INOLVIDABLES, Luise Berg-Ehlers

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LUISE BERG-EHLERS, Inolvidables, Maeva, Madrid, 2018, 172 páginas.

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«Hasta muy entrado el siglo XIX, escribir y educar era la única tarea que podían desempeñar las mujeres sin perder la consideración social». Luise Berg-Ehlers compone este inventario de semblanzas de Grandes autoras que escriben para los pequeños: por sus páginas se pasean desde Louisa May Alcott a Lygia Bojunga.
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ELENA FORTÚN [1886-1952]

  Mientras que en los países anglosajones las corrientes feministas estaban adquiriendo mucha presencia, en España se fraguaban lentamente y, además, tenían un carácter aislado. Se acercaba una época de cambio, pero la forma de vivir decimonónica de nuestro país aún dejaba entrever la situación de desigualdad y subordinación en la que se encontraba la mujer.
   En este ambiente tradicional nace la criatura de ficción más famosa de toda la literatura infantil española. Era un domingo 24 de junio de 1928 y sus primeras palabras fueron: «Así, pensando y pensando, ha entendido que, siendo los mayores tan grandes y tan ásperos, tan diferentes en todo a los niños, no pueden comprender nada de lo que los niños piensan o hacen». ¡Toda una declaración de intenciones! ¿Quién era esa criatura de siete años, respondona, picara y dotada de una imaginación desbordante? Celia Gálvez de Montalbán, una niña madrileña de grandes rizos rubios, precursora de la «chica rara», que llegó para colarse en todos los hogares españoles, rojos o nacionales, y que dio voz a una infancia invisible.
   Las primeras ilustraciones de Celia estuvieron a cargo de Serny (Ricardo Summers e Isern), que la imaginó como una dulce niña de pelo rubio y gesto picara, imagen icónica que permanece hasta nuestros días. Sus grandes ojos quieren absorber y comprender todo lo que la rodea, y sus piernas robustas y sus recios zapatos le permiten desplazarse con libertad. Su cuerpo está siempre en acción. Es joven, locuaz y emprendedora. Esa cría de clase alta, que vivía en un piso inmenso con su nanny inglesa y su gato Pirracas, y que se atrevía a cuestionar el mundo de los adultos y a defender el reparto de la riqueza entre los más desfavorecidos, salió de la pluma de Encarnación Aragoneses de Urquijo.
   Nacida en Madrid en 1886 en el seno de una familia acomodada, Encarnación fue educada, como todas las niñas españolas de la época, en un ambiente de gran discriminación sexual. Apenas tuvo acceso a la enseñanza, más que de manera escasa y deficiente. Una herencia que le llevo a casarse a los 21 años con su primo Eusebio Gorbea, un militar con vocación de escritor. La pareja tendría dos hijos en los años siguientes, Luis y Manuel, pero el matrimonio no fue feliz. La futura escritora se vio relegada a ser «la mujer de» para dedicarse exclusivamente a la vida doméstica y al cuidado de sus hijos, una realidad frustrante para ella, que era una mujer curiosa, ávida por la lectura y el conocimiento. Más adelante, en sus artículos periodísticos criticaría la ignorancia de las madres que educan a sus hijas en el único fin de conseguir marido, situación que ella misma sufrió.
   La familia vivía cerca del parque madrileño de El Retiro, al que Encarnación acudía a diario junto a sus pequeños. Allí se divertía observando sus juegos y escuchando sus conversaciones y sus risas. Furtivamente, anotaba los diálogos de los niños en un cuaderno escolar que siempre llevaba en el bolso. Sin ella saberlo, se estaba gestando la escritora Elena Fortún.
   Sin embargo, en 1920, la muerte, con tan solo diez años de edad del hijo pequeño, Manuel al que cariñosamente llamaban «Bolín», sacude a toda la familia. Dos años después del durísimo golpe, la familia se muda a Tenerife. Allí Encarnación encontrará consuelo en su amiga Mercedes, cuyas cartas de apoyo y cariño habían sido el principal soporte desde la muerte del niño. El contacto con la familia feliz, amable y numerosa de su amiga, fue la fuente de inspiración de la que nacerían los principales personajes de sus cuentos. Y así, Florinda, la hija de Mercedes, se convertirá en Celia, su personaje más famoso, Félix, el hermano pequeño de Florinda, sera Cuchifritín, y la hermana de Mercedes se convertirá en la tía Cecilia.
   A su vuelta a Madrid, en 1924, la incipiente escritora, que ya publicaba artículos periodísticos, se siente como una mujer nueva: quiere escribir. Estudia biblioteconomía en el Instituto Internacional de Boston de Madrid y también ingresa como miembro del Lyceum Club, un lugar de encuentro para las mujeres de escritores que dirigía María de Maeztu. Allí, entre tertulias y charlas, conoce a Torcuato Luca de Tena, director del periódico ABC. Comienza entonces a publicar Celia, lo que dice en Gente Menuda, suplemento infantil del dominical Blanco y Negro, bajo el nombre de Elena Fortún.
   Debido al éxito obtenido con las peripecias de Celia en las publicaciones dominicales, la editorial Aguilar adquiere los derechos de publicación de Celia y su mundo, el primer título de los once de la serie, al que siguen Celia, lo que dice (1929), Celia en el colegio (1932), Celia novelista y Celia en el mundo (1934). Celia irá creciendo y madurando en la ficción al mismo tiempo que se van sumando nuevos personajes a sus aventuras, como Cuchifritín, el hermano de Celia más pequeño, más inocente y más trasto o Matonkikí, la prima de Celia. Sin estos dos personajes complementarios, Celia no hubiera sido la misma, ya que los tres formaban un trío divertidísimo.
   En el verano de 1936, estalla la Guerra Civil y Encarnación —o Elena Fortún— se ve obligada a interrumpir su colaboración con Gente Menuda. Esta gran tragedia humana le afectará hasta tal punto que, con gran dolor, decide emigrar a Buenos Aires junto a su marido. Allí, ella consigue trabajo en la Biblioteca Municipal, labor que compagina con la de cuentacuentos en las bibliotecas públicas Su marido, sin embargo, no tiene tanta suerte y se dedica a trabajar como traductor de francés. En julio de 1943 termina de escribir el borrador de Celia en la revolución, narra a través de los ojos de Celia la locura adulta del enfrentamiento, aunque la obra no verá la luz hasta la década de los ochenta.
Tras cuatro años de exilio, la pareja decide regresar a España. Ella viaja primero. Ya en Madrid, recibe con alegría la noticia de que el Tribunal Militar ha concedido la amnistia a Eusebio, lo que supone que podrá recuperar su antiguo empleo y sueldo de comandante. Lamentablemente, no volverá a reunirse con su marido, ya que este se quitaría la vida en Buenos Aires.
   Debido al dolor que le producen los recuerdos de su vida en Madrid, en 1950 decide instalarse en Barcelona, donde escribirá los tres últimos encargos de la editorial Aguilar. Dos años más tarde fallece en Madrid a causa de una complicación respiratoria.
   Pero la vida de Celia no termina con la muerte de la autora. En 1981, Aguilar decide reeditar los primeros títulos de la serie con el formato y las ilustraciones originales. Más tarde, en 1983, Televisión Española rescata la figura de Celia y emite una serie de seis capítulos, cuya canción de cabecera tarareaban todos los niños de esa época. 


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