LAS HISTORIAS GALLEGAS, Álvaro Cunqueiro

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ÁLVARO CUNQUEIRO, Las historias gallegas, Paréntesis, Alcalá de Guadaíra, 2009, 170 páginas.
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Procedentes en su mayoría de Os outros feirantes, estos 67 relatos se presentan acompañados por las palabras de Manuel Gregorio González en El otoño del mundo (pp. 77-11), un prólogo que busca encajar la figura de Cunqueiro en su merecido lugar dentro del siglo XX, detectando influencias tan diversas como Malinowski, C. G. Jung o Robert Graves que le permiten dibujar en cada uno de sus textos "el vasto territorio de la entonación humana".

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JOSÉ REGUEIRA

   Desde los ocho o nueve años, tenía todas las noches el mismo sueño, salvo que cenase castañas cocidas con leche fresca, que entonces tenía otro. El primer sueño consistía en que aparecía junto a su cama un hombre con barba, el cual le hacía levantarse de la cama y lo llevaba a volar con él por encima de Sobrado dos Monxes, y alguna vez sobre Betanzos. Y cuando José Regueira iba más feliz en la máquina voladora del hombre de la barba, este lo empujaba y lo dejaba caer desde lo alto mismo encima de su cama. La caída era verdadera, pensaba José Regueira, porque el ruido que hacía al caer despertaba a sus padres, que dormían en la habitación vecina, y porque en tres ocasiones rompió la cama, con la violencia del aterrizaje. Con el tiempo, José Regueira fue aprendiendo a no caer de golpe, sino planeando, con lo cual entraba muy suavemente en su cama, la que no volvió a romper. Eso sí, el planear le costaba lo suyo, porque después del planeo aparecía sudoroso y casi sin respiración. El otro sueño consistía en que José Regueira escuchaba un silbido y veía que por la puerta de su cuarto entraba una señora cubriéndose con un paraguas, porque estaba lloviendo dentro de la casa como fuera. De pronto escampaba, y la señora cerraba el paraguas. Sin saber cómo, José Regueira se encontraba dentro del paraguas, pugnando por salir, pero no lo lograba mientras no volviese a llover y la señora abriese el paraguas. La señora se iba, y José Regueira aparecía en el suelo, junto a un charquito de agua que había escurrido del paraguas. Los padres decían que José Regueira había orinado en el suelo, y le pegaban. Ya era José Regueira un mozo de veinte años, y seguía teniendo los dos sueños. Había crecido mucho, y era un tipo ensimismado y algo perezoso, muy espigado y preocupado por su pelo rizo. Los padres suyos, previendo que el hijo iba a ir al servicio militar, estaban preocupados con el sueño de la señora del paraguas, que sería una vergüenza que José apareciese en el suelo del dormitorio del cuartel, tumbado sobre un charco de agua. ¿Cómo convencer al coronel del Regimiento de que había una señora con paraguas y que llovía dentro de la sala? José Regueira les decía a los suyos que era difícil que en el servicio tuviese aquel sueño, porque en el cuartel no dan de rancho castañas cocidas con leche, pero los padres lo ofrecieron a San Cosme, y lo llevaron el 27 de septiembre a la romería. José Regueira llevaba como exvoto un paraguas de cera, hecho de encargo en Santiago, y y saliera bastante caro, que hubo que pagar el molde en la cerería. El paraguas fue depositado después de la misa mayor a los pies de San Cosme.
   Aquella misma noche, José Regueira cenó castañas cocidas con leche fresca, y se metió en la cama a ver si San Cosme ya se había enterado de su petición y lo libraba de la señora del paraguas. Y así fue. En vez del silbido acostumbrado, golpearon la puerta del cuarto con los nudillos, y entró en la habitación Florita, una vecina muy lucida a la que José solía quedarse mirando, medio embobado. Florita le puso un dedo en los labios recomendándole silencio, y le dijo, cariñosa:
   —¡Adiós, Pepiño! ¡Aquí te espero comiendo un huevo!
   Cuando volvió del servicio, José Regueira enamoró a Florita y se casaron. Ella negó siempre que hubiese ido a la habitación de él a decir eso de «aquí te espero comiendo un huevo». José le ponía un dedo en los labios, y la hacía callar.

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