BENEMÉRITAS ANÉCDOTAS, Germán Vaquero
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GERMÁN VAQUERO, Beneméritas anécdotas, Paréntesis, Alcalá de Guadaíra, 2010, 172 páginas.
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A través de un estilo coloquial, con marcas propias de la oralidad, Germán Vaquero pretende en las sucesivas anécdotas transmitir una imagen de la Guardia Civil mucho más cómica y desenfadada de la que se tiene habitualmente de los trabajadores que integran este cuerpo paramilitar de seguridad pública.
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UNA HOSTIA DEL COPÓN
Casi como deducirán del título, y no es que haya optado a estas alturas por un lenguaje soez en mis relatos, la Iglesia y nuevamente un cura, serán protagonistas de una de mis anécdotas.
No piensen mal, no crean que la haya tomado con el clero secular por dedicarles otro de mis chismes, ¡Dios me libre! Así que, tras esta blasfema aclaración, doy paso a otra simpática historieta que me contara un buen compañero en agradecimiento y como premio por haberle narrado aquel divertido encontronazo que en mi etapa asturiana, tuve con otro presbítero y que, bajo el título de «Pater Putatibus», ya os he transmitido.
Proveniente de una pequeña aldea situada a orillas del Cantábrico, se recibía llamada en el puesto por parte del sacerdote del pueblo quien afirmaba encontrarse herido en el interior de su parroquia tras sufrir un accidente fortuito.
Y se preguntarán: ¿por qué el párroco llamó a la Guardia Civil antes que a una ambulancia? ¿Acaso no es más lógico llamar a los servicios médicos que al cuartel? La respuesta, al menos por aquellas tierras, es bien sencilla. La Guardia Civil es requerida para casi todo, lo que es, sin duda, un orgullo para este Cuerpo, aunque a veces..., para muestra un botón: prestando servicio de puertas, recibí una llamada de un campesino del Concejo de Villayón, en la montaña asturiana, donde me informaba que no tenía luz en la cocina. Y sí, han leído bien, parece que aquella buena gente se siente más tranquila poniendo en conocimiento de la Guardia Civil cualquier problema que se les presente que acudiendo directamente a la empresa de electricidad, agua, ambulancias, bomberos o cualquier otro servicio que precisen. Comprenderán ahora que el pater llamase antes al cuartel que a urgencias médicas «Llamo mejor a la Guardia Civil, que además de ayudarme, seguro que con ellos viene la ambulancia y el médico», debió de pensar y, de hecho, así fue.
Recibido el aviso del accidente en el cuartel, la patrulla del puesto se dirigió a su pequeña capilla, pudiendo constatar la veracidad de lo comunicado ya que hallaron al herido sentado en los escalones del altar de la iglesia con una considerable brecha en la frente de la que había brotado mucha sangre. Afortunadamente, había cortado la hemorragia usando una pequeña toalla en origen blanca, pero que se había tornado roja. Ello, junto con la sangre que aún conservaba reseca a lo largo de su rostro, evidenciaba el aparatoso incidente. Tras ser ayudado a levantarse y mientras esperaban a la ambulancia que el de puertas ya había solicitado, se le preguntó:
–Padre, ¿qué es lo que le ha pasado? ¡Está usted hecho un Cristo! –señaló uno de los agentes, inconsciente de la comparación que acababa de hacer.
–Nada, un pequeño accidente –contestó de forma concisa y un tanto mareado.
–Pero cómo un accidente, padre, si parece que acaba de pasar por aquí un huracán –añadió el guardia.
Al principio, el cura era reacio a contar los detalles de lo acontecido en aquel lugar, restándole importancia al asunto, pero los restos de sangre en su cara y también en el suelo junto al altar, un cubo de agua completamente derramado y su fregona a varios metros de distancia, el Copón Divino tirado por un lado y un cirial doblado tirado por otro junto a un trozo de vela rota, hacían pensar en algo más que una simple camballada.
Finalmente, el capellán confesó su nimio accidente. Indicó que, mientras limpiaba la iglesia con cubo y fregona, escuchaba un trascendental partido de fútbol entre el Celta y el Xerez en un pequeño transistor situado en el altar que, debido a la poca potencia de su antena, usaba el dorado Copón como improvisado amplificador.
Sin embargo, y mientras fregaba felizmente la zona próxima al púlpito, un gol del Xerez en los instantes finales del partido le trastocó todos los planes. Del coraje que le entró, sin que mi compañero y transmisor de la anécdota pueda precisar si había apostado algo en el encuentro o simplemente era ferviente seguidor del club vigués, pateó a lo Roberto Carlos el cepillo de la iglesia impactando este contra el improvisado Copón-antena que, a su vez, salió despedido cayendo del altar y golpeándose contra los escalones de mármol.
Pero ahí no quedó la cosa. De la inercia, al cepillo aún le quedó fuerza como para sobrevolar la zona cual platillo volante hasta chocar contra uno de los dos ciriales que había apoyados en la pared. El golpe, si bien no muy fuerte, sí fue lo suficiente para desequilibrar aquel enorme candelabro usado por los monaguillos en las ceremonias religiosas, por lo que el leñazo que daría contra el suelo sería considerable.
El pater, lanzando por los aires la fregona y tropezando con el cubo de agua, intentó en última instancia evitar el castañazo, pero el cirial, de unos quince kilos de peso, se coló entre sus manos, que no atinaron a atraparlo en el aire e impactó directamente y con violencia en su frente, provocándole la herida que presentaba.
Y de esta guisa, el pobre señor alcanzó como pudo la pequeña toalla que empleaba para limpiar el Copón y, usándola para evitar que manara más sangre, se dirigió al teléfono para llamar a la Guardia Civil.
–¡Ay que ver cuánto destrozo es capaz de hacer un simple gol, padre! –comentó el guardia tras escuchar la historia.
–Pues sí hijo, sí. Y además, perdimos –respondió cabizbajo su protagonista.
Seguro que a muchos seguidores pontevedreses del club de Balaídos les pesaría aquel gol en contra que le marcaron al borde del final del partido. Sin embargo, dudo mucho que a ninguno le doliera tanto como a nuestro infortunado protagonista.
¡Menudo porrazo y menudo destrozo!