LA PRIMERA VEZ..., José María Bastús

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JOSÉ MARÍA BASTÚS, La primera vez..., Fundamentos, Madrid, 1994, 208 páginas.

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LA CHICA DE LA GUITARRA

Era una madrugada de un tórrido verano veneciano. En la Plaza de San Marcos, las orquestinas se silenciaron y los turistas se perdieron por las recoletas calles y rincones.
En las escalinatas que conducen a las góndolas vi a una bellísima muchacha de menos de veinte años. Posiblemente la miré con demasiada insistencia, porque con tono y gesto bastante desafiante me dijo:
—¿Deseas hacer el amor conmigo?
—¿Por qué estás enfadada?
—¿Por qué me miras tanto?
—Porque eres guapa, joven, vistes una blusa de lunares y llevas una guitarra.
—¿Y por eso me miras?
—Además, porque me gustaría charlar contigo un rato.
—Eres viejo y me molestas.
—Eres joven, de mal genio y tienes cara de hambre. Te invito a comer algo, si quieres.
—¿Y no me molestarás?
—Si quieres tocar la guitarra...
—¿Sólo?
—Sólo.
—Acepto.
—Vamos.
Judy resultó ser una dulce y cálida muchacha de Texas que viajaba por Europa acompañada por su guitarra. Y que con falsa agresividad escondía sus sentimientos.
Durante tres días vino a buscarme al hotel veneciano. Como era natural, acompañada de su inseparable guitarra.
—Vienes a verme únicamente porque tienes mucho apetito.
—Nunca tuve un abuelo rico para ir a buenos restaurantes.
Judy toca la guitarra con gran habilidad, pero más que guitarrista es poeta.
La última de las madrugadas, en las escalinatas de San Marcos, le pregunté sobre los recuerdos de su primera experiencia sexual. Y esa rapsoda de la noche acompasó los sonidos de su guitarra al chapoteo del agua. Me dedicó una enigmática mirada, alzó su rostro hacia las estrellas, y yo supe lo que era luz de luz. Deseada, susurró.
—Espero..., ¿sin esperanza?, un destino de aventura y de leyenda.
—Puede estar en una de esas góndolas —dije.
Ella dejó de mirar a las estrellas, enderezó los torneados muslos para acomodar su guitarra, y el aire veneciano esparció la música y las palabras de la dulce y cálida Judy.
—Góndolas amarradas, sin gondoleros, crujen unas contra otras... Son negras, misteriosas y siniestras como algunos canales de Venecia... Estiran sus largos cuellos dentados para contarse las viejas historias de muerte y amor en las oscuras noches de los canales estrechos.. Esperan, sin, esperanza, un destino de aventura y de leyenda.
—Nunca te olvidaré —yo le dije.
—¿Qué tal son los restaurantes de Madrid? —ella me contestó.

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