ANÓNIMO,
Cuentos maravillosos de la antigua China,
Oberón, Madrid, 2005, 248 páginas.
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En Dioses, cuentos y sabios (pp. 9-10) Jesús Palacios destaca lo que explica la calidad literaria de las colecciones de cuentística tradicional china: tras el anonimato de sus creadores están autores reconocidos cuyas obras "sólo posteriormente han pasado a formar parte de la tradición oral popular".
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TÍA TIGRE
Todos los campesinos lo sabían: el tigre podía transformarse en una anciana. Se habían dado varios casos en las aldeas vecinas y más de un niño había terminado en su frío estómago. Por eso, nadie dejaba a sus hijos solos en casa. Pero, por desgracia, aquella mujer tuvo que ausentarse dos días porque su padre agonizaba en un lugar al otro lado de las montañas.
—No te preocupes por nosotros —la tranquilizó su hijita de siete años—. Te prometo que no abriremos la puerta a nadie. Vete tranquila.
—Si mi padre muere, su espíritu vendrá a protegeros —dijo la mujer, y se marchó camino adelante.
La niña jugó todo el día con su hemanito de cinco años. A la caída de la tarde estaban tan cansados que no oyeron los golpes que alguien estaba dando a la puerta.
—¿Es que vais a tenerme aquí todo el día? —preguntó una voz de mujer.
Los niños se abrazaron, atemorizados. Tanto les había hablado su madre de tía tigre que creían verla en todos los sitios, ahora que empezaba a oscurecer.
—Vamos. ¿A que tenéis miedo? —insistió la voz—. ¿No os acordáis ya de vuestra tía?
—¿Tía? —la voz de la niña temblaba de miedo—. Nosotros no tenemos ninguna tía. Jamás la hemos visto.
—¿Cómo que no? Yo soy la hermana de vuestra abuela, la viejecita que vive al otro lado de las montañas.
Los niños no quisieron creerla, pero tía tigre comenzó a meter por debajo de la puerta pequeñas tartas de arroz cubiertas de miel.
—Bueno. Si no queréis dejarme entrar —continuó tía tigre—, comeos, por lo menos, las golosinas que os he traído. Son tantas que apenas puedo con esta bolsa y sería una pena tener que volvérmelas a llevar. Las hemos hecho entre vuestra abuela y yo.
—¡No, no te las lleves! —gritaron los niños a coro, y abrieron la puerta.
—Así me gusta: que seáis prudentes —dijo tía tigre, cuando se hubo sentado en la mejor silla de la casa—. No debéis fiaros de nadie. Dos niños solos son una pieza muy apetecible para cierta clase de bestias — los niños sonrieron seguros.
Tía tigre conocía muchos juegos e imitaba el sonido de todos los animales. Los niños se los hicieron repetir muchas veces, hasta que la bestia fingió tener sueño. La niña le dijo:
—No. Tú duerme en la cama de mamá. Es la mas grande y cómoda y, además, conviene que hoy descanses bien.
Pero tía tigre se negó, diciendo que la oscuridad le daba miedo, y se echaron los tres en el mismo lecho: la niña a la izquierda, la fiera en el medio y el niño junto a la pared.
La luna se escondió tras una nube. Tía tigre sacó entonces un manojo de hierbas y anestesió con ellas al niño. Después le arrancó el dedo pulgar y comenzó a comérselo. Chupaba con tal fruición del hueso que terminó despertando a la niña.
—¿Qué estás comiendo, tía? —preguntó entre sueños—. ¿No podrías darme a mí un poco? Yo también tengo hambre.
Tía tigre arrancó al niño el dedo meñique y se lo pasó a su hermanita. La niña se dio cuenta en seguida del juego de la bestia, pero no dijo nada. Comenzó a hacer ruido con la boca, como si también ella disfrutara de la carne fresca.
—¿No tienes miedo? —preguntó tía tigre, dándose cuenta de la equivocación que había cometido.
—¿Miedo? ¿A que habría de tener yo miedo, tía? —respondió la niña e hizo como si se durmiera de nuevo.
A los pocos minutos intentó levantarse, pero tía tigre la retuvo con su zarpa.
—Quieres escaparte, ¿eh? Te encantaría despertar a todos los hombres de la aldea para que me mataran, pero no voy a dejártelo hacer.
—¿Qué dices? —la niña fingió extrañeza—. Solo quiero ir al retrete. Creo que no me han sentado bien las tortas con miel.
—Ningún cachorro humano es de fiar —apostrofó la bestia.
—¡Qué cosas más graciosas se te ocurren, tía! Venga. Déjame ir —después continuó—: Si no me crees, mira, átame esta cuerda y así podrás controlar todos mis movimientos.
A tía tigre le pareció bien. Pero la niña, en vez de ir aI retrete, salió al patio y ató la cuerda a un tilo. Después se metió en la cocina y empezó a hervir una enorme olla de aceite. Desde allí oyó preguntar a la bestia:
—¿Por qué tardas tanto? No estarás preparándome ninguna treta, ¿verdad? —la voz de tía tigre sonaba somnolienta, porque también a ella le estaban haciendo efecto las hierbas de la anestesia.
La niña subió al árbol la olla de aceite hirviendo y la escondió entre las ramas. El aire frío le cortaba el aliento, pero gritó con todas sus fuerzas.
—¡Tía, tía! ¿A qué no sabes donde estoy?
Tía tigre siguió la dirección que le marcaba la cuerda y llegó a los pies del tilo. Levantó la vista y vio a la niña escondida entre las ramas. Su furia era tan grande que inmediatamente comenzó a trepar por el tronco del árbol. La niña vertió entonces la olla, y el aceite le cayó a la fiera en plena cara. Tía tigre dio un alarido y huyó para siempre de la aldea. En su loca carrera iba gritando:
—¿Por qué me habré fiado de un cachorro de hombre? Ninguno es de fiar..., ninguno es de fiar!
Cuando los aldeanos oyeron lo ocurrido, no querían creérselo.
—¿Que una niña ha derrotado a tía tigre? —preguntaban escépticos—. Es totalmente imposible. Estos niños han sufrido una pesadilla. Eso es todo. ¿Qué otra explicación puede darse?
Pero dejaron de dudar cuando la niña frotó la mano de su hermanito con la sangre del tigre y comenzaron a crecerle los dedos perdidos. Entonces parecieron entender el extraño lamento que traía desde muy lejos el viento:
—¡Ningún cachorro humano es de fiar...! ¡Ninguno...! ¡Fiaaar...!