EL FANTÁSTICO HOMBRE BALA, Antonio Luis Ginés

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ANTONIO LUIS GINÉS, El fantástico hombre bala, Editorial El Páramo, Córdoba, 2010, 124 páginas.

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DOMADOR

   Saben que vive sólo. Es un tipo mayor y no podrá defenderse. Un botín fácil. No habrá mucho, pero suficiente para pasar la noche y el trago del mono que empieza a darles patadas en el pecho. Bajan del coche y suben el escalón del portal. Encuentran la puerta abierta. Todo va bien. Lo dos se miran y sonríen ligeramente. Nadie los ha visto. Por las escaleras, nada de ascensor. Llevan toda la tarde y parte de la noche observando y apenas queda nadie en todo el edificio. Es viernes: casi todos salieron. Llegan a la primera planta. Puerta A. Saben qué tipo de cerradura, qué pestillo suelen tener estos viejos pisos. Sacan la palanca, pero antes de que puedan usarla, comprueban que la puerta sólo está encajada. Empujan suave y entran. Se vuelven a mirar y sonríen aún más complacidos. Avanzan por el pasillo, y al final se ve una luz. El que va detrás observa un gran látigo colgado a lo largo de toda la pared. Dios, qué látigo, piensa. Al otro lado del mismo pasillo fotos y fotos. Muy poca luz. Sólo distingue, en una muy grande, la carpa de un circo. Ya llegan al final del pasillo. Allí hay alguien. Seguro. Las navajas en la mano. Notan el sudor en el mango. El de detrás piensa: todo va demasiado bien, esto me escama. Ven a un hombre sentado en una mesa. Juega a las cartas sólo. Actúan rápido y se lanzan sobre él, las navajas en el cuello: danos la pasta ya, o no lo cuentas. Apenas puede hablar. Cuando lo dejan, reacciona:
   —No tengo dinero, apenas puedo pagar el alquiler…
   Los tipos se enfadan.
   ­—Mira, viejales, vamos a rajarte de todas maneras, así que mejor nos lo pones fácil.
   El hombre no se arruga. Queda pensativo, quizás intuye que cada segundo, cada movimiento ahora puede ser clave. En ese instante se oye un ligero ruido en la habitación de mitad del pasillo.
   —¿Qué ha sido eso?, ¿no está solo? —dice el primer tipo.
   —No, vivo con mi gato. Andará por ahí haciendo de las suyas.
   —¡Ve a ver! —le dice el primer tipo al segundo—. Y tú saca el dinero…
   El segundo tipo va despacio, más tembloroso de la cuenta. Será el mono, piensa. Enciende la luz del pasillo y, al llegar a la puerta susodicha, nota un olor fuerte, un olor a serrín que le recuerda a la infancia. Tensa la navaja en el aire y entra.
   Se oye un grito estremecedor, uno solo, y al momento un hilo de sangre sale de la habitación al pasillo. Los dos contemplan la escena desde el fondo.
   —¡Charli, Charli, pero qué cojones pasa aquí, qué demonios hay ahí! —grita el otro tipo fuera de sí y tensando la navaja sobre la barriga del hombre mayor.
   —Ya se lo he dicho, mi gato.
   El tipo suda, y el hilo de sangre se convierte en un pequeño reguero que va hacia ellos. No sabe si salir corriendo o terminar la faena de cualquier manera.
   —¡Joder, contesta, di algo!— repite desesperado, pero no se oye nada.
   —¡Esto es absurdo, un mal rollo, quédese quieto!. El Charli, que me quiere gastar una de sus bromas pesadas, que lo conozco! —y él avanza por el pasillo con decisión hasta la puerta de la que sale la sangre. Va a entrar. En ese momento le pregunta al dueño del piso:
   —¿En que trabaja usted?
   —Trabajaba, estoy jubilado. Domador.
   Y de la habitación un enorme gato-felino salta sobre el tipo. En menos de dos minutos lo despedaza ante unos gritos que nadie parece oír en todo el edificio.
   Tras destrozarlo en un santiamén y aún con el hocico ensangrentado, el león se acerca manso a su dueño y le lame las manos, el rostro, mientras el domador, acariciándole la vieja y despoblada cabellera, se sonríe y dice:
   —Ya tienes comida para unos días. Me viene de perlas. Cada vez me cuesta más salir a buscarte alimento.

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