LA CORTE DE LOS ILUSOS, José Manuel Ortiz Soto

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JOSÉ MANUEL ORTIZ SOTO, La corte de los ilusos, Lagarta Azul, Ciudad de México, 2018, 58 páginas.

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Las ilustraciones de Minerva Cervantes Ponce acompañan a algunos de los textos que conforman esta nueva entrega de microficción de Ortiz Soto.
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ONIRONAUTA

   Cada noche elije qué soñar: Rojo. Sol. Mar. Dragón..., repite hasta quedarse dormido. Al rato es un marinero holandés que naufraga en las costas del Japón. Por su destreza en el arte de la guerra, el señor feudal lo nombra samurái. Pero pronto se descubre el fraude: robó su identidad de un best seller, y el Shogun le ordena practicar seppuku. Y ahí está el marinero occidental de rodillas, la punta de la daga contra el abdomen desnudo, implorando el sonido del maldito despertador que, como sospecha, olvidó programar anoche.

UNA MANZANA EN LA NEVERA, Sandra Sánchez

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SANDRA SÁNCHEZ, Una manzana en la nevera, Pi Ediciones, Grado, 2017.

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PERRA VIDA

No es miedo a que la Vida me muerda,
es miedo a que me muerda
y yo no sangre.

DICCIONARIO DE NUEVA YORK, Alfonso Armada

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ALFONSO ARMADA, Diccionario de Nueva York, Península, Barcelona, 2017, 416 páginas.

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Armada en Una ciudad a la que en realidad no quisiera volver, pero a la que sin duda volveré (pp. XI-XIX), señala que este libro es el apéndice de «un ambicioso, desmesurado, ensayo (o algo así) titulado Nueva York, el deseo y la quimera». Disfrute el lector de este magnífico preámbulo.
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CIENTO DOS MINUTOS

Fue el tiempo que tardaron las dos torres que parecían indestructibles en desplomarse. Según los últimos recuentos, 2.752 almas perecieron. En cien días de matanzas en Ruanda las milicias hutus, los interbamwe (que matan juntos), los que ante la tesitura de morir mataron, exterminaron a por lo menos ochocientos mil compatriotas. Jamás pensé cuando dije a Manhattan que las guerras que había dejado en África me iban a perseguir hasta esta orilla. Los ciento dos minutos han cambiado el mundo y sus ecos y consecuencias no no han dejado de resonar. Tal vez por eso ha llegado el momento de regresar a Ruanda. Y de aprender de una vez por todas cuál es la capital e Nigeria.

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ÉXITO / FRACASO

Lo que repiten sin cesar todos los anuncios de la ciudad de Nueva York, incluso los semáforos cuando no queda ningún coche en las avenidas, y eso es lo que quiere decir en realidad WALK/DON'T WALK, todo el tiempo, todo el día, toda la noche, aunque son ya historia: ahora han sido sustituidos por siluetas: una mano roja, de alto; un hombre blanco, caminando, alfabeto internacional de signos. Después de haber despedazado con sus propias palabras a la alta sociedad neoyorquina en uno de los libros más divertidos y crueles jamás escritos, Truman Capote echa así el cierre a sus Plegarías atendidas: «Aunque el sacerdote y la asesina seguían en su mesa cuchicheando y dando sorbitos, las salas del restaurante se habían vaciado, y M. Soulé se había retirado. Sólo quedaban las chicas del guardarropa y unos pocos camareros que sacudían las servilletas impacientemente. Los mozos volvían a poner las mesas y arreglaban las flores para los visitantes nocturnos. Se respiraba una atmósfera de agotamiento lujoso, como una rosa marchita que se deshojara, mientras afuera sólo aguardaba el fracasado atardecer de Nueva York».

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UÑAS

En Manhattan hay casi tantas uñerías como bares en Madrid, y son casi siempre coreanas solicitas y misteriosas, profundas como el agua de un estanque, las que se encargan de masajear, limar, pintar y barnizar. Como las hermanas que observó Ray Loriga. La pasión de las manhattanitas por las uñas es interclasista, aunque la longitud y el acabado, el color y los motivos pictóricos darían para una nueva prospección sobre la sociedad de clases y sus atributos. «El salón de uñas de madame Huong, situado en la esquina de la 73 y Columbus, era apenas uno más de los miles de salones de manicura y pedicura que habían proliferado en Manhattan en la última década, tantos que era raro no ver uno al lado de cada Starbucks y, teniendo en cuenta que hay un Starbucks en cada esquina, estamos hablando de muchos salones de manicura y pedicura. Todos muy parecidos, ni muy grandes ni muy pequeños, abiertos a la calle con grandes lunas de cristal y decorados con absurdos frescos. Lo único que diferenciaba el salón de madame Huong eran aquellas dos gemelas coreanas, Zen Lee y Zen Zen, artistas, en palabras de la propia Laura, de otro planeta», escribe Loriga en El hombre que inventó Manhattan.

CUENTOS Y LEYENDAS DE LAS MATEMÁTICAS, Vicente Muñoz Puelles

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VICENTE MUÑOZ PUELLES, Cuentos y leyendas de las matemáticas, Anaya, Madrid, 2017, 126 páginas.

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Vicente Muñoz Puelles ofrece en esta antología variaciones de Kipling, Scubiger y aportaciones propias para que el neolector advierta que las matemáticas explican «los colores del amanecer o la estructura cerebral».
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LA CUADRATURA DEL CÍRCULO

   Edward Johnston Goodwin era un hombre de 60 años, alto y con bigote. Tenía fama de excéntrico, pero sus pacientes lo consideraban un buen médico. Pasaba consulta en el condado de Posey, una comunidad tranquila situada al sudoeste de Indiana.
   Un buen día de 1888, Goodwin proclamó que había encontrado un método para cuadrar el círculo. En su modelo, el cociente entre el diámetro y la circunferencia equivalía a cinco cuartos dividido entre cuatro. Echando cuentas, pi era 3,2, y no, como Arquímedes había pretendido dos mil años antes, 3,14.
   Extrañado de que su cálculo no llamara la atención universal, Goodwin dejó pasar el tiempo hasta que, en 1896, decidió que su supuesto descubrimiento era un regalo para su patria. Se dirigió a la Asamblea General de Indiana y les presentó un proyecto de ley anunciando, como contribución gratuita a la educación del estado, una «nueva verdad matemática».
   Asombrosamente, el proyecto pasó a trámite. Durante uno de los debates, el representante que defendía la propuesta argumentó:
   —El caso es muy sencillo. Si aprobamos este proyecto de ley que establece un valor de pi nuevo y correcto, el autor ofrece al estado de Indiana sin coste alguno el uso de su descubrimiento y su publicación gratuita en los libros de texto de nuestras escuelas, mientras que todos los demás tendrán que pagarle derechos de autor por las aplicaciones de su cuadratura del círculo.
   Asombrosamente, la «nueva verdad matemática» fue aprobada por unanimidad. Goodwin, que había patentado su método en Estados Unidos y en siete países europeos, incluida España, estaba exultante. 
   «Mi descubrimiento revolucionará las matemáticas. Todos los astrónomos y matemáticos estaban equivocados», declaró con altivez en una entrevista con un diario local.
   El proyecto de ley sobre la cuadratura del círculo solo necesitaba la aprobación de la otra cámara de la Asamblea, la del Senado.
   Por suerte, el matemático Clarence Abiathar Waldo, jefe del departamento de Matemáticas de la Universidad de Purdue, se enteró del asunto y decidió intervenir. Aquella misma tarde habló con los senadores, para explicarles que la propuesta de ley de Goodwin era una locura. Días después, el Indianapolis News publicó el relato de la sesión; «La propuesta para legalizar una fórmula a fin de cuadrar el círculo se puso sobre la mesa y hubo burlas. Los senadores hicieron retruécanos, la ridiculizaron y se rieron de ella. La diversión duró media hora». El proyecto se aparcó de forma indefinida. 
   Goodwin falleció en 1902. El diario local New Harmony News publicó un obituario bajo el titular Adiós al hombre que quería beneficiar al mundo. El autor se preguntaba si Goodwin, con su numero pi particular, estaba midiendo la superficie de los cielos.

MÍNIMOS DELEITES, Dina Grijalva

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DINA GRIJALVA, Mínimos deleites, La Tinta del Silencio, Ciudad de México, 2017, 96 páginas.

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LIBRO INCONCLUSO

   Planea su primer libro con emoción, elige el título después de pensar, armar, escribir, pronunciar infinidad de frases; al imaginar la portada con letras fluorescentes: “Cómo planear su suicidio y salir vivo del intento” la felicidad lo hace saltar por la ventana.
   Vivía en un décimo piso.

AVENTURAS E INVENCIONES DEL PROFESOR SOUTO, José María Merino

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JOSÉ MARÍA MERINO, Aventuras e invenciones del profesor Souto, Páginas de Espuma, Madrid, 2017, 336 páginas.
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Esta antología reúne las ficciones que giran alrededor de Eduardo Souto, quien, en palabras de la responsable de la edición, Ángeles Encinar, es un "personaje quijotesco, forjado desde su origen en la dicotomía cordura-locura", que, "con el paso de los años, ha dejado de ser un un usurpador para convertirse, con nombre propio, en el alter ego de su creador".

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EL TEMA DEL CUENTO

   Al oír la sirena de la ambulancia, descubrió el argumento definitivo del cuento cuya idea lo tenía obsesionado: resultaba que el personaje era él mismo, y comprendió que ya conocía el final.

FLORES DE INVIERNO, Pilar Roselló

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PILAR ROSELLÓ, Flores de inviernoLibros Canto y Cuento, 2017, 108 páginas.

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Cae una estrella
en el fondo del río.
Y yo la busco.

NORMAS DE INSEGURIDAD, Almu Ballester

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ALMU BALLESTER, Normas de inseguridad, Relee, Madrid, 2017, 224 páginas.

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RECURSOS HUMANOS

   Bien. El reflejo del cristal dice que estás decentemente peinada. La ropa, adecuada. La que mejor te parece entre lo que tienes: tu falda color arena, tu camisa negra. Venga. No deja de ser un trabajo. Has estado en tantos antes y todos han tenido su primer día. Volverás a coger el metro después, llegarás a casa y habrá acabado la jornada, sin más. Comenzar y terminar. Con la cena olvidarás que pensaste –dijiste: lo dijiste en voz alta– que sería lo último.
   Es lo último. Ahora solo se trata de hacerlo bien.
   Se cierran las puertas en la estación, aclara tu voz. Levanta ligeramente la mano, mírales a los ojos. Pide disculpas antes de nada.

METRÓLOLIS, Benoit Tardif

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BENOIT TARDIF, Metrópolis, Coco Books, Barcelona, 2016, 66 páginas.

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Tardif dibuja en doble página los iconos representativos de treinta y dos metrópolis: desde Barcelona a Buenos Aires pasando por Fez, Atenas o Nirobi.
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OPINIONES Y PARADOJAS, Pío Baroja

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PÍO BAROJA, Opiniones y paradojas, Tusquets, Barcelona, 2000, 276 páginas.

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Advierte Miguel Sánchez-Ostiz en Por la fronda de Pío Baroja (pp. 9-16): «En estos tiempos de pensamiento único y pesebrismo descarado y convenientemente blindado por el aplauso de los bonzos del periodismo y la política [...], a Baroja igual le habrían llevado preso».
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[arte] Yo no sé si las obras de arte tienen algún objeto superior al artístico. Creo que no; detienen un momento, que ha existido en el mundo, lo hacen perenne y dan una ampliación de la vida.
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[dicha] La gente vive, si no feliz, contenta, con esa existencia cotidiana de ir y venir, de trabajar y de divertirse. Nosotros, ambiciosos, descontentos, inadaptados, que queremos una dicha pura y alta, nos equivocamos y no la alcanzamos nunca.
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[fraternidad] La gente ama a la humanidad en abstracto, quizá porque la odia en concreto. Se entusiasma con las grandes frases caritativas o filantrópicas, pero le importa poco el vecino miserable; se siente fraternal con los hombres; pero le basta una pequeña ofensa o una rivalidad para mostrarse como una fiera.
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[historia] La historia es traidora, la historia es reaccionaria, la historia trata de escarmentarnos con el ejemplo; pero, afortunadamente, los pueblos no tienen memoria y olvidan a los tiranos y olvidan a sus verdugos. Es la manera mejor de vengarse de ellos.
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[maldad] Cuando el hombre se mira mucho a sí mismo, llega a no saber cuál es su cara y cuál es su careta.
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[olvido] Una de las primeras condiciones de la vida es el olvido.
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[soledad] El hombre que puede ser solitario de buen grado tiene una gran dosis de indiferencia y de sensibilidad y bastarse a sí mismo. 
 


 
 

ATLAS OBSCURA, Joshua Foer, Dylan Thuras & Ella Morton

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JOSHUA FOER, DYLAN THURAS & ELLA MORTON, Atlas Obscura, Planeta, Barcelona, 2017, 368 páginas.

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Subtitulado 365 lugares increíbles que casi nadie conoce, el libro resulta ser «un cuarto de maravillas, una especie de gabinete de rarezas que pretende despertar nuestra curiosidad y nuestro deseo de viajar», tal y como dicen Joshua Foer, Dylan Thuras, cofundadores de la web Atlas Obscura.
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BENÍN

Ganvie, Atlantique

   En los siglos XVII y XVIII, una parte de la actual Benín se conocía como el reino de Dahomey. Establecido por los fon, una etnia del África occidental, Dahomey se convirtió en una parte importante del comercio de esclavos en el Atlántico tras la llegada de los portugueses.
   Los cazadores fon colaboraban con los negreros portugueses y recorrían la región en busca de personas para vender. Uno de los grupos étnicos que cazaban eran los tofinu, que vivían en lo que hoy es la parte central de Benín.
   Como las creencias religiosas de los fon les prohibían aventurarse en el agua, los tofinu abandonaron sus hogares y fundaron Ganvie, una comunidad de chozas de bambú sobre pilotes en el lago Nakoué. Después de haber servido como protección de los fon durante la época de la esclavitud, Ganvie siguió viva y se ha adaptado a las demandas del siglo XXI. Las barcas motorizadas circulan en zigzag entre sus 3.000 edificios, que incluyen una escuela, una oficina de correos, una iglesia, un banco y una mezquita. Viven allí alrededor de 30.000 personas que se trasladan entre las cabañas en canoa y viven de la pesca.

Ganvie está en la orilla norte del lago Nakoué, al norte de la dudad costera de Cotonou, a unas 4 horas de Porto Novo.
N 6.466667 E 2.416667

EL RAYO INMINENTE, Glen Baxter

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GLEN BAXTER, El rayo inminente, Anagrama, Barcelona, 1985, 96 páginas.

 BIG TED  ERA SIN DUDA UN SASTRE MUY MAÑOSO

LEVE PRESENCIA, Matsuo Bashō

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MATSUO BASHŌ, Leve presencia, Satori, Gijón, 2017, 160 páginas.
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Cuatro años después de la publicación de Por sendas de montaña, la editorial Satori repite con una antología del gran maestro del haiku Matsuo Bashō: 70 poemas en traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo en los que la contemplación de la naturaleza no desafina al entretejerse con una mirada más personal e íntima.
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 chichi haha no shikiri ni koishi kiji no koe


Añoro a padre y madre
muy dentro, cuando escucho
el canto del faisán.

UNA HABITACIÓN EN EUROPA (DIARIOS 2010-2012), Avelino Fierro

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AVELINO FIERRO, Una habitación en Europa (Diarios 2010-2012), Eolas Ediciones, León, 2014, 248 páginas.
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Siete cuadernos de diarios que contienen una mirada certera sobre lo real; apuntes con los que el lector aprenderá a ver el símbolo en lo cotidiano.
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   Escribo en el hospital con bolígrafo prestado por una enfermera, mientras espero en la consulta de digestivo. La han cambiado de planta; todo está lleno de obras, me ha costado llegar hasta aquí. Me he perdido varias veces. Me he sentido como chalupa a la deriva, he barloventeado por los pasillos inmensos y la derrota me ha llevado a neonatos, oncología, espirometrías, geriatría... He visto a enfermos en sus camas húmedas, he sentido en el enrarecido aire antibiótico el eco de llantos apagados, la inutilidad de las plegarías amarillas, el hedor de los condenados a muerte... Me he cruzado con pacientes impacientes, desesperados en su despiste como yo, aturdidos como giróvagos; en un ascensor me he visto sofocado, solo con cinco enfermeras guapísimas del servicio de urología..., tendría que haberme desmayado allí mismo. Soy partidario del copago, pero tendría que haber unas indemnizaciones tasadas para estos agobios y retrasos que padecen incluso los que saben orientarse como yo, cual indio rastreador de las praderas: una sonrisa amable, un pin del sacyl...
   Al final, haciendo recuento de lo visto, ganan las dársenas de desguace a las playas doradas de la infancia; puede que sea premonitorio, como esta especie de pústula que cae ahora desde mi cabeza sobre el azul del pantalón mientras escribo, como si me estuviera desmoronando...

EL TESORO DE PUNTA HERMINIA Y OTROS TEXTOS SUMERGIDOS, Urbano Lugrís

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URBANO LUGRÍS, El tesoro de Punta Herminia y otros textos sumergidos, Alvarellos, A Coruña, 2017, 108 páginas.

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Olivia Rodríguez González subraya en Vuelve la literatura de Urbano Lugrís (pp. 7-18) la importante recuperación de estos textos del la importante recuperación de estos textos del pintor gallego.
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LOS CELTAS DE AYER (1950)

   Es en las horas de la tarde, cuando el restollo aldeano adensa el aire vespertino, y la torcaz inicia su tensón amorosa, que las viejas piedras de los viejos pazos expresan mejor su melancolía de rotas y lejanas hermosuras.
   El liquen de oro, y la vid silvestre, ciñen y decoran los sillares mordidos del tiempo, con las amargas adelfas amadas del romántico, y la zarzamora, con sustos de pájaros escondidos. Completan la nostálgica teoría floral los hinojos, con sus umbelas, quitasol de cigarras y cochinillas, los gráciles dientes de león, graciosos aeronautas del estío, mensajeros del campo en la ciudad, y las ortigas, jaramagos y centenos silvestres que adoraba Francis Jammes.
   Sobre el informe patín, donde sestea la lagartija, siempre ojo avizor, las armas de la casa muestran sus nobles atributos, limados por largos soles, lluvias y ventanías; tristes y bellas cicatrices que musgos y líquenes piadosamente amortajan y acarician.
   En las desiertas estancias murmura el viento su queja desolada, sus ancestrales suspiros sin descanso. Parece que llora —y en verdad lo hace— los nobles tiempos antergos desaparecidos, cuando del ámbito señoril de estas casas y torres derrumbadas, brotaba, como un agua fresca y sonora, la linfa purísima de la mejor cortesía.
   Pero no todo, afortunadamente, son ruinas evocadoras; no todo es soledad y abandono en los pazos gallegos. Muchos —quizá los más hermosos y representativos—, perduran todavía en medio de tantos azares y contratiempos, y conmovedoras supervivencias de un tiempo añorado y feliz, nos tocan alegremente el corazón cuando los percibimos, indiferentes al siglo y a los hombres, entre la fronda barroca de sus bosques y jardines. Comprendemos entonces que allí habita el buen gusto, y que son sus señores de aquellos verdaderos que en justicia merecen las ejecutorias que celan sus archivos.
   ¡Y qué nombres los de nuestros pazos! Trasariz, Pedrosa, Aguiar, Masid, Boán, Anzobre, Villoria, Des, Fefíñanes, Rioboo, Gondomar, Láncara, Ribadulla, Oca, Don Freán... Como una música lejana, mágica música inzada de vagorosas evocaciones, de no sabemos qué dolientes y, a la par, gozosas remembranzas, sus levantados nombres sonoros despiertan en nosotros, en la propia raíz del alma, la saudade del tiempo muerto; y un aroma de manzanas reinetas nos incensa de melancolía.
   Y eran los del otoño, los días gloriosos del pazo. Cuando es la vendimia, y montes y fragas y robledas se alegran con el paso festivo de los cazadores. Hirviente aún el mosto en los lagares, ya los vendimiadores, atezados de sol y de vino nuevo, cantaban y danzaban su pagana alegría en el patín señorial, entre jarra y jarra de oloroso Amela o Espadeiro, buenos amigos de la gaita grileira y de los incipientes idilios campesinos; en tanto los señores, desde la solana fresca y profunda, coronada de pámpanos seculares, asistían con cortesana aquiescencia a los divertimientos dionisíacos de la gente foral.
   ¡Cocina del pazo! Y no creáis que también, también su memoria nos punza y lastima, pues aquella gloriosa teoría de fórmulas hoy desdichadamente olvidadas, nos dice a su vez del buen vivir de antaño, y de los eufóricos, formidables estaribeles en que ollas, cazuelas, fuentes y asadores entonaban todavía la dickensiana —¡oh, Picwick!—, fanfarria cocineril de nuestros dichosos trasabuelos...

   Es la noche, y el pazo duerme. La luna, magnolia celeste, acalla aún más el gran silencio nocturno.
  Quizá los élitros monocordes de un insecto a quien Amor desvela, repiten su serenata —Glück, Paisiello, Cimarosa—, entre las platabandas del jardín estremecido por la brisa, donde una Flora de mármol adensa con su palor las sombras inquietas de los árboles.
   Murmura un agua escondida.
   Canta el ruiseñor.
 

ESCRITO EN EL CIELO, Antón Casariego, Martín Casariego & Fernando R. Lafuente

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ANTÓN CASARIEGO, MARTÍN CASARIEGO & FERNANDO R. LAFUENTE, Escrito en el cielo, Alfaguara, Madrid, 2017, 256 páginas.

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Los hermanos Casariego y R. Lafuente se encargan de editar este precioso volumen subtitulado Madrid imaginada en la literatura (1977-2017): «ciento cincuenta fragmentos de otros tantos autores» para construir, mediante estos fogonazos, «un relato certero y probable de Madrid como punto de encuentro universal y como ciudad de la cultura y el libro». De Jorge Edwards a Manuel Vicent, pasando por Marta Sanz, Luisa Castro, Andrés Barba o Ray Loriga.
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TIEMPO DE VIDA, Anagrama, 2010

   Mis padres se casaron en 1964. Mi padre tenía veintitrés años y mi madre veinticinco. Meses antes mi padre había comprado un apartamento en la calle Infanta Mercedes de Madrid con una herencia de su abuelo materno. El dinero para los muebles, como parece que era tradición, lo puso el mío. Años después, ya enfermo, mi padre me dijo que lo que le atrajo de mi madre fue su elegante belleza y el misterio imperturbable de su mirada. Levaba desde los veinte años viajando por Europa, había vivido en Ámsterdam, Londres y París, y en ningún sitio le había faltado compañía femenina, como atestiguan sus foros de esa época. [...]
   Esa juventud de su matrimonio se prolonga después de su vuelta a Madrid en 1966. Mi padre pinta y expone. Aún no tienen responsabilidades, no me tienen a mí. Entran y salen con frecuencia. Los visitan amigos. Amigos pintores y también escritores. Amigos, algunos, que, por su aspecto estrafalario en el Madrid de la época, detienen el tráfico a su paso. En las fotos que conservo se los ve más reposados que en las primeras, más atenuada la exteriorización de la alegría. Parece, sin embargo, una tranquilidad artificial, como si jugaran a ser madres. Mi padre sentado en una butaca, con un whisky en las manos, y mi madre detrás, reclinada sobre el respaldo con un brazo en el hombro de él.

MARCOS GIRALT TORRENTE


En este libro Giralt Torrente se enfrenta a un tema universal: la muerte del padre. Reconstruye la relación con el suyo, el tiempo de vida que compartió con él, desde su infancia hasta la enfermedad final, y también la huella de su ausencia tras el divorcio. La ciudad de Madrid se convierte en el lienzo ideal sobre el que pintar esta historia conmovedora e intima.

MEDIACIONES, Walter Benjamin

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WALTER BENJAMIN, Mediaciones, Biblioteca Nueva, Madrid, 2017, 128 páginas.

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En De la escritura como mediación (pp. 11-13) escriben sobre Benjamin Pilar Carrera y Jenaro Talens: «En pocos autores vemos, inscrita en los pliegues de la escritura concreta, en la orografía en la que suceden palabas y frases, la marca de una apuesta teórica».
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EN EL CIRCO

El novelista español Gómez de la Serna ha publicado un libro con notas sobre el circo que documenta no sólo un interés renovado, sino que sitúa su origen en la situación precaria de las masas, en su menor temor a la muerte, en su creciente escepticismo ante las instituciones de la espiritualidad y el embrutecimiento. Además, este libro es simpático, porque —caso extremadamente raro— no permite avanzar en el conocimiento de su autor. Por lo tanto, no es un tratado sobre el circo como «símbolo» de la actitud moderna ante la vida, sino que se convierte en una colección de notas tan escasas de realidad como un payaso dentro de un frac. Los amantes de la psicología verán aquí, por supuesto, un vacío. En el circo los más intolerantes deberían abrir su mente para entender que determinadas performances físicas están más cerca de lo esencial o, si se quiere, del milagro, que los fenómenos de la interioridad. Éstas, a menudo, son sólo su manifestación banal, aunque posean tal inervación a ojos de los idealistas. Por lo tanto, es muy adecuado que Serna haya dividido su atención entre el número de un espectáculo de circo y el capítulo de su libro sobre magnerizadores, ilusionistas, contorsionistas y amazonas.

PASIÓN, Brane Mozetič

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BRANE MOZETIC, Pasión, Dos Bigotes, Madrid, 2014, 128 páginas.

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En Almas mellizas (pp. 3-8) el escritor y traductor Lawrence Schimel destaca de los relatos de Mozetič: «son historias acerca de la pasión [...] pero más que nada son historias sobre el anhelo de conexión, y los efímeros momentos en los que esta se encuentra.»
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LA CALLE 

   Yo también estaba en la calle. Desde la caída de la fortaleza tenebrosa hasta los restos de las culturas más antiguas. Y, durante todo ese tiempo, no pasaba nada. Solo un desfile lento de seres casi irreconocibles. Me fijaba en los farolillos y globos multicolores que bailaban en el aire y en el vaivén de unas manos alegres saludando desde allí arriba, desde las ventanas de los áticos, y te percibía andando a mi lado y sentía angustia porque veía mi propio vacío y no sabía qué iba mal, por qué no sentía escalofríos, por qué no me dolía nada, sino que tan solo caminaba frío como un muerto por el asfalto. La oleada embestía y se paraba y la multitud avanzaba agitada, en ella se mezclaban los cuerpos y se tocaban las manos que ignoraban a quiénes pertenecían y que toda esperanza había sido inútil. Y yo ya no tenía esperanza. Solo me engañaba a mí mismo con una actitud siempre juguetona, como si no fuera todo tan evidente. Ah, qué libertad andar en medio de la calle, dejarse cubrir por las flores, cantar, encandilado, junto a miles de voces, de un modo tan ruidoso que la piel brillaba y el sol se retiraba tímido detrás de una nube. ¿Estás aquí? Te siento y sé que no te amo. Me preguntas por qué. Me gustaría mucho decírtelo, pero no tengo ganas, ya que estamos avanzando a través del río feliz de sangre caliente y, en el fondo, no sé qué decir. Tal vez esté feo, pero ¿de verdad crees que te debo una explicación? ¿No ves cómo se alzan nuestras manos, cómo se suceden los besos, cómo los cuerpos desnudos en las carrozas se empapan de aire, de este aire libre que desprende este desfile? Tú admiras todo esto, ¿verdad? Y te gustaría que los dos montáramos un espectáculo, o mejor tú solo, porque yo no cuento. Es verdad que no cuento, reacciono casi mecánicamente, con mi andar, mis dedos, mi risa, mi llanto, y entre todo este baile, este debe ser el dominio africano del cuerpo, o el cuerpo mismo, esta piel me impulsa a los ritmos impetuosos, pero dentro, dentro no se mueve nada y apenas lo siento —apenas siento que todo está tranquilo—; solo tengo un recuerdo vago de cómo, a veces, las cosas se despiertan.
   Apenas te recuerdo y, en la calle, uno se olvida de todo. Uno apenas es más que un cuerpo —trato de recordar tus facciones, tu voz, tus palabras, he probado ya todos los cuerpos, pero sin éxito—. Si no, volveré, y entiéndeme: ya no puedo retener nada, todo se hunde en cuanto lo suelto de las manos. Tal vez no tengas fuerzas suficientes para mantenerme con vida a mí y a todos mis amores, a todas las sensaciones que, al escurrirse de mis manos, se han sumergido. Apenas sabía que no me sentía bien, todos los pretextos aún servían, y la ciudad pertenecía a las divinidades antiguas, olvidadas. Como si en este silencio ruidoso desapareciese mi palabra, mi pensamiento, y quedasen solo los reflejos. Y, entonces, escuché una voz a mi lado: Perdona, ¿eres judío? Tuve dificultades en asimilarlo y mi cabeza quedó fría como si la pregunta fuera también una canción o un gesto al que no había que responder desde dentro de uno mismo, sino solo así, en la calle, cuando las extremidades del cuerpo se mueven solas. Pero la cabeza a mi lado repitió la cuestión y después, cuando no salía nada de mí, oí: Lo siento, me he equivocado. Y la ligereza que inundaba la calle continuaba cuando las carrozas concluían su trayecto y terminaba el desfile con una alegría cada vez mayor y cuando yo abría la boca para cantar a lo mejor por última vez. Pero ahora se desmoronaron las barricadas y mi cabeza se abrió de verdad, y allí dentro, dentro de ella, no había nada. No, busco en vano las raíces debajo de mis pies, parece que se han podrido, y poco a poco, muy lentamente, me voy secando, sin darme cuenta. Y no crezco y no sé de dónde he venido siquiera, por qué estoy aquí, hacia dónde quiero ascender y a qué aspirar. Presiento vagamente que en alguna parte queda algo de mí, tal vez en ti, quizás en los transeúntes, solo aquí, aquí no hay nada en absoluto, nada de lo que pueda decir esto soy yo. Siento que no soy, que nunca he sido, que aún y ya soy polvo.

EL BOSQUE DE LOS PRODIGIOS, René Avilés Fabila

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RENÉ AVILÉS FABILA, El bosque de los prodigios, Laberinto, México D.F., 2015, 162 páginas.

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EL AVE ROC

   Sobre ese descomunal pájaro, nada es cierto. Pudieron mirarlo de cerca Simbad el Marino y Marco Polo. Herodoto afirma haberlo visto a distancia prudente y llega a nosotros a través de las exageraciones de Heinz y Borges. Sabemos, en consecuencia, que posee dos cuernos y cuatro jorobas, aspecto que le quita lo espantable y lo introduce de lleno en el reino de las ridiculeces. El ave Roc, al saberse grotesca, ha optado por una absoluta melancolía y una total discreción.
El bosque de los prodigios, Laberinto, 2015.

50 FOTOGRAFÍAS CON HISTORIA, Félix Fuentes

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FÉLIX FUENTES, 50 fotografías con historia, Signo Editores, Madrid, 2017, 256 páginas.

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De Luis Baylón a Cristina de Middel pasando por Fernando Maquieira, Virxilio Viéitez, Ouka Lele, Chema Madoz o Xurxo Lobato. Félix Fuentes se encarga, en la mayoría de los casos, de presentar cada una de las fotografías. El lector disfrutará de algo más que una aproximación a la obra de estos autores tan representativos, pues Fuentes consigue conformar con todos sus textos un caleidoscopio que educa nuestra mirada.
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AUTORRETRATO CON CUERPO HERIDO, 1981

Alberto García-Alix

   Hablar lunfardo es ser capaz de decirlo todo sin decir nada. O, mejor, hablar para que sólo te entiendan los que te interesa que lo hagan. Es como pertenecer a un selecto club en el que sus miembros se reconocen y comunican mediante guiños cómplices, codazos confabuladores y juegos lingüísticos.
   El lunfardo no es un idioma, ni un dialecto. Es una jerga, que nació en los suburbios bonaerenses entre trileros y gentes que se pasaban la vida al margen y donde un abanico abacanado es un policía presuntuoso y un camote es un enamoramiento obsesivo.
   Pero el lunfardo, como todas las lenguas que descolocan un idioma, es también la letra del alma; la letra de lo que no se puede decir sin que lo dicho pierda toda su piel. Los compositores de tango así lo entendieron usándolo de manera extensiva en sus composiciones; Rosendo Mendizábal, Carlos Gardel, Enrique Santos Discépolo... porque en el fondo el tango habla de lo que pudo ser, de lo que a veces fue y de lo que las más de las veces fue y se quedó en ruina. Es decir, de lo que está situado en el lugar, inaccesible para el lenguaje, de los deseos no cumplidos y de los que, maldita la gracia, lo fueron y ahora toca contarlos.
   Las fotografías de Alberto García-Alix nos hablan un poco en lunfardo y tienen la universalidad de lo que nadie dice. O al menos de lo que nadie dice de la manera en la que él lo hace, porque para hablar de ciertas cosas hay que estar viviéndolas; en la propia carne y en primera persona.
   Y en esas estaba Alberto, en compañía de Antonio Bartrina, cantante del grupo de tangos Malevaje, una noche de un viernes de agosto de 1981, en la sala El Sol, mítica sala madrileña relacionada con la no menos mítica movida madrileña. La sala era similar a la ya desaparecida RockOla, uno de esos lugares en los que podías sentir la respiración del cantante en la cara, y que cuando no ofertaba conciertos se convertía en sala de baile.
   Ese día ya había alguien bailando en el escenario. En realidad, los que ya bailaban entendían la sala y el resto de la ciudad como un territorio de caza en el que se sentían protegidos por las autoridades y fuerzas todavía vivas del extinguido régimen franquista. La música fue caldeando el local y haciendo que los cuerpos también entraran en calor con ganas de más. Alberto y sus amigos subieron a bailar también. Y en ese momento empezó la bronca.
   Los Guerrilleros de Cristo Rey, a base de patadas y empujones, pretendían echar del escenario a los que subían. Uno de los golpes fue para Alberto. La pelea creció en intensidad. De repente, aparecieron los cuchillos. Alberto se enfrentó al que le había golpeado y se dio cuenta de que algo le brillaba en la mano. Ahora estaba solo en el escenario con él. Al ver el cuchillo agarró una botella para defenderse que sólo soltó cuando alguien le gritó que la policía ya había entrado en la sala. La pelea terminó con los guerrilleros detenidos.
   Había varias personas heridas por arma blanca, entre ellos un amigo de Alberto al que le habían alcanzado un riñón. Un policía se acercó a Alberto para interesarse por él; para calmarse, decidió fumarse un cigarrillo. Al sacar el paquete del bolsillo delantero del pantalón se dio cuenta de que tenía las manos manchadas de sangre. Sin decir nada, echó una mirada ftirtiva por encima del pantalón sin apreciar ninguna herida. Extrañado, bajó al cuarto de baño. Cuando se quitó el pantalón vio que tenía una herida que sangraba profusamente. El tipo al que se había enfrentado en el escenario se había anotado un tanto.
   Acompañado de Antonio Bartrina decidió ir al hospital. El médico que lo vio le hizo un extraño diagnóstico: «no dejes de fumar Fortuna». Y tenía razón. Porque si el paquete de tabaco no le hubiera amortiguado la cuchiliada, esta le habría seccionado la femoral, y con toda seguridad hubiera muerto desangrado. Después del susto, los protocolos habituales: toma de declaraciones, unos puntos, antibióticos, días de baja...
   Alberto era consciente de que había estado a punto de tener una cita con el destino. Una cita que era la única que no buscaba en esa noche de verano. Y decidió fotografiarse. Casi a la manera de un Cristo anónimo, sin rostro, que enseña lo más universal: la herida. El primero que vio esta fotografía fue Pablo Pérez-Mínguez, al que Alberto acudió a mostrarle su trabajo por consejo de una amiga. En aquel entonces Pablo estaba preparando una exposición de fotógrafos madrileños y fue sincero con Alberto: «no me gustan tus fotografías». A pesar de ello, y a pesar de que a Alberto tampoco le gustó el trabajo de Pablo Pérez-Mínguez, acabaron siendo buenos amigos.
   Y de la experiencia con Pablo Pérez-Mínguez podemos deducir que no es cierto que la fotografía sea un lenguaje universal. Como no lo es que las imágenes en general lo sean. Como todo código, necesita un lector que se tome el tiempo necesario para descifrarlo. Y ese tiempo sólo se dedicará en función de lo que la imagen sea capaz de provocar en el espectador. Cada uno de su padre y de su madre y con la vida a medio hacer.
   La letra del tango Cambalache, compuesto por Enrique Santos Discépolo en 1934, en su advertencia pesimista, también afirmaba algo: «que el mundo fue y será una porquería en el 506 y en el 2000 también». Aunque es lo que tenemos. Un escenario al que subimos a bailar con quien nos toca.

NO TENGAS MIEDO, Felipe Garrido

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FELIPE GARRIDO, No tengas miedo, UNAM-CCH Naucalpan, México D.F., 2016, 124 páginas.

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EN TREN

   Me acomodé en la partebaja de la litera, apagué la luz, aflojé el cuerpo, cerré los ojos. Me dejé llevar por el bamboleo y por el redoble. Hice lo posible por quedarme en blanco; por olvidar aquel pueblo; dejar atrás todo lo que había sucedido. 
   —Quiero entregarme a ti —creí escuchar muy cerca, a mi lado, a mi oído, y abrí los ojos. Un filo de luz que entraba por debajo de la puerta ponía brillos y sombras en la pequeñísima habitación, pero el pasillo estaba en silencio. La noche había cerrado ya tiempo atrás. 
   —Enteramente; sin condiciones —llegó el murmullo como si viniera de la almohada, de algún pliegue olvidado en el recuerdo, de la penumbra que me abrazaba. 
   Alcé la cortina y vi la silueta de la cordillera. Debía haber luna. A veces asomaban en las montañas las luces de algún caserío, arrimadas unas a otras como si tuvieran miedo de estar solas. Antes de quedar dormido volví a escuchar el mismo soplo: 
   —Quiero entregarme a ti, como a la muerte. 

DICCIONARIO ETIMOLÓGICO COMPARADO DE NOMBRES PROPIOS DE PERSONA, Gutierre Tibón

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GUTIERRE TIBÓN, Diccionario etimológico comparado de nombres propios de persona, FCE, México, 2002 (1956), 252 páginas.

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Señala el autor en el Prólogo (pp. 7-9) a este deliciosa obra: «Los nombres de persona compendian la historia de la civilización».
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ELENA

Griego, Ἑλένη, «antorcha»: «la brillante, la resplandeciente», de raíz indoeuropea *suel, «arder». Elena de Troya, la mujer más bella del mundo, mereció el epíteto de «destructora de hombres», por etimología popular (confróntese Deyanira). La difusión de Elena como nombre de pila se debe a Santa Elena, madre del emperador Constantino y descubridora de la Vera Cruz. Variante gráfica: Helena, Italiano, Elena; Francés, Hélène; alemán, Hélène; inglés, Helen, Helena, Ellen. La Elaine de los romances de la Mesa Redonda es la versión francesa de una forma galesa de Elena. Aileen es la forma irlandesa. Confróntese Eleonor, Leonor, Berta, Fulgencio, Luz, Iluminada. Hipocorísticos alemanes Lena, Lene, Lenchen.

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INÉS

Del griego αγνη, «puro, casto»; en Italia se acercó, por etimología popular, al latín agnus, el cordero, símbolo de pureza e inocencia. Latín medieval, Agneta; italiano, Agnese, francés, Agnès, de donde el inglés Agnes, con su hipocorístico Aggy. Entre las santas de este nombre, la más famosa es la virgen romana perseguida a causa de su belleza y muerta por la fe a principios del siglo IV. Confróntese Cástulo. Inocencio, Pura.

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MÁXIMO

Latín, Maxĭmus, superlativo de magnus, «grande» (véase Magno). Raíz indoeuropea mag- como magnus: maxîmus es un antiguo *mag-somos. Máximo es «el más grande» en un sentido moral, es decir, «el más fuerte, el más poderoso, el más noble». Con el cristianismo los templos dedicados a I O M, Ioui Optĭmo Maxĭmo, «a Júpiter óptimo máximo", cambiaron su sigla en D O M, Deo Optĭmo Maxĭmo. Entre los treinta y un santos de este nombre, un mártir del siglo II que según la tradición predicó en España; un obispo de Turín (siglo V), y el famoso teólogo bizantino del siglo VII llamado el Confesor.

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RAQUEL

Hebreo, Rajel, «cordero», «oveja». Personaje bíblico, esposa de Jacob y madre de José. En la escolástica, Raquel es el símbolo de la vida contemplativa. Francés, inglés, alemán, Rachel; italiano. Rachele.

ATLAS DE LITERATURA UNIVERSAL, Pedro García Martín

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PEDRO GARCÍA MARTÍN, Atlas de literatura universal, Nórdica, Madrid, 2017, 160 páginas.

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Pedro García Martín coordina este volumen ilustrado por Agustín Comotto en el que se propone La vuelta al mundo en 35 obras glosadas, entre otros, por Fernando Aramburu, Andrés Barba, José María Conget, Luis Alberto de Cuenca o Carlos García Gual. La selección recoge, en palabras de García Martín, «libros incontestables para la abrumadora parte de la crítica y que estén repartidos por los ámbitos culturales del mundo».
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JAMES JOYCE, Ulises, 1922.

Lugar: Dublín actual Irlanda // Coordenadas 53°20'33"N 6°15'57"O // Idioma original: inglés


   Todo empieza en Martello Tower (una de las torres defensivas mandadas construir por el Gobierno británico para defender las islas de una posible invasión napoleónica), en Sandycove, un lugar muy próximo a Dublín. Cien años después, James Joyce se aloja allí por espacio de seis días acogido al patrocinio del escritor Oliver St. John Gogarty, pero un disparo efectuado por el anfitrión contra unas cacerolas colocadas sobre la cabecera de la cama de su huésped induce a este último a renunciar al cobijo y marcharse precipitadamente a la capital. Otros cien años después, mi esposa y yo llegamos a la misma torre, contemplamos la misma cama, acosada por una pantera negra de cerámica (evocadora de un sueño nocturno de otro de los inquilinos), y salimos a todo correr perseguidos por una lluvia inclemente y un viento huracanado que nos hizo avanzar todo el tiempo completamente encorvados hasta llegar a la estación del DART, rumbo también a la capital, en nuestra personal escapada de Sandycove.
   Martello Tower, ahora un museo consagrado a la memoria de uno de los más grandes escritores de la historia de la literatura, es el primero de los escenarios de una novela única y magistral, Ulises. Una novela que puede definirse como una epopeya prosaica del hombre común del siglo XX (y quizás de todos los tiempos), una odisea irlandesa que se desarrolla en la sola ciudad de Dublín (y no, como la obra de Homero que le sirve de inspiración, en la extensa incógnita del mar de Occidente) y durante sólo un día (y no los diez años que le costó a Odisea, acosado por dioses contrarios, regresar desde Troya a su patria de Ítaca), el día 16 de junio de 1904, cuando el autor tuvo su primera cita con la que sería su esposa, Nora Barnacle. Día que todos los años se celebra por todo lo alto: es el Bloomsday, por el nombre del principal protagonista, Leopold Bloom.
   Contrariamente a lo que se cree, Ulises no es una novela de difícil lectura, aunque se requiera, como para acceder a cualquier otra obra maestra que se precie, algunos conocimientos previos de historia y de literatura. Y también alguna noción de los muchos recursos o artificios estilísticos empleados por el autor, como, muy especialmente, el uso de diálogos interiores que siguen el flujo de la conciencia (the stream of consciousness, uno de sus artificios más característicos). Finalmente, algo de la Odisea, pues los capítulos de la novela guardan una remota relación con la epopeya homérica: Telémaco, Néstor, Calipso, Nausícaa, Circe, los lotófagos, el Hades, Eolo, los lestrigones, las sirenas, los cíclopes, Ítaca.
   Sobre todo, conviene decir que Ulises es esencialmente una novela de humor, una novela a veces incluso hilarante. En lo que sigue a tantas otras obras maestras juzgadas como serias, que en el fondo hacen tanto pensar como reír, empezando por Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes y siguiendo por Los papeles póstumos del Club Pickwick de Charles Dickens. En nuestro caso, se podrían dar muchos ejemplos, pero necesitaríamos un espacio del que no disponemos: propongo el divertidísimo juego de preguntas y respuestas del apartado 17, el del regreso a Ítaca, quizás porque también era el preferido de nuestro admirado Georges Bernard Shaw.

Carlos Martínez Shaw

EL ARTE DE NO DECIR LA VERDAD, Adam Soboczynski

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ADAM SOBOCZTNSKI, El arte de no decir la verdad, Anagrama, Barcelona,  2011, 182 páginas.

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Treinta y tres propuestas para aprender a mentir: algo más que el anunciado literal decálogo. 
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SEDUCIR

   Desde luego, no es el trabajo perfecto. Al menos no para todo un arquitecto. Stephan Karst recoge dos tazas de café, limpia la mesa y, tras la barra, hace un par de habilidosos juegos malabares con las tazas. Luego las lava con cierta vehemencia. Se termina la música. ¿Es que tendrá que volver a poner a esa cantante francesa de cuyas canciones los clientes no parecen hartarse? Stephan no soporta su voz ronca. ¡Bah, qué más da!
   ¿El trabajo? Bueno, lo importante es que vuelve a entrar algo de dinero en la caja. Hace unos días, finalmente, se hartó de pasarse el día en la cama dando vueltas a pensamientos de lo más sombríos. Un día sintió en su interior una tímida chispa de ganas de vivir. Se levantó, observó en el espejo su rostro barbudo y concluyó que al menos su estado depresivo lo había hecho adelgazar bastante. Cuando miró a su alrededor, quedó estupefacto. El polvo se había acumulado en forma de feas bolas por toda la casa. El suelo estaba lleno de copas de vino, botellas de cerveza y DVD; en la cocina, la calefacción llevaba días funcionando sin motivo alguno a toda máquina; la luz del contestador parpadeaba nerviosamente, llevaba tiempo sin ser escuchado, aunque probablemente sólo le había dejado mensajes su madre. La ventana también se podría limpiar de vez en cuando, pensó Stephan, de pie en medio de la cocina. Dos pizzas habían empezado a enmohecerse, todo desprendía un hedor desagradablemente dulzón y en la basura revoloteaban agitados una gran cantidad de moscones.
  Se hace difícil decir qué fue lo que finalmente lo empujó a poner fin a aquel desorden infernal. Quizá sencillamente el hecho de rebasar determinado umbral de descuido a partir del cual, por decirlo así, nuestra resistencia se activa automáticamente.
   Desde que dejaron de prolongarle el contrato en el despacho de arquitectura y lo había abandonado enfurecido, Stephan Karst había pasado mucho tiempo en la cama como anestesiado, en parte soñando en mejores tiempos pasados, en parte atormentado por la terrible vergüenza que sentía ante sus padres. Su madre había sido siempre la fuerza impulsora de su vida: a pesar de su origen humilde, lo había empujado con esfuerzo a que se presentara a la selectividad y estudiara una carrera, mediante amenazas lo había obligado a sacar las mejores notas, etc., etc. Tenía mucho que agradecerle. Stephan parecía no soportar el patético fracaso momentáneo de su carrera.
   Por primera vez en muchos días, tras recoger la basura más visible del piso, Stephan Karst salió a la calle. Hacía un tiempo infernal, llovía; Stephan se abrochó apresuradamente el abrigo y empezó a deambular por el barrio. Se compró un cruasán relleno de salchicha con queso gratinado y, absorto en sus pensamientos, casi pasó de largo el pequeño letrero que colgaba en el cristal de un café: «Se busca camarero». Miró a través del cristal y distinguió a muchas mujeres entre los treinta y los cuarenta años, entre ellas algunas madres, que charlaban animadamente. Por algún motivo, le gustó. Quizá debía dejar apartada la arquitectura por un tiempo. Lo atrajo la idea de trabajar en el café y servir amablemente a las mujeres, que, quién sabe, quizá esperaban con ansia dar un vuelco a su vida.
   Unos instantes más tarde hablaba ya con el propietario del local, un hombre con barba de dos días, algo más joven que él, que había abierto el café después de dejar la carrera y parecía muy feliz, hecho con el que Stephan se sintió muy identificado. De alguna manera, se podía decir que el hombre era un compañero de fatigas. Stephan podía empezar enseguida. Para celebrarlo, se bebió una cerveza con su nuevo jefe.
   Y así llegamos al punto en el que Stephan se encontraba tras la barra del café, hecho que ocultaba a sus padres. La situación sería algo delicada el fin de semana siguiente, pues le tocaba trabajar y su madre había anunciado que vendría a la ciudad porque tenía una cita en un bufete de abogados para tratar un tema laboral (al padre de Stephan lo habían obligado a prejubilarse).
   Con las manos en el fregadero, Stephan pensaba en el abogado de sus padres cuando la vio: una mujer sentada sola en una mesa junto al cristal. Tenía el cabello corto y oscuro, y su cara le resultó familiar, como si fuera una actriz que hubiera visto hacía años en alguna película. Aquellos ojos grandes, aquel rostro…, ¿cómo describirlo? Quizá el adjetivo «clásico» era el adecuado; en cualquier caso, tenía unas facciones muy simétricas.
   No había sido mala decisión coger aquel trabajo en el café, pensó Stephan, indudablemente le ayudaba a pensar en otras cosas. Además, le daba un aire de tipo desenvuelto. ¡Cuánta libertad! Otros seguían el camino marcado. Stephan Karst no. Otros se deslomaban hasta la muerte, hasta que los sorprendía el infarto de miocardio. Stephan Karst no. Todos se aburguesaban. Menos él. Mientras otros, sentados frente a sus ordenadores portátiles, sufrían contracturas en la espalda, a él las mujeres le lanzaban miradas de deseo. Sonrió complacido.
   Por ejemplo, aquella mujer. Sí, los ojos de Stephan podían solazarse en ella, desde luego. No se acordaba de haberla visto entrar. Como a cámara lenta, le pareció, ella le devolvió la mirada y se la aguantó un buen rato, como si se conocieran de toda la vida. ¡Qué ínfimo y sutil cambio en las facciones hacía falta para pasar de la mayor seriedad a una sonrisa!, pensó Stephan, azorado. Efectivamente, le estaba sonriendo. Le vino a la cabeza una palabra pasada de moda: garbo. Ella se levantó; fueron unos pocos pasos, pero a Stephan le pareció que andaba como danzando. Se inclinó sobre la barra, calló por un momento y finalmente dijo con una voz indescriptiblemente lasciva:
   —¿De verdad no se puede fumar aquí?
  No, no se podía. De acuerdo con la legislación, el jefe de Stephan lo había prohibido terminantemente. Pero ¡en este caso…! En un santiamén, Stephan encontró los ceniceros, guardados en el último cajón, le alcanzó uno a ella y, esforzándose a su vez por resultar lascivo, dijo:
   —Sólo porque eres tú.
   En este punto, no podemos pasar por alto que aquel acto de desenvoltura le acarreó toda clase de problemas a Stephan Karst. Su jefe, Timo, apareció inesperadamente y, al ver a la mujer fumando junto al cristal, reaccionó…, cómo decirlo…, con estrépito. Otros clientes, sobre todo las madres (tremendamente alarmadas por sus hijos), ya se habían levantado y protestaban airadamente en la barra.
   Pero lo que más nos concierne es un breve SMS que nuestra fumadora, nada más sentarse a su mesa con el cenicero, le escribió a una buena amiga. Contenía estas terribles palabras: «Estoy fumando en el café de las madres. Apuesta ganada».

DESDE CORUÑA CON HUMOR, Manuel Cráneo

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MANUEL CRÁNEO, Desde Coruña con humor, Coruña Gráfica, Concello da Coruña, 2017, 120 páginas.

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Manuel Cráneo (director también del proyecto), Miguel Cuba, Guitián, Xulia Pisón, El Primo Ramón, Rodouyeha, Santy Guitiérrez, Jano, Antón Lezcano, Martín Romero, Calros Silvar, Siro, Pepe Mansilla, Roberto Martínez Soler, Pinto e Chinto, Josiño Souto Santé, Álvaro Valiño y Yupiyeyo son los dieciocho artistas gráficos presentes en la exposición Desde Coruña con humor que puede ser visitada en el Centro Cultural Salvador de Madariaga hasta el 31 de enero del 2018. Este catálogo recoge una pequeña muestra de su arte.

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GUITIÁN

Alberto Guitián (Lugo, 1974) ten colaborado en publicacións como El Jueves, Retranca, O botafumeiro, Fotogramas, ¡Caramba!, Público ou Tinta Libre. É autor dos álbums Fito & Pita (tiras de humor gráfico para públicos adultos), Petaco (recollendo páxinas do personaxe que creou para a revista xuvenil Míster K) e El Circo Lorza (libro de ilustración humorística).

AGUJETAS EN LAS ALAS Y 88 RAZONES PARA SEGUIR VOLANDO, Dani Rovira

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DANI ROVIRA, Agujetas en las alas y 88 razones para seguir volando, Aguilar, Barcelona, 2015, 130 páginas.

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El trabajo de Mónica de Rivas, en muchos casos ilustra las escenas contenidas en los relatos del polifacético Dani Rovira; en felices ocasiones, aporta lecturas insospechadas.
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QUERIDOS REYES MAGOS

Este año solo os pido trabajo «PARA MAMÁ Y PARA PAPÁ, PARA MAMÁ Y PARAPAPÁ»

Postdata

La trompeta que pedí...
puede esperar.

COITUS INTERRUPTUS, Armando Alanís

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ARMANDO ALANÍS, Coitus interruptus, La Terquedad, Saltillo, 2016.
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LAS VEGAS

En sus últimos años, el mago se conformaba con desaparecer el vestido de su asistente. Ella ya había desaparecido con el domador de tigres.

PASAJERO EN TRÁNSITO, Rogelio Guedea

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ROGELIO GUEDEA, Pasajero en tránsito, Ediciones Arlequín, Zapopan, 2010, 126 páginas.
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PASAJERO EN TRÁNSITO

   Palabras que dije y he olvidado. Papeles, borradores, deseos. Poemas que escribí en los aeropuertos. En las terminales de autobuses. En las estaciones de tren. Poemas que nunca fueron a ninguna parte o que volvieron de todas, sin destino. Gente que pasaba, niñas con los ojos pegados a un adiós, brazos que abrazaban lo imposible. Y luego las conversaciones. Hablando de mi país con esa mujer. Recordando cómo era su espalda antes de encontrarla. Los parques, las avenidas, los restaurantes cómo eran sin nosotros. Ganas de convertirme en el hombre que tuvo. Ganas de que ella vuelva a ser las palabras que olvidé. 

ESTE LIBRO TE ALEGRARÁ LA VIDA, Daniel Gray

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DANIEL GRAY, Este libro te alegrará la vida, Ariel, Barcelona, 2017, 250 páginas.

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Este libro subtitulado 50 placeres íntimos de la lectura contiene otras tantas declaraciones de amor al libro como objeto físico y «a los rituales que rodean la lectura». Lo ilustra J. Mauricio Restrepo.
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OCULTAR A TU PAREJA QUE HAS COMPRADO MAS LIBROS

   Yo necesito libros. Es un deseo que me supera, que no puedo controlar. Necesito tener estanterías llenas y pilas de libros en todas las estancias de la casa. Algunos, de manera inevitable, se convertirán en lo que en japonés se denomina tsundoku: libros comprados que no se leen nunca, sentenciados a pasar la eternidad en una estantería o en un montón; pero la adicción escapa a la lógica.
   Necesito llevarme libros de vacaciones. Necesito llevarme un libro en cualquier viaje, tanto si voy en autobús a la ciudad como si atravieso el país en tren. Necesito uno o dos libros conmigo en el trayecto, y necesito saber cuál será mi próxima lectura. Necesito tener libros sin leer en la mesilla de noche, y libros amados y leídos hace ya tiempo al alcance de la mano, para comprobar detalles o para abrazarlos como a una vieja mascota resucitada. Los narcóticos no surten efecto con esta adicción. Empezó en una biblioteca ambulante y cada año se vuelve más aguda.
   Los libros son mi muleta. Me sostienen, me hacen inmensamente feliz y me ponen profundamente triste. Nunca estoy lejos de mi siguiente compra, ya sea entrada la noche, cuando la bebida me persuade de que debo «Completar el pedido», o en una tienda de segunda mano con fines benéficos, donde me hago con un volumen que no me interesó en el momento de su publicación, pero que de repente necesito. «¿Otro libro?», me preguntan mientras subo a hurtadillas por las escaleras de casa, como un adolescente que llega bastante pasada la medianoche o un caco de dibujos animados que camina de puntillas. Como sucede con todos los adictos, tengo mis excusas: «Sólo costaba cinco libras», «Este no lo tengo», «Me encantaba de pequeño» o «Lo tenía, pero se lo presté a John y no me lo devolvió»
   No es culpa mía. Lo único que hago es darles a unos cuantos centenares de amigos un lugar donde alojarse.


TUMBAS DE POETAS Y PENSADORES, Cees Nooteboom

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CEES NOOTEBOOM, Tumbas de poetas y pensadores, Siruela, Madrid, 2007, 264 páginas.

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«La mayoría de los muertos callan. Ya no dicen nada. Literalmente, ya lo han dicho todo. Pero no sucede así con los poetas. Los poetas siguen hablando», leemos en la Introducción (pp. 17-35) a este viaje en el que Nooteboom se acompaña de la mirada de Simone Sassen.
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SAMUEL BECKETT
[1906-1989]


   Yo ya no sé cuándo he muerto. Siempre me ha parecido haber muerto viejo, hacia los ochenta años, y qué años, y que mi cuerpo daba fe de ello, de la cabeza a los pies. Pero esta noche, solo en mi cama helada, siento que voy a ser más viejo que el día, la noche, en que el cielo con todas sus luces cayó sobre mí, el mismo cielo que tanto había mirado, desde que erraba sobre la tierra lejana. Porque tengo demasiado miedo esta noche para observar cómo me pudro, para esperar los grandes descensos rojos del corazón, las torsiones del intestino sin salida y para que se cumplan en mi cabeza los largos asesinatos, el asalto a pilares inquebrantables, el amor con los cadáveres. Voy, pues, a contarme una historia, voy, pues, a intentar contarme una vez mas una historia, para intentar calmarme, y es ahí dentro donde siento que seré viejo, viejo, más viejo aún que el día en que me derrumbé, pidiendo socorro, y el socorro vino. O es posible que en esta historia haya vuelto sobre la tierra, después de mi muerte. No, no parece probable, volver a la tierra después de mi  muerte.
 Samuel Beckett, El calmante.

Cementerio de Montparnasse, París, 2003.