CUENTOS DE ANTOLOJÍA, Juan Ramón Jiménez
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Con prólogo (La belleza completa, pp. 7-24) y notas de Juan Casamayor Vizcaino e ilustraciones de Marina Arespacochaga, la editorial Clan, siempre interesada en la recuperación de textos y autores, presenta esta antología que aporta 47 cuentos inéditos.
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EL HOMBRE DOBLE Yo lo había conocido al piano, una tarde grata, de cerca, en la penumbra gris y dulce del crepúsculo de primavera, en su salón. Me había parecido dulce, bueno, sencillo, vibrante el corazón de la música de su piano, entre sus hijos, su mujer y sus flores.
Luego, al otro día, en su despacho, de lejos, entrando yo por la puerta distante del banco grande, me pareció que lo había equivocado con otro. Estaba más enjuto, más oscuro, recostado entre legajo y hule, y con unos ojillos de pimienta que en nada se parecían a los azules del día antes, unos ojillos que me miraban, acercándose, como con desagrado.
Llegando a un punto de la estancia, como en esos cambios de los árboles cuando nos acercamos a ellos, como si hubiera un escamoteo teatral, el hombre de hoy, el del escritorio, se transformaba otra vez, en el hombre de ayer, el del piano, y la sonrisa grande y blanda sucedía al mirar pequeño, duro y desagradable.
Debió de notar mi confusión, y le dije lo que era: «Al pronto no lo había conocido a usted. Me parecía usted otro».
Se rió con una risa fuerte, como si estuviera en el secreto de mi duda, una risa no sé si mala o buena, que no sé de cuál de los dos es, si del nombre dulce del piano, que se reía de mi sospecha, o del hombre molesto del banco, que se reía de mi infelicidad.
...La mujer leyó esta pájina, y, de pronto, sintió un escalofrío y dio un grito.
No era sospecha suya sólo. El poeta también lo había visto. En su casa había dos hombres.
Luego, al otro día, en su despacho, de lejos, entrando yo por la puerta distante del banco grande, me pareció que lo había equivocado con otro. Estaba más enjuto, más oscuro, recostado entre legajo y hule, y con unos ojillos de pimienta que en nada se parecían a los azules del día antes, unos ojillos que me miraban, acercándose, como con desagrado.
Llegando a un punto de la estancia, como en esos cambios de los árboles cuando nos acercamos a ellos, como si hubiera un escamoteo teatral, el hombre de hoy, el del escritorio, se transformaba otra vez, en el hombre de ayer, el del piano, y la sonrisa grande y blanda sucedía al mirar pequeño, duro y desagradable.
Debió de notar mi confusión, y le dije lo que era: «Al pronto no lo había conocido a usted. Me parecía usted otro».
Se rió con una risa fuerte, como si estuviera en el secreto de mi duda, una risa no sé si mala o buena, que no sé de cuál de los dos es, si del nombre dulce del piano, que se reía de mi sospecha, o del hombre molesto del banco, que se reía de mi infelicidad.
...La mujer leyó esta pájina, y, de pronto, sintió un escalofrío y dio un grito.
No era sospecha suya sólo. El poeta también lo había visto. En su casa había dos hombres.
(1920)
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