ÁNGEL ZAPATA,
Las buenas intenciones y otros relatos, P
áginas de Espuma, Madrid, 2011 (2001), 106 páginas.
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JUSTO Y EL ÁNGEL
Justo me dice que no haga caso. Me dice que haga como si no le viera. «Tú, ni caso», me dice Justo. Me insiste en que el precio del piso ha sido una ganga. Y en que el ángel de la anunciación, con sus bucles dorados y sus alas de nieve, se cansará algún día de aparecerse a las doce, junto a la máquina de coser, y llamarme «bendita seas entre las mujeres».
—A ti qué más te da lo que te llame —me dice Justo—. Tú piensa en que este piso tiene un balcón hermoso, Antonia; y en que está bien comunicado.
Eso me dice.
—Bendita tú entre las mujeres —me dice el ángel todos los días.
Y a pesar de sus bucles dorados y sus alas de nieve, yo me pongo roja como una manzana, porque me lo dice con mucha intención.
—Tú ni caso —me insiste Justo.
Y entre Justo y el ángel van a volverme loca.
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1
El cuento debe conmover, herir, maravillar; algo en el cuento debe llamar por su nombre al lector: forzarlo a que despierte.
2
Como los individuos, como las sociedades, un cuento no debe «funcionar», sino existir.
3
Las tramas narrativas no reflejan el modo en que las cosas ocurren en la realidad, sino las redes que empleamos para apresar lo que ocurre. El cuento indaga precisamente aquello que las tramas convencionales no sabrían captar: es el intento de rodear un resto siempre inaprensible.
4
En la novela la trama es causa. En el relato, mero efecto.
5
El cuento debe parecerse a la vida en esa cualidad que tiene la vida de no parecerse a nada.
6
Es verdad que el avance del cuento debe ir despertando en el lector el deseo de saber, a condición de que el deseo no se vea realizado sino de un modo irónico: a condición de que el cuento desemboque en eso que el lector sabía sin querer.
7
El cuento es una ética de la escritura, y por eso un buen cuento siempre deja algo que desear: le hace un sitio al deseo del otro.
8
En la novela (o por lo menos en la gran novela clásica, burguesa) la escritura se subordina a la historia, sirve a la historia: las partes trabajan en beneficio de un todo, que les es exterior y heterogéneo. En el cuento la escritura emerge, la producción textual no resulta alienada como producto en el todo de la representación: el trabajo es soberano, y hace su historia.
9
El despliegue del universo novelesco exige la constancia de lo positivo y lo dado; el cuento nace de un rechazo, devuelve el acto de narrar a la pregunta pos sus condiciones.
10
El realismo desvía al cuento de su vocación. Al igual que el poema, el cuento no apunta a la realidad, sino a lo real en tanto lo imposible de decir.
11
Dentro del cuento, no se trata tanto de escribir una historia, como de inscribir aquello que la interrumpe.
12
El cuento no debe ayudamos a soportar la realidad (esta es la exigencia falsamente benévola a la que apelan todos los conformismos), sino a situar en nuestra realidad lo insoportable, y a situarnos frente a ello.
13
En cierto modo, el cuento no es una narración en la que se ha eliminado todo lo insignificante, sino una narración en la que se ha eliminado todo menos lo insignificante, esto es: aquello que aún debía reapropiarse su potencia de significar.
14
La novela clásica tiende a la acumulación (de referencias, de hechos, de sentido); se apuntala sobre el imaginario de la totalidad y la riqueza. El cuento sabe de la castración, de la pobreza de la realidad, y es —como el Eros platónico— hijo de la escasez y del recurso.
15
El rechazo a llegar, la pasión de ir, son distintivos tanto del cuento como del cuentista. El cuento es lo que siempre está en camino. En un cuento, lo único falso o engañoso ha de ser, justamente, su brevedad.