JUAN BONILLA, Biblioteca en llamas,
Renacimiento, Sevilla, 2016, 284 páginas.
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En
La velocidad correcta (pp. 259-277), épilogo que cierra esta selección de textos publicados en
Clarín,
Vanity Fair,
Cuadernos Hispanoamericanos o en el blog del autor,
Biblioteca en llamas, define, con una certera metáfora, quién es poeta: aquel que "produce con seda y sed unos hilos con los que compone un artefacto de singular belleza cuyo objetivo no es ser bello, sino hacer caer en ellos a unos cuantos lectores". Al nosotros nos corresponde gozar de su tela de araña.
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MARQUE 575 Y DEJE UN HAIKU CUANDO OIGA LA SEÑAL
SUSANA BENET Y FRUTOS SORIANO,
Un viejo estanque. Antología del haiku en español
Yo soy poco cátaro en nada, si por cátaro entendemos puro -de catarsis, purificación. Ni siquiera con el flamenco, a pesar de ser de Jerez, que es a la vez la cuna de la pureza -Agujetas y todo eso- y de la más descarada antipureza emprendida por los gitanos -de Diego Carrasco a Los Delinqüentes. No digo yo que la pureza no proporcione belleza y hondura: sólo digo que las mezclas no tienen por qué rebajar el nivel de la belleza y la hondura, que éstas, en cualquier caso, no se deberán a la pureza de cualquier obra para con la disciplina a la que pertenezca, sino más bien a su capacidad para tirarte un pellizco o dejarte como estabas. A mucho cantaor puro ha escuchado uno sin que se le conmoviera un solo nervio, y sin embargo, te pones a escuchar a la Bernarda metiendo por bulerías la Guía Telefónica de Pamplona, y se te quitan las tapaderas del sentido.
Con la cosa del haiku, pasa un poco igual. Hay mucho purismo japonés en España, por raro que suene. El haiku es una composición nacida en Japón que empezó a dar sus primeros pasos en español a principios de siglo cuando, en 1907, Díez Canedo incluye algunas composiciones traducidas en Del Cercado ajeno. También dejó su huella en Machado y en Juan Ramón, y, tan pronto como en 1916, Francisco Vighi escribe sus primeros haikais -aunque es probable que la fecha sea una impostura. Unos cuantos poetas mexicanos, el más reconocido de los cuales es José Juan Tablada, aunque no menos admirables sean J. Rubén Romero -autor de Tacámbaro-, Rafael Lozano o el haijin comunista Gutiérrez Cruz, hicieron del haiku una vía de expresión constante, pero también en España caló la moda, y en los años 20 todo el mundo hacía haikus, desde el joven Ruano a Guillermo de Torre, que cierra su legendario libro Hélices con unos haikus occidentales. Las vanguardias usaron mucho la composición japonesa de 17 sílabas, desvirtuándola en forma o en fondo -a veces no tenían 17 sílabas repartidas en tres versos, como los maravillosos haikus de Adriano del Valle, muchas veces su aspiración no era detener un relámpago o escuchar un silencio o fijar un gesto de la naturaleza-. El catalán J.M. Junoy llegó a publicar un libro entero de haikus -que los puristas no admitirían como haikus- y Alejandro MacKinley otro -titulado Hai-Kais- bastante penoso, todo hay que decirlo. En Latinoamérica destacó Flavio Herrera -precioso su libro Cosmos indio-, Ávila Jiménez -con su libro Cronos- y, sobre todo, Carrera Andrade -que fue embajador de Ecuador en Japón, donde publicó Microgramas.
Un temprano estudio de Fernando Rodríguez Izquierdo -El haiku japonés- fue el primer acercamiento académico al asunto en España (1972), donde la traducción de Octavio Paz de Basho y los haikus de Borges abrieron de nuevo, después de muchos años en los que apenas se asomaron a él unos cuantos poetas, la moda japonesa que alcanzaría la cima en la que quizá todavía está. En los 80, Jimenez Losantos publicó en Trieste Diván de Albarracín, donde ya había alguna japonería, como había haikus en La destrucción o el humor de Javier Salvago. Koldo Artieda publicó, también en Trieste, todo un libro de haikus, La Rosa Firme. De Koldo Artieda me sé un haiku que a mí me parece buenísimo y a los puristas, supongo que ni fu ni fa:
Un solitario/ en el piso contiguo/ mueve una mesa.
También de los 80 es Papel japonés de Justo Navarro y Rosa Romojaro, donde está este haiku del primero de ellos:
Zigzagueó/ la grieta en la pared/ salamanquesa.
Japonerías de Felipe Benítez Reyes reunía los estupendos haikus y tankas del autor. De él es esta maravilla:
Luna menguante/ ¿En qué otro mundo brilla/ su otro paréntesis?
En Sevilla, Abel Feu, especialista en el tema que tiene en marcha una tesis sobre el haiku en español, dirigió una preciosa colección de cuadernillos de haikus donde comparecieron poetas como García Máiquez, José Mateos y otros. De uno de esos cuadernillos, Todo a Zen, este haiku estupendo de Guillermo López Gallego:
Un murmullo de agua/ Otro año/ que llenan la piscina.
Vicente Haya ha publicado varios estudios defendiendo el purismo del haiku y cargando contra poetas como Benedetti, en cuyo libro de haikus no encuentra uno solo que pueda salvarse como tal haiku. En su incansable defensa de la pureza del haiku, Haya ha acercado a algunos maestros japoneses que, la verdad, traducidos, no parecían comunicarnos el temblor, el vértigo o el misterio que en ellos encontraba su traductor. Un par de ejemplos:
Andando con sus patitas mojadas,/ el gorrión/ por la terraza de madera.
Nadie que vaya / por este camino./ Crepúsculo de otoño. (De este famoso haiku de Basho hay otra versión, Octavio Paz y Eikichi Hayashiya, no sé si menos ajustada al original pero que nos dice muchísimo más: Este camino/ ya nadie lo recorre/ salvo el crepúsculo).
En Aware, libro por lo demás muy recomendable, Haya dice que el haijin hace haikus como respira, pero también que hacer un haiku es como cocinar. Si se aplican las reglas de la lógica a las dos sentencias te sale que hay que cocinar como se respira o respirar como se cocina, no sé. Haya, por supuesto, está, como gran especialista que es, en su derecho de defender la pureza del haiku y no darle el sello de "made in japan" a supuestos haikus que, cumpliendo con los requisitos métricos de la forma, no cumplan con el fondo -casi religioso- de la composición. Escribe Haya: "El haiku japonés es una vía espiritual (dô), un modo de entrenamiento del yo, un proceso de despertar de los sentidos, de atención, de naturalidad, de autenticidad, de paciencia, de desprendimiento, de extinción de la vanidad... y hasta del yo. Los maestros de haiku enseñan que el poeta debe eliminarse de su poesía para que sus versos capten la esencia dinámica de la realidad". Pero eso no servirá para impedir que, de vez en cuando, alguien acierte a encapsular en una estrofa remedada del haiku una imagen lo suficientemente potente y poética para que podamos prescindir sin mucho dolor del purismo y del sello de autenticidad: parecerá un haiku pero no será un haiku, de acuerdo, pero será poesía, que al fin y al cabo es lo que importa. ¿Enseña el haiku al poeta a eliminarse de su poesía? Puede que sí, y puede que los mejores haikus no sean reconocibles por su autor, sino por su impacto, pero es que el propio Haya cataloga muy bien a los distintos maestros del haiku y cada uno de ellos tiene perfiles que hablan a las claras de su evidente personalidad.
A mi juicio, hay algo que un haiku no debe nunca pronunciar: una obviedad. Ni siquiera para embellecerla. Por ejemplo, un aplaudido haiku de Miguel d'Ors -a quien elijo porque es uno de mis poetas favoritos- dice:
Para el aroma/ nocturno del jardín/ no hay alambradas.
Lo lees y dices: ah, bonito. Pero es fácil darse cuenta de que para el hedor diurno de las sardinas que cocina mi vecina tampoco hay alambradas, que no hay alambradas para ningún olor penetrante. Y eso es lo que dice el haiku: una obviedad bien disfrazada.
En español, poetas como Benjamín Prado, Andres Neuman, José Cereijo, Emilio Gavilanes, Gabriel Insausti, Fernando Menéndez, Susana Benet y Frutos Soriano publicaron libros de haikus. Con internet, los haikus se multiplicaron produciendo algo que quizá sólo se pueda producir con los géneros que tienen a la brevedad por condición sine qua non: que acertasen a escribir una pieza memorable y genial, personas que sólo estaban destinadas a escribir esa pieza memorable y genial. No una ni dos ni tres, sino decenas de personas, haijines de un solo haiku memorable. Esto apenas pasa con la fotografía, género en el que quien más y quien menos ha podido producir una obra maestra, y entre cuyos grandes libros del siglo XX hay dos o tres que son recopilaciones de instantáneas de fotógrafos anónimos compiladas por buscadores de fotos. La autoría de una obra, sobra.
Susana Benet y Frutos Soriano, haijines muy reconocidos ambos, han compilado en un precioso tomo de La Veleta una antología del haiku español contemporáneo. Abundan los nombres de autores que no han publicado ningún libro, que han hecho unos cuantos haikus publicados en una página de internet -el rincón del haiku-, y que me resisto a llamar "amateurs" porque eso significaría que en esta antología también hay "profesionales". En fin, hay autores conocidos y otros que seguramente comparecen por primera vez en un libro que pasa por imprenta. Es lo de menos. Lo de más es que, habiendo dado el haiku en España tan excelentes resultados -bien es verdad que a costa de una superproducción y abundancia muy fatigosas que ha llegado hasta la consagración cuando los de Muchachada Nui hacen la parodia de uno que escribe haikus-, la antología Un viejo estanque tiene algo de ocasión perdida, de aburrido muestrario de los peligros del purismo donde son muchas más las piezas que ni fu ni fa, que las que te piden una alcayata para colgarla en una pared de la memoria.
Por supuesto que con esto no digo que en el libro no haya piezas de antología. Hay unos cuantos haikus espléndidos: son precisamente los que te obligan a cerrar el libro, porque te golpean. Y no es que te golpeen como lo hacen porque te los has encontrado entre tantísima hojarasca: te golpean, porque es para lo que está hecho el haiku (por lo menos el moderno, el que ha aprendido lenguas), para golpear. Los compiladores dicen en la nota inicial del libro que su intención era reunir una amplia muestra de piezas que cumpliesen con los principios del estilo tradicional japonés. Todos las piezas aquí reunidas incumplen el primero de esos requisitos: no hay ninguno escrito en japonés. Es lo que tiene el purismo: que si quieres cantar por soleá y ser puro y gitano, mejor que no lo intentes en ruso porque no te va a salir.
Por fortuna, como digo, hay piezas monumentales como un vaso de agua (según el haiku de Francisco Umbral). Aquí van unos cuantos -unos están en la antología y otros me los saco de la memoria, que es donde deben ir los haikus.
Uno de José Cereijo:
Pequeña flor/ ¿cómo cabe en tu aroma/ tanto pasado?
Este de Jesús Aguado:
Impermanencia/ Cada día te olvido/ de una manera.
Este buenísimo de Josep M. Rodríguez:
Tiendo la ropa/ Es una cuerda más/ el horizonte
Esta magnífica estampa de Miguel d'Ors:
Para su esposa/ el viejo casca almendras/ sobre una piedra
Y para el final, esta obra maestra de la propia Susana Benet
Un niño juega/ a enterrar a su padre./ Día de playa.