RAFAEL ANDOLZ, Leyendas del Pirineo para niños y adultos, Ediorial Pirineo, Huesca, 2004, 204 páginas.
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LA LIEBRE BRUJA
Que las brujas pueden convertirse en gatos (especialmente en gatos negros) nadie lo ignora. Nuestros pueblos están llenos de historias y cuentos de gatos y brujas entremezclados. Pero también pueden hacerse lobos. En Centroeuropa fue el caso más frecuente de épocas pasadas y de ahí viene el nombre de “licantropía” y “licántropo” que significa hombre lobo pero que se aplica a todos los casos de conversión de hombres en cualquier animal o de un animal en hombre.
Sin embargo tenemos en el Pirineo una historia bastante reciente que hace referencia a otra transformación más extraña, ya que no se trata de ningún animal diabólico.
Empezamos por el principio.
Tres mozos amigos del pueblecillo de Aísa en el Campo de Jaca salieron a cazar un domingo por la mañana. Daban vueltas y vueltas pero no veían ninguna presa sobre la que disparar. Andando, andando, se metieron en el monte de Borau que linda con su pueblo. Se pararon a descansar un rato cuando en éstas que ven entre unas matas unas ropas como escondidas. Se trataba de vestidos de mujer. ¿Qué pintarían allí esos vestidos?
Uno de los jóvenes creyó adivinarlo:
—Seguro que se trata de alguna bruja que se ha convertido en lobo o en gato y ha dejado aquí su ropa...
—Pronto lo sabremos —dijo otro—. Mi madre, esta mañana al salir de misa me ha dado su rosario para que se lo guardara y lo tengo aquí. Si lo ponemos en la ropa, la bruja no se atreverá a tocarla.
Y diciendo esto, sacó, efectivamente del bolsillo un rosario y lo depositó encima de las prendas, sin cambiarlas para nada. Luego se escondieron por allí cerca los tres para esperar acontecimientos. Pasó más de una hora sin que sucediera nada. Ellos esperaban en silencio. Y de pronto, se presenta en el lugar una liebre.
Uno de los mozos agarró inmediatamente su escopeta y ya se disponía a apuntar el arma, cuando otro compañero le sujetó del brazo, impidiéndoselo y se llevó el dedo índice a los labios pidiéndole silencio. La liebre no se había percatado de su presencia y se acercaba paso a paso hacia ellos.
Al llegar a la ropa debió quedar desconcertada. La miró atentamente y empezó a dar vueltas alrededor de ella, sin tocarla. Luego empezó a mirar hacia todos los lados hasta que descubrió a los muchachos.
Ellos quedaron pasmados cuando vieron que, lejos de huir, se les aproximaba más y luego, con una voz extrañísima, pero claramente humana, les pidió:
—Quitad “eso” de encima de la ropa, que no me puedo vestir.
El muchacho que parecía más enterado de las cosas de brujería le contestó:
—Sí, lo quitaremos. Pero antes tienes que decirnos de dónde vienes y qué mal has hecho.
—Vengo de Borau de casa Tal, porque le tenía que dar el mal de ojo a un niñer que tienen.
—Pues vuelve a Borau, a esa casa, y quítale el mal al niñer y nosotros quitaremos el rosario.
La bruja no se lo hizo repetir dos veces y desapareció a todo correr.
Como el pueblo no estaba demasiado lejos y uno de ellos era buen andador, marchó corriendo tras la liebre a comprobar los hechos. Conocía a la familia que había dicho la bruja y se dirigió directamente a su casa.
—Buenos días, señora Felisa. ¿Qué tal están todos? Nada, que pasaba por aquí y se me ha ocurrido parar a saludarles.
—Gracias, hijo mío. Todos estamos bien, ¿y vosotros?... Bueno, al nene esta mañana de repente se le ha puesto una fiebre muy alta, sin saber por qué. Y no se la podíamos quitar ni con pañuelos mojados con colonia en la frente. Pero, de pronto, hace un ratico, igual que le ha venido la calentura se le ha marchado. Ya está jugando otra vez tan campante. Pero, pasa y tomarás un traguico de vino.
—No, señora, no: que me están esperando unos amigos en Sandianar. Con que, nada. ¡A plantar fuerte!
—¡Gracias, hijo, que vaya bueno!
El mozo volvió corriendo a donde sus compañeros. La liebre estaba ya esperando agazapada. Él contó todo y se decidieron a quitar el rosario. La liebre se convirtió en una vieja que ellos no conocían. Se vistió y desapareció por el bosque.
La verdad es que tuvo más suerte que otra bruja de otro pueblo de la montaña que se convirtió en cabra pero todo el mundo se dio cuenta porque se le olvidó quitarse los pendientes y a la pobre la persiguieron y hasta un zagal, bastante bruto, le cortó una oreja.
Desde aquel día, otra abuelica que llevaba fama de bruja en el pueblo se puso un pañuelo en la cabeza tapándose las orejas y nunca la vieron sin él.