JARDÍN DE ARENA, Julia Otxoa

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JULIA OTXOA, Jardín de arenaEdiciones La Palma, Madrid, 2014, 152 páginas.

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Nunca oraba en el interior de los templos, siempre lo hacía fuera, en el paisaje, junto a los árboles.
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Todavía en el fondo de las viejas cocinas olvidadas se oye cantar a las chocolateras pequeños poemas de maíz.
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Contrapunto en esta tarde gris, un petirrojo sobre el alero.
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Suave, dulcemente vuela el canto de la tórtola
sobre los párpados de la fatiga,
fecundando nuestro sueño de levedad y olvido.
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Humilde reflexión de vuelo: la sombra del pájaro dibujada en la tierra.
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Memoria de hierba y desierto de olvido.
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Toda la certeza que preciso en este instante es la de tu mano sobre mi pelo.
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Toda percepción es nueva escritura del mundo.
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Como conjuro ante lo que hiere, sostener en la mano una raíz, un esqueje, un poco de tierra.

CUENTOS DEL LEJANO ORIENTE, Ramiro A. Calle

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RAMIRO A. CALLE, Cuentos del Lejano Oriente, Martínez Roca, 1999, 224 páginas.

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Estos alrededor de trescientos relatos originarios de Bhután, Birmania, Sri Lanka, Tailandia, Nepal, Indonesia..., conforman el cuarto volumen de cuentos orientales compilado por Ramiro A Calle.
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EL ESPEJO

   Había una vez un feliz matrimonio con una en­cantadora hija. Pero como la muerte ronda por do­quier, la madre enfermó de gravedad y días antes de fallecer le dijo a su hija:
   —Mi querida niña, aunque me voy, no te dejo sola. Mira este espejo que he guardado para ti. Cuando estés triste y necesites mi consuelo y apoyo, contém­plate en el espejo y me verás, así siempre tendrás mi amor.
   La buena mujer murió. Fueron días de enorme dolor para su esposo y su hija, pero desde aquella amarga jornada, siempre que la joven necesitaba consuelo, miraba el espejo y veía el rostro amable y lozano de su madre, lo que le proporcionaba alien­to y apoyo. No veía a su madre con la palidez mor­tecina de los últimos días de su vida, sino con el rostro sonrosado y bello. En la imagen de su madre re­flejada en el espejo, la joven encontraba el ánimo para vivir, ser feliz y hacer felices a los demás.
   Un día, el padre la vio contemplar durante largo rato el espejo.
   —¿Qué haces, hija? —preguntó.
   —Estoy viendo el dulce rostro de mamá, padre mío. Ella me da fuerzas y me alienta.
   El hombre, por supuesto, se dio cuenta de que la joven no veía más que el reflejo de su propio rostro, tan parecido al de aquella que les había abandona­do, pero no dijo nada. Su hija era cada día más ma­ravillosa y serena.

   Dice el Maestro: Halla inspiración en el amor, porque no hay inspiración más fecunda ni más sublime.

AFORISMOS, Oscar Wilde

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OSCAR WILDE, Aforismos, VerdeHalago, México D.F., 2009, 62 páginas.

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La vedadera perfección del hombre estriba en lo que es y no en lo que tiene.
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El placer más alto en literatura es prestar realidad a lo inexistente.
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La función del artista es inventar y no comprobar.
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El crítico tiene que educar al público: el artista tiene que educar al crítico.
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La pereza es la madre de la perfección.
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Puedo resistirme a todo, excepto a la tentación.
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De joven creía que el dinero era lo más importante en la vida. Ahora que soy viejo, lo sé.

RELATOS VERTIGINOSOS, Lauro Zavala

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LAURO ZAVALA, Relatos vertiginosos, Alfaguara, México, 2009 (2000), 182 páginas.

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Subtitulado Antología de cuentos mínimos contiene microrrelatos de Felipe Garrido, Manuel Mejía Varela, Luis Britto García, entre otros.
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INVENTARIO


   Mi vecino tenía un gato imaginario. Todas las mañanas lo sacaba a la calle, abría la puerta y le gritaba: “Anda, ve a hacer tus necesidades”. El gato se paseaba imaginariamente por el jardín y al cabo de de un rato regresaba a la casa, donde le esperaba un tazón de leche. Bebía imaginariamente el líquido, se lamía los bigotes, se relamía una mano y luego otra y se echaba a dormir en el tapete de la entrada. De vez en cuando perseguía un ratón o se subía a lo alto de un árbol. Mi vecino se iba todo el día, pero cuando volvía a casa el gato ronroneaba y se le pegaba a las piernas imaginariamente. Mi vecino le acariciaba la cabeza y sonreía. El gato lo miraba con cierta ternura imaginaria y mi vecino se sentía acompañado. Me imagino que es negro (el gato), porque algunas personas se asustan cuando imaginan que lo ven pasar.
   Una vez el gato se perdió y mi vecino estuvo una semana buscándolo; cuanto gato atropellado veía se imaginaba que era el suyo, hasta que imaginó que lo encontraba y todo volvió a ser como antes, por un tiempo, el suficiente para que mi vecino se imaginara que el gato lo había arañado. Lo castigó dejándolo sin leche. Yo me imaginaba al gato maullando de hambre. Entonces lo llamé: “minino, minino”, y me imaginé que vino corriendo a mi casa. Desde ese día mi vecino no me habla, porque se imagina que yo me robé a su gato.


Martha Cerda

DEL SENTIDO DE VIVIR Y OTROS SINSENTIDOS, Andrés Ortiz-Osés

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ANDRÉS ORTIZ-OSÉS, Del sentido de vivir y otros sinsentidos, Anthropos, Barcelona, 2005, 144 páginas.

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En el Prólogo (pp. 7-9) Félix Gerenabarrena Artamendi deja escrita esta sentencia: "En el arte de Ortiz-Osés, el alma es la textura del ser, realidad de arpillera. Realidad cosida, tapiz simbólico." 
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Hay que ser fuerte para sumir la debilidad.
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Lo pero es creer en la mejor: lo mejor es pensar en lo peor.
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El adiós vasco se dedicaba a la divinidad lunar (ilargi): era una a-diosa.
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El deber suele ser ajeno: el dercho suele ser propio.
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Tener una actitud ante la vida no da felicidad sino facilidad: para vivir con fidelidad.
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No te vengues: en su vivir le va su penitencia.
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¿Adónde van las cosas que se evaden? ¿De dónde viene la realidad que nos sobrevive?
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Fluir es flotar evanescentemente: confluir es reflotar activamente.

CUENTOS PARA DORMIR MEJOR, Miguel Gila

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MIGUEL GILA, Cuentos para dormir mejor, Planeta, 2001, 206 páginas.

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En el Prólogo (pp. 5-7) a estos veintiséis relatos María Dolores Cabo reivindica al Gila literato, eclipsado por el humorista conocido por todos los públicos.
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MARUJA

   No me juzguen antes de leer lo que les voy a contar. Yo a Maruja la adoraba; sus ojos eran de un verde oscuro que al mirarlos parecían dos esmeraldas; sus labios gruesos, sensuales, por lo general dibujando una son­risa que limitaba con dos hoyuelos; su cuello estiliza­do, sus cejas divinas; todo en Maruja era perfecto; su cuerpo, su movimiento al andar... todo, absolutamen­te todo era perfecto. No obstante, cualquiera de uste­des en mi lugar habría actuado como yo lo hice. Y es que al hablar lo estropeaba todo. Al principio de cono­cerla, cuando nos hicimos novios, tal vez por ese fenó­meno que nos produce el estar profundamente ena­morados, me pasó inadvertido un detalle: al hablar lo hacía apoyándose siempre en algún refrán. Esto no hubiera sido muy grave si los refranes los hubiera di­cho bien, pero los decía mal o los mezclaba, que era peor, y eso luego de casarnos empezó a molestarme, para a los pocos meses transformarse esa molestia en un odio concentrado, Sería interminable contarles a ustedes todas sus charlas, y como dicen que para muestra basta un botón, les contaré solamente una de esas conversaciones que sostuvimos una noche antes de dormir. Fue la noche de un sábado. Yo me tendría que haber quedado mudo antes de abrir la boca, pero no fue así; se me ocurrió comentar en voz alta:
   —¡Qué suerte que mañana sea domingo! ¡Me pare­ce mentira no tener que madrugar!
   Ella me pasó la mano por la frente.
   —Bueno, mi amor —y metió el refrán—: al que madruga, buena sombra le cobija.
   La miré.
   —No es así, querida; es: a quien madruga, Dios le ayuda.
   —Bueno —dijo—, lo que quiero decir es que como dice el refrán: entre el correr y el andar está el madrugar.
   —No, Maruja; es así: entre el correr y el andar está el caminar.
   Me miró sin dejar de sonreír.
   —Bueno, mi vida; es lo mismo. Lo importante es que ya lo dice el refrán: más vale levantarse temprano que pájaro en mano.
   Ahí fue donde me dio el ataque de ira. La agarré por el cuello y empecé a apretar con fuerza. Con los ojos fuera de las órbitas y un hilo de voz me dijo:
   —¿Lo ves? El hombre y el esposo, cuanto más bru­to, más hermoso.
   Y seguí apretando con ganas hasta que sentí que no oponía resistencia. Cuando la solté, cayó al suelo como si fuese de trapo. Saqué una silla y me senté en la puerta de mi casa, por aquello de "Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemi­go". Pero no me dio tiempo. La policía me detuvo, y aquí estoy, en presidio, escribiendo todo esto.

SÓLO PARA MUJERES, Clarice Lispector

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CLARICE LISPECTOR, Sólo para mujeres, Siruela, Madrid, 2011, 216 páginas.

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En el epílogo Siempre mujer a través de los tiempos (pp. 177-187), Aparecida María Nunes detalla la procedencia de estos doscientos noventa textos firmados bien por Helen Palmer, Ilka Soares o Tereza Quadros: el trabajo periodístico de Clarice Lispector durante la década de los cincuenta. La estructura de la obra responde al subtítulo del original: Consejos, recetas, secretos.
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CONSEJOS

INGENIO

   ¿Las mujeres son menos ingeniosas que los hombres? Es cierto que las mujeres son excelentes artistas en el escena­rio. Incluso una gran cantidad de ellas ha obtenido éxitos estruendosos. Pero raramente se especializan en el ámbito de lo cómico. Por ejemplo, para cada Fanny Brico o Gracie Allen, podemos citar una docena de cómicos graciosísimos, como Bob Hope, Jack Benny, Milton Berle, Lou Costello, Ed Wynn, Jimmy Durante y otros.
   Incluso en historias humorísticas y chistes, los hombres tienen la primacía, además, de apreciar el humorismo en general mucho más que las mujeres. La prueba es que todos los escritores de chistes son hombres. Hay un ingenio en el buen humor de los hombres que provoca la hilaridad. La mujer, en general, intenta mantener su dignidad y, según un famoso psicólogo americano, se pueden reír de las otras, pero muy raramente provocan deliberadamente la risa.
   Los hombres también leen mucho más sobre estas cosas que sus compañeras.
   Se cuenta incluso un caso que acabó en divorcio. La de­nuncia de la esposa fue que cada vez que preparaba el de­sayuno para su marido y rompía un huevo, a éste le hacía mucha gracia obligarla a comérselo. Hasta que una mañana la costumbre fue muy lejos y la pobre tuvo que comerse cinco, y ya no le hizo ninguna gracia. Se puede ver bien la diferencia entre el humor masculino y el femenino.

RECETAS

LAS PECAS

   Las pecas tienen su encanto. A ciertas rubias les dan un aire picarón y picante. Pero, en las morenas, las pecas pier­den todo el atractivo y dan la impresión de una piel incluso (¡oh, horror!) poco limpia. Una manera eficaz de verse li­bre de ellas es la siguiente:
   Mezcla dos gramos de amoníaco con tres gramos de agua oxigenada a veinte volúmenes y el zumo de un limón. Aplícate esta mezcla dos veces al día y déjala secar en la cara. Después lávatela bien enseguida para evitar irritacio­nes de la piel y completa el tratamiento con una capa de crema hidratante.


SECRETOS

LA EXPERIENCIA DE HITCHCOK

   Alfred Hitchcock, el maestro absoluto del suspense ci­nematográfico, cuenta que se lo debe a un episodio de su infancia...
   Un día, su padre, sabiendo que había hecho novillos, organizó con ayuda de un amigo una cacería del niño que acabó con el joven Alfred preso y pasando una noche en la cárcel. Esto dio origen al «pavor del fugitivo» y al «terror del acorralado», que él sabe tan bien comunicar a sus persona­jes por haber vivido la misma experiencia.

AL-HIKAM (AFORISMOS SUFÍES), Ibn Ata Illâh

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IBN 'ATA' ILLÂH, Al-Hikam (Aforismos sufíes), Olañeta, Palma de Mallorca, 2010, 214 páginas.

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En la Nota introductoria (pp. 9-21) se dice de los aforismos del santo sufí Ibn 'Ata' Illâh (1259-1309): "nos dan las claves del discernimiento, pero no buscan ayudar a conocer el mundo, ni a los demás, sino conocerse únicamente a sí mismo". Acompañan a los aforismos las Epístolas (pp. 97-124).
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Las decisiones anticipadas no atraviesan las murallas del destino.
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Entierra tu existencia en la humildad; el germen que sale de una semilla no enterrada no alcanza su pleno desarrollo.
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Las luces son las cabalgaduras de los corazones y de sus centros más íntimos.
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Las ramas del envilecimiento sólo crecen de las semillas del deseo ambicioso.
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La gente te alaba por las cualidades que suponen en ti; censúrate tú por lo que sabes que hay en tu alma.
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El tiempo de tu vida perdido no se puede sustituir, y el aprovechado (en hacer los que debías) es inestimable.
 

LA CONDESA SANGRIENTA, Alejandra Pizarnik

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ALEJANDRA PIZARNIK, La condesa sangrienta, Libros del Zorro Rojo, Barcelona, 2012, 60 páginas.

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Las ilustraciones de Santiago Caruso acompañan unas prosas breves que giran alrededor de la figura de Erzsebét Bathory, condesa de finales de siglo XVII que desde los Cárpatos construyó su siniestra leyenda.

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MUERTE POR AGUA

«Está parado. Y está parado de modo tan absoluto y definitivo como si estuviese sentado.»
W. Gombrowicz

   El camino está nevado, y la sombría dama arrebujada en sus pieles dentro de la carroza se hastía. De repente formula el nombre de alguna muchacha de su séquito. Traen a la nombrada: la condesa la muerde frenética y le clava agujas. Poco después el cortejo abandona en la nieve a una joven herida y continúa viaje. Pero como vuelve a detenerse, la niña herida huye, es perseguida, apresada y reintroducida en la carroza, que prosigue andando aun cuando vuelve a detenerse pues la condesa acaba de pedir agua helada. Ahora la muchacha está desnuda y parada en la nieve. Es de noche. La rodea un círculo de antorchas sostenidas por lacayos impasibles. Vierten el agua sobre su cuerpo y el agua se vuelve hielo. (La condesa contempla desde el interior de la carroza). Hay un leve gesto final de la muchacha por acercarse más a las antorchas, de donde emana el único calor. Le arrojan más agua y ya se queda, para siempre de pie, erguida, muerta. 

Y..., Jaime Chávarri

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JAIME CHÁVARRI, Y..., Huerga y Fierro, Madrid, 2001, 126 páginas.

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A veces parece que una nube compasiva se acerca al sol a enjugarle el sudor.
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Ardillas: plumeros para quitar el polvo a los pinos.
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Las elefantas siempre llevan arrugadas las medias.
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Los ricos tienen los huesos de marfil.
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Con las teclas de los pianos inservibles se fabrican fichas de dominó para que jueguen los pianistas jubilados.
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La Y es una I que hace gimnasia.
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Es la botella de champán que se rompe contra el casco de los barcos en su botadura la que hace que los pasajeros se mareen durante la travesía.
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Anuncio en un periódico: "Hombre solitario necesita un niño para llevarlo al circo y comprarle palomitas".
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En las fiestas particulares lo que les gusta a nuestros abrigos no es estar colgados en el guardarropas como si los hubieran ahorcado, sino estar echados en la cama de la anfitriona como si estuvieran haciendo el amor con ella.

LAS CIUDADES INVISIBLES, Italo Calvino

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ITALO CALVINO, Las ciudades invisibles, Minotauro, Barcelona, 1974 (1983), 176 páginas.

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LAS CIUDADES Y LOS OJOS. 4

   Al llegar a Fillide, te complaces en observar cuán­tos puentes distintos uno del otro atraviesan los canales: convexos, cubiertos, sobre pilastras, sobre barcas, colgantes, de parapetos calados; cuántas va­riedades de ventanas se asoman a las calles: en ajimez, moriscas, lanceoladas, ojivales, coronadas por lunetas o por rosetones; cuántas especies de pavimentos cubren el suelo: cantos rodados, lastro­nes, grava, baldosas blancas y azules. En cada uno de sus puntos la ciudad ofrece sorpresas a la vista: una mata de alcaparras que asoma por los muros de la fortaleza, las estatuas de tres reinas sobre una ménsula, una cúpula en forma de cebolla con tres cebollitas enhebradas en la aguja. «Feliz el que tiene todos los días a Fillide delante de los ojos y no termina nunca de ver las cosas que contiene», exclamas, con la pesadumbre de tener que dejar la ciudad después de haberla sólo rozado con la mirada.
   Te ocurre a veces que te detienes en Fillide y pasas allí el resto de tus días. Pronto la ciudad se decolora a tus ojos, se borran los rosetones, las estatuas sobre las ménsulas, las cúpulas. Como to­dos los habitantes de Fillide, sigues líneas en zigzag de una calle a la otra, distingues zonas de sol y zonas de sombra, aquí una puerta, allá una esca­lera, un banco donde puedes apoyar el cesto, una cuneta donde el pie tropieza si no te fijas. Todo el resto de la ciudad es invisible. Fillide es un espacio donde se trazan recorridos entre puntos suspendi­dos en el vacío, el camino más corto para llegar a la tienda de aquel comerciante evitando la ventanilla de aquel acreedor. Tus pasos recorren lo que no se encuentra fuera de los ojos sino adentro, sepulto y borrado: si entre dos soportales uno sigue pare­ciéndote más alegre es porque por él pasaba hace treinta años una muchacha de anchas mangas bor­dadas, o bien sólo porque recibe la luz a cierta hora, como aquel soportal que ya no recuerdas dónde estaba.
   Millones de ojos se alzan hasta ventanas puentes alcaparras y es como si recorrieran una página en blanco. Muchas son las ciudades como Fillide que se sustraen a las miradas, salvo si las atrapas por sorpresa.

VITRINA DE CHARCOS, José Ángel Cilleruelo

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JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO, Vitrina de charcos, Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2011, 98 páginas.


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En el Prólogo el autor confiesa que "al descongelarse las 154 sílabas de un soneto, como el líquido ocupa más espacio que el sólido, comprobé que el charco que quedaba tenía exactamente cien palabras". Los poemas en prosa que el autor ofrece se atienen a esa extensión, pudiendo advertirse en ellos elementos narrativos.
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VICOLO D’ORFEO


Cuando llegó al piso, la señora le advirtió que no entrara nunca en aquella habitación del fondo, donde  descansaba su marido, muy enfermo. La puerta siempre cerrada y el silencio que se cernía sobre el cuarto prohibido fueron echando leña al fuego recién encendido de la curiosidad. Un domingo, después de que la señora hubiera salido a misa y no quedaran otros inquilinos en sus aposentos, empujó la puerta. Una cama vacía y un gran arma­rio. Llegó a abrirlo por ver si estaba encerrado allí el moribundo. Nada, como en los signos. El misterio de aquel misterio acababa de empezar.

APARIENCIAS, José Cereijo

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JOSÉ CEREIJO, Apariencias, Renacimiento, Sevilla, 2005, 164 páginas.

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LA ROPA

   Después de ducharse se mira, desnudo, en el espejo de luna del armario. Tiene cuarenta y tres años; aparenta, quizá, cinco o seis menos. Observa, con mirada crítica y distante, el principio de barriga, las primeras canas —también en el pubis—, la cara, que nunca le ha gustado. Escoge el menos viejo de los calzonci­llos, azul, con rayas negras. Nunca ha sido demasiado cuidadoso con su guardarropa. Por un momento se le ocurre la idea de salir y comprarse ropa nueva; sonriendo ligeramente, la descar­ta. Se enfunda después en la camiseta, fina, de manga corta. Tal vez, se dice, el día —es a fines de febrero— sea demasiado frío para aquella ropa. Vuelve a sonreír. Luego coge la camisa, de color gris claro. Es la mejor que tiene. Recuerda la primera vez que se la puso, para una recepción: pequeña vanidad, ahora iró­nica. El par de calcetines negros ha sido mal preparado por la asistenta, que viene los martes y los viernes: son de pares distin­tos, uno más corto que el otro. Piensa en cambiárselos, pero luego decide dejarlo estar. Como homenaje a los martes y los viernes. Saca del armario el traje azul y empieza a ponérselo, pero cambia de idea: demasiado solemne. Se lo quita, y en su lugar echa mano a unos vaqueros, un poco usados, pero aún aceptables. Coge un cinturón negro, elástico, pero, con él en la mano, se acuerda de quién se lo regaló, y lo deja estar. Se decide por uno viejo, de cuero. Termina de vestirse con un jersey de punto, entre azul y gris, regalo de su hermano. El pelo se le desor­dena un poco al ponérselo. Siempre le dicen que se lo peina demasiado, que le sienta mejor así. Bien. Se calza unos zapatos ligeros, casi de verano, y vuelve a mirarse en el espejo. Aprueba lo que ve. Entonces coge el revólver y lo sopesa un instante en la mano; luego lo ajusta con cuidado a la sien, y dispara.

KIGO, Seiko Ota & Elena Gallego

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SEIKO OTA & ELENA GALLEGO, Kigo. La palabra de estación en el haiku japonés, Hiperión, Madrid, 254 páginas.

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Fernando Rodríguez-Izquierdo ofrece, como es habitual, una documentada Introducción (pp. 9-31) que no se limita a glosar la referencia temporal inevitable de estos poemas, sino que permite aproximar al lector occidental al universo sensitivo del haiku. Esta antología bilingüe ofrece una selección de textos de diversos autores para cada una de las cinco estaciones del año japonés.
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1 Se refiere a la bomba atómica.



Genbakuchi
ko ga kageroo ni
kieyukeri




Donde cayó la bomba1
el niño entre la calina
se desvaneció.




Ishihara Yatsuka


ZETA, Manuel Vilas

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MANUEL VILAS, Zeta, Salto de Página, Madrid, 2014, 160 páginas.

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Doce años después de ser publicado en la desaparecida editorial DVD, Zeta reaparece acompañado por un breve prólogo del propio autor que, con su característico estilo, firma la que casi podría considerarse una pieza narrativa más del volumen, además de una carta de presentación de atractivo difícilmente superable: «Yo quería el caos, la muerte, el dolor inconmensurable, la exaltación de la pobreza, la distorsión, la degeneración, la demencia, la ficción asesina, la fantasmagoría, el humor que quema, yo deseaba que Franz Kafka viviese en Teruel, y todo eso quería que se fundiese con la ciudad en la que estaba viviendo, con Zaragoza. Y eso es Zeta
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PETRARCA Y LA LUNA

   Esto va a ser una fiesta perpetua. He decidido que mi vida va a ser una fiesta, y voy a invitar a todo el mundo. Ya no voy a ser un tipo sombrío. Voy a ser el tipo que no puede faltar en ninguna celebración. Eh, dónde está Petrarca, esto sin Pet no funciona. Sí, me llamo Petrarca, pero puedes llamarme Pet. Soy un tipo formidable para bailar con las mujeres, canciones lentas, mujeres de cuarenta años. Les susurro cosas bonitas al oído. Eh, soy yo, Petrarca, el tipo que no puede faltar en ninguna fiesta. El teléfono no deja de sonar. Todo el mundo me necesita. Todo el mundo quiere quedar conmigo. Me voy a tener que comprar ropa nueva. Esto es demasiado, hasta quieren nombrarme presidente de la comunidad. Hasta Juliette Binoche me telefoneó el otro día. Quedamos a cenar. Se está enamorando de mí, esta Juliette me tiene loco. El teléfono no deja de sonar. Cuando fui a pagar me di cuenta de que estaba cenando solo y que encima no tenía un duro. Cuando salí a la calle, un cortejo de vampiros estaba esperándome. «Eh, Pet, tío positivo, así que tu vida va a ser una fiesta», y se reían y querían morderme. No me quedó más remedio que irme con ellos, de copas por allí.
   —A veces, pasa —dijo uno— pasa que la luna nos devora, parece como si nos diese una segunda oportunidad, pobre Pet. Es muy ridículo el nombre que te has buscado. Pero la luna es una víbora y tú, Petrarca, un inocente. Puede que incluso esté bien ese nombrecito que te has buscado. Se nota que lo tuyo era la literatura. Eres un sinvergüenza. Así que ibas a ser un tipo positivo. Una fiesta perpetua. Deberíamos morderte el cuello todos nosotros hasta desangrarte. Seguro que no nos ibas a echar en falta en esa nueva vida tuya. Mira tu piso, desgraciado, mira tu piso y dime lo que ves. Conque ibas a cenar con Juliette Binoche, joder, qué majara estás. Cómo una mujer así iba a ponerse a cenar con un vampiro, mártir, lagarto, llamado Pet, como tú. Además no sabes francés. En realidad, no sabes ninguna lengua conocida. Sólo sabes indoeuropeo, porque eres una bestia cavernaria. Bah, no sabes ni indoeuropeo, porque nunca lograste aprenderte las declinaciones, eras el último de la clase. Siempre te quedabas sin cenar, y sin dormir, y sin vivir. Así que tu vida iba a ser una fiesta. Así que el teléfono no paraba de sonar, y dime quién coño te llamaba, pobre Pet, si tu número de teléfono hace treinta años que no lo marca nadie. No sé qué hacer contigo, no sé si pegarte o seguir riéndome. Yo fui el último que marqué tu número de teléfono, o es que no te acuerdas.
   Los puentes de Zeta brillaban bajo la luna. Los vampiros cantaban sus canciones. Las rosas se ahogaban bajo el agua. Los ahorcados llamaban por teléfono a sus viudas y les decían suciedades. «Aún me sangra el cuello y es por tu culpa, léeme un poema de Petrarca; aquí, en la noche eterna, me he vuelto un tipo culto», decían los ahorcados a sus viudas, que ya se acostaban con otros hombres, parecidos a los vivos. ¿Tú crees
que ese tipo que duerme a tu lado está vivo? Dime a qué hora se ha puesto el despertador. Es sólo curiosidad. Quiero saber si madruga más de lo que madrugaba yo cuando dormía a tu lado.

ANIMALES FEROCES, Ildiko Nassr

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ILDIKO NASSR, Animales feroces, Macedonia, Morón, 2011, 88 páginas.

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MIEDO

   Apenas se metió en la boca del lobo, sintió un olor nauseabundo. No veía nada, por suerte. El lobo seguía durmiendo. La boca no era lo suficientemente amplia para meter su cuerpo completo, pero hizo su mejor esfuerzo y lo logró. Ganó la apuesta.

ESCALAS, César Vallejo

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CÉSAR VALLEJO, Escalas (melografiadas), Barataria, Sevilla, 2010, 118 páginas.

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Publicada originalmente en 1923, esta colección de prosas breves se reedita en España acompañada por un prólogo de Patricia de Souza, donde se proporcionan algunas de las claves para interpretar unos textos inevitablemente marcados por los más de cien días de reclusión que el autor experimentó en la cárcel de Trujillo dos años antes: "Escalas pudo ser una respuesta concreta a una verdadera crisis en el lenguaje, una imposibilidad de asumir la «linealidad» de un relato y de resolverlo de manera formal para abandonarlo a una especie de balbuceo, de fragmento que expresa esa parte inenarrable de la realidad que intenta corregir pero que siempre es oscura, tuerta, cruel e indiferente".

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MURO NOROESTE

   Penumbra.
   El único compañero de prisión que me queda ya ahora, se sienta a yantar, ante el hueco de la ventana lateral de nuestro calabozo, donde, lo mismo que en la ventanilla enrejada que hay en la mitad superior de la puerta de entrada, se refugia y florece la angustia anaranjada de la tarde.
   Me vuelvo hacia él:
   –¿Ya?
   –Ya. Está usted servido –me responde sonriente.
   Al mirarle el perfil de toro destacado sobre la plegada hoja lacre de la ventana abierta, tropieza la mirada con una araña casi aérea, como trabajada en humazo, que emerge en absoluta inmovilidad en la madera, a medio metro de altura del testuz del hombre. El poniente lanza un largo destello bayo sobre la tranquila tejedora, como enfocándola. Ella ha tenido, sin duda, el tibio aliento solar; estira alguna de sus extremidades con dormida perezosa lentitud y, luego, rompe a caminar a intermitentes pasos hacia abajo, hasta detenerse al nivel de la barba del individuo, de modo tal, que, mientras éste mastica, parece que se traga a la bestezuela.
   Por fin termina el yantar, y al propio tiempo, el animal flanquea corriendo hacia los goznes del mismo brazo de puerta, en el preciso momento en que ésta es entornada de golpe por el preso. Algo ha ocurrido. Me acerco, vuelvo a abrir la puerta, examino en todo el largo de las bisagras y doyme con el cuerpo de la pobre vagabunda, trizado y convertido en dispersos filamentos.
   –Ha matado usted una araña –le digo con aparente entusiasmo al hechor.
   –¿Sí? –me pregunta con indiferencia–. Está muy bien; hay aquí un jardín zoológico terrible.
   Y se pone a pasear, como si nada a lo largo de la celda, extrayéndose de entre los dientes, residuos de comida que escupe en abundancia.
   ¡La justicia! Vuelve esta idea a mi mente.
   Yo sé que este hombre acaba de victimar a un ser anónimo pero existente, real. Es el caso del otro, que, sin darse cuenta, puso al inocente camarada de presa del filo homicida. ¿No merecen pues, ambos ser juzgados por estos hechos? ¿O no es del humano espíritu semejante resorte de justicia? ¿Cuándo es entonces el hombre juez del hombre?
   El hombre que ignora a qué temperatura, con qué suficiencia acaba un algo y empieza otro algo; que ignora desde qué matiz el blanco ya es blanco y hasta dónde; que no sabe ni sabrá jamás qué hora empezamos a vivir, qué hora empezamos a morir, cuándo lloramos, cuándo reímos, dónde el sonido limita con la forma en los labios que dicen: yo... no alcanzará, no puede alcanzar a saber hasta qué grado de verdad un hecho calificado de criminal es criminal. El hombre que ignora a qué hora el 1 acaba de ser 1 y empieza a ser 2, que hasta dentro de la exactitud matemática carece de la inconquistable plenitud de la sabiduría ¿cómo podrá nunca alcanzar a fijar el sustantivo momento delincuente de un hecho, a través de una urdimbre de motivos de destino, dentro del gran engranaje de fuerzas que mueven seres y cosas enfrente de cosas y seres?
   La justicia no es función humana. No puede serlo. La justicia opera tácitamente, más adentro de todos los adentros, de los tribunales y de las prisiones. La justicia, ¡oídlo bien, hombre de todas las latitudes! se ejerce en subterránea armonía, al otro lado de los sentidos, de los columpios cerebrales y de los mercados. ¡Aguzad mejor el corazón! La justicia pasa por debajo de toda superficie y detrás de todas las espaldas. Prestad más sutiles oídos a su fatal redoble, y percibiréis un platillo vigoroso y único que, a poderío del amor, se plasma en dos; su platillo vago e incierto, como es incierto y vago el paso del delito mismo o de lo que se llama delito por los hombres.
   La justicia sólo así es infalible; cuando no ve a través de los tintóreos espejuelos de los jueces; cuando no está escrita en los códigos; cuando no ha menester de cárceles ni guardias.
   La justicia, pues, no se ejerce, no puede ejercerse por los hombres, ni a los ojos de los hombres.
   Nadie es delincuente nunca. O todos somos delincuentes siempre.

LOS SIETE AÑOS DE ABUNDANCIA, Etgar Keret

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ETGAR KERET, Los siete años de abundancia, Siruela, Madrid, 2014, 160 páginas.

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En los siete años transcurridos entre el nacimiento de su hijo y la muerte de su padre, Etgar Keret, con su habitual maestría narrativa, registra en treinta y cinco crónicas una realidad que fluye entre la comedia y la tragedia, entre lo particular y lo universal.

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MI PRIMERA HISTORIA

   Escribí mi primera historia hace veintiséis años en una de las bases del ejército con más seguridad de Israel. Por aquel entonces tenía diecinueve años y era un soldado espantoso y deprimido que contaba los días para terminar su servicio militar obligatorio. Escribí la historia durante un turno especialmente largo en una sala de ordenadores aislada y sin ventanas, en las profundidades de las entrañas de la tierra. Me quedé de pie en medio de esa sala helada y miré fijamente la página impresa. No podía explicarme a mí mismo por qué la había escrito y qué propósito se suponía que tenía. El hecho de que hubiera tecleado todas esas frases inventadas era emocionante, pero también me daba miedo. Sentí como si tuviera que encontrar a alguien que leyera la historia enseguida, e incluso si no le gustaba o no la entendía, podría tranquilizarme y decirme que haberla escrito era perfectamente normal y no otro paso más en mi camino hacia la locura.
   El primer lector potencial no llegó hasta catorce horas más tarde. Era el sargento picado de viruelas que se suponía que tenía que relevarme y hacer el siguiente turno. Con una voz que intenté que sonara tranquila, le dije que había escrito un cuento y que quería que lo leyera. Se quitó las gafas de sol y dijo con indiferencia: «Ni de coña. Que te jodan».
   Subí unos cuantos pisos hasta la planta baja. El sol que acababa de salir me cegaba. Eran las seis y media de la mañana y necesitaba un lector desesperadamente. Como suelo hacer cuando tengo un problema, me encaminé a casa de mi hermano mayor.
   Pulsé el botón del portero automático a la entrada del edificio y la voz somnolienta de mi hermano respondió. «He escrito una historia —dije—. Quiero que la leas. ¿Puedo subir?» Hubo un breve silencio, y entonces mi hermano dijo con voz de disculpa: «No es buena idea. Has despertado a mi novia y se ha cabreado».Tras otro momento de silencio, añadió: «Espérame ahí. Me visto y bajo con el perro».
   Unos pocos minutos más tarde apareció con su pequeño perro de aspecto desteñido. Estaba feliz de poder ir a pasear tan temprano. Mi hermano me quitó la página impresa de la mano y empezó a leer mientras caminaba. Pero el perro quería quedarse quieto y encargarse de sus asuntos en el árbol cercano a la entrada del edificio. Trató de atrincherarse con sus pequeñas garras en la tierra y resistir, pero mi hermano estaba demasiado inmerso en la lectura para percatarse y, un minuto después, me encontré a mí mismo intentando alcanzarle mientras bajaba a paso rápido por la calle, arrastrando al pobre perro tras él.
   Por suerte para el perro, la historia era muy corta, y cuando mi hermano se detuvo dos manzanas después recuperó el equilibrio y, volviendo a su plan inicial, se encargó de sus asuntos.
   —Esta historia es impresionante —dijo mi hermano—. Alucinante. ¿Tienes otra copia?
   Le dije que sí. Me dedicó una sonrisa de hermano-mayor-orgulloso-de-su-hermano-pequeño, después se inclinó y utilizó la página impresa para recoger la mierda del perro y la tiró al cubo de la basura.
   Y ese es el momento en el que me di cuenta de que quería ser escritor.
   Incluso si no era consciente de ello, mi hermano me había dicho algo: que la historia que escribí no era el papel arrugado y untado de mierda que ahora descansa en el fondo del cubo de la basura de la calle. Esa página solo era un conducto por el que podía transmitir mis sentimientos de mi mente a la suya. No sé cómo se siente un mago la primera vez que consigue realizar un hechizo, pero probablemente es algo similar a lo que sentí en ese momento; había descubierto la magia que sabía que me ayudaría a sobrevivir los dos largos años que me quedaban hasta que me licenciara.

LA AMISTAD SILENCIOSA DE LA LUNA, José Cereijo

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JOSÉ CEREIJO, La amistad silenciosa de la luna, Pre-Textos, Valencia, 2003, 72 páginas.

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Miraba el ciego
en un canto de alondra
amanecer.

CANTOS : & : UCRONÍAS, Miguel Ángel Muñoz Sanjuán

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MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ SANJUÁN, Cantos : & : Ucronías, Calambur, Madrid, 2013, 90 páginas.

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3: ↑ ≈ ↑ ≈ ↑ [oráculo]

—A través de la córnea del teléfono sé que la muerte brota como un párpado: distancias que la sangre anochece desoladamente en las palabras salvadas del sueño: —Oráculo: reflejo de la desolación: garganta & pecho deshidratado de un pasillo en penumbra: dinos qué pájaro fue muerto & quién nos dio su rostro de ceguera.

CARACTERES, José Bergamín

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JOSÉ BERGAMÍN, Caracteres, Turner, Madrid, 1978, 46 páginas.

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Bergamín define estos breves textos en prosa como "semblanzas epigramáticas" que, aun inspiradas en parte en las "caricaturas líricas" de Juan Ramón Jiménez, se diferencian por omitir los nombres de los personajes reales en los que se motivan. De este modo, el autor finaliza su pasaje introductorio afirmando que "si algún valor tienen todavía estas epigramáticas semblanzas figurativas [...] es el de no haber sido reales; su propio carácter se lo impide. Quisieron serlo vivamente por literarias o ficticias. Por sus trazas como por su trazo al escribirlas".

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EL INCANDESCENTE

   No sé por qué, debajo de la incipiente calva de su cabeza, creía yo que ardía una brasa incandescente.
   Todo él estaba ardiendo desde hacia mucho tiempo en un secreto incendio interior, consumiéndose poco a poco, muy lentamente, en una combustión de siglos.
   No me atrevía, casi, a aproximar a él mis dedos, para no quemarme. Y cuando salíamos al aire libre, temía que el viento le avivase, prendiéndole en una sola llama que le consumiría en un instante.
   Pero cuando en su recogido interior, al leve soplo de sus labios formulaba rítmicamente su pensamiento, yo sentía —¡oh Shelley!— animarse la pura brasa en ascua viva y me acercaba al calor y a la luz tenue y sagrada del sublime rescoldo.

ENGAÑO PROGRESIVO, Adriana Bañares Camacho

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ADRIANA BAÑARES CAMACHO, Engaño progresivo, Diputación de Valladolid, Valladolid, 2012, 64 páginas.

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A pesar de que las piezas líricas son predominantes en el volumen, algunos textos en prosa admiten una lectura en clave narrativa.
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PLAYGROUND LOVE

   No me gustaba el instituto. El primer trimestre siempre hacia frío. Era el tercer año de secundaria, pero el primero de instituto. En una de mis primeras borracheras, poco antes de las clases, me caí por unas escaleras, de modo que comencé el peor curso de mi vida con una pierna escayolada. No me gustaba el instituto. No podías ser fea ni normal, tenias que destacar. Siempre hacia frío y en el porche los demás no dejaban de fumar. Un día, de las pñmeras veces, me mareé. No fumando. Estaba en clase de geografía y me dio un bajón enorme. Con los años he aprendido a disimularlos, pero aquel fue de los primeros y no quise seguir allí. Cogí mis cosas y me fui. En casa, tirada en el sofá, asqueada de aquel ambiente —como siempre, siempre a disgusto, esté donde esté—, puse la televisión y comenzó en canal plus Las Vírgenes Suicidas. La vi entera y puede que incluso llegara a llorar. Cuando volvió mi madre y me vio allí, en vez de en clase, me dijo: que no te influya. Desde entonces solía firmar mis textos bajo el seudónimo solitaria suicida y los tiraba por ahí o los dejaba "olvidados" en sitios estratégicos del instituto para quien quisiera encontrarlos.

AHORA, Isabel Bono

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ISABEL BONO, Ahora, Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2010, 54 páginas.

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Conjunto de poemas mínimos que, desde el mismo título, ratifican su afinidad con la inmediatez y el despojamiento en la búsqueda de lo esencial característicos del haiku.

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veo el camino
dentro de su mano

aún estoy allí

HAY OTRAS COSAS, Carles Bosch

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CARLES BOSCH, Hay otras cosas, Sirpus, Barcelona, 2007, 120 páginas.

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UN BICHO EXTRAÑO

   Un bicho extraño se ha introducido en mi radiocasete y aparece y desaparece entre canción y canción. Un moscardón se ahoga voluntariamente en un tazón, y contra las ventanas de nuestra habitación se agolpan cientos de insectos que, atraídos por la luz, nos espían desde la cara externa del cristal y solicitan con sus zumbidos un resquicio para entrar. Fiera noche: apoyo mi oreja contra los pechos de Mónica y advierto que su corazón se balancea y toma enloquecidamente las curvas y el maquinista hace sonar un largo pitido como si anunciara su entrada en una nueva estación, y ambos sabemos que efectivamente un diminuto tren viaja circularmente entre pulmón y pulmón. Fiera noche: parece que todos andamos buscando minúsculos escondites, como si sólo nos sintiéramos resguardados bajo la esfera de un reloj, recostados en sus ruedecillas, o entre las pulidas paredes de un tazón; dentro de un radiocasete, o en la oscuridad de una plateada cajita de rapé. Anochece, y el aire ya no nos sirve para respirar.

HISTORIAS DEL ARCOIRIS, William T. Vollmann

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WILLIAM T. VOLLMANN, Historias del Arcoiris, Pálido Fuego, Málaga, 2013, 574 páginas.
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La técnica narrativa fragmentaria con la que Vollmann compone estos trece relatos permite considerar algunas de las secuencias como historias encontradas.
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DONUTS Y FELICIDAD

   "Yo tengo mi propia actividad a la que recurrir", dijo el anciano Cory Smith. "A mí no van a regañarme ni a decirme que no lo haga. Otras cosas que no son del todo una actividad, aunque yo las considero como tal, es ir a la Hunt's Quality Coffee Shop en la Veinte con Misión, donde todo el mundo piensa que los donuts son la felicidad. Sabes, entran y compran, compran. compran; y allá que salen cargados de donuts. Bueno. claro, cualquiera iría a por un donut que se le cayera a uno de esos tipos, si les sobrara alguno. aunque hay ocasiones en que no les apetece. Lo que todos quieren cuando van allí es por lo menos un panecillo de canela, y PUNTO. Y a veces también me gusta montarme en los autobuses, por la  noche, cuando puedo pagarme un ticket de última hora. Nada más dar una vuelta y volver a casa, eso es todo. Pero la única actividad que espero con ganas es mirar la oscuridad, sabes".

RÁFAGAS, Soledad Cavero

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SOLEDAD CAVERO, Ráfagas, Sial / Fugger, Madrid, 2009, 120 páginas.

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Estas Ráfagas son 276 piezas breves que se deslizan entre las formas del poema mínimo y el aforismo.
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La vida es un juego de ignorancias.
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No rozarás las estrellas
a menos que se columpien en tus ojos.
***
El hombre es un manojo
de sueños derruidos.
***
Un beso puede marcar
el comienzo de una eternidad
o la muerte de un ídolo.
***
El amor más profundo
lleva consigo la muerte más grande.

CUARTO MENGUANTE, Jaume Palau

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JAUME PALAU, Cuarto menguante, Silva, Tarragona, 2013, 104 páginas. Ilustraciones de Antonio Luque.

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UN DÍA DE ABRIL DEL AÑO 30

   En la negra noche golpearon con violencia la puerta. Era un alguacil del sanedrín escoltado por dos soldados romanos.
   —¿Eres tú José, el padre de Jesús, el nazareno, el que a sí mismo se proclama rey de los judíos? -preguntó el alguacil.
   —Yo soy —respondió José.
   —En cumplimiento del mandato de Caifás, el Pontífice, te ordeno que tengas listas para mañana tres cruces. Aquí tienes el dinero por tu trabajo —dijo, arrojando con desprecio tres monedas de plata al suelo.
   —Ahora, Señor, si esa es tu voluntad, deja ya ir a tu siervo, pues la medida del dolor ha sido ampliamente colmada —repetía José llorando mientras alisaba amorosamente, con el cepillo de carpintero, la mejor madera que tenía, la del perfumado roble. No quería que ni el más mínimo nudo de la madera dañara las carnes de su hijo bien amado.
   Cantó por tercera vez el gallo. Amanecía.

EN DOSIS DIARIAS Nº 1, Alberto Montt

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ALBERTO MONTT, En dosis diarias Nº 1, Sexto Piso, México, 2013, 148 páginas.

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En el Prólogo se puede leer que "El dibujo es un signo de interrogación (hermoso) y el texto que lo acompaña es el gatillo de la carcajada".
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PERDURABLE MEMORIA, Javier Zúñiga

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JAVIER ZÚÑIGA, Perdurable memoria, Estratega Ediciones, Puebla, 2008.

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NEGACIÓN

   El avestruz me mira directo a los ojos, con cara burlona. En la risa tal vez se esconde la timidez y la desconfianza. Yo le río. Le engaño de frente. Se cansa y corre despacio. Yo camino en dirección contraria. Cada cual nos alejamos negando la existencia del otro, queriendo no ser lo que hemos visto, presintiéndonos incapaces de soportarnos en el mundo oscuro de los arquetipos.

GALERÍA DE CHARCOS, José Ángel Cilleruelo

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JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO, Galería de charcos, Polibea, Madrid, 2009, 64 páginas.

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Escribe Jesús Aguado en José Ángel Cilleruelo o para una poética de la lluvia (pp. 7-8): "Los mejores charcos son los que tienen cien gotas: una de las poéticas de José Ángel Cilleruelo, que llueve con regularidad textos de esas dimensiones, cien palabras cayendo sobre las plantas, los coches aparcados, los ojos que leen libros, los países del mundo, los tranvías, los sábados".
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DESTINO

   Al fracaso la gente se prepara a conciencia. Conozco el caso de Ezequiel Egea Erena que nació en enero, en Estépar, y siempre creyó que aquello era un signo del cielo. Cuando visitó Estremera decidió quedarse. Compró un piso en la calle del Eruelo trece, tercero tercera. En la calle de Enmedio salió otro más holgado por idéntico precio, pero al ser en el número ocho y cuarto, no lo quiso. Todo cuadró hasta el día de su boda; al ir a firmar los papeles descubrió su desgracia: el nombre de la novia elegida especialmente no era E... sino Helena.