda blanco deslumbrador y con una kazabaika de seda escarlata, guarnecida de rico y soberbio cuello de pieles del Colintro regalado. Sobre sus cabellos empolvados, como de nieve, descansaba una diadema de diamantes.
—¡Wanda!—. Avanzó hacia ella en ademán de abrazarla. Ella retrocedió un paso, midiéndole con la vista de arriba a abajo.
— ¡Esclavo!
—¡Mi dueña!— Se arrodilló y besó la orla de su vestido.
—Está bien.
—¡Cuán bella eres!
—¡Te gusto?— Se aproximó al espejo y se contempló con altanera satisfacción.
—¡Voy a volverme loco!
Hizo un gesto de desdén y le contempló burlona a través de sus párpados entornados.
—Dame el látigo.
Miró a su alrededor.
—¡No, continúa de rodillas!— Fue a la chimenea, tomó el látigo y, mirándole mientras reía, lo hizo silbar en el aire. Después se levantó muy despacio las mangas de la kazabaika.
Él murmuraba:
— ¡Admirable mujer!
— ¡Cállate, esclavo! — Su mirada adquirió un aire sombrío, hasta salvaje, y le descargó un latigazo.
—¿Te he hecho daño?
—No —contestó—, y si lo hicieras, los dolores serían un placer para mí. Castígame otra vez, si gustas.
Le embargaba una extraña embriaguez.
—¡Castígame —prosiguió—, castígame, sin piedad!
Wanda blandió el látigo y le flageló dos veces. Acto seguido le dio un puntapié.
—¿Es bastante?
—No.
—¿De veras, no?
—Flagélame, te lo ruego; es un placer para mí.
Esta dramática situación que, más tarde, Sacher-Masoch reflejó, palabra por palabra, en su novela La Venus de las pieles, fue ciertamente real y verídica como lo demuestra el libro de memorias Confession de ma vie (Mercure de France, 1907), escrita por Aurora Angélica Laura Rumelin, también conocida por la señora Wanda von Sacher-Masoch, o sea, la esposa del novelista. Si hemos de hacer caso a tales memorias, Wanda era la auténtica «Venus de las pieles» y, según el biógrafo Schlichtegroll en Sacher-Masoch und Masochismus (Dresde, 1901), una interesada aventurera que, conociendo las propiedades de las pieles de Colintro, arruinó, engañó y destrozó mortalmente a su esposo. Éste, que se hizo llamar Severino en la novela, le dedicó, sumido en la pura idiotez, este célebre poema:
Posa el pie sobre tu esclavo,
mitológica mujer, diabólicamente encantadora:
tiende tu cuerpo de mármol
entre los mirtos y agaves.
Sabemos estos apasionantes pormenores por C. Bernaldo de Quirós, autor del recientemente reeditado El bandolerismo, que en 1934 tradujo La Venus de las pieles y le puso un prólogo. Se preguntaba Quirós si Sacher-Masoch no fue en realidad un algolágnico pasivista. Lo que sí parece cierto es que fue un «homme á femmes» con bastante imaginación y con muchas pieles de Colintro. Éstas acabaron por ponerle al otro lado del espejo del marqués de Sade y le plantaron en el cerebro la flor obsesionante que tomó su nombre. Tenía una faz mística y funeraria, y mantuvo una copiosa correspondencia. Su papel de cartas ostentó como membrete una figura femenina, ataviada con traje de boyardo ruso, cubiertos los hombros con larga capa de pieles y blandiendo un látigo. Las pieles eran, naturalmente, las perfumadas y extrañas del Colintro.
1 Hay un precedente en Guillermo Bowies: «La hembra del Colintro, desembarazada de las violentas caricias del macho, pasa lo restante de su vida, ocupada en construir una casa o nido en la tierra para poner en él unos cuarenta huevos, que es lo que regularmente pone, y defenderlos de las injurias del tiempo y, aun si fuera posible, de la azada y del arado.» (Introducción a la Historia natural y a la Geografía física de España, por Guillermo Bowies. Madrid, 1775.) ↩
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