HISTORIAS DE NINGUNA PARTE, Tim Bowley
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DOMINAR LA IRA Todos los días, los aldeanos dejaban comida para el ermitaño que vivía en una cueva cercana al pueblo. Al cabo de treinta años, una tarde se oyó un retumbar como de trueno y por la boca de la cueva salió un vivo resplandor.
Los aldeanos se congregaron rápidamente en el lugar y esperaron con reverencia. Al cabo de un rato apareció el ermitaño, rodeado de un resplandor sobrenatural y envuelto en un coro de voces celestiales perfectamente audible. Sobrecogidos, los aldeanos aguardaron humildemente a que el ermitaño les hablara.
—He dominado la ira –dijo el monje al fin, con una beatífica sonrisa. Los aldeanos aplaudieron espontáneamente, pero enseguida volvieron a guardar silencio para escuchar qué más tenía el ermitaño que contarles. Él siguió mirándolos con su sonrisa esplendorosa, pero no dijo nada más.
Al fin, uno de los congregados se atrevió a hablar.
—¿Y qué más? -preguntó humildemente.
Una expresión de perplejidad enturbió momentáneamente el rostro del monje. Luego, adoptando de nuevo la sonrisa de antes, carraspeó y contestó:
—He dominado la ira.
—Sí, sí -dijeron los aldeanos-, eso ya lo sabemos. Nos parece estupendo y estamos muy impresionados; pero ¿qué más has hecho?
El ermitaño pareció contraer ligeramente el ceño durante un brevísimo instante, no obstante enseguida volvió a su radiante sonrisa.
—Creo que no lo habéis entendido bien –repuso–. He dominado la ira; se trata de un logro excepcional.
—Sí, lo es –asintieron sabiamente los aldeanos–. Pero llevas treinta años metido en esa cueva. ¿Seguro que no has hecho nada más?
El monje cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra y carraspeó; su sonrisa parecía ahora un tanto forzada.
—He dominado la ira. No tengo nada más que decir.
—Venga, hombre -dijo uno de los aldeanos-, a nosotros nos lo puedes contar. Al fin y al cabo, llevamos años manteniéndote. ¿Qué más has logrado?
—¡Palurdos estúpidos! -chilló el monje-. ¡No hay nada más que decir! ¿Es que sois tan tontos que no os cabe en la mollera? Tras años de duro trabajo, privaciones y disciplina, he logrado la tarea sobrehumana de dominar la ira, pero ¡ya veo que es algo demasiado complicado para que lo comprendan unos idiotas como vosotros! ¡Marchaos a hacer puñetas, hatajo de mastuerzos!
Los aldeanos se congregaron rápidamente en el lugar y esperaron con reverencia. Al cabo de un rato apareció el ermitaño, rodeado de un resplandor sobrenatural y envuelto en un coro de voces celestiales perfectamente audible. Sobrecogidos, los aldeanos aguardaron humildemente a que el ermitaño les hablara.
—He dominado la ira –dijo el monje al fin, con una beatífica sonrisa. Los aldeanos aplaudieron espontáneamente, pero enseguida volvieron a guardar silencio para escuchar qué más tenía el ermitaño que contarles. Él siguió mirándolos con su sonrisa esplendorosa, pero no dijo nada más.
Al fin, uno de los congregados se atrevió a hablar.
—¿Y qué más? -preguntó humildemente.
Una expresión de perplejidad enturbió momentáneamente el rostro del monje. Luego, adoptando de nuevo la sonrisa de antes, carraspeó y contestó:
—He dominado la ira.
—Sí, sí -dijeron los aldeanos-, eso ya lo sabemos. Nos parece estupendo y estamos muy impresionados; pero ¿qué más has hecho?
El ermitaño pareció contraer ligeramente el ceño durante un brevísimo instante, no obstante enseguida volvió a su radiante sonrisa.
—Creo que no lo habéis entendido bien –repuso–. He dominado la ira; se trata de un logro excepcional.
—Sí, lo es –asintieron sabiamente los aldeanos–. Pero llevas treinta años metido en esa cueva. ¿Seguro que no has hecho nada más?
El monje cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra y carraspeó; su sonrisa parecía ahora un tanto forzada.
—He dominado la ira. No tengo nada más que decir.
—Venga, hombre -dijo uno de los aldeanos-, a nosotros nos lo puedes contar. Al fin y al cabo, llevamos años manteniéndote. ¿Qué más has logrado?
—¡Palurdos estúpidos! -chilló el monje-. ¡No hay nada más que decir! ¿Es que sois tan tontos que no os cabe en la mollera? Tras años de duro trabajo, privaciones y disciplina, he logrado la tarea sobrehumana de dominar la ira, pero ¡ya veo que es algo demasiado complicado para que lo comprendan unos idiotas como vosotros! ¡Marchaos a hacer puñetas, hatajo de mastuerzos!