HAIKÚS ZEN, Natsume Soseki

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NATSUME SOSEKI, Haikús zen, Olañeta, Palma, 2012, 131 páginas.

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Subtitulado Poemas y cartas, incluye fragmentos de cartas a dos monjes zen y acuarelas y caligrafías del autor que "sustituyó a Lafcadio Hearn como profesor de literatura inglesa en la Universidad de Tokio". El editor, Soiku Shigematsu, advierte en la Introducción (pp 9-15): "para esta breve colección se han seleccionado haikús que evocan distintos aspectos del zen: su universalidad, individualidad y vitalidad". 
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No olvides, dulce caqui,
tus días más tempranos,
cuando aún eras amargo.

LAS FILOFÁBULAS, Michel Piquemal

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MICHEL PIQUEMAL, Las filofábulas, Oniro, Barcelona, 2009, 144 páginas.

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Subtitulado Cuentos de los sabios para que los niños aprendan a vivir, contiene 26 relatos procedentes de todas las tradiciones: Sócrates, Buda, Schopenhauer o Jalil Gibran. El libro, ilustrado por Liora Grossman, incluye tras la fábula un comentario con el que el autor pretende suscitar la curiosidad de los lectores jóvenes, principales destinatarios de esta propuesta, justificada convincentemente en el Prólogo (pp. 3-5) por Michel Piquemal.

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 EL SUEÑO DE UNA MARIPOSA
        
   Un filósofo chino cuenta esta historia increíble, que da vértigo...
   «Había un vez un hombre que estaba dormido y soñaba que era una mariposa. En sueños volaba de flor en flor y libaba el polen, abría y cerraba sus alas. Tenía la ligereza, la gracia y la fragilidad de una mariposa. Pero de pronto despertó y se dio cuenta, muy extrañado, de que era un hombre. Entonces, ¿era un hombre que acababa de soñar que era una mariposa? ¿O era una mariposa que soñaba que era un hombre?»
     
Según Zhuang-Tse, sabio taoísta chino (IV-III siglo antes de nuestra era).

CUENTOS PARA NIÑOS QUE SE DUERMEN ENSEGUIDA, Pinto & Chinto

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PINTO & CHINTO, Cuentos para niños que se duermen enseguida, Kalandraka, Sevilla, 2010, 63 páginas.

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EL NIÑO QUE IMAGINABA
       
   Aquel niño era el único niño en la aldea. No había ningún otro niño con quien jugar así que aquel niño se creó un amigo imaginario, Como aquel niño y su amigo imaginario no tenían juguetes, aquel niño se creó una bicicleta imaginaria, y una pelota imaginaria, y un imaginario caballo de cartón.
   El invierno estaba siendo muy duro en la aldea, y los padres de aquel niño no le dejaban salir afuera. Entonces aquel niño se imaginó que era verano, y se imaginó que él y su amigo imaginario salían afuera, y se imaginó que corrían por los campos, y se imaginó que cogían fruta madura de los árboles, y se imaginó que iban a bañarse al río.
   Y luego aquel niño imaginó que alguien escribiría esta historia, y que alguien la estaría leyendo en este preciso momento.

MUJERES ENCONTRADAS, Fernando Beltrán

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FERNANDO BELTRÁN, Mujeres encontradas, Sins entido, Madrid, 2008, 99 páginas.

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Fernando Beltrán se confiesa en Cita Previa (pp. 8-9). Son cuarenta y dos los retratos de estas mujeres objeto, pero "Un objeto encontrado de carne y hueso, o sea, del hierro, alambre o metal con que hice y modelé a todas ellas".

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LA NIÑA
        
Un día besaré a mi hija...
        
Ese verso me persiguió siempre. Lo escribió un poeta hace ya muchos años en una servilleta al sentirse mirado con descaro por una adolescente, y eso pensé yo también un día, padre ya de una niña en cuarto pujante, cuando me sorprendió de pronto una mirada de esas.
        
El repentino vértigo de pensar que ni siquiera la abismal diferencia de edad podría garantizar en el futuro un terreno neutral entre un hombre y una mujer que se encuentran de frente.
        
Un día besaré a mi hija. En los labios, en los dientes, en donde más me duela...
        
Miré primero hacia atrás, pensando que no era a mí a quien asediaba, luego a todos lados intentando distraerme, y al final de nuevo hacia ella seduciéndome ya con un ojo infantil, y resabiado el otro. La eterna dualidad de quien sabe que amar sólo tiene una ley: ¡Sorpréndele!
        
No es posible, me dije. Y le entregué mi nombre.
        
Un día besaré a mi hija. En los labios, en los dientes, en donde más me duela. Un día en cualquier parte preguntaré la edad a quien me amó, y se me hará el desnudo menos bello...

PÁJAROS EN LA BOCA, Samanta Schweblin

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SAMANTA SCHWEBLIN, Pájaros en la boca, Lumen, Barcelona, 2010, 224 páginas.

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PERDIENDO VELOCIDAD

   Tego se hizo unos huevos revueltos, pero cuando finalmente se sentó a la mesa y miró el plato, descubrió que era incapaz de comérselos.
   —¿Qué pasa? —le pregunté.
   Tardó en sacar la vista de los huevos.
  —Estoy preocupado —dijo—, creo que estoy perdiendo velocidad.
   Movió el brazo a un lado y al otro, de una forma lenta y exasperante, supongo que a propósito, y se quedó mirándome, como esperando mi veredicto. 
   —No tengo la menor idea de qué estás hablando —dije—, todavía estoy demasiado dormido.
   —¿No viste lo que tardo en atender el teléfono? En atender la puerta, en tomar un vaso de agua, en cepillarme los dientes… Es un calvario.
   Hubo un tiempo en que Tego volaba a cuarenta kilómetros por hora. El circo era el cielo; yo arrastraba el cañón hasta el centro de la pista. Las luces ocultaban al público, pero escuchábamos el clamor. Las cortinas terciopeladas se abrían y Tego aparecía con su casco plateado. Levantaba los brazos para recibir los aplausos. Su traje rojo brillaba sobre la arena. Yo me encargaba de la pólvora mientras él trepaba y metía su cuerpo delgado en el cañón. Los tambores de la orquesta pedían silencio y todo quedaba en mis manos. Lo único que se escuchaba entonces eran los paquetes de pochoclo y alguna tos nerviosa. Sacaba de mis bolsillos los fósforos. Los llevaba en una caja de plata, que todavía conservo. Una caja pequeña pero tan brillante que podía verse desde el último escalón de las gradas. La abría, sacaba un fósforo y lo apoyaba en la lija de la base de la caja. En ese momento todas las miradas estaban en mí. Con un movimiento rápido surgía el fuego. Encendía la soga. El sonido de las chispas se expandía hacia todos lados. Yo daba algunos pasos actorales hacia atrás, dando a entender que algo terrible pasaría —el público atento a la mecha que se consumía—, y de pronto: Bum. Y Tego, una flecha roja y brillante, salía disparado a toda velocidad.
   Tego hizo a un lado los huevos y se levantó con esfuerzo de la silla. Estaba gordo, y estaba viejo. Respiraba con un ronquido pesado, porque la columna le apretaba no sé qué cosa de los pulmones, y se movía por la cocina usando las sillas y la mesada para ayudarse, parando a cada rato para pensar, o para descansar. A veces simplemente suspiraba y seguía. Caminó en silencio hasta el umbral de la cocina, y se detuvo. 
   —Yo sí creo que estoy perdiendo velocidad —dijo.
   Miró los huevos.
   —Creo que me estoy por morir.
   Arrimé el plato a mi lado de la mesa, nomás para hacerlo rabiar.
   —Eso pasa cuando uno deja de hacer bien lo que uno mejor sabe hacer —dijo—. Eso estuve pensando, que uno se muere.
   Probé los huevos pero ya estaban fríos. Fue la última conversación que tuvimos, después de eso dio tres pasos torpes hacia el living, y cayó muerto en el piso.

  Una periodista de un diario local viene a entrevistarme unos días después. Le firmo una fotografía para la nota, en la que estamos con Tego junto al cañón, él con el casco y su traje rojo, yo de azul, con la caja de fósforos en la mano. La chica queda encantada. Quiere saber más sobre Tego, me pregunta si hay algo especial que yo quiera decir sobre su muerte, pero ya no tengo ganas de seguir hablando de eso, y no se me ocurre nada. Como no se va, le ofrezco algo de tomar. 
   —¿Café? —pregunto.
   —¡Claro! —dice ella. Parece estar dispuesta a escucharme una eternidad. Pero raspo un fósforo contra mi caja de plata, para encender el fuego, varias veces, y nada sucede.

UN LEÓN EN LA COCINA, Julia Otxoa

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JULIA OTXOA, Un león en la cocina, Las Tres Sorores, Zaragoza, 1999, 172 páginas.

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OTO DE AQUISGRÁN

   Cuentan que el emperador Oto de Aquisgrán era tan sumamente perfeccionista, que acometiéndole una vez un ataque agudo de melancolía profundísima, y decidiendo en medio de tristes delirios acabar con su vida, tuvo tan extremado cuidado en dejar bien acabados y atados los asuntos de la Corte, que antes de suicidarse, pasó años y años despachando con sus consejeros, firmando tratados, y recibiendo en mil audiencias. Hasta el punto de que al fin todo en orden, el pobre emperador Oto, ya muy anciano y enfermo desde su lecho de muerte, no recordaba realmente el extraño motivo que le había tenido toda su vida sumido en aquel delirante y frenético ritmo de trabajo, no conocido jamás en ninguna corte imperial.

MICRONOPIA, María Paz Ruiz Gil

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MARÍA PAZ RUIZ GIL, Micronopia, Meninas Cartoneras, Madrid, 2011, 14 páginas.

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LEYENDA MODERNA DEL AGUA

   Hidrógeno presumía de no necesitar a nadie, se movía dando brincos a su santo antojo. Un día piropeaba a unas, otro día le picaba el ojo a otras, pero siempre con aire de galán barato.
   Sus padres, preocupados de que el muchacho nunca sentaría cabeza, lo llevaron a una escuela de música para chicos con problemas. Allí estaba Oxígeno, con su pelo negro y sus Converse llenos de flores hechas con rotulador. El primer día ni se saludaron, hasta que un jueves tuvieron que esperar juntos el autobús, y cuando quisieron despegarse, ya no pudieron. Ahora viven fundidos, jamás pelean, se ríen de que se los beban por litros, de que los pongan a navegar por mundos marinos, de que los mezclen con azúcar o de que los congelen. Ellos se siguen llevando bien, aunque sus padres siguen buscándolos en la escuela de música.

EL PORQUÉ DE LAS COSAS, Quim Monzó

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QUIM MONZÓ, El porqué de las cosas, Anagrama, Barcelona, 1994, 144 páginas.

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LA SENSATEZ

   Cada vez que la mujer juiciosa se acuesta con alguien le cuenta al novio que lo ha hecho no por un ataque circunstancial de lubricidad,sino porque se ha enamorado. No es que tenga que sentirse culpable (al respecto, la mujer y su novio tienen un pacto de lo más claro y elástico), pero si cuando se acuesta con alguien remarca que lo hace enamorada, es como si se sintiese más limpia. En cambio, cada vez que su novio se enrolla con alguien, la mujer considera que lo hace por pura lubricidad, y eso la irrita. No es que se ponga celosa. No. No es celosa en absoluto. Simplemente le molesta que su novio sea tan vulgar, tan carnal. El novio sí que se pone celoso cuando sabe que ella se acuesta con otro. Pero son celos comprensibles: porque ella se enamora. Y si la persona con la cual (más o menos elástico) tienes un pacto de convivencia se enamora de otro, es lógico tener celos. ¿Qué escala aplica la mujer para decidir que sus asuntos de cama son producto del amor y los del novio de la lujuria? El novio dice que una escala muy sencilla: que ella es ella misma (y por lo tanto se lo justifica todo) y él no sólo no es ella, sino que es hombre, con la carga histórica que eso comporta. La mujer lo niega, aunque los años le hayan enseñado que, en general, hombres y mujeres se comportan de manera diferente. Pero no lo dice porque, aunque es una creencia sobre la cual tiene cada vez menos dudas, es generalizadora. Y siempre hay excepciones, aunque nunca se ha visto tan cerca de reconocer que la frase hecha que asegura que todos los hombres son iguales, aun siendo tópica (y por lo tanto repugnante) es, cuando menos parcialmente, cierta: quizá no todos, pero la inmensa mayoría de los hombres sí que son iguales. La mujer juiciosa sabe de qué habla: se ha enamorado de muchos, y todos, indefectiblemente y por mucho que lo adornen, en el fondo ligan con ella llevados por la lubricidad. Lubricidad a la cual ella cede a menudo porque (es forzoso reconocerlo) desde muy pequeña ha sido terriblemente enamoradiza y el amor la embriaga de tal manera que no bien un hombre le pasa el brazo por los hombros, le besa el lóbulo de la oreja y le pone la mano entre las piernas, por más que abra la boca para decir que no,nunca le sale el no y siempre dice que sí.

LA VIDA ONDULANTE, Ramón Eder

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RAMÓN EDER, La vida ondulante, Renacimiento, Sevilla, 2012, 132 páginas.

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Dos libros anteriormente publicados (Hablando en plata, 2001, e Ironías, 2007) y una sección inédita (Pompas de jabón) conforman este volumen de aforismos bañados por un afilado punto de vista humorístico que, según afirma el autor en su introducción El aforismo irónico, "es, tal vez, desde donde mejor se puede analizar los mecanismos de las acciones humanas sin caer en el moralismo, ni en el aburrido tono sentencioso, ni en la estéril grandilocuencia" (p.14).

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El pedante es el que, con tal de enseñarnos todo lo que sabe, es capaz de enseñarnos todo lo que ignora.
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Soñar es hacer experimentos con el tiempo.
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Nadie olvida la frase con la que fue expulsado del paraíso.
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Las alas se atrofian si no se usan.
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Hay científicos tan distraídos que no recuerdan ni dónde han dejado la ética.
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Para conseguir ciertas cosas uno tiene que olvidarlas.
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No equivocarse nunca es muy fácil, basta con hablar demasiado tarde.
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En las cosas importantes es mejor que nos engañen en el precio que en la mercancía.
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Si uno se pone muy a menudo la venda antes que la herida se puede acabar convirtiendo en una momia.

LOS NIÑOS TONTOS, Ana María Matute

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ANA MARÍA MATUTE, Los niños tontos, Destino, Barcelona, 2001 (1978), 82 páginas. 

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Tanto la cubierta como las ilustraciones interiores son obra de José María Prim. 
 
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EL TIOVIVO

   El niño que no tenía perras gordas merodeaba por la feria con las manos en los bolsillos, buscando por el suelo. El niño que no tenía perras gordas no quería mirar al tiro en blanco, ni a la noria, ni, sobre todo, al tiovivo de los caballos amarillos, encarnados y verdes, ensartados en barras de oro. El niño que no tenía perras gordas, cuando miraba con el rabillo del ojo, decía: “Eso es una tontería que no lleva a ninguna parte. Sólo da vueltas y vueltas y no lleva a ninguna parte”. Un día de lluvia, el niño encontró en el suelo una chapa redonda de hojalata; la mejor chapa de la mejor botella de cerveza que viera nunca. La chapa brillaba tanto que el niño la cogió y se fue corriendo al tiovivo, para comprar todas las vueltas. Y aunque llovía y el tiovivo estaba tapado con la lona, en silencio y quieto, subió en un caballo de oro que tenía grandes alas. Y el tiovivo empezó a dar vueltas, vueltas, y la música se puso a dar gritos entre la gente, como él no vio nunca. Pero aquel tiovivo era tan grande, tan grande, que nunca terminaba su vuelta, y los rostros de la feria, y los tolditos, y la lluvia, se alejaron de él. “Qué hermoso es no ir a ninguna parte”, pensó el niño, que nunca estuvo tan alegre. Cuando el sol secó la tierra mojada, y el hombre levantó la lona, todo el mundo huyó, gritando. Y ningún niño quiso volver a montar en aquel tiovivo.

ÉSTOS SON LOS DÍAS, Alberto Chimal

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ALBERTO CHIMAL, Éstos son los días, Era, México D.F., 2004, 144 páginas.

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ÁLBUM

   La cara de su madre. La muñeca que arrojó por la ventana. El libro que quemó. La pecera que vació en la sala. La muñeca a la que arrancó las piernas. Su primer psiquiatra. El tazón con el que golpeó a su madre. Su niñera poco antes de marcharse. Su abuela materna poco antes de marcharse. Su padre poco antes de marcharse. La cara de su madre. El gato al que metió en el horno. Su segundo psiquiatra. Su primer kínder. El niño al que pateó. Su tercer psiquiatra. La trenza cortada de su compañera. El rincón en el que estuvo castigada. La cara cortada de su compañera. Su cuarto psiquiatra. Su segundo kínder. El perro al que destripó. La silla a la que fue atada. El brazo en cabestrillo de su madre. El brazo en cabestrillo de su maestra. El brazo en cabestrillo de su quinto psiquiatra. Su tercer kínder. El niño que la golpeó. Un trozo de la oreja del niño que la golpeó. Su cuarto kínder. La denuncia en su contra. El bolso de su madre. El director de la primaria que no quiso admitirla. La cara de su madre. El director de la segunda primaria que no quiso admitirla. La tarjeta de débito de su madre. El director de la primaria que aceptó admitirla. La niña a la que trató de ahogar en un excusado. La niña a la que empujó por las escaleras. La carta en su contra de los padres de sus compañeros. La cara de su madre. Un hombro desnudo de su madre. El director de la segunda primaria que aceptó admitirla. El suéter de su compañero desaparecido. El cuerpo de su compañero desaparecido. La cara de su madre. La patrulla que fue a buscarla. La cara de su madre. El autobús que abordó con su madre. El primer motel donde durmió con su madre. El incendio del primer motel donde durmió con su madre. El boletín con la foto de su madre. La cara de su madre. El segundo motel donde durmió con su madre. El bebé que resistió tres días en el cuarto donde durmió con su madre. La cara de su madre. El tercer motel donde durmió. El teléfono que su madre trató de usar. La cara de su madre. Un ojo de su madre. La lengua de su madre. El otro ojo de su madre. El coche del hombre que la recogió en la carretera. La primera comentarista que habló de ella en la televisión. El coche del segundo hombre que la recogió en la carretera.

MISHKY STORIES, Gonzalo del Rosario

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GONZALO DEL ROSARIO, Mishky stories, IncertidumbrEditores, Trujillo, 2011, 54 páginas.

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FEA

   La chica memorizaba cada lección que impartían en la academia pre-universitaria, debía hacerlo puesto que si acumulaba un buen puntaje en los sumativos, ingresaría.
   Ella no era agraciada, más bien, chata, rolliza, trigueña, casposa, lentes gigantes, dientes chuecos, cara llena de acné, y al parecer sus axilas y piernas nunca fueron acariciadas por rasuradora alguna. Jamás había tenido enamorado, y sus padres todavía no comprendían el por qué tomar durante la gestación era dañino.
   Cuando publicaron los puntajes del último examen, sus compañeras de clase le gritaron que no había pasado, frente a la muchedumbre y sus caras señalándola, no tuvo más remedio que lanzarse al vacío desde el séptimo piso, donde estaba la pared con los resultados.
   Ahora sus padres la odian más, no solo por ser fea y bruta, sino por ser un vegetal.

FLORECILLAS PARA CIUDADANOS RESPETUOSOS CON LA LEY, José Manuel Alonso Ibarrola

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JOSÉ MANUEL ALONSO IBARROLA, Florecillas para ciudadanos respetuosos con la ley, Felmar, Madrid, 1975, 282 páginas.

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UN DÍA CUALQUIERA

   La profesora, en su casa, se dispuso a corregir los ejercicios de redacción. El tema impuesto era: "Un día cualquiera" y las alumnas quinceañeras en su totalidad, narraban con desesperada y monótona vulgaridad los actos cotidianos que configuraban su inocua e idéntica personalidad. Uno tras otro, la profesora, mecánicamente, corregía los ejercicios. Todas más o menos narraban lo mismo. Eso sí, el hecho no tenía importancia, porque se trataba de pulir el estilo y cuidar la sintaxis. Pero un ejercicio, de repente, le llamó poderosamente la atención. Aquel texto que estaba leyendo delataba, en su ingenuidad, una relación inconfesable. Aterrorizada, volvió a leer el ejercicio. No daba crédito a lo que leía. Apenas pudo dormir. Al día siguiente, aparentando naturalidad, rogó a la autora del ejercicio en cuestión que viniera su padre a verla. Cuando lo tuvo delante le mostró el ejercicio. Turbado y asombrado, negó lo escrito y lo achacó todo a la imaginación de su hija. La profesora, dudosa, dictó otro ejercicio al día siguiente bajo el tema: "Por qué amo a mi padre".

CUENTOS POPULARES DEL RIF, Zoubida Boughaba Maleem (editora)

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ZOUBIDA BOUGHABA MALEEM (ed.), Cuentos populares del rif contados por mujeres cuentacuentosMiraguano, Madrid, 2007, 240 páginas.

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Los relatos del volumen han sido extraídos de la narración oral de seis mujeres rifeñas, de las que se aporta en cada caso una breve entrevista y algunos datos biográficos. Además, una separata introductoria de Daniela Merolla ayuda a comprender y disfrutar unos cuentos con "una verdad social, cultural y afectiva que queda eternizada en las aventuras expuestas en ellos".

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LAS SIETE HIJAS ABANDONADAS

Mahjouba

   Este era uno que dejó abandonadas a sus siete hijas y se fue, y cada una tuvo que cuidar de sí misma. Un día, muchos años después, apareció el padre mendigando. Una de las hijas se asomó por la ventana, lo reconoció, se acercó a él y le dijo:
   —Ven, ven conmigo, mendigo, que yo te voy a ayudar, te voy a dar de comer y un sitio para dormir.
   Le hizo entrar en casa, y fue a avisar a sus hijos:
   —Cuando por la noche estemos sentados con él, uno de vosotros tiene que decir: "Mamá, cuéntanos un cuento". Entonces yo os diré: "El cuento, hijos míos, lo llevo encima". Y vosotros tenéis que responder: "Vale, mamá, pues cuéntanoslo".
   Después de decirles esto, se fue con el mendigo, lo ayudó a lavarse, lo vistió con ropas limpias, le dio de comer y entonces se sentaron todos juntos a charlar. Y dijo uno de los hijos:
   —Mamá, cuéntanos un cuento.
   Y dijo ella:
   —Hijos míos, el cuento lo llevo encima.
   —Por favor, mamá, cuéntanos el cuento que llevas encima.
   —Hijos míos, éramos siete hermanas. Nuestra madre se murió. Nuestro padre nos abandonó. No teníamos a nadie.
   Mientras contaba esto, el mendigo empezó a encogerse más y más y más, hasta que quedó sólo la barba. Y cuando sólo quedaba la barba, su hija cogió la barba y dijo:
   —Fuera de aquí, barba de mi padre. Que Dios te convierta en alimento para los pobres o en esparto.
   Y se convirtió en una mata de esparto.

40 HISTORIAS DE BOLSILLO, Luigi Malerba

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LUIGI MALERBA, 40 historias de bolsillo, Espasa Calpe, Madrid, 1986, 149 páginas.

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Editadas por Enaudi en 1984, las 40 historias de bolsillo, traducidas por Elena del Amo cuentan con ilustraciones de Emilio Urberuaga.
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EL CHIQUITÍN

   A través de las paredes acolchadas llegaban ruidos, regañinas, lamentos y alguna que otra carcajada. Las paredes amortiguaban los ruidos, las aguas los reflejaban y creaban alegres efectos de eco en los que aparecían vocales, sílabas, silbidos, consonantes simples y dobles, diptongos, balbuceos, gorjeos y otros sonidos. El chiquitín estaba allí acurrucado al calor y dormitaba de la mañana a la noche sin preocupaciones, sin problemas. No sólo no se consideraba preparado para salir al mundo, sino que, por el contrario, había decidido que permanecería en su refugio el mayor tiempo posible.
   Las noticias que llegaban de fuera no eran nada buenas: frío en las casas porque faltaba el gas-oil, muchas horas a oscuras porque faltaba la electricidad, largas caminatas porque faltaba la gasolina. También faltaba la carne, el papel, el cáñamo, el carbón; faltaba la lana, la leche, el trabajo, la leña; faltaba el pan, la paz, la nata, la pasta; faltaba la sal, el jabón, el sueño, el salami. En resumen, faltaba casi todo e incluso un poco más. El chiquitín no tenía ningunas ganas de salir y de encontrarse en un mundo en el que solamente abundaba la catástrofe y el hambre, la especulación y los disparates, las tasas y las toses, las estafas y las contiendas, la censura y la impostura, la burocracia y la melancolía, el trabajo negro y las muertes blancas, las Brigadas Rojas y las tramas negras.
   “¿Quién va a obligarme a entrar en un mundo así? -se dijo el chiquitín-. Yo de aquí no me muevo, estoy muy a gusto, nado un rato, me doy la vuelta de vez en cuando y luego me adormezco. Hasta que no cambien las cosas yo de aquí no me muevo”, se dijo para sí. Pero no sabía que no era él quien debía decidir.
   Un día, mientras estaba dormitando como de costumbre, oyó un gran gorgoteo, extraños movimientos y crujidos, después un motor que silbaba, una sirena que pitaba, una voz que se quejaba. ¿Qué estaba ocurriendo? El chiquitín se acurrucó en su refugio, intentó agarrarse a las paredes porque notaba que se escurría hacia abajo y no tenía ningunas ganas de ir a un lugar del que había oído cosas tan terribles. Intentaba estar quieto y, en cambio, se movía, resbalaba. De repente notó que una mano robusta le cogía de los pies y tiraba, tiraba. Al llegar a cierto punto ya no entendió nada más; se encontró bajo una luz deslumbrante y tuvo que cerrar los ojos. Movió los brazos como para nadar, pero a su alrededor estaba el vacío, el aire, la nada, sólo dos manos que le sujetaban con fuerza por los pies, con la cabeza hacia abajo.
   “Pero ¿qué quieren de mí? -se preguntó el chiquitín-. ¡Qué maleducados! ¡Me tienen cogido como un pollo!”. De pronto le dieron dos azotes en el trasero desnudo. “Pero ¿qué mal os he hecho? ¿Por qué os metéis conmigo?”. Se puso a gritar con todas sus fuerzas. Quería protestar, aclarar la situación, contestar, criticar, pero de su boca sólo salieron dos vocales y dos signos de admiración. A su alrededor oyó voces de gente que parecía contenta, quién sabe por qué. Él, no, no estaba nada, nada, nada contento.


CRÍMENES EJEMPLARES, Max Aub

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MAX AUB, Crímenes ejemplares, Media Vaca, Valencia, 2001, 146 páginas.

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Esta edición reproduce los 87 cuentos que publicó por primera vez Max Aub en formato de libro (Impresora Juan Pablos, México, 1957).
En la postdata a Confesión (pp. 9-11) anota: "En contra de lo que se pueda suponer, sólo las dos últimas confesiones vienen de boca de alienados. En general, los locos fueron decepcionantes". De "estas confesiones sin cuento [...] recogidas en España, en Francia y en México, a través de más de veinte años", dice Aub, "no iba —ahora— a aderezarlas: razón de vulgaridad". Afortunadamente, Herrín Hidalgo ha pedido a una nómina 32 ilustradores, entre los que se encuentran Ana Juan, El Roto o Pep Monserrat,  su particular reinterpretación de los microrrelatos. Otra joya de la Editorial Media Vaca.  
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Lo maté porque, en vez de comer, rumiaba.

 

LOS HIJOS DE LOS DÍAS, Eduardo Galeano

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EDUARDO GALEANO, Los hijos de los días, Siglo XXI, Madrid, 2012, 432 páginas.

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MAYO
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QUE MAÑANA NO SEA OTRO NOMBRE DE HOY

   En el año 2011, miles de jóvenes, despojados de sus casas y sus empleos, ocuparon las plazas y las calles de varias ciudades de España.
   Y la indignación se difundió. La buena salud resultó más contagiosa que las pestes, y las voces de los indignados atravesaron las fronteras dibujadas en los mapas. Así resonaron en el mundo:
      
      Nos dijeron "¡a la puta calle!", y aquí estamos.
      Apaga la tele y enciende la calle.
      La llaman crisis, pero es estafa.
      No falta dinero: sobran ladrones.
      Los mercados gobiernan. Yo no los voté.
      Ellos toman decisiones por nosotros, sin nosotros.
      Se alquila esclavo económico.
      Estoy buscando mis derechos. ¿Alguien los ha visto?
      Si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir.

SÓLO LO INÚTIL ES PLACENTERO, Anton Chéjov

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ANTON CHÉJOV, Sólo lo inútil es placentero. Aforismos, Verdehalago, México D.F., 2009, 72 páginas.

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A partir de los Diarios del escritor, Alfredo Herrera Patiño realiza la selección de estos aforismos.

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No existe ciencia nacional, no hay nada parecido a una tabla de multiplicar nacional; si es nacional, no es ciencia.
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La vida no concuerda con la filosofía, no hay felicidad que no sea vacía y sólo lo inútil es placentero.
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Nos casamos para no preguntarnos más qué hacer con nosotros mismos.
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La universidad reparte todas las habilidades, la de la estupidez también.
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El amor, la amistad, el respeto no unen tanto a la gente como el odio común.
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Morir es terrible, pero más terrible es sentir que pudieras vivir por siempre y para siempre.

PERVERTIDOS. CATÁLOGO DE PARAFILIAS ILUSTRADAS

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PervertiDos. Catálogo de parafilias ilustradas, Traspiés (Colección Vagamundos), Granada, 2012, 96 páginas.

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Cercados por un prólogo y un glosario de parafilias, más de 70 autores, entre escritores e ilustradores, seleccionados por José Antonio López, despliegan su imaginación alrededor del placer y el deseo: el esquema de Perversiones se repite para ofrecer un segundo acto en el que, como señala Sergi Bellver en De la muerte, el otro y los delfines (pp. 5-9) y apuntala el cambio de título, se han "movido los focos" intentando "ahondar en todos esos espacios comunes de juego y deseo entre dos o más individuos y sus puntos de vista, en vez de limitarnos a hacer un nuevo recuento de conductas y costumbres sexuales (...)".

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FALTA DE AMOR

   La primera nota que me escribiste, la que deslizaste con disimulo dentro del bolsillo de mi abrigo, fue la que produjo el chispazo. Yámame, rezaban unas letras anónimas, escritas con carmín y prisa debajo de un número de teléfono. Te llamé, claro está, no pude resistirme, y al poco ya vivíamos juntos. Desde entonces, lo primero que hago cada mañana al despertar es buscar el mensaje garabateado en un papel que sueles dejarme, apoyado en la cafetera, antes de marcharte a trabajar. Me estremecen tus confusiones sinuosas de bes y uves. Me excitan tus acentos inventados, que se clavan, placenteros, en mis ojos. Me pierden las haches intercaladas a tu antojo, entrometidas, y me encienden las olvidadas, que dejan desnudas las palabras, indefensas. Por eso, cuando no encuentro tus buenos días repletos de errores, revuelvo el piso en busca de cualquier cosa que hayas escrito, en la lista de la compra, en la agenda de teléfonos, en el calendario que cuelga de la cocina o en un papel de tu billetera. Más que lo que me dices, me encanta cómo te equivocas, aunque jamás te lo he confesado. De todos modos, supongo que ya te habrás dado cuenta porque la nota que dejaste esta mañana, mucho más larga que de costumbre, estaba correctamente escrita. Decía que te marchas para siempre y sólo tenía una falta de ortografía. En mi nombre. 



Ilustración: Raquel Valenzuela

MÚSICA DE CAÑERÍAS, Charles Bukowski

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CHARLES BUKOWSKI, Música de cañerías, Anagrama, Barcelona, 2000 (1987), 240 páginas.

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MANTIS RELIGIOSA

   Hotel Vista del Angel. Marty pagó al empleado, cogió la llave y subió las escaleras. Lo era todo menos una noche agradable. Habitación 222. ¿El número tendría algún significado? Entró, encendió la luz, y toda una docena de cucarachas salieron del empapelado, masticando y correteando sin tregua. Había teléfono de monedas. Metió una moneda y marcó. Ella contestó.
   —¿Toni? —preguntó.
   —Sí, soy yo —dijo ella.
   —Toni, me estoy volviendo loco.
   —Te dije que iría a verte. ¿Dónde estás?
   —En el Vista del Ángel, Seis y Coronado, habitación 222.
   —Iré a verte dentro de un par de horas.
   —¿No puedes venir ahora mismo?
   —Mira, tengo que llevar a los niños a casa de Carl, luego tengo que ir a ver a Jeff y a Helen, hace años que no les veo...
   —Toni, te quiero, por amor de Dios, ¡necesito verte ahora! 
   —Si te libraras de tu mujer, Marty...
   —Esas cosas requieren tiempo.
   —Dentro de dos horas estaré ahí, Marty.
   —Escucha, Toni...
   Pero ella ya había colgado. Marty se sentó al borde de la cama. Aquélla sería su última aventura. Le desbordaba. Las mujeres eran más fuertes que los hombres. Conocían todas las jugadas. Él no conocía ninguna.
   Llamaron a la puerta. Fue a abrir. Era una rubia de treinta y tantos años, con una bata azul rota. Llevaba un maquillaje morado y los labios pintados a todo pintar. Desprendía un lejano aroma a ginebra.
   —Oye, no te importa que ponga la tele, ¿verdad?
   —No hay problema, ponla si quieres.
  —Es que el último tipo que tenía esta habitación estaba medio chiflado. En cuanto yo ponía la tele empezaba a aporrear las paredes.
   —No hay problema. Puedes poner la tele.
   Marty cerró la puerta. Sacó el penúltimo cigarrillo de la cajetilla y lo encendió. Toni se le había metido en la sangre y tenía que quitársela de encima. Llamaron otra vez a la puerta. La rubia otra vez. El maquillaje casi hacía juego con las negras ojeras. Era imposible, por supuesto, pero parecía que se hubiera dado otra capa de carmín en los labios.
   —¿Sí? —preguntó Marty.
  —Oye —dijo ella—. ¿Sabes qué hace la hembra de la mantis religiosa mientras le da al asunto? 
   —¿Qué asunto?
   —Joder.
   —¿Qué?
   —Le come la cabeza al macho. Mientras le da al asunto, le come la cabeza: En fin, supongo que hay formas peores de morir, ¿no crees?
   —Sí —dijo Marty—. El cáncer.
   La rubia entró en la habitación y cerró la puerta. Se sentó en la única silla. Marty se sentó en la cama.
   —¿Te calentaste cuando dije «joder»? —preguntó ella.
   —Sí, un poco.
   La rubia se levantó de la silla y se acercó a la cama; puso la cabeza muy cerca de la de Marty. Le miró a los ojos; puso los labios muy cerca de los suyos. Luego dijo: «¡Joder, joder, joder!» Se acercó más, y repitió: «¡JODER!» Entonces se levantó del borde de la cama y regresó a la silla.
   —¿Cómo te llamas? —preguntó Marty.
   —Lilly. Lilly LaVell. Hacía estriptis en Butbank.
   —Yo soy Marty Evans. Encantado de conocerte, Lilly.
   —Joder —dijo Lilly muy despacio, entreabriendo los labios y enseñando la lengua. 
   —Puedes poner la tele cuando quieras —dijo Marty.
   —¿Has oído hablar de una araña que se llama la viuda negra? —preguntó ella. 
   —No.
   —Bueno, te lo contaré. Después de darle al asunto, joder, se come vivo al macho. 
   —Ah —dijo Marty.
   —Pero hay formas peores de morir, ¿no crees?
   —Claro, la lepra, quizá.
   La rubia se levantó y empezó a pasearse por el cuarto.
   —La otra noche me emborraché, conduje por la autopista e iba escuchando un concierto de Mozart para trompa y aquella maldita trompa me atravesaba de pies a cabeza. Iba a más de ciento veinte sosteniendo el volante con los codos y escuchando el concierto, ¿me crees?
   —Claro que te creo.
   Lilly dejó de pasear y miró a Marty.
   —¿Y crees que puedo meterme tu chisme en la boca y hacerte cosas que jamás ha experimentado antes ningún ser humano?
   —Bueno, no sé qué pensar.
   —Pues puedo, vaya si puedo...
   —Eres muy simpática, Lilly, pero estoy esperando a mi novia, más o menos para dentro de una hora.
   —Bueno, voy a ponerte a punto para ella.
   Lilly se le acercó, le bajó la cremallera y le sacó el pene al aire.
   —¡Oh, qué cosa más guapa!
   Entonces se humedeció el índice de la mano derecha y empezó a frotar el capullo, en un masaje por debajo de la cabeza.
   —¡Qué amoratado está!
   —Como tu maquillaje...
   —¡Oh, se está poniendo muy GRANDE!
   Marty se echó a reír. Una cucaracha salió del empapelado a contemplar el espectáculo. Luego salió otra. Movieron las antenas. De pronto la boca de Lilly se cerró sobre el pene. Lo sujetó por el borde del capullo y chupó. Tenía la lengua casi como papel de lija. Parecía conocer los puntos sensibles. Marty la contemplo allí abajo y se excitó muchísimo. Empezó a acariciarle el pelo a gemir dulcemente. De pronto, ella mordió con fuerza Le mordía casi por la mitad. Luego, sin soltar la presa, arrancó con los dientes un trozo de capullo. Marty lanzó un alarido, se tiró a la cama y empezó a dar vueltas sobre sí mismo. La rubia se levanto y escupió. Por la alfombra quedaron esparcidos salivazos y pellejos sanguinolentos. Luego, se dirigió a la puerta, la abrió salió, la cerro.
   Marty sacó la funda de la almohada y se sujetó el pene con ella. Le daba miedo mirar. Sentía sus latidos palpitándole por todo el cuerpo, sobre todo allá abajo. La sangre empezó a empapar la funda de la almohada. Sonó el teléfono. Logró levantarse llegar hasta el, contestar. «¿Sí?» «¿Marty?» «¿Sí?» «Soy Toni » «¿Si, Toni...?» «Te noto raro...» «Sí, Toni...» «¿No puedes decir otra cosa? Estoy en casa de Jeff y de Helen. Estaré ahí dentro de una hora.» «Bien.» «Oye, ¿qué demonios te pasa? Creí que me querías.» «Ya no lo sé, Toni...» «Está bien», dijo ella furiosa, y colgó.
   Marty logró encontrar una moneda y meterla en el teléfono.
   —Telefonista, quiero una ambulancia. Localícemela, rápido Creo que me estoy muriendo...
   —¿Ha hablado usted con su médico, señor?
   —Telefonista, por favor. ¡Llame una ambulancia!
   En la habitación contigua la rubia estaba sentada frente al te levisor. Se inclinó hacia adelante y lo encendió. Llegaba justo a tiempo para el programa de Dick Cavett.

CUENTOS, Juan Perucho

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JUAN PERUCHO, CuentosAlianza, Madrid, 1986, 256 páginas.

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Los cuentos de esta antología proceden de Galería de espejos sin fondo, Nicéforas y el grifo y Rosas, diablos y sonrisas.

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DIANA Y EL MAR MUERTO

   Diana era una chica que estudiaba en la Facultad de Letras de Madrid. Tuvo un flirt con un joven profesor de Geografía. En una ocasión le regaló el libro de Constantin Zoubichryn El Mar Muerto, que le apasionó enormemente y fortaleció su vocación. El joven profesor había declarado que su amor podía más que la muerte. Proyectó hacer oposiciones a cátedra y casarse.
   Tengo el ejemplar de El Mar Muerto, y conozco tales detalles, porque, durante la guerra, los que estábamos al servicio de las armas sabíamos cosas insospechables.
   Realmente, todo era algo insospechable.

KOKINSHUU, Carlos Rubio (editor)

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CARLOS RUBIO (ed.), Kokinshuu. Colección de poemas japoneses antiguos y modernos (El canon del clasicismo), Hiperión, Madrid, 2005, 256 páginas.

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Antología del millar de poemas que conforman el Kokinwakashuu, obra que, normalmente abreviada como Kokinshuu, "representa la asimilación de los principios poéticos chinos y que, a lo largo de la brillante historia cultural de Japón, será la fuente de su cultura clásica". Carlos Rubio es quien realiza esta labor de selección, además de traducir, prologar y anotar unos poemas cuyas palabras, afirma, "son eternas, (...) permanentes como la escritura semejante a las huellas de aves" (pp. 104-5).

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Toshi o hete
kienu omohi wa
arinagara
yoru no tamoto wa
nao koorikeri

Pasan los años.
Ni el fuego de mi amor
se extingue, ni de
mi vestido de noche
se deshielan las mangas.








Ki no Tomonori

CRÍMENES EJEMPLARES, Max Aub

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MAX AUB, Crímenes ejemplares, Calambur, Madrid, 1996 (1991), 96 páginas.

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Esta segunda edición de los Crímenes ejemplares de Calambur incluye en las páginas 85 a 91 Crímenes suprimidos en la versión de 1968. En el Prólogo (pp. 7-10) Eduardo Haro Teclen apunta: "Hay un alarde literario en la economía del texto, sin dejar de utilizar todas las voces que necesita; una virtud de expresión. Y un alarde narrativo al colocar una narración, un relato, en poquísimas líneas".
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   Mire, señor, no vaya a ir en contra de mis ideas. No lo tolero. Yo acepto las suyas: para usted. Se las queda, las mastica, las digiere, las expulsa si a tanto le lleva su gusto. En general, los hombres desde hace un par y pico de siglos creen que son lo mejor de la humanidad. El non plus ultra. O.K. Allá ellos. Yo estoy convencido de lo contrario, de que todos somos unos hijos de la chingada por el hecho mismo de ser hombres. Hace mucho que quedó probado que el hombre ha llegado a domesticar la naturaleza a fuerza de mala leche, ingratitud, instintos asesinos, palos, pedradas, machetazos, tiros, hipocresía, asesinatos a mansalva, imposición de la esclavitud. Cualquier hombre, por el hecho de serlo, es un hijo de puta. No discuto que otros piensen de manera distinta. Para mí, el imbécil mayor —suizo tuvo que ser— fue Juan Jacobo Rousseau. Con estas ideas, ¿qué de extraño tiene que yo sea una buena persona? Que matara a don Jesús, no tiene nada de particular: no le debía un céntimo a nadie.

POEMAS JAPONESES A LA MUERTE, Yoel Hoffmann (editor)

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YOEL HOFFMANN (ed.), Poemas japoneses a la muerte (escritos por monjes zen y poetas de haiku en el umbral de la muerte), DVD, Barcelona, 2000, 318 páginas.

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El volumen, preparado por Yoel Hoffmann y traducido por Eduardo Moga, se estructura en tres partes: una amplia Introducción (pp. 15-80) que repasa la historia de la poesía en Japón y cómo se incrustra en sus versos el tema de la muerte, Poemas a la muerte de monjes zen y Poemas a la muerte escritos por poetas de haiku. Destacan los comentarios que iluminan la interpretación de los poemas, presentados en rômaji al lado de la versión en español.

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Una noche corta
me despierta de un sueño
que parecía largo.
Mijikayo ya
ware ni wa nagaki
yume samenu





Yayu

COSAS / LOS DOS DE SIEMPRE, Castelao

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CASTELAO, Cosas / Los dos de siempre, Alianza, Madrid, 1967, 264 páginas.

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"Cousas" es el nombre que utiliza Castelao para denominar sus relatos breves ilustrados por un dibujo que complementa al texto, construyendo un conjunto que refleja, combinado explicitud y sugestión, la realidad socioeconómica de Galicia en su tiempo. Publicados en prensa entre 1919 y 1927, la traducción de Alberto Míguez, al lado de la novela Os dous de sempre, se ajusta a las piezas incluidas en la edición de 1934.

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DOÑA FLORINDA SE CASÓ CON FUNGUEIRIÑO

   Doña Florinda se casó con Fungueiriño y vivió en espera de un hijo que no llegó. Compadeciéndose de su mala suerte, doña Florinda se pasaba las horas en el balcón, escuchando el cacareo de las gallinas ponedoras. Fungueiriño era jugador y murió del corazón, dejándole a la pobre señora los deseos frustrados de acariciar un hijo.
   El luto le sentaba bien a doña Florinda y la carne blanca de sus brazos llamó la atención de don Roque. La buena señora supo despertar un amor serio en el pecho del solterón y logró casarse en segundas nupcias. Y después de casada le renació el deseo de ser madre, y siguió viviendo a la espera de un hijo que no llegó. Don Roque se marchó de este mundo, y doña Florinda se quedó sola, ante sus deseos frustrados.
   Pasaron muchos años. Ahora doña Florinda es una vieja arrugada por el tiempo, tan vieja y tan arrugada que parece una reliquia. Ahora, al final de su larga vida, doña Florinda ve cumplidos sus viejos deseos. La chochera le hizo creer que tiene un hijo, y cualquier día se queda muerta de alegría por ser madre.
   La buena señora le anda diciendo a todo el mundo:
   —¿No lo sabéis? Me nació un hijo.
   Y todos se echan a reír porque las gentes ya no saben emocionarse...

FRAGUA ÍNTIMA, Rafael Dieste

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RAFAEL DIESTE, Fragua íntima, Esquío, Ferrol, 1991, 115 páginas.

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Como pórtico de esta edición cronológica de sus aforismos, subtitulada Aforismos (1926-1975), se incluye Alas que se nos dan con la palabra (pp. 21-30). El responsable de esta edición, Arturo Casas, señala: "En los aforismos diesteanos nunca hay sátira, y en ello se aparta de La Bruyère y sus seguidores; tampoco se persigue la genialidad en sí misma ni se acepta el amparo del cinismo, elementos que para algunos serían consustanciales al género." 

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El cuento es un remolino que hacen alrededor de una lámpara muchas mariposas, todas inmersas en la misma luz.
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Cada "no" es una suma de razones para decir no, lo cual vale tanto como decir una suma de "noes". Es necesario buscar, más allá de la coincidencia en el signo negativo de esta suma y la otra, algún sumando común, capaz de cambiar de signo cuando convenga.
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Tampoco la profundidad es más valiosa que la superficie.
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Lo primero que tiene que ser un político: un ciudadano digno, ejemplar; segundo: un hombre de imaginación; tercero: un desbaratador de la astucia. Contra afectados halagos, ingenio rápido.
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Saber que hacerse un nombre puede ser deshacerse.
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Antes que tener brillo, tener metal, aunque sea sin brillo.
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No ser simpático a todo el mundo. Ahuyentar a mucha gente. No enterarse de lo que dicen los necios.
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Las cosas piden nombre. No se lo arrebatéis al dárselo.
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Lo primero es admirar.
Lo segundo ver.
Lo tercero entender.
Lo último entender de admiraciones.
(Lo póstumo: perder la admiración por entender de admiraciones. A partir de ahí engorda la vista, se hace la vista gorda).

EL DOCTOR INVEROSÍMIL, Ramón Gómez de la Serna

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RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA, El doctor inverosímil, Destino, Barcelona, 1981, 239 páginas.
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Publicada en por Atenea en 1921, Destino reedita esta colección de microrrelatos y microrrelatos XL protagonizados por tan heterodoxo galeno.
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LOS NIÑOS
        
   A los niños les mata cualquier cosa; pero también los salva cualquier cosa.
  Una cosa que me ha dado un gran resultado con niños y que utilizo muy a menudo, es una caja de música, de esas cajas de musica que tienen como esencia de pinos o araucarias más que centenarios... Con esa caja de música bien empleada les retengo, les hago olvidarse de su antojo de echar los brazos a la muerte para irse con ella como con una tía que también quiere jugar con ellos.
  En esta ultima temporada he salvado a más de cincuenta niños, gracias a mi caja de música.

VEINTIOCHO HISTORIAS DE RISA, Ursula Wölfel

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URSULA WÖLFEL, Veintiocho historias de risa, Miñón, Valladolid, 1980, 63 páginas.

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Carmen Bravo-Villasante traduce y Bettina Anrich-Wölfel ilustra.

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LA HISTORIA DE LOS BOLLITOS DE PASAS
        
   Una vez el padre le dijo al niño:
   "Por favor, vete deprisa a Correos y cómprame treinta sellos".
   Y la madre dijo:
   "A la vuelta vete a la panadería y tráeme tres bollitos de pasas".
   El niño salió corriendo con el dinero. Correos no estaba muy lejos. Así es que, como otros niños estaban jugando en la calle y el niño los había visto, se quedó un ratito a jugar. Luego fue corriendo a Correos. Compró tres sellos y luego compró en la panadería treinta bollitos de pasas, que llenaron dos bolsas. El niño apenas podía con ellas. El padre se echo a reír y dijo:
   "¡Bueno, pues ahora tendré que pegar bollitos de pasas en mis cartas!"
   Y la madre también se echó a reír; enseguida preparó café y comieron tantos bollitos de pasas que hasta tuvieron dolor de tripa.

EL LIBRO DE LAS FÁBULAS, Concha Cardeñoso Sáenz de Miera & Emilio Urberuaga

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CONCHA CARDEÑOSO & EMILIO URBERUAGA, El libro de las fábulas, Combel, Barcelona, 2010, 160 páginas.

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Señala Albert Jané en el Prólogo (pp. 11-13): "ofrecemos al público lector actual, en especial a los jóvenes lectores, una colección de sesenta y cuatro fábulas tradicionales.". Las fuentes: Esopo, Fedro, Ramón Llull y La Fontaine. Las ilustraciones: Emilio Urberuaga.

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EL RUISEÑOR Y EL MURCIÉLAGO
       
   Érase una vez un ruiseñor que vivía encerrado en una jaula, la cual estaba colgada a un lado de una ventana; se pasaba la noche cantando, de forma que sus trinos, armoniosos  y dulcísimos, llenaban la oscuridad nocturna de música melodiosa.
   Una noche se le acercó un murciélago que siempre revoloteaba por los contornos y oía su canto.
   —Amigo ruiseñor —le dijo—, ¿por qué cantas siempre de noche, y en cambio no se te oye nunca de día?
   —¡Pobre de mí! —respondió el cantor con voz compungida—. Tengo mis motivos, no creas, y, ya que me lo preguntas, te los voy a contar. Antes, siempre cantaba de día, no hacía otra cosa durante las horas de luz. Así fue como me descubrieron, me atraparon y me encerraron en esta jaula. Por eso, ahora sólo canto de noche, pero de día callo como un muerto. Si se quiere evitar la desgracia, lo mejor es ser prudente.
   El murciélago, un tanto perplejo ante la explicación del ruiseñor, le respondió aproximadamente con estas palabras:
   —Ya no es necesario que tengas cuidado ni prudencia. De nada te sirve cantar de noche y callar de día. Eso tendrías que haberlo hecho antes de que te cazasen; ahora ya da igual.
   ¡Cuánta razón tenía el murciélago! Porque, cuando el mal está hecho, de nada sirve la prudencia.

DE LOS ARCHIVOS DEL TRASGO, Rafael Dieste

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RAFAEL DIESTE, De los archivos del trasgo, Espasa Calpe, Madrid, 1989, 192 páginas.

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Publicados en 1926, los relatos de Dos arquivos do trasno se presentan en esta edición bilingüe traducidos por César Antonio Molina, quien también firma una introducción en la que recuerda cómo "lo real, lo irracional, el misterio, el terror, lo sobrenatural, lo poético, el humor, la ironía, la esperanza y el ensalzamiento de las virtudes más humanas y primarias del hombre, configuran los elementos más sobresalientes que el autor de estas historias conjuga con una gran precisión".
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EL NIÑO SUICIDA

   Cuando el tabernero acabó de leer aquella noticia inquietante —un niño se había suicidado pegándose un tiro en la sien derecha— habló el vagabundo desconocido que acababa de comer muy pobremente en un rincón de la tasca marinera, y dijo:
   —Yo sé la historia de ese niño.
   Pronunció la palabra niño de un modo muy particular. Así que los cuatro bebedores de aguardiente, los cinco de albariño y el tabernero se callaron y escucharon con gesto inquisidor y atento.
   —Yo sé la historia de ese niño —repitió el vagabundo. Y tras una sagaz y bien medida pausa, comenzó:
   —Allá por el mil ochocientos treinta, una beata que después murió de miedo vio salir del camposanto florido y oloroso de su aldea a un viejo muy viejo desnudo. Aquel viejo era un recién nacido. Antes de salir del vientre de la tierra madre había escogido él mismo esa manera de nacer. ¡Cuánto mejor ir de viejo a mozo que de mozo a viejo!, pensó siendo espíritu puro. A Nuestro Señor le chocó la idea. ¿Por qué no hacer la prueba? Y así, con su consentimiento, se formó en el seno de la tierra un esqueleto. Y después con carne de gusano, se hizo la carne del hombre. Y en la carne del hombre hormigueó el calorcillo de la sangre. Y como todo estaba listo, la tierra-madre parió. Parió un viejo desnudo.
   Cómo después el viejo encontró ropa y alimento es cosa de mucha risa. Llegó a las puertas de la ciudad y como todavía no sabía hablar, los alguaciles, después de echarle una capa encima, lo llevaron delante del juez, como si hubiesen sido testigos: Aquí le traemos a este pobre viejo que perdió el habla con la paliza que le dieron unos ladrones desaprensivos. No le dejaron ni la ropa.
   El juez dio órdenes y el viejo fue llevado a un hospital. Cuando salió, ya bien vestido y alimentado, le decían las monjitas: Va hecho un buen mozo. Hasta parece que perdió años.
   Por aquel entonces ya había aprendido a hablar algo y se hizo mendigo. Así anduvo muchas tierras. En Lourdes estuvo dos veces, la segunda tan rejuvenecido que, los que le habían conocido la primera vez, pensaron que había sido un milagro de la Virgen.
   Cuando adquirió suficiente experiencia pensó que lo mejor era mantener en secreto aquella extraña condición que lo hacía más joven cuantos más años corriesen. Así, no sabiéndolo nadie —a no ser uno o dos amigos fíeles— podría vivir mejor su verdadera vida.
   Trabajó de viejo y se hizo rico para descansar de joven. De los cincuenta a los quince años su vida fue lo más feliz que imaginarse pueda. Cada día gustaba más a las muchachas y anduvo envuelto con muchas y con las más bonitas. Y hasta dicen que una princesa... Pero de eso no estoy seguro.
   Cuando llegó a niño comenzó la vida a complicársele. Le daba miedo la sorpresa con que lo veían entrar tan libre en las tiendas a comprar golosinas y juguetes. Algún ratero de visera calada lo había seguido a veces a lo largo de muchas calles tortuosas. Y alguna vez comió sus golosinas temblando de angustia, con las lágrimas en los ojos y el almíbar en los labios. La última vez que lo encontré —tenía ocho años— estaba muy triste. ¡Cuánto pesaban en su espíritu de niño los recuerdos de su vejez!
   Luego comenzó a atosigarlo día y noche una obsesión tremenda. Cuando pasaran algunos años lo recogerían en cualquier calleja perdida. Quizá alguna señora rica y sin hijos. Después... ¡Quién sabe lo que pasaría después! La lactancia, los paseos en un carrito, con un sonajero de cascabeles en la tierna manecita. Y al final... ¡Oh! El final daba espanto. Cumplir su destino de hombre que vive al revés y refugiarse en el seno de la señora rica —puede que cuando ella durmiese— para ir allí consumiéndose hasta transformarse primero en una sanguijuela, después en un corpúsculo, y luego en pequeñísima simiente...
   El vagabundo se levantó muy pensativo, con las manos en los bolsillos, y comenzó a pasear muy amargado. Finalmente dijo:
   —Me explico, sí, me explico que se diese un tiro en la sien el pobre muchacho.
   Los cuatro bebedores de aguardiente, creían. Los cinco de albariño sonreían y dudaban. El tabernero negaba. Cuando todos discutían más animadamente, el tabernero de pronto se levantó de puntillas y se puso a mirar alrededor con los ojos muy abiertos. El vagabundo había desaparecido sin pagar.