LEER ES UN RIESGO, Alfonso Berardinelli
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ALFONSO BERARDINELLI, Leer es un riesgo, Círculo de Tiza, Madrid, 2016, 252 páginas.
¿SOMOS TODOS POETAS? LA DERIVA DEMAGÓGICO-POPULISTA SOBRE LA POESÍA
«La poesía está viva, ¡que viva la poesía!». De tal guisa sonaba el pasado domingo, en el suplemento literario del Corriere della Sera, el jovial grito dominical con el que había sido titulado un extenso artículo de Paolo di Stefano. El tranquilizador mensaje (golosinas lanzadas al pueblo de los poetas) se especificaba en el subtítulo: el número y la calidad de los poetas contradicen a los catastrofistas, hay «editores heroicos, los espacios están a salvo, los versos encuentran lectores, pero se ha perdido el diálogo entre las generaciones de escritores».
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En Un francotirdor de la crítica (pp. 13-17) Salvador Cobo recuerda el lugar que, según Berardinelli, ha de ocupar el crítico «al margen de partidos políticos, la industria cultural, modas intelectuales, instituciones o departamentos universitarios».
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¿SOMOS TODOS POETAS? LA DERIVA DEMAGÓGICO-POPULISTA SOBRE LA POESÍA
«La poesía está viva, ¡que viva la poesía!». De tal guisa sonaba el pasado domingo, en el suplemento literario del Corriere della Sera, el jovial grito dominical con el que había sido titulado un extenso artículo de Paolo di Stefano. El tranquilizador mensaje (golosinas lanzadas al pueblo de los poetas) se especificaba en el subtítulo: el número y la calidad de los poetas contradicen a los catastrofistas, hay «editores heroicos, los espacios están a salvo, los versos encuentran lectores, pero se ha perdido el diálogo entre las generaciones de escritores».
Es decir, primero una mentira afable y acto seguido una sencilla verdad: entre los abundantes y diligentes poetas de hoy y los escasos poetas de ayer «se ha perdido el diálogo», o lo que es lo mismo, que la continuidad se ha interrumpido y que lo que hoy llamamos poesía, en la mayor parte de los casos, tiene poco que ver con lo que ayer se entendía por poesía. ¿Ha habido acaso una radical revolución formal? ¿Como aquella que, un siglo atrás, alejara la poesía del siglo XX de la del siglo precedente? No, no ha habido revolución formal, sino más bien una revolución social: el pueblo ha tomado el poder poético. ¡Hurra! Todos somos libres de crear, de expresarnos y de publicar. Además del derecho a tener derecho a ser considerados poetas si lo deseamos con mucha fuerza, si estamos firmemente convencidos de serlo. Sentirse poeta y conseguir que te publiquen equivale al derecho a ser considerado poeta, «independientemente» de lo que hayamos escrito. Todo aquel que tenga algo que objetar a lo sustancial (la calidad, el valor o el interés de los poemas) es un catastrofista.
En política el populismo tiene sus contraindicaciones, porque da coba a los deseos y los sueños de la mayoría. No obstante, tiene razón de ser en todo sistema democrático en que el poder, en teoría, pertenezca al pueblo. El populismo poético, en cambio, es meramente ridículo. Merecería una sátira surrealista (¡Ay, si los surrealistas aún existiesen!), o una escena de teatro del absurdo, en la que un único e inocente lector se viera perseguido por veinte poetas reivindicando el derecho a que los lea... En la poesía, como en todos los rincones de la sociedad, a día de hoy está vigente una paradoja: la pretensión de pertenecer a un club exclusivo que, sin embargo, abre sus puertas a todo el mundo.
Nicola Crocetti, editor de la revista Poesía, se pregunta cómo distinguir los «valores auténticos» en los «centenares de libros que se publican». Un señor problema. Es más, el único problema. Pero todo el mundo puede comprobar cómo prácticamente no hay un solo crítico que sea capaz de ponerse de acuerdo con otro, aunque solo sea para dar los nombres de los diez poetas más fiables. Si unos dan cincuenta y cuatro nombres, otros sesenta y cuatro, y otros ciento diez, reina la confusión, pero también hace que se tambalee la demagogia poético-populista, porque el pueblo de los poetas excluidos de elencos tan generosos es al menos igual de amplio que el de los incluidos.
En cuanto a la legibilidad de los poetas, no habría que pasarse de listo. Se puede ser gramaticalmente muy claro y, sin embargo, ser ilegible, en el sentido de que, después de leerlo, la lectura haya resultado inútil. En la actualidad el número de poetas claros ha aumentado. Se leen sus poemas y no es que no se entiendan: lo que no se entiende es por qué se dice de esa manera lo que se dice, puesto que nada más leerlos, a uno le entran ganas de decirlo de otra manera, o incluso de no decirlo. La ilegibilidad es esto.
En política el populismo tiene sus contraindicaciones, porque da coba a los deseos y los sueños de la mayoría. No obstante, tiene razón de ser en todo sistema democrático en que el poder, en teoría, pertenezca al pueblo. El populismo poético, en cambio, es meramente ridículo. Merecería una sátira surrealista (¡Ay, si los surrealistas aún existiesen!), o una escena de teatro del absurdo, en la que un único e inocente lector se viera perseguido por veinte poetas reivindicando el derecho a que los lea... En la poesía, como en todos los rincones de la sociedad, a día de hoy está vigente una paradoja: la pretensión de pertenecer a un club exclusivo que, sin embargo, abre sus puertas a todo el mundo.
Nicola Crocetti, editor de la revista Poesía, se pregunta cómo distinguir los «valores auténticos» en los «centenares de libros que se publican». Un señor problema. Es más, el único problema. Pero todo el mundo puede comprobar cómo prácticamente no hay un solo crítico que sea capaz de ponerse de acuerdo con otro, aunque solo sea para dar los nombres de los diez poetas más fiables. Si unos dan cincuenta y cuatro nombres, otros sesenta y cuatro, y otros ciento diez, reina la confusión, pero también hace que se tambalee la demagogia poético-populista, porque el pueblo de los poetas excluidos de elencos tan generosos es al menos igual de amplio que el de los incluidos.
En cuanto a la legibilidad de los poetas, no habría que pasarse de listo. Se puede ser gramaticalmente muy claro y, sin embargo, ser ilegible, en el sentido de que, después de leerlo, la lectura haya resultado inútil. En la actualidad el número de poetas claros ha aumentado. Se leen sus poemas y no es que no se entiendan: lo que no se entiende es por qué se dice de esa manera lo que se dice, puesto que nada más leerlos, a uno le entran ganas de decirlo de otra manera, o incluso de no decirlo. La ilegibilidad es esto.
Señoras como esas son las que pertenecen al benemérito cuerpo de las damas rosadas.Estupendo.
Saludos desde Guadalajara de Buga, Colombia.
http://www.venitecuento.blogspot.com