LA VIDA DIFÍCIL, Slawomir Mrozek

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SLAWOMIR MROZEK, La vida difícil, Quaderns Crema, Barcelona, 1995, 206 páginas.

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EL SASTRE

   El sastre anotó la última medida en su bloc, enrolló la cinta métrica y preguntó:
   —¿Desea un traje con un lado o con los dos lados?
   —¿Quiere decir normal o reversible?
   —No. Pregunto si desea un traje corriente, de un tejido con dos lados, o un traje extra, de un tejido que se ve por un lado.
   —¿Cómo … se ve … ?
   —Sí, un traje que sólo tiene un lado
   —¿Y el otro?
   —El otro no existe
   Le miré con más atención. Era un vulgar sastre. Mediocre, pueblerino, introvertido y melancólico, sin horizontes. Y de repente una cosa así…
   —¿El traje con un sólo lado sería más barato? — pregunté más que por saber el precio, por no dejar ver mi estupefacción. El sastre lo había dicho con mucha seriedad, como si se tratara de algo evidente que no debería sorprenderme. Pero tal vez no fuera más que una broma.
   —No, más caro, por supuesto
   —¿Por qué? Dos lados son más que uno
   —Pero un lado está mucho mejor que dos
   —¿Por qué mejor?
   —Porque con uno no hay dudas. Hay uno solo y ya está. Y con dos siempre hay problemas.
   —¿Qué problemas?
   —¿Nunca le ha pasado que se ha puesto algo al revés?
   —Sí, pero ¿qué problema hay en eso?
   —Hombre, que usted se encuentra entonces en el otro lado.
   —Pues basta con quitarse la prenda y ponérsela del otro lado.
   —Exactamente. Y entonces está usted de nuevo en el otro lado. Si no esta en un lado, está en el otro, o al revés. Y con un traje con un sólo lado esto no le puede ocurrir.
   —Pero en cualquier caso también estoy en algun lado de este único lado.
   —No, porque este único lado sólo tiene un lado. En el otro lado no hay ningun lado, así que no puede estar allí.
   —Pero, entonces, si estoy en el lado que no existe, ¿dónde estoy?
   —En ninguna parte, por supuesto. Pero eso vale dinero.
   —¿Mucho?
   El sastre miró el bloc, multiplicó unas cifras y sumó los resultados.
   —Tanto como esto — dijo, acercándome el bloc e indicándome la suma con la punta del lápiz.
   —¡Dios mío! — exclamé — ¿Quién se lo puede permitir?
   —Nadie — dijo el sastre y cerró el bloc — Entonces, ¿en qué quedamos?
   —Hágalo normal.

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