ALUMBRAMIENTO, Andrés Neuman
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ANDRÉS NEUMAN, Alumbramiento, Páginas de Espuma, Madrid, 2005, 168 páginas.
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LA CURIOSIDAD
Aquel miércoles desapacible corría un aire a ráfagas. Posando de pie, rígidas, las putas del Paseo del Salón se habían abrigado de cintura hacia arriba. Aparcados junto a la biblioteca pública, dos coches con las lunas empañadas las vigilaban. Con el semáforo a punto de cambiar tuve un extraño impulso y, sin saber por qué, le anuncié al taxista que me bajaba allí mismo. ¿Aquí?, me preguntó el taxista, primero incrédulo y enseguida pícaro. Estúpidamente avergonzado, pretexté que un amigo vivía enfrente.
Al salir del taxi me asaltó una vaharada de colonia. Siguiendo su rastro divisé a una señora algo gruesa, calzada con unas botas rojas que le cubrían media pierna. Observando cómo los pliegues de las rodillas le asomaban por encima del plástico, sentí cierta repugnancia y también que inexplicablemente me excitaba. Ella estudió mi traje con la perezosa atención de las meretrices veteranas. Desvié la mirada incómodo y me alejé unos pasos. Bajo la marquesina, apoyada en uno de los postes, una mulata se fumaba la noche exhibiendo un hondo escote. Vistos de perfil, sus glúteos parecían un dibujo exagerado. Pensé en que jamás me había acostado con una mujer negra. Noté que la mulata miraba mi traje. Al dar un paso atras vi una figura esbelta, alta y de muslos trabajados que permanecía inclinada sobre la ventanilla abierta de un coche en marcha. Empujado por la curiosidad, me aproximé a ella hasta poder oír fragmentos de su conversación. El conductor del coche lanzaba exclamaciones roncas, la figura esbelta y alta reía mecánicamente. Contemplé sus rizos rubios. Sus brazos musculosos. Su espalda vigorosa. Sus pies demasiado grandes. Comprendí demasiado tarde. Antes de poder alejarme, escuché que alguien decía a mis espaldas: ¿Tienes un cigarrillo? Di media vuelta y me topé con un tipo de mi misma edad, asomado a la ventanilla de un Peugeot azul. El motor de su coche subía y bajaba de revoluciones. ¿Me hablas a mí, tesoro?, preguntó con voz cavernosa la figura esbelta y alta, irguiendose y acomodandose los rizos. Pero el tipo le contestó: No, a ti no; le hablo al del traje. A lo lejos, la mulata de la marquesina me miró con sorna.
Qué rápido sucede todo por la noche y hasta dónde nos empuja nuestra curiosidad. Eso pienso, nervioso, cada vez que paso en taxi junto al Paseo del Salón y me acuerdo de aquel miércoles desapacible, de aquel Peugeot azul.
Aquel miércoles desapacible corría un aire a ráfagas. Posando de pie, rígidas, las putas del Paseo del Salón se habían abrigado de cintura hacia arriba. Aparcados junto a la biblioteca pública, dos coches con las lunas empañadas las vigilaban. Con el semáforo a punto de cambiar tuve un extraño impulso y, sin saber por qué, le anuncié al taxista que me bajaba allí mismo. ¿Aquí?, me preguntó el taxista, primero incrédulo y enseguida pícaro. Estúpidamente avergonzado, pretexté que un amigo vivía enfrente.
Al salir del taxi me asaltó una vaharada de colonia. Siguiendo su rastro divisé a una señora algo gruesa, calzada con unas botas rojas que le cubrían media pierna. Observando cómo los pliegues de las rodillas le asomaban por encima del plástico, sentí cierta repugnancia y también que inexplicablemente me excitaba. Ella estudió mi traje con la perezosa atención de las meretrices veteranas. Desvié la mirada incómodo y me alejé unos pasos. Bajo la marquesina, apoyada en uno de los postes, una mulata se fumaba la noche exhibiendo un hondo escote. Vistos de perfil, sus glúteos parecían un dibujo exagerado. Pensé en que jamás me había acostado con una mujer negra. Noté que la mulata miraba mi traje. Al dar un paso atras vi una figura esbelta, alta y de muslos trabajados que permanecía inclinada sobre la ventanilla abierta de un coche en marcha. Empujado por la curiosidad, me aproximé a ella hasta poder oír fragmentos de su conversación. El conductor del coche lanzaba exclamaciones roncas, la figura esbelta y alta reía mecánicamente. Contemplé sus rizos rubios. Sus brazos musculosos. Su espalda vigorosa. Sus pies demasiado grandes. Comprendí demasiado tarde. Antes de poder alejarme, escuché que alguien decía a mis espaldas: ¿Tienes un cigarrillo? Di media vuelta y me topé con un tipo de mi misma edad, asomado a la ventanilla de un Peugeot azul. El motor de su coche subía y bajaba de revoluciones. ¿Me hablas a mí, tesoro?, preguntó con voz cavernosa la figura esbelta y alta, irguiendose y acomodandose los rizos. Pero el tipo le contestó: No, a ti no; le hablo al del traje. A lo lejos, la mulata de la marquesina me miró con sorna.
Qué rápido sucede todo por la noche y hasta dónde nos empuja nuestra curiosidad. Eso pienso, nervioso, cada vez que paso en taxi junto al Paseo del Salón y me acuerdo de aquel miércoles desapacible, de aquel Peugeot azul.
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DODECÁLOGO DE UN CUENTISTA
I
Contar un cuento es saber guardar un secreto.
II
Aunque hablen en pretérito, los cuentos suceden siempre ahora. No hay tiempo para más y ni falta que hace.
III
El excesivo desarrollo de la acción es la anemia del cuento, o su muerte por asfixia.
IV
En las primeras líneas un cuento se juega la vida; en las últimas líneas, la resurrección. En cuanto al título, paradójicamente, si es demasiado brillante se olvida pronto.
V
Los personajes no se presentan: actúan.
VI
La atmósfera puede ser lo más memorable del argumento. La mirada, el personaje principal.
VII
El lirismo contenido produce magia. El lirismo sin freno, trucos.
VIII
La voz del narrador tiene tanta importancia que no debe escucharse demasiado.
IX
Corregir: reducir.
X
El talento es el ritmo. Los problemas más sutiles empiezan en la puntuación.
XI
En el cuento, un minuto puede ser eterno y la eternidad caber en un minuto.
XII
Narrar es seducir: jamás satisfagas del todo la curiosidad del lector.
I
Si no emociona, no cuenta.
II
La brevedad no es un fenómeno de escalas. La brevedad requiere sus propias estructuras.
III
En la extraña casa del cuento los detalles son los pilares y el asunto principal, el tejado.
IV
Lo bello ha de ser preciso como lo preciso ha de ser bello. Adjetivos: semillas del cuentista.
V
Unidad de efecto no significa que todos los elementos del relato deban converger en el mismo punto. Distraer: organizar la atención.
VI
Anillo afortunado: a quien escribe cuentos le ocurren cosas, a quien le ocurren cosas escribe cuentos.
VII
Los personajes aparecen en el cuento como por casualidad, pasan de largo y siguen viviendo.
VIII
Nada más trivial, narrativamente hablando, que un diálogo demasiado trascendente.
IX
Los buenos argumentos jamás pierden el tiempo argumentando.
X
Adentrarse en lo exterior. Las descripciones no son desvíos, sino atajos.
XI
Un cuento sabe cuándo finaliza y se encarga de manifestarlo. Suele terminar antes, mucho antes que la vanidad del narrador.
XII
Un decálogo no es ejemplar ni necesariamente transferible. Un dodecálogo, muchísimo menos.
I
Contar un cuento es saber guardar un secreto.
II
Aunque hablen en pretérito, los cuentos suceden siempre ahora. No hay tiempo para más y ni falta que hace.
III
El excesivo desarrollo de la acción es la anemia del cuento, o su muerte por asfixia.
IV
En las primeras líneas un cuento se juega la vida; en las últimas líneas, la resurrección. En cuanto al título, paradójicamente, si es demasiado brillante se olvida pronto.
V
Los personajes no se presentan: actúan.
VI
La atmósfera puede ser lo más memorable del argumento. La mirada, el personaje principal.
VII
El lirismo contenido produce magia. El lirismo sin freno, trucos.
VIII
La voz del narrador tiene tanta importancia que no debe escucharse demasiado.
IX
Corregir: reducir.
X
El talento es el ritmo. Los problemas más sutiles empiezan en la puntuación.
XI
En el cuento, un minuto puede ser eterno y la eternidad caber en un minuto.
XII
Narrar es seducir: jamás satisfagas del todo la curiosidad del lector.
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NUEVO DODECÁLOGO DE UN CUENTISTAI
Si no emociona, no cuenta.
II
La brevedad no es un fenómeno de escalas. La brevedad requiere sus propias estructuras.
III
En la extraña casa del cuento los detalles son los pilares y el asunto principal, el tejado.
IV
Lo bello ha de ser preciso como lo preciso ha de ser bello. Adjetivos: semillas del cuentista.
V
Unidad de efecto no significa que todos los elementos del relato deban converger en el mismo punto. Distraer: organizar la atención.
VI
Anillo afortunado: a quien escribe cuentos le ocurren cosas, a quien le ocurren cosas escribe cuentos.
VII
Los personajes aparecen en el cuento como por casualidad, pasan de largo y siguen viviendo.
VIII
Nada más trivial, narrativamente hablando, que un diálogo demasiado trascendente.
IX
Los buenos argumentos jamás pierden el tiempo argumentando.
X
Adentrarse en lo exterior. Las descripciones no son desvíos, sino atajos.
XI
Un cuento sabe cuándo finaliza y se encarga de manifestarlo. Suele terminar antes, mucho antes que la vanidad del narrador.
XII
Un decálogo no es ejemplar ni necesariamente transferible. Un dodecálogo, muchísimo menos.
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