LAFCADIO HEARN,
Kwaidan y otras leyendas y cuentos fantásticos de Japón,
Valdemar, Madrid, 2015, 368 páginas.
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En
Los espectros de Lafcadio Hearn, Jesús Palacios, señala que «Lafcadio Hearn era un ejemplar canónico de literato excéntrico finisecular, escritor bohemio y tardo-romántico, próximo al Simbolismo, devoto de la religión del Arte por amor al Arte». Ello explica su predilección por «el cuento fantástico y de horror, aunque refugiado habitualmente bajo el manto de la recreación de viejas historias y leyendas folklóricas».
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UNA LEYENDA DE FUGEN-BOSATSU
Érase una vez un sacerdote muy piadoso y erudito, llamado Shōku Shōnin, que vivía en la provincia de Harima. Durante años había meditado diariamente sobre el capítulo de Fugen-Bosatsu [el Bodhisattva Samantabhadra] incluido en el sūtra del Loto de la Buena Ley, y solía rezar, todas las mañanas y todas la noches, rogando que se le permitiera poder contemplar a Fugen-Bosatsu como presencia animada, en la forma en que lo describe el texto sagrado.
Una noche, mientras recitaba el sūtra, el sopor se apoderó de él y se quedó dormido sobre su kyōsoku. Y tuvo un sueño; en él, una voz le decía que, para poder ver a Fugen-Bosatsu, debería acudir a la casa de cierta cortesana conocida como Yujō-no-Chōja, que vivía en la ciudad de Kanzaki. Nada más despertarse, el sacerdote decidió ir a Kanzaki de inmediato y, dándose toda la prisa de la que fue capaz, llegó a la ciudad al atardecer del día siguiente.
Cuando entró en la casa de la yujō, se encontró con numerosas personas allí reunidas; en su gran mayoría eran hombres jóvenes de la capital que habían viajado a Kanzaki intrigados por la fama de la belleza de la mujer. Allí, festejaban y bebían mientras la yujō tocaba un pequeño tambor de mano (tsuzumi), que manejaba con gran habilidad, y cantaba una canción. La melodía que entonaba era una antigua canción japonesa sobre un célebre santuario de la ciudad de Murozumi; las palabras decían así:
En la sagrada pila de Murozumi en Suwō,
aunque no sople el viento,
la superficie del agua siempre tiembla.
La dulzura de su voz impregnaba a los presentes de sorpresa y placer. Mientras el sacerdote, que había ocupado un lugar apartado, escuchaba y se maravillaba, la muchacha posó sus ojos en él fijamente y, en ese mismo instante, el sacerdote vio cómo la joven se transformaba en Fugen-Bosatsu: de su frente emanaba un rayo de luz que parecía penetrar más allá de los límites del universo mientras cabalgaba un níveo elefante de seis colmillos. Y continuaba cantando, pero la canción también se había transformado, y estas fueron las palabras que escucharon los oídos del sacerdote:
En el vasto Mar de la Cesación,
aunque los vientos de los seis Deseos y
las Cinco Corrupciones nunca soplan,
la superficie de sus profundidades está siempre cubierta
por las olas de la Consecución de la Realidad en sí misma.
El sacerdote cerró los ojos deslumbrado por el rayo divino pero, a través de los párpados, aún podía contemplar la visión. Cuando los volvió a abrir, esta se esfumó: sólo pudo ver a la joven con su tambor y sólo pudo escuchar la canción sobre el agua de Murozumi. Sin embargo, si los volvía a cerrar, veía de nuevo a Fugen-Bosatsu a lomos del elefante de seis colmillos y escuchaba la canción mística sobre el Mar de la Cesación. Las personas allí presentes veían sólo a la yujō: no podían contemplar la aparición.
De repente, la cantante desapareció de la sala de banquetes, nadie pudo decir cuándo ni cómo. Desde aquel instante, cesó la algarabía y la tristeza ocupó el lugar de la alegría. Tras haber esperado y haber buscado a la muchacha sin éxito, la compañía se dispersó con gran pesar. El sacerdote fue el último en partir conmocionado por las emociones de la noche. Apenas había cruzado el umbral de la puerta cuando la yujō apareció nuevamente ante él y le dijo:
—Amigo mío, no le cuentes a nadie lo que has visto esta noche.
Y, tras pronunciar estas palabras, se desvaneció, llenando el aire con una deliciosa fragancia.
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El monje que puso por escrito esta leyenda comenta lo siguiente sobre la misma: «La condición de una yujō es baja y miserable, pues está condenada a ser esclava de la lujuria de los hombres. ¿Quién podría, por tanto, imaginar que semejante mujer podía ser el nirmanakaya o encarnación de un Bodhisattva? Debemos recordar que los Budas y los Bodhisattvas pueden aparecer en este mundo bajo incontables y diversas apariencias; movidos por su divina compasión, algunas veces eligen las formas más humildes o las más despreciables si esas formas pueden ser las más despreciables si esas formas pueden servirles para guiar a los hombres por el camino recto y para salvarlos de los peligros de la ilusión».