LATÍN Y MENTIRAS, Jaime Fernández Martín

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JAIME FERNÁNDEZ MARTÍN, Latín y mentiras, Valdemar, Madrid, 1999, 238 páginas.

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Le sirve al compilador Fernández Martín la Introducción (pp. 9-32) de este libro subtitulado Selección de pensamientos sobre el arte de educar para explicar cómo se ha transformado a lo largo de la historia la idea de autoridad.
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Desde mi niñez fui criado en el estudio de las letras, y como me aseguraban que por medio de ellas se podía adquirir un conocimiento claro y seguro de todo cuanto es útil para la vida, sentía yo un vivísimo deseo de aprenderlas. Pero tan pronto como hube terminado el curso de los estudios, cuyo remate suele dar ingreso en el número de los hombres doctos, cambié por completo de opinión. Pues me embargaban tantas dudas y errores, que me parecía que, procurando instruirme, no había conseguido más provecho que el de descubrir cada vez más mi ignorancia.
René Descartes
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Todos los padres sienten el deseo de realizar en sus hijos lo que ellos no pudieron lograr; parece como si quisieran vivir una segunda vida, aprovechando la experiencia de la primera. Mi padre, confiado en sus conocimientos, en su tenacidad inquebrantable, se propuso enseñarnos por sí mismo, no dejando más que algunas lecciones necesarias al cuidado de profesores particulares. Comenzaba a extenderse ya entonces un diletantismo pedagógico; acaso la primera iniciación para él fuese la pedantería de los profesores oficiales y lo monótono de sus enseñanzas. Las gentes querían algo mejor; pero olvidaban que toda enseñanza no encomendada profesionales tiene que ser defectuosa. 

Johann Wolfgang Goethe
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Todo lo que aprendía de viva voz por boca de los profesores, conservaba el semblante de quien lo decía y así quedaba fijado para siempre en mi recuerdo. Pero aunque de ciertos profesores no aprendía nada, me impresionaban no obstante por sí mismos, por su aspecto peculiar, sus movimientos, su manera de hablar, y especialmente por sus simpatías o antipatías hacia nosotros, según cómo uno lo sintiera. Se daban todos los grados de calor y afecto, y no recuerdo a un profesor que no se esforzara por ser justo. Pero no a todos les era igualmente sencillo ser justos, esconder sus preferencias.
Elías Canetti

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