LA MEMORIA DE LA ESPECIE, Manuel Moyano
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MANUEL MOYANO, La memoria de la especie, Xordica, Zaragoza, 2005, 136 páginas.
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En Coda (pp. 129-130) el autor explica la naturaleza de los textos: componen Plaudite, amici relatos articulados alrededor de las últimas palabras de hombres célebres. En Interludio onírico transforma en literatura sus sueños. Equipaje de sombras alberga la escritura aforística. El libro contiene una sección, Archivo de atrocidades, donde traslada al poema sucesos truculentos.
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17 DE DICIEMBRE DE 1830 [de Plaudite, amici]
En el verano romano de 1805, subió a la colina del Monte Sacro en compañía de un amigo y juró ante él que liberaría America del yugo español. La promesa era mayúscula —un simple desvarío de juventud, pensó su acompañante—, pero el muchacho lograría llevarla a cabo. El padre infinito de la patria, el conocido por las generaciones futuras como Libertador, batalló contra las tropas realistas a lo largo de toda la América del Sur y consiguió la independencia de los territorios que hoy se conocen como Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador, Perú y Bolivia. Pese a ser militar, fue también un convencido humanista. Amigo de Humboldt en su juventud, condecorado con el Medallón del presidente George Washington, defendía la soberanía popular, la libertad civil y la abolición de la esclavitud. Había soñado con una gran Unión Sudamericana, pero tan pronto como creyó haberla concluido, su colosal obra empezó a desmoronarse. En Bogotá sufrió un atentado y fue calumniado por sus opositores. Desengañado, arruinado y enfermo de tuberculosis, Simón Bolívar y Palacios resolvió viajar a Europa para restablecer su salud. La muerte lo sorprendió de camino, en la quinta San Pedro andrino, el 17 de diciembre de 1830. Echado en una hamaca, Bolívar miró hacia atrás y entendió al fin la vanidad de su empeño, tal vez de toda obra humana. “He arado en el mar”, murmuró antes de exhalar su último suspiro. Como sus ropas estaban hechas harapos, hubo que amortajarlo con la camisa de un testigo.
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1 DE MAYO DE 1987 [De Interludio onírico]
Marchamos de noche por un bosque, junto a un inspector de policía y a un experto —ignoro cuál es su especialidad— que encabeza la comitiva. Se han dado varios casos de estrangulamiento en la zona. Divisamos una tienda de campaña iluminada y vemos, al trasluz, al asesino que buscábamos: está ahogando a una nueva víctima. A1guien dispara y lo hiere en las manos; luego, sigue disparando hasta matarlo. De pronto, aparecemos en unos urinarios. F. G. (un compañero de facultad) se halla junto al estrangulador, a quien acaba de resucitar mediante unas píldoras de color amarillo. Descubro que el inspector que nos acompaña toma también esas píldoras, y empiezo a sospechar que es un muerto viviente. F. G., el estrangulador y el propio inspector empiezan a perseguirnos a través del bosque y, más tarde, por las calles de una ciudad deshabitada. Al llegar a una discoteca, nos escondemos dentro del lavabo. Cuando veo que el pomo de 1a puerta empieza a girar, descubro por fin que estoy soñando.
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La ironía es el humor de los tristes. [De Equipaje de sombras]
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Fotografía de Cioran en la solapa de uno de sus libros: pulcramente afeitado, con corbata, elegantemente vestido, el cabello peinado hacia atrás... ¿ Cómo armonizar ese cuidado aspecto con el contenido de sus escritos, que invita a no volver a afeitarse jamás?
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Tratando de exorcizar sus terrores, Cioran nos ha ayudado a ahuyentar los nuestros: nos ha enseñado a ironizar sobre el abismo.
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Calificativos empleados por la prensa en la muerte de Cioran: aristócrata de la duda, dandi de la nada, amargo apóstol del pesimismo... Un hombre tan preocupado por la muerte, sobre la que en buena parte había versado toda su obra, se vio finalmente privado de observarla de cerca. Enfermo de Alzheimer, ya no reconocía a nadie, ni siquiera a sí mismo.
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Una parte de mí vive fuera del tiempo. La otra parte hace proyectos, va al cine, trabaja, escribe, viaja con su familia, sale con los amigos, incurre en enfados, cede a la tentación de la vanidad, se abandona a sus manías... Pero esa otra parte, la ajena al devenir, se pasea ya por un planeta devastado del que ha sido abolida la especie humana.
Para esa parte de mí, todos estamos ya muertos o ni siquiera hemos nacido aún: la diferencia es irrelevante.
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Abandonamos el mundo con el consuelo de que nuestro entorno nos sobrevive, de que los asuntos humanos siguen su curso. Pero algún día habrá un hombre que será el último. Con él se extinguirá la memoria de la especie. ¿Cómo imaginar lo que sentirá en el momento de su muerte?
En el verano romano de 1805, subió a la colina del Monte Sacro en compañía de un amigo y juró ante él que liberaría America del yugo español. La promesa era mayúscula —un simple desvarío de juventud, pensó su acompañante—, pero el muchacho lograría llevarla a cabo. El padre infinito de la patria, el conocido por las generaciones futuras como Libertador, batalló contra las tropas realistas a lo largo de toda la América del Sur y consiguió la independencia de los territorios que hoy se conocen como Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador, Perú y Bolivia. Pese a ser militar, fue también un convencido humanista. Amigo de Humboldt en su juventud, condecorado con el Medallón del presidente George Washington, defendía la soberanía popular, la libertad civil y la abolición de la esclavitud. Había soñado con una gran Unión Sudamericana, pero tan pronto como creyó haberla concluido, su colosal obra empezó a desmoronarse. En Bogotá sufrió un atentado y fue calumniado por sus opositores. Desengañado, arruinado y enfermo de tuberculosis, Simón Bolívar y Palacios resolvió viajar a Europa para restablecer su salud. La muerte lo sorprendió de camino, en la quinta San Pedro andrino, el 17 de diciembre de 1830. Echado en una hamaca, Bolívar miró hacia atrás y entendió al fin la vanidad de su empeño, tal vez de toda obra humana. “He arado en el mar”, murmuró antes de exhalar su último suspiro. Como sus ropas estaban hechas harapos, hubo que amortajarlo con la camisa de un testigo.
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1 DE MAYO DE 1987 [De Interludio onírico]
Marchamos de noche por un bosque, junto a un inspector de policía y a un experto —ignoro cuál es su especialidad— que encabeza la comitiva. Se han dado varios casos de estrangulamiento en la zona. Divisamos una tienda de campaña iluminada y vemos, al trasluz, al asesino que buscábamos: está ahogando a una nueva víctima. A1guien dispara y lo hiere en las manos; luego, sigue disparando hasta matarlo. De pronto, aparecemos en unos urinarios. F. G. (un compañero de facultad) se halla junto al estrangulador, a quien acaba de resucitar mediante unas píldoras de color amarillo. Descubro que el inspector que nos acompaña toma también esas píldoras, y empiezo a sospechar que es un muerto viviente. F. G., el estrangulador y el propio inspector empiezan a perseguirnos a través del bosque y, más tarde, por las calles de una ciudad deshabitada. Al llegar a una discoteca, nos escondemos dentro del lavabo. Cuando veo que el pomo de 1a puerta empieza a girar, descubro por fin que estoy soñando.
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La ironía es el humor de los tristes. [De Equipaje de sombras]
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Fotografía de Cioran en la solapa de uno de sus libros: pulcramente afeitado, con corbata, elegantemente vestido, el cabello peinado hacia atrás... ¿ Cómo armonizar ese cuidado aspecto con el contenido de sus escritos, que invita a no volver a afeitarse jamás?
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Tratando de exorcizar sus terrores, Cioran nos ha ayudado a ahuyentar los nuestros: nos ha enseñado a ironizar sobre el abismo.
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Calificativos empleados por la prensa en la muerte de Cioran: aristócrata de la duda, dandi de la nada, amargo apóstol del pesimismo... Un hombre tan preocupado por la muerte, sobre la que en buena parte había versado toda su obra, se vio finalmente privado de observarla de cerca. Enfermo de Alzheimer, ya no reconocía a nadie, ni siquiera a sí mismo.
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Una parte de mí vive fuera del tiempo. La otra parte hace proyectos, va al cine, trabaja, escribe, viaja con su familia, sale con los amigos, incurre en enfados, cede a la tentación de la vanidad, se abandona a sus manías... Pero esa otra parte, la ajena al devenir, se pasea ya por un planeta devastado del que ha sido abolida la especie humana.
Para esa parte de mí, todos estamos ya muertos o ni siquiera hemos nacido aún: la diferencia es irrelevante.
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Abandonamos el mundo con el consuelo de que nuestro entorno nos sobrevive, de que los asuntos humanos siguen su curso. Pero algún día habrá un hombre que será el último. Con él se extinguirá la memoria de la especie. ¿Cómo imaginar lo que sentirá en el momento de su muerte?