LOS DIENTES DE RAQUEL Y OTROS TEXTOS BREVES, Gabriel Jiménez Emán

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GABRIEL JIMÉNEZ EMÁNLos dientes de Raquel y otros textos brevesMonte Ávila, Caracas, 1993, 204 páginas.

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Abre esta antología Juan Carlos Santaella El resplandor de lo imaginario (pp. 9-14). La cierra Las tragedias metafísicas de Gabriel JIménez Emán (pp. 201-203), el epílogo de Luis Britto García. Ambos coinciden en elogiar la singularidad de la escritura de Jiménez Emán. En medio los relatos procedentes de Los dientes de Raquel (1972), Saltos sobre la soga (1975), Los 1001 cuentos de 1 línea (1981) y Relatos de otro mundo (1987). A modo de feliz postre, nueve relatos inéditos.
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JOROBADO

   En un pueblo existió un jorobado que sentía mucho amor por la gente. Sin embargo, la gente lo molestaba.
   «Hoy no has estornudado, jorobado», le decían los niños. Estás desgastado, jorobado», le decían los adultos. Y al jorobado no le importaba. Toda su vida había escuchado insultos, y como no le herían, él seguía cultivando su amor por los demás.
   Ante aquella indiferencia del jorobado, la gente se cansó y más nadie le dijo nada. Y él comenzó a sentirse inquieto, pues ya se había acostumbrado a ese saludo de los otros. Se sintió ignorado por sus burlones de siempre. No encontraba forma de llamar la atención, y como casi nunca hablaba, optó por dejarse crecer más la joroba, a ver si alguien se percataba. Pero no. La gente siguió ignorándolo a pesar de que la joroba ya había alcanzado dimen¬siones considerables. Ya no era su cuerpo el que andaba, sino una protuberancia que se trasladaba pesadamente por las calles del pueblo.
   El jorobado no pudo soportar el peso de su joroba, tampoco el peso de su amargura. Y cierto día, estando a punto de sucumbir de tanta tristeza, se le ocurrió una idea: organizar una gran fiesta y un banquete en su casa, e invitar a los habitantes del pequeño pueblo. Todos fueron, y brindaron con él por la esplendidez de la fiesta, donde podían probarse finas bebidas y exquisitos manja¬res. La gente estaba alegre, y el jorobado, más feliz que nunca, quiso darles una sorpresa. «Atención», dijo, «les tengo una sorpresa».
   Muy cuidadosamente el jorobado se quitó la camisa. Después, con lentitud, se quitó la joroba y la puso sobre la mesa del banquete.
   «Ya ven», dijo, «la joroba no me ha defraudado».
   Al día siguiente todos los invitados abandonaron el pueblo.

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