EL MUSEO DE LOS NÚMEROS, Dimitris Calokiris

0



DIMITRIS CALOKIRIS, El museo de los números, Berenice, Córdoba, 2007, 156 páginas.

**********
Calokiris ilustra también este libro de cuentos que contiene en último lugar Vita brevis, un microrrelato de tan sólo cuatro palabras: (VITA BREVIS: ONtología, OFF).
**********


ARCOLEON

   Es el nombre de una iglesia —hoy insignificante— en Tesalia.
   No se sabe si dedicada a algún santo de ese nombre, pero así es como la llama todo el mundo, Arcoleon. Retirada, cerca de una fuente que se secó hace siglos, de la que no quedan más que las huellas del agua que esculpió la piedra. Es blanca por dentro igual que por fuera. Pero completamente blanca. No hay ninguna imagen, ninguna representación. Hubo un tiempo en que los frescos lo cubrían todo, lo dice la guía, desde la cúpula hasta los cimientos, pero una mañana los frescos desaparecieron. A causa del calor, dijeron algunos, bajaron los santos, los ángeles y los mártires, se desnudaron, recogieron sus casullas y sus ornamentos y se dieron a la fuga. O tal vez por el flagrante cambio de rumbo del olivar que se llenó de heterogéneos bloques de pisos de color rosa. Otros abundaban en el argumento calorífico, pero con la explicación de que habían sido los colores, y no las formas, los que habían sufrido las consecuencias de las altas temperaturas, y otros, más realistas, argüían que los pintores no habían usado materiales de primera calidad -los constructores, ni siquiera de segunda-, y con la temperatura todo se había evaporado.
   Una versión de los hechos que también fue seriamente considerada es la siguiente: habían venido unos americanos para la boda de su hija con un antiguo compañero de estudios natural de la comarca. Estudiantes de electrónica, habían sentido el flechazo en medio de un circuito completo. Pero se casó el pobre y se desvaneció la noche. Ante el cabrito nupcial la madre de la novia se sintió mal y partió por senderos desconocidos para siempre. Tras el pánico inicial y el veredicto inapelable del médico (que dio la casualidad de ser uno de los concelebrantes del banquete nupcial), el esposo de la finada, con tal de evitar los frigoríficos, los trámites, las penalidades y los considerables gastos de transporte del cadáver a la tumba familiar de la pequeña ciudad de Six (sic) en Virginia Occidental, prefirió darle sepultura aquí, cerca de sus nuevos parientes y de las benditas aguas del Esperquio.
   De manera que, aunque la difunta profesaba el judaísmo, lo ocultaron, y la enterraron según el rito de la Iglesia Oriental. La diferencia de religión no la percibió nadie, claro está, durante la ceremonia, pero al día siguiente la iglesia quedó vacía. Vinieron policías, bomberos, arqueólogos, pero en vano. Ciertos conocidos traficantes de antigüedades que fueron detenidos para salvar el expediente fueron puestos rápidamente en libertad, pues tenían una coartada incontestable: habían participado en el banquete.
   Al principio ni las velas permanecían encendidas; decían que salía de dentro un fuego que se tragaba la llama. Poco a poco remitió el fenómeno. Las llamas sólo se apagaban cuando se derretían las velas, y la gente las encendía a cientos, para crear atmósfera seguramente, hasta que un día se incendió el nártex, y se quemaron los candeleros, los bancos, hasta la pila bautismal fue pasto de las llamas; la iglesia fue finalmente encalada y las desavenencias se equilibraron.
   Hay paredes con inscripciones, con balas, paredes que oyen y llevan pendientes. Pero si las paredes oyen, los campos ven, dice un refrán popular. El campo en cuestión guardó bien su secreto. Se dijo que el novio había estado prometido en el pasado a la hija de un miembro de la junta parroquial (unos dicen que era sacristán, otros que del coro) y la había dejado, en todo caso, al irse a América, y aquella inocente muchacha quedó profundamente afectada y fue recluida en una institución porque empezó a reír peligrosamente, a hacer conjuros, a tragar fuego y a hablar con voz masculina lenguas extrañas y disputar con Mastema, el jefe de los espíritus, a silbar canciones country, y a hacer todas esas cosas indecorosas que leemos de vez en cuando en los periódicos.
   Le suministraron pócimas y enemas, la exorcizaron dos veces, y encontró la paz. Parece que, verdaderamente, el alma, como con frecuencia oímos, es un abismo.

0 comentarios en "EL MUSEO DE LOS NÚMEROS, Dimitris Calokiris"