EN OTRAS PALABRAS, Jhumpa Lahiri

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JHUMPA LAHIRI, En otras palabras, Salamandra, Barcelona, 2019, 160 páginas.

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Lahiri recoge en estos ensayos sus reflexiones sobre el proceso de adquisición de una segunda lengua con la que crear arte literario.
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LEER CON EL DICCIONARIO

   Cuando leo en italiano no suelo usar el diccionario, sólo un bolígrafo, para subrayar las palabras que no sé, las frases que me sorprenden.
   Cuando encuentro una palabra nueva, llega el momento de decidir. Podría parar un momento para aprenderla, o anotarla y seguir, o ignorarla. Como ciertos rostros entre la gente que vemos a diario en la calle, ciertas palabras, por alguna razón, destacan y dejan una impresión en mí; otras permanecen en un segundo plano, insignificantes.
   Después de haber terminado un libro, vuelvo al texto para revisar diligentemente el vocabulario. Me siento en el sofá, donde tengo el libro, la libreta, vanos diccionarios y el bolígrafo. Es una tarea entregada y relajante que requiere tiempo. No escribo las definiciones en los márgenes, sino que redacto una lista de palabras en la libreta. Al principio ponía las definiciones en inglés; ahora, en italiano. De ese modo voy creando una especie de diccionario personal, un vocabulario privado que traza el recorrido de mi lectura. De vez en cuando hojeo la libreta para repasar los términos compilados.
   Me parece que esta lectura es más íntima, más intensa que la lectura en inglés, precisamente porque esta lengua nueva y yo nos conocemos desde hace poco. No venimos del mismo lugar, de la misma familia, no hemos crecido una al lado de la otra, no está en mi sangre ni en mis huesos. Quizá por eso, el italiano me atrae e intimida al mismo tiempo. Permanece como un misterio al que amo, pero que continúa siempre impasible: no reacciona ante mi emoción.
   Las palabras desconocidas me recuerdan que hay tanto que no conozco en este mundo...
   A veces un término puede despertar una reacción extraña. Un día, por ejemplo, descubro claustrale (claustral, monacal). Intuyo su significado, pero no estoy segura. Voy en un tren, así que lo busco en el diccionario de bolsillo. No sale. De pronto he sido embrujada por esta palabra. Quiero saberla ya: mientras no la entienda me sentiré vagamente inquieta. Por mucho que sea una idea irracional, estoy convencida de que descubrir su significado preciso puede cambiar mi vida.
   Creo que lo que nos puede cambiar la vida se encuentra siempre fuera de nosotros.
   ¿Debería soñar con un día en que ya no necesite el diccionario, la libreta, el bolígrafo, un día en que pueda leer italiano sin ayuda tal como leo en inglés? ¿No debería ser el objetivo de todo esto?
   Considero que no: en italiano, aunque más inexperta, también soy una lectora mucho más activa, más involucrada. Me gusta el esfuerzo, prefiero las limitaciones. Sé que de algún modo mi ignorancia me es útil.
   Pese a las limitaciones, me doy cuenta de que el horizonte no tiene límites. Leer en otra lengua implica un estado perpetuo de crecimiento, de posibilidades. Sé que mi trabajo de aprendiz no acabará nunca.
   Cuando nos sentimos enamorados, queremos vivir para siempre, deseamos que la emoción, el entusiasmo que sentimos, duren. Leer en italiano me provoca un deseo parecido: no quiero morir porque mi muerte interrumpiría el descubrimiento de esta lengua en la que cada día hay una palabra nueva que aprender. Así, el amor verdadero puede representar la eternidad.
   Cada día, leyendo, encuentro palabras nuevas. Algo que subrayar, para luego trasladarlo a la libreta. Me hace pensar en el jardinero que arranca las malas hierbas. Como el jardinero, sé que mi trabajo es, a fin de cuentas, un despropósito, algo desesperado; casi diría un trabajo propio de Sísifo. No es posible, para el jardinero, controlar a la perfección la naturaleza; del mismo modo, tampoco para mí es posible, por mucho que lo anhele, saber cada palabra italiana. Pero entre el jardinero y yo hay una diferencia sustancial: las malas hierbas, para el jardinero, no son algo deseado. Quiere erradicarlas, desecharlas.
   Yo, en cambio, recojo las palabras. Quiero tenerlas en mis manos, poseerlas.
   Cuando descubro un modo diferente de expresarme siento una especie de éxtasis. Las palabras desconocidas representan un abismo vertiginoso pero fecundo, un abismo que contiene todo lo que se me escapa, todo lo posible.

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