UN CAMINO QUE CUENTA, Beatriz Rodríguez Delgado & Leonor Medel Fernández (editoras)

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BEATRIZ RODRÍGUEZ DELGADO & LEONOR MEDEL FERNÁNDEZ, Un camino que cuenta, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2010, 95 páginas.

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Esta publicación subtitulada Cuentos y Leyendas del Camino de Santiago, refleja una tarea colectiva en la que participan los recopiladores de estos ocho cuentos y diez leyendas Carles García Domingo, Laureano García, Roser Ros y Antton Irusta, las antólogas y adaptadores BEATRIZ RODRÍGUEZ DELGADO & LEONOR MEDEL FERNÁNDEZ, el ilustrador Adriá Fruitós y los diversos actores y escritores (de María Galiana o Pere Ponce a Antonio Rodríguez Almodóvar o Eduardo Mendoza) cuya lectura de las narraciones recoge el CD anexo al tomo.
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DE LOS AMORES DE CARLOMAGNO

   Tras la derrota de Roncesvalles, Carlomagno andaba triste y cabizbajo. Sus caballeros estaban preocupados por su estado y por lo que podía pasar con el reino si se extendía la noticia de que el emperador había perdido su fuerza.
   Pero su ánimo cambió totalmente cuando Carlomagno conoció a una mujer mientras paseaba por sus jardines. Esta mujer se llamaba Adelinda y nadie la conocía ni sabía de dónde había salido. El caso es que el emperador volvió a tener alegría y fuerza.
   En la corte se alegraron mucho de esta nueva situación. Pero pronto comenzaron las preocupaciones, ya que Carlomagno no se separaba de su nuevo amor. Siempre estaba junto a Adelinda, la acompañaba a todos lados y comenzó a despreocuparse de las labores del reinado.
   Esto continuó así durante mucho tiempo, hasta que un día Adelinda murió. Y Carlomagno se encerró en una habitación con el cuerpo de su amante, negándose a que la enterraran.
   Tan preocupados estaban los caballeros, que mandaron llamar al obispo. Este entró en la estancia donde estaba el cadáver de Adelinda, con Carlomagno sentado a su lado. El obispo vio espantado que el cuerpo de la mujer se conservaba perfectamente y el emperador no se separaba de su lado ni para comer. Inquieto por esta visión, el obispo pensó que aquello era cosa de brujería. Cuando Carlomagno se quedó dormido, el obispo entró en la habitación y comenzó a mirar el cuerpo de la mujer sin encontrar nada extraño, hasta que le miró las manos y vio que llevaba un anillo con símbolos diabólicos. Enseguida se dio cuenta de que el emperador estaba hechizado.
   Le quitó a la doncella muerta el anillo e, inmediatamente, Carlomagno perdió todo interés por el cuerpo de la mujer. Su interés se centraba ahora en el obispo. Durante el día lo seguía por todas partes, y por la noche, no consentía en separarse de los pies de su cama.
   El obispo, más preocupado que nunca, intentó hacer al anillo todo tipo de exorcismos, pero no sirvió de nada. Y no se le ocurrió otra cosa más que arrojarlo al fondo de un lago.
   Dicen que Carlomagno ya no pudo separarse nunca de ese lago y que junto a sus orillas envejeció y murió.

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